Carla Tog
El PSC, con su candidato Illia, se alzó como ganador de las pasadas elecciones catalanas del 14F seguido muy de cerca por los republicanos de ERC, que los empataron en número de escaños y estuvieron casi a la par tanto en cantidad como en porcentajes de votos. El tercer lugar fue para Junts per Catalunya, el partido de Puigdemont, auto presentados como el “purismo” independentista con una clara orientación de exageración de los tópicos nacionales. La novedad la trajo el cuarto lugar con la irrupción de la extrema derecha de VOX que consigue 11 diputados en el Parlament catalán pero que a la vez desplaza al séptimo y octavo (ante y penúltimo puestos de la lista) a la derecha tradicional del PP y Ciudadanos respectivamente, obteniendo ambos unos pésimos resultados que derrumbaron toda expectativa y los coloca al borde de la extinción. El sexto lugar lo obtienen los independentistas “anticapitalistas” de la CUP que mejoran sus números respecto de las elecciones anteriores y duplican sus bancas. En Comú Podem, de Ada Colau en alianza con Unidas Podemos, aunque mantiene su cantidad de escaños, ha sido relegado al séptimo lugar sobrepasada por otras fuerzas como la CUP anteriormente ubicada por detrás. El último lugar también cae del lado del independentismo de la mano del PDeCAT, el partido del cual proviene la escisión de Junts per Cat y de origen convergente también.
Estas elecciones, las quintas en 10 años, han resultado tan controvertidas como sus resultados. Por lo que intentaremos señalar algunas consideraciones en relación a lo que expresan y reflejan los mismos.
En primer lugar hay que decir que el contexto en el que se desarrollaron los comicios, más de un año Pandemia y en plena tercera ola del Covid en Europa, ha contribuido a conformar un clima pre electoral frío, apático y desganado que ha influido en los mismos. Unos comicios que si antes estaban atravesados por la movilización y el debate independentista y se polarizaban las posiciones y opciones en los bloque de los “Constitucionalistas” y los “Secesionistas”, ahora la situación es profundamente distinta.
Por esto mismo, el contexto pandémico y el temor a los contagios, entre otros factores, ha influido y condicionado notoriamente en la valoración de estas elecciones como en los nuevos “equilibrios” resultantes de las mismas. En estas elecciones el debate no se ha centrado únicamente en la “independencia”, las prioridades y preocupaciones de los votantes y la población en general hoy son otras y se centran principalmente en la pandemia y su “malísima” gestión por parte de los gobiernos Central y Autonómicos y la crisis social acuciante que acarrea. Esto se vive y reflejada en el alto desempleo, la precarización, el liso y llano abandono de los jubilados y la juventud y la clara desidia en lo que hace a mejora e inversión en el sistema de sanidad mientras se continúa beneficiando a empresarios, privilegiando a la los reyes y permitiéndole protagonismo y presencia mediática a la extrema. En este marco, podríamos decir entonces, que mas que dominar una especie de apatía electoral existían menos razones (e impulsos) para ir a votar.
Los resultados del pasado domingo dejaron escenarios muy abiertos. Muchos sostienen que no se han producido modificaciones ni alteraciones significativas entre los dos bloques (independentista y no independentista) pero sí que se dan cambios significativos en el interior de cada uno.
A este respecto vemos que han dominado las opciones más “progresistas” y “dialogantes” de ambos bloques; el “independentismo republicano” de ERC de un lado y la socialdemocracia del PSC del otro. Las apuestas socialdemócratas desplazan a las opciones neoliberales en los dos casos
Del lado del denominado bloque “constitucionalista”, la clara victoria de los socialistas les otorga un margen de maniobra suficiente como para intentar “acercamiento y diálogo” con el independentismo sin padecerlos embates de la derecha convencional del PP y Cs que quedan totalmente golpeados y hundidos y en una posición casi marginal.
La extrema derecha de VOX, que entra con 11 diputados, ha logrado fagocitar a los partidos de la derecha tradicional capitalizando el descontento de los elementos más radicalizados de su base electoral. Sin menospreciar su presencia y peligrosidad, lo cierto es que la derecha se ha hundido electoralmente y el fascismo en Catalunya encuentra su freno en un amplio sentimiento y tradición antifascistas que lo hace tener poco calado en la sociedad. En este sentido se observa más que un giro a la derecha una redistribución de los votos de la derecha hacia la extrema derecha.
El campo del independentismo ha logrado imponerse y sumar nuevamente una mayoría absoluta (con 74 escaños sobre 135) incluso mejor esta vez consiguiendo una mayor representación que en oportunidades anteriores. La duplicación de los escaños de la CUP y los números de ERC y Junts per Cata sí lo demuestran. Asimismo en porcentaje de votos el independentismo de conjunto suma más del 50%.
Todo esto indica que más allá de la fragmentación y divisiones a su interior y de cierto desencanto de sus votantes por no verse concretado el sueño de la independencia luego de años de embates al Estado, el sentimiento mayoritario del pueblo catalán por su independencia sigue más que vigente y se reafirma una vez más. El capítulo de la cuestión del encaje territorial y la independencia catalana continúa abierto. Un capítulo abierto e inherente del la historia del actual reino de España, donde afloran por doquier las contradicciones de una España mal parida, pensada y concebida por Franco y pactada y armada por sus herederos durante la Transición.
Estas cuestiones y factores influirán en el tiempo político que viene ahora con la configuración de una mayoría parlamentaria que pueda sostener un nuevo Gobierno.
Las opciones viables están sobre la mesa hace tiempo. Puede haber una reedición del pacto independentista con los papeles cambiados en la presidencia, que esta vez sí que correspondería por fin a ERC, y con una implicación más o menos intensa de la CUP, o bien un pacto de izquierdas transversal, con una fórmula que deberían consensuar ERC, Comuns y el PSC.
Todo apunta a que a final de cuentas se impondrá la primera opción, en todo caso estará por verse pero lo que si es seguro es que tarde o temprano la cuestión de la independencia catalana volverá a ponerse sobre la mesa, una cuestión que no se resolverá por las vías electorales e institucionales del podrido Régimen del 78 sino a través de la movilización independiente en las calles que se plantee la refundación del país sobre nuevas bases.