Tofi Mazú
Las mujeres de la clase obrera
La historia del 8 de marzo está marcada por diferentes acontecimientos que tienen como protagonistas a mujeres trabajadoras y militantes revolucionarias del siglo XIX y el siglo XX. El primer hito que traza esta línea de tiempo de las mujeres en la lucha de clases data de marzo de 1857, cuando las obreras textiles neoyorkinas salieron a las calles en medio de una huelga masiva para reclamar la jornada laboral de 10 horas, y porque ganaban menos de la mitad que sus compañeros varones; manifestación en la que fueron brutalmente reprimidas por la Policía. Medio siglo más tarde, también en marzo, 15.000 obreras irrumpieron nuevamente en Nueva York con la huelga de las planchadoras. Diez años después, en 1908, tuvo lugar el incendio de la Fábrica Cotton, donde murieron 140 personas –la mayoría de ellas, mujeres- en medio de una batalla con las fuerzas represivas, que estaban, como siempre, defendiendo la propiedad privada de los patrones. Todos estos hechos tienen matices en su documentación y hay pequeñas variantes y posiciones encontradas. Pero de lo que no hay duda es del origen proletario de esta fecha. Si hay algo que podemos afirmar, sin duda alguna, es que las mujeres escribieron su historia de lucha contra la opresión sufrida como mujeres y la explotación sufrida como trabajadoras.
El origen socialista del 8 de marzo
Lenin definió al siglo XX como una época de “crisis, guerras y revoluciones”. Las mujeres, lejos de ser ajenas a su contexto, ocuparon un rol fundamental en los agitados tiempos políticos de ese entonces, donde el orden social establecido no dejaba de ser cuestionado por las y los de abajo. Los partidos revolucionarios de la época habían brindado a las mujeres la posibilidad de hacer política, incluso cuando las leyes de diversos países lo prohibían. Así, se yergue la figura de Clara Zetkin, dirigente de la Socialdemocracia Alemana, una revolucionaria que dedicó su vida a encarar la emancipación de las mujeres, en el marco de la lucha por la emancipación de toda la humanidad.
Zetkin intervino tanto en el movimiento obrero como en el movimiento de mujeres, al calor de la lucha por el sufragio femenino. Dio enormes batallas contra el feminismo burgués, que pretendía dirigir esa batalla sólo en función de sus intereses como privilegiadas: sin pelear por el voto de las mujeres proletarias; un feminismo que bajó sus banderas con el advenimiento de la Primera Guerra Mundial, para apoyar a sus gobiernos en esa carnicería imperialista. Una de las principales preocupaciones de esta dirigente revolucionaria era la organización de las mujeres trabajadoras, la participación política de las mismas y la necesidad de terminar con la barbarie que se vivía en las fábricas y en las casas. A pesar de que en numerosos países la sindicalización de las mujeres estaba prohibida, los partidos revolucionarios fueron uno de los principales canales de expresión de las mujeres de la época, activas huelguistas y luchadoras de la clase obrera, y donde no se claudicó ante los gobiernos burgueses en la lucha por el sufragio. De ese movimiento surge, y no de otro lado, el 8 de marzo.
Fue en la Conferencia de Mujeres de Copenhague de 1910, organizada por la II Internacional Socialista, que Clara Zetkin propuso organizar cada 8 de marzo un Día de la Mujer Trabajadora, en memoria de las obreras textiles que habían caído como Los Mártires de Chicago, peleando por sus derechos. Si en 1909 las obreras estadounidenses y sus dirigentes socialistas habían dando un paso enorme en escribir la historia, las y los revolucionarios de ese entonces abrazaron con entusiasmo esa iniciativa, haciendo de esa fecha una emblema, bajo el lema “el voto de la mujer unirá nuestras fuerzas en la lucha por el socialismo”. El primer Día de la Mujer tuvo lugar al año siguiente, en 1911.
La fecha escogida de la primera celebración de esta efeméride del pueblo trabajador fue, en verdad, el 19 de marzo. Era el aniversario de la revolución alemana de 1848, cuando el rey de Prusia se había visto obligado a ceder ante la inminencia de un levantamiento proletario, que contenía en sus reivindicaciones el sufragio femenino. El epicentro de este evento fue, obviamente, Alemania; pero se llevó a cabo también en otros países europeos. Como relata Aleksandra Kollontai -dirigente del Partido Bolchevique- en su texto El Día Internacional de la Mujer, la primera celebración del mismo dio a las mujeres oprimidas la posibilidad de intervenir políticamente en defensa de sus propios intereses, en muchos casos por primera vez en su vida. Las amas de casa, las mucamas, las lavanderas, las tejedoras… todas constituyeron ese “tempestuoso y vibrante mar de mujeres” que Kollontai describe tan detalladamente en su artículo.
Este texto de Aleksandra Kollontai data de 1920, tres años después de que la clase obrera rusa tomara el cielo por asalto. En él, la autora afirma: “El Día de la Mujer Trabajadora se organizó por primera vez hace diez años en la campaña por la igualdad política de las mujeres y la lucha por el socialismo. Este objetivo ha sido alcanzado por las mujeres de la clase obrera en Rusia. En la república soviética las mujeres obreras y campesinas no necesitan luchar por el sufragio o por derechos civiles. Ya han ganado esos derechos: el derecho a voto, a participar en los Soviets y a participar en todas las organizaciones colectivas (…) Pero los derechos por sí solos no bastan. Hay que aprender a usarlos. El derecho a voto es un arma que tenemos que aprender a utilizar en nuestro propio beneficio, y en el de la república de los trabajadores. En dos años de Poder Soviético, la vida misma no ha cambiado en absoluto. Solo estamos en proceso de luchar por el comunismo y estamos rodeados por el mundo que hemos heredado de un pasado oscuro y represivo. Los grilletes de la familia, el trabajo doméstico y la prostitución aún son una pesada carga para la mujer trabajadora. Las mujeres obreras y campesinas solo pueden librarse de esta situación y alcanzar la igualdad real, y no sólo en la ley, si ponen todas sus energías en hacer de Rusia una sociedad verdaderamente comunista.”
Rusia fue el primer país donde se consiguió la igualdad jurídica entre varones y mujeres, el primer país donde se legalizó el aborto y donde dejó de penalizarse la homosexualidad. Todo, de la mano de la revolución que en 1917 se planteó construir una sociedad completamente diferente, a imagen y semejanza de las y los explotados y oprimidos. La mayor gesta de la clase obrera nació con las trabajadoras en la calle un 8 de marzo, en esa fecha que había sido instaurada por sus hermanas y hermanos de clase de distintos países del mundo, reunidos en congresos y conferencias socialistas.
Las herederas de las obreras que no pudieron quemar
El movimiento feminista, apoyado en importantísimas organizaciones revolucionarias, ha conquistado a lo largo de la historia cantidad de derechos fundamentales. Sin embargo, como supo afirmar Aleksandra La Roja, la situación de fondo de las mujeres no ha cambiado. Cada conquista del movimiento mejora las condiciones de vida de cada una de nosotras, sí; pero con más de un siglo de lucha encima aún sufrimos el flagelo de los trans-travesti-femicidios; en la mayor parte del mundo no podemos decidir sobre nuestro cuerpo; continuamos en los peores puestos de trabajo; y la casa y el prostíbulo siguen siendo verdaderas cárceles para millones de nosotras y nosotres. Es que aún no hemos cambiado el mundo. El poder no lo tenemos las y los trabajadores. El mundo sigue rigiéndolo ese 1% que vive a costa nuestra. La guerra contra el capitalismo patriarcal que las obreras de la Cotton habían emprendido cuando fueron calcinadas sigue vigente y hoy, en tiempos que se avizoran más tumultuosos, se nos manifiesta con todas sus fuerzas.
El movimiento feminista del siglo XXI protagoniza la resistencia a gobiernos como el de Bolsonaro, Trump o Macri. La irrupción callejera de la marea verde hizo temblar en sus cómodos sillones a los parlamentarios del status quo. Las mujeres despedidas, y las compañeras de vida de los despedidos de fábricas con personal masculino, están en la primera fila enfrentando el brutal ajuste del gobierno. A pesar de la banalización que sectores de la burguesía pretenden hacer de nuestro movimiento, de transformarlo en una cáscara vacía que no se plantee el norte de la emancipación, la historia no puede ocultarse. Este movimiento es heredero de aquellas que no bajaron las banderas en pos de la guerra imperialista. Este movimiento es heredero de las que sobrevivieron para vengar a sus muertas en manos de la patronal y el Estado burgués. Este movimiento es heredero de las rusas revolucionarias que salieron a enfrentar a los cosacos del Zar, mientras sus hermanos caían en las trincheras de la guerra imperialista. Este movimiento es heredero de las que lucharon junto a sus hermanos y hermana de clase, unificando las batallas contra un mismo enemigo: este sistema barbárico de opresión explotación.
Las Rojas inscribimos nuestro feminismo en la bandera del socialismo, en la perspectiva de construir un mundo completamente nuevo. Para ello, necesitamos de todas nuestras fuerzas. Las mujeres y las, los y les trans travestis conformamos una trinchera estratégica en la lucha contra este sistema putrefacto, donde empresarios, funcionarios y sacerdotes dictan las leyes. La dictadura del capital gobierna con brazo patriarcal cada vez más evidente y por eso nos ponemos de pie y las feminsitas somo una plaga cada vez más temida por los gobiernos de todo el mundo. Pero por eso mismo, del propio riñón del feminismo resurgen las corrietes reformistas y burguesas, esas que quieren dividirnos, separarnos y atarnos las manos para que no avancemos en cuestionarlo todo. Si antaño el feminismo burgués buscó maniatar a las mujeres obreras para cerrar filas con los gobiernos imperialistas, hoy en Argentina se abrazan con el Vaticano y gobernadores como Manzur. Es por eso que, para nosotras, se vuelve imperiosa la construcción de un #8M independiente, que retome las banderas de quienes supieron construir esta fecha con el objetivo de cuestionar el poder burgués.