Carla Tog

Con la colaboración de Enrique Mosquera

 

De forma desigual y lenta el 15-M marca el final de ese retroceso y el comienzo de una recomposición de la conciencia de las masas; recomposición que no ha logrado aún revertir el atraso acumulado, pero que es evidencia de lo que venimos sosteniendo: el despertar y la entrada en escena (a nivel internacional) de una nueva generación que está dando sus primeros pasos en la resistencia contra las consecuencias de la crisis. “Una nueva generación, heredera de la crisis de alternativas de los años 90, pero que hoy se pone de pie en las calles de El Cairo, Atenas, Madrid, Nueva York, Londres, México, China…, luego de décadas en las cuales se vivió una suerte de “grado cero” de la lucha de clases, que prácticamente cortó el hilo de continuidad con las generaciones anteriores”. (Roberto Sáenz, Ciencia y arte de la política revolucionaria).

De esta manera, el 15M español no fue un trueno inesperado en un cielo en calma, sino parte de este fenómeno mundial de rechazo y resistencia a la política del capitalismo de echar sobre las espaldas de la mayoría de los trabajadores y la población el costo de la crisis económica. Su antecedente está en las revoluciones árabes, su expresión mundial en el fenómeno de los “indignados” y sus consecuencias políticas se extienden hasta nuestros días cuando organizaciones como Syriza en Grecia o Podemos en España, se reclaman sus herederos. Como reflejo deformado de este proceso de lucha y resistencia estas formaciones, surgidas al calor del mismo, se constituyeron en “nuevos” partidos políticos y se lanzaron a la carrera de las elecciones obteniendo importantes resultados en cada país (Syriza en las elecciones griegas y Podemos en las europeas).

El 15M no fue convocado ni dirigido por las organizaciones clásicas del régimen, no lo fue por los grandes partidos de izquierda, ni esperaron el permiso ni las órdenes de los burócratas entregadores de los sindicatos mayoritarios de CC.OO. y UGT que se le enfrentaron; y en este sentido fue una ruptura que llevó a cambios muy importantes en la conciencia al demostrar que solos podían poner en jaque a las estructuras nacidas de la Transición, que éstas no las representaban y que la supuesta democracia no era tal.

La furia popular se dirigió contra los locales del PP y del PSOE, dejando comprometidas las dos cabezas del bipartidismo. Otro cimiento esencial de la estabilidad burguesa también empezó a estar en cuestión: la monarquía designada por Franco. La misma ya venía con un creciente desprestigio debido a su fenomenal corrupción y al hecho de que se alineó con Rajoy a favor de los planes de austeridad impuestos por la UE. Asimismo este ajuste desequilibra y agrieta otra pieza primordial del régimen sucesor de Franco: las Autonomías, un tema explosivo en un Estado que jamás logró la unidad nacional burguesa (como Francia o Alemania), y cuyas regiones más desarrolladas (Euzkadi y Catalunya) no se reconocen españolas. Es que una de las directivas de los ajustadores de Bruselas es ahorrar acabando con la “innecesaria” multiplicación de entidades autonómicas, regionales o municipales.

Claro que su desarrollo como movimiento ha sido muy desigual y contradictorio, demostrando ciertos límites, al no empalmar socialmente con la clase trabajadora ni desplegar alternativas políticas independientes. El clima convulsivo y el estado de movilización desencadenado a partir del 15M no adquirieron la dimensión de verdaderas y masivas rebeliones populares (como en Argentina, Bolivia o Ecuador, en la década pasada, o la de Egipto y otros países árabes, en la década actual). Tampoco se ha llegado, aún, a las cotas de movilización y radicalización alcanzadas en ciertos períodos en Grecia. No fue derribado el gobierno de Rajoy ni mucho menos abatido el régimen de la monarquía post-fascista del Borbón.

Sin embargo, el proceso que se abrió no es menos importante, sobre todo teniendo en cuenta que el Estado Español desde hacía tiempo que venía muy por atrás a nivel de las luchas. Y en ese sentido la “indignación” generalizada fue una primera advertencia. Porque el 15M llegó para quedarse y trajo nuevos vientos de lucha que soplan luego de la larga y anestesiada siesta de la Transición. Nuevos aires que cargaron de electricidad y desestabilizaron el ambiente, dejando herido de muerte al régimen al cuestionarlo en sus sostenes más fundamentales. De esta manera, existe un antes y un después del 15M, y es que a partir del mismo la mayoría del pueblo del español le bajó el pulgar al régimen, a su monarquía, a sus partidos y a los sindicalistas traidores de los sindicatos mayoritarios, subvencionados por el Estado, e igualmente corruptos y garantes del sistema que los políticos de los partidos tradicionales que sólo representan los intereses de clase de la patronal. A casi cuatro años del estallido del 15M, el descrédito y la desconfianza hacia “todos” ellos se afianzan.

 

3.1 Expresiones y síntomas del agotamiento y la deslegitimación del régimen del 78

Es cierto que el avance austericida de Rajoy se ha notado, sobre todo con la imposición de la reforma laboral, y es cierto también que las fuerzas burguesas gobernantes tienen aún suficiente margen de maniobra. Pero también es cierto que la respuesta contra estas políticas ha impedido que se impongan total o brutalmente o lleguen a más, pues para que esto suceda deberían hacerlo sobre grandes derrotas infligidas al movimiento de masas y un mayor enfrentamiento entre las clases. Y esto no es lo que sucede.

Esto se vivió cuando el PP tuvo que recular con su proyecto contra el aborto y hacer renunciar a su ministro “Fachardón” (Gallardón) cuando la movilización en las calles no estuvo dispuesta a retroceder treinta años en cuanto al derecho a decidir de las mujeres. La lucha y movilización de profesores, alumnos y de la población en general contra la LOMCE también ha impedido que se aplique en su totalidad esa ley franquista que pretende la enseñanza obligatoria de religión y la imposición del castellano a otras lenguas entre otras cosas. O la lucha de los trabajadores de la sanidad, que ha impedido varios cierres y privatizaciones.

El escenario actual es el de un régimen que continúa perdiendo legitimidad. La irrupción de la crisis, la política llevada desde entonces tanto por el PSOE de Zapatero como por el PP de Rajoy y la indignación causada entre amplios sectores populares que cristalizó en el 15M, han llevado a la crisis a muchos de sus pilares y conducido al régimen del 78 a una agonía irremediable.

Veamos algunos indicadores de esta deslegitimación e impugnación al régimen y de las maniobras para reformarlo.

  1. El Estado de bienestar está prácticamente muerto, el pacto entre las élites económicas y los sectores subalternos de paz social a cambio del Estado de bienestar ya no está vigente. Este acuerdo ha sido roto por la clase dominante en el momento en que la tasa de plusvalía ha sufrido un fuerte descenso debido a la crisis económica mundial. Ya no hay sanidad universal, el pleno empleo ha desaparecido, los salarios no son dignos, la cobertura al desempleo insignificante, las jubilaciones no son dignas. En estos momentos, para la clase trabajadora tener un empleo ya no es suficiente para mantener una vida digna ni disponer de los mínimos servicios sociales.
  2. La monarquía ha ido sufriendo a lo largo de los últimos años un grave desprestigio, que intentó revertir con la reciente abdicación. El recambio del padre por el hijo ha sido una maniobra para limpiar la imagen corrupta y despilfarradora de la monarquía y para tapar los escándalos de la familia real. Pero lo más importante y profundo es que reabrió sobre un nuevo escenario el debate sobre monarquía o república, que lejos de ser meramente un debate retórico pone de relieve una cuestión intestina del régimen. Sin embargo es reseñable que el papel del ejército tras la desaparición de la conscripción obligatoria y el conjunto del aparato judicial y policial no está puesto en cuestión.
  3. La crisis del bipartidismo se ha hecho evidente en los resultados electorales. Hoy, esa alternancia en paz entre el PP y el PSOE se encuentra amenazada, y además, el cuestionamiento de este modelo representativo se ha agudizado debido a los casos de corrupción que inundan el escenario político y social salpicando a todos (PP, PSOE, IU, CIU, CC.OO., UGT). En un momento en el que condenan a todo el espectro político y social, desde políticos a sindicalistas pasando por presidentes de clubes de fútbol, la construcción social está enormemente deslegitimada. Todos los partidos institucionales se ven cuestionados, incluso la derecha reaccionaria, con unas bases y votantes del PP cada vez más críticas con sus dirigentes. La crisis del PSOE se ve no sólo en la merma de los números en las encuestas, en el recambio de Rubalcaba por Sánchez y de las últimas purgas de este último, sino también en la pérdida de credibilidad (y de votantes) ante los casos de corrupción y la debilidad de sus propuestas. El caso de IU es sin duda el paradigma de las organizaciones de la izquierda en esta cuestión, las últimas dimisiones (Tania Sánchez) vinculadas a los casos de Caja Madrid que enfrentaron a la dirección federal con la de Madrid evidencian su profunda crisis. Los sindicatos, vistos como protagonistas de la construcción del régimen del 78, su pérfido rol de no movilizar, descomprimir y deja pasar, tras el desmantelamiento de la concertación laboral, sumado a los casos de corrupción interna, son también blanco del odio y la desconfianza generalizada.
  4. Es obvio que la estructura autonómica del Estado ha entrado en una gravísima crisis con el proceso abierto en Catalunya que a su vez es enfrentado por el gobierno central con un afán re-centralizador que priva de contenido a los gobiernos autonómicos de Euskadi y Catalunya. El enfrentamiento que hoy se vive entre diferentes facciones de la burguesía que otrora fueron aliados tiene sin duda que ver con el descontento de amplios sectores del pueblo catalán que también reflejan en su deseo de independencia su hartazgo con las medidas económicas y políticas emanadas de Madrid (ver anexo Catalunya)
  5. La adhesión a la zona euro se ha revelado ahora como un factor de sumisión a los dictados de la Troika, que impone su política de austeridad por encima de las necesidades concretas de los pueblos.

 

3.2 Una lenta y desigual recomposición de la conciencia

La crisis económica y las respuestas de la población ante las consecuencias de ésta han producido grandes cambios en la situación política del Estado Español. Esta crisis, que lejos de haber terminado se mantiene, ha echado por tierra la imagen que la mayoría de la población española tenía sobre el sistema económico y político que domina el mundo, la “democracia capitalista”.

Según esta imagen, el capitalismo era un sistema económico que, aunque no exento de fallos e injusticias, era capaz de generar un bienestar creciente para la mayoría de la población. En ese marco, los casos de corrupción eran excesos a corregir por el sistema judicial. Las diferencias sociales eran un abuso al que había que resignarse (“siempre habrá ricos y pobres”), y la democracia era el mecanismo justo entre los justos por el cual todos terminábamos siendo iguales ante la ley. Las mismas diferencias de clase se veían amortiguadas por la existencia de una pujante clase media, una aristocracia obrera que aspiraba a ser clase media y un Estado que garantizaba una sanidad, una educación y una jubilación, aparentemente, justas, iguales y gratuitas para todos.

La brusca irrupción en escena de la crisis económica (y sus tangibles consecuencias materiales) ha destrozado esta idílica imagen. La realidad muestra cada día que el sistema económico actual no parece generar otra cosa que una miseria creciente y una terrible inseguridad ante el futuro. Las políticas de recortes y las reformas laborales han hecho añicos la jubilación y la sanidad universal y puesto en peligro la educación pública. La clase media se ha sentido justamente atacada y zarandeada, la juventud teme por su futuro e incluso por su presente.

Los bancos y entidades financieras, la esencia misma del capital, muestran ahora su verdadera faz de usureros en préstamos impagables, ladrones de los ahorros del pueblo con las preferentes y especuladores hipotecarios contra la vivienda familiar. También la democracia del capital muestra ahora una imagen cada vez más parecida a la dictadura del capital: Los gobiernos de los diferentes partidos elegidos “democráticamente” tras costosísimas campañas electorales financiadas por la banca y comentadas por la prensa dependiente de las grandes fortunas traicionan sin rubor su programa electoral y utilizan el dinero público para socorrer a los bancos en apuros. La sacrosanta e intocable Constitución se modifica en un santiamén para pagar la deuda externa sin consultar en absoluto a la opinión popular. Ahora los corruptos son ladrones a los que una justicia vendida perdona sus delitos, los políticos son unos vividores y mentirosos a costa del erario público.

Es esta realidad la que golpea sobre la conciencia actual de la mayoría de la población. En la cabeza de la gente combaten en estos momentos multitud de visiones contrapuestas: los restos de idílica imagen del capitalismo creador de bienestar, las innegables demostraciones de la realidad en las que el capitalismo no genera sino miseria, la propaganda oficial del Estado burgués que se esfuerza en explicar que la crisis es un mal inevitable pero pasajero (algo así como una maldición o un castigo divino), del que hay que salir arrimando el hombro, ajustándose el cinturón pero sin cambios radicales.

Este choque ideológico produce una situación extremadamente fluida, en la que la conciencia experimenta rápidos y grandes cambios. Sin embargo, conviene detenerse un momento y, tras ratificar la fluidez de la situación actual, analizar su dinámica, de dónde viene y adónde puede dirigirse, y también en el momento en que se encuentra.

En el ideario de cambio de gran parte de la población y en concreto la más implicada en la lucha social y la más desencantada con el actual estado de cosas, la consigna más ampliamente repetida es la de “ampliación” o “recuperación” de la democracia. Pero este reclamo no va unido al de socialización de la riqueza ni mucho menos a la abolición de la propiedad privada, no se tiene la conciencia de que bajo el capital toda democracia está sometida a los poderes económicos que nos bombardean cotidianamente con su ideología y su moral. Podemos aceptar que existe una importante conciencia republicana, pero en absoluto eso quiere decir socialista. Existe, sin duda, una conciencia contra las privatizaciones y por la propiedad pública de servicios básicos pero nada se dice del control de las empresas nacionalizadas y se olvida que la propiedad estatal bajo el Estado burgués sigue siendo propiedad burguesa, es decir, sometida al dictado de las grandes fortunas. En resumen, se podría decir que la conciencia predominante sigue siendo reformista.

Las luchas contra la política del gobierno del PP para hacer pagar la crisis económica a las clases medias y los y las trabajadoras han sido y son importantes. Tienen facetas que superan la simple lucha reivindicativa o sindical o de defensa de derechos anteriores para convertirse en luchas directamente políticas (ocupación de plazas, boicot al Parlament), pero salvo casos aislados (Gamonal, Can Vies [1]), no han alcanzado el nivel de radicalización, combatividad, la persistencia ni la masividad necesarias para romper los planes burgueses. La reforma laboral se ha impuesto, los recortes en la educación y en sanidad universal también y el rodillo parlamentario de la mayoría absoluta del PP se impone. El gobierno y el régimen han tenido, aunque con idas y vueltas, una política de no enfrentarse directamente a las movilizaciones sino tratar de capearlas con la negociación con los sindicatos o ciertas actitudes de tolerancia, cuyo máximo ejemplo es la absolución por la Audiencia Nacional de los imputados por el Boicot al Parlament. Todo ello ha llevado a la instalación entre amplias capas de la población de la creencia de que las luchas o no son eficaces o no son suficientes. Que son las contiendas y las mayorías electorales las que dirimen y son capaces de cambiar las leyes. Una conciencia llevada a su culminación en los programas puramente electoralistas de Podemos o Guanyem Barcelona.

Pero los cambios en la conciencia que se abrieron con el 15M aún no han terminado y menos consolidado, y el escenario abierto es el de un régimen que cada vez pierde más legitimidad y que ha sido tocado en sus más profundos pilares, lo cual hace pensar en la probabilidad de que se produzcan en un futuro cercano cambios importantes.

 

3.3 La presencia insuficiente de la clase trabajadora como tal

Tal vez uno de los principales límites de la situación, como lo hemos señalado, es que la clase obrera como tal no ha logrado estar en el centro de la escena política, con sus propias reivindicaciones, sus métodos de lucha y sus organizaciones. Se trata de un rasgo más general del ciclo político a nivel internacional, que se ha visto confirmado en la dinámica de la lucha de clases del Estado Español de los últimos años.

Nos explicamos. En un artículo sobre el Estado Español escrito hace dos años (“Un clima de ebullición social”, Socialismo o Barbarie 27), repasábamos las luchas del 2012 y hablamos del pasaje “de los indignados a la clase obrera”. Esta tendencia, que comenzó a expresarse con la entrada en escena de la lucha de los mineros, que sacudió el conjunto del Estado Español, así como con las huelgas generales de ese año, no terminó de confirmarse. Lo que parece dominar la escena de la lucha de clases es más bien el fenómeno general de indignación. En vez de luchas obreras puras y duras, tenemos una especie de sentimiento difuso de repudio al régimen, que se expresa a su vez en fuertes movilizaciones en algunos casos, pero que no deja de tener un carácter de clase aún indefinido.

No es menor el hecho de que algunas de las peleas más importantes de los últimos años hayan sido las de las diferentes “mareas” (la marea blanca de sanidad, la verde de educación, etc.). En ellas intervienen sin duda sectores importantes de trabajadores: los trabajadores de la salud o de la educación, que han estado al frente de estas “mareas” poniendo en pie fuertes huelgas. Pero finalmente, son “un elemento más” de la marea, en la que se confunden trabajadores, usuarios, personas solidarias, “ciudadanos”. Sin duda, buscar ligarse a sectores más amplios es extremadamente positivo y constituye un punto de apoyo esencial para la victoria. El problema es que esto se realice poniendo en segundo plano el carácter de clase de las peleas y el rol estratégico de la clase obrera en ellas. Entre el “Madrid obrero recibe a los mineros” que miles corearon en la capital cuando la delegación de la marcha minera llegó a la capital y el carácter difuso de las mareas hay un mar de distancia.

Sin dudas, ha habido luchas obreras de importancia, algunas de las cuales han tenido incluso impacto nacional: la ya mencionada huelga minera, las huelgas generales, las luchas de Panrico y Coca-Cola, las de recolección de residuos. Pero el problema es que no han logrado aún dar el tono y marcar los ritmos de los acontecimientos. Entre la morsa del fenómeno general de indignación, de carácter más bien “ciudadano” o “posmoderno” que verdaderamente de clase, y el peso aplastante del clima electoral y la propaganda incesante del chiquero burgués por arriba (casos de corrupción, guerra de jefes en los partidos patronales, etc.), la clase trabajadora no ha logrado alzarse con voz propia en la escena nacional.

Los y las trabajadoras han protagonizado luchas esencialmente de carácter defensivo y sindical, pero han estado ausentes de las luchas políticas que se han dado en este país, particularmente del 15M. Si exceptuamos la lucha minera y la Marcha de la Dignidad, las luchas obreras han sido reconducidas al pacto y la negociación o traicionadas directamente por los grandes aparatos sindicales, así ha ocurrido con las repetidas huelgas generales que han tenido exclusivamente un carácter demostrativo. Esto, además de un problema en sí mismo, ha creado una conciencia mayoritaria de que la clase obrera no tiene un carácter revolucionario; por el contrario, se ve al obrero fabril, al trabajador fijo, como un sostén del régimen y el sistema. Se extiende la idea de que los trabajadores de servicios y el “precariado”, e incluso el ciudadano en general, tienen en sí un carácter más rebelde o más progresivo que la clase trabajadora. Pese a que es necesario un estudio a fondo de la actual situación y composición de la clase trabajadora, que excede los objetivos de este trabajo, reafirmamos la convicción de la necesidad de un papel protagonista de la clase trabajadora, de los que viven de la venta de su fuerza de trabajo, en todo cambio que se pretenda socialista.

No se trata para nosotros de un simple fetiche “obrerista”. De lo que se trata es de que, como lo ha evidenciado la huelga minera, cuando la clase trabajadora entra en escena, lo hace con sus propios métodos: la lucha desde abajo, los cortes de ruta, la ocupación de lugares de trabajo. Se trata, en definitiva, de retomar métodos históricos que van más allá de los estrechos límites de la democracia burguesa, que parece por el momento ser la “panacea universal” de la que quieren beber los diferentes procesos de indignación. Retomar lazos con la tradición histórica de la clase obrera española, dotarla de una voz y de organizaciones políticas propias, que entre en escena con sus propias reivindicaciones desbordando los márgenes del sistema actual, tal es uno de los pasos a dar para relanzar la lucha por el socialismo.

 

3.4 Los proyectos ante la crisis del régimen

Los cambios en el régimen ya se están produciendo desde el momento que se desmoronó el Estado de bienestar, pero todo hace pensar en la probabilidad de que se produzcan en un futuro cercano nuevos cambios, que en cierta forma ya han comenzado con la abdicación para lavar la cara de una institución central como la monarquía, manchada por la corrupción y otros escándalos. Sin embargo, habrá que pelear para que estos cambios vayan hasta el final, orientándose en un sentido socialista y revolucionario, que impliquen la agudización de la crisis del régimen y su posible caída.

Esto es así porque además de las limitaciones propias del movimiento y de los elementos de estabilidad ya citados, juntamente con la ausencia de organizaciones revolucionarias, existen cuestiones a tener en cuenta que actúan dificultando una agudización terminal de la crisis del régimen, coadyuvando, a la vez, a la reabsorción y reencauzamiento electoral del proceso y a la reafirmación de esa conciencia reformista.

En primer lugar, que continúan actuando dos fuertes mediaciones: una, la burocracia sindical, que vive de los ERES, es decir del despido de trabajadores y de los cierres de fábricas. Pero que a la vez, mantiene el control mayoritario sobre la clase obrera y su rol de contener (y entregar) las luchas obreras para que éstas no desborden ni cuestionen la estabilidad del capital. La otra es la democracia burguesa, que continúa siendo el lugar por excelencia para la resolución de los problemas de la sociedad.

La segunda cuestión es que los elementos de descomposición del régimen de la Transición, y sobre todo la crisis del bipartidismo, ha dado lugar al nacimiento de todo tipo de agrupamientos. Estas organizaciones de nuevo cuño están despertando grandes expectativas entre sectores mayoritarios de la izquierda social. En el caso español, el resultado de las europeas, su constitución en partido político y la importante intención de voto para Podemos provocaron un terremoto que sacude el escenario político y el electoral. En primer lugar porque expresa, aunque de manera distorsionada y general, ese sentimiento de resistencia y malestar ante la crisis y los políticos corruptos abierto desde el 15 M, y segundo porque puede jugar un papel de gobierno.

No es la intención aquí referirnos a la primera de las cuestiones, ampliamente desarrolladas anteriormente (ver A. Vinet, “Un clima de ebullición social”, SoB 27), sino que, además de reafirmar su vigencia en la actual situación, nos interesa ver cómo Podemos cristaliza como parte del “nuevo reformismo” europeo. Viene a ocupar el vacío dejado por la conversión al neoliberalismo de los viejos partidos socialdemócratas, como el PSOE, y al igual que su hermano gemelo Syriza, despierta vastas esperanzas e ilusiones de “cambio”. Pero a la vez, su propuesta de cambio, que apunta a ganar las elecciones, llegar al Parlamento y desde allí iniciar profundas reformas tendientes a alcanzar la máxima democracia (burguesa) posible para recuperar las instituciones y ponerlas al servicio de la gente, se vuelve un proyecto utópico si no se plantea una verdadera ruptura con el régimen del 78 y con UE y el euro.

De este modo, surgen tres proyectos en este panorama político.

  1. Avanzar en la liquidación de los aspectos sociales del régimen. Como señaláramos más arriba, el PP ha roto el “pacto de convivencia” de la Transición desde el momento en que avanzó con sus reformas en el desmantelamiento del Estado de bienestar. El proyecto del PP y los sectores más conservadores apunta a la profundización de esta línea “austericida”, es decir, legislar bajo el amparo y las garantías de la Constitución del 78 y avanzar en la liquidación de los aspectos sociales del régimen. Máximo ejemplo de esto son la reforma laboral, el desmantelamiento de la sanidad, educación y de los servicios públicos, etc. En relación con el tema Catalunya, uno de los temas más explosivos de la crisis y descomposición del régimen, la línea del PP ha sido inamovible en la cuestión de dar lugar a cualquier pretensión “separatista”, y Rajoy lo dijo claramente: la independencia o cualquier consulta o lo que sea que atente contra la Constitución y la unidad de España no existe, no se reconoce, y en esa línea se mantiene.
  2. Salvar al régimen. El PSOE actual, con Pedro Sánchez, se presenta como el adalid de la reforma constitucional e incluso quiere ahora desdecirse de la modificación del artículo 25 pactada entre Rajoy y Zapatero. El PSOE es consciente de la agonía del régimen del 78 y quiere salvarlo sorteando sobre todo el tema de la crisis autonómica con un proyecto de Estado federal. Sin embargo, los casos de corrupción que lo afectan, la política de pacto con el PP de Zapatero y Rubalcaba y la imprecisión y vaguedad de su propuesta de reforma constitucional le restan toda credibilidad… y votos.
  3. Apuntalar el régimen “radicalizando” la democracia (burguesa). “En nuestro país se ha roto el pacto de convivencia. Y no hemos sido nosotros, han sido los privilegiados los que han roto el acuerdo. Nuestros abuelos y padres se dejaron la piel, el lomo para dejarnos un país en el que nadie pasara frío, en el que nadie estuviera sin sanidad y educación. Nuestra gente cumplió el acuerdo, han sido ellos los que no han cumplido. Son ellos los que se han colocado por encima de la ley, de las instituciones y por encima de nuestro respeto. No les creemos más. Que no nos hablen de unidad. Ésta es la unidad de nuestro pueblo, de nuestro país y con la que vamos a recuperar la democracia” (discurso de Iñigo Errejón en la Marcha del Cambio del 31 de enero de 2015).

Efectivamente el consenso lo rompieron los privilegiados, pero de lo que se trata no es de rehacer el pacto o el consenso sobre los que asentó este régimen ahora en crisis. Pretender regresar al pleno empleo, a la salud y educación universales del Estado de bienestar se hace imposible en las actuales condiciones de crisis económica, política e institucional, o, dicho de otra manera, las condiciones sobre las que surgió y se apoyó el Estado de bienestar hoy no están dadas. La burguesía hoy no se encuentra tan acorralada o asustada como para ceder tanto y restablecer el Estado de bienestar. Todo lo contrario, avanza desmantelándolo y vaciándolo. En este marco, el programa de “democracia real” levantado para recuperar las instituciones y ponerlas al servicio de la gente no es otra cosa que barnizar, con tinte transparente, las instituciones del régimen del 78.

Este proyecto puede llevar incluso a cambios constitucionales profundos (como reducir más el papel de la monarquía quitándole algunas atribuciones o prerrogativas, o incluso bajarle el sueldo, o dar más autonomía a las autonomías, etc.). Por eso hablan de proceso constituyente (aunque sin extenderse más sobre el tema), pero con cambios que cada día se orientan más a mantener la estructura capitalista del estado y el dominio de la burguesía. Se trata en el fondo de mejorar lo que hay, no de romper con ello.

El proyecto de Podemos, que en un principio ellos denominaban de “ruptura”, ahora busca construir un nuevo “acuerdo entre las clases” que salvaguarde la dominación burguesa sobre nuevas bases porque las viejas son insalvables.

En el Estado Español, la carrera electoral hacia la Moncloa ya empezó y los partidos ya compiten en ella con sus propuestas en la mano. El clima que se vive es el de una relativa paz preelectoral y una baja en la intensidad de las luchas, lo que no quiere decir que los conflictos y los problemas no continúen. Es que ahora la guerra se libra en las urnas, no en las calles. Y en este clima, mientras tanto, CC.OO. y UGT y los burócratas traidores de Toxo y Méndez pactaron una irrisoria ayuda a los parados y negocian con la patronal un mísero aumento salarial de entre el 1 y el 1,5%. Aún no hay acuerdo, pero seguro que lo habrá: para eso están Toxo y Méndez, para acordar, calmar, desinflar y entregar la lucha de los trabajadores.

Como señaláramos, la irrupción de Podemos ha convulsionado el escenario político y es probable que haga saltar por los aires el tablero electoral, dejando entrever un fin de ciclo en la política española si llegaran a confirmarse las predicciones de los sondeos.

Los escenarios futuros son difíciles de prever. Pero en todos ellos el papel del PSOE disminuye gravemente, IU prácticamente desaparece y el nuevo actor Podemos irrumpe con fuerza. El reciente pacto contra el “terrorismo yihadista” del PP y el PSOE y la promesa de nuevos pactos intentan preparar el camino a una posible gran coalición PSOE-PP frente a Podemos. Todo dependerá del transcurso de los acontecimientos hasta las elecciones generales, de lo que suceda en Grecia, de los otros procesos electorales, etc.

En este marco, la carrera hacia la Moncloa ya está lanzada y los competidores en marcha. Hasta el momento, todo parece indicar que los grandes partidos del régimen irán por separado, y por las cifras que se barajan todo hace prever también que habrá muchas dificultades a la hora de conformar un nuevo gobierno.

 


[1] La lucha de Gamonal fue una pelea de los habitantes de este barrio, el más poblado de la ciudad de Burgos, contra unos proyectos de renovación urbana que consideraban demasiado costosos y contra los intereses de los sectores populares. Luego de varias movilizaciones, que incluyeron enfrentamientos con la policía, se logró paralizar el proyecto. Can Vies es un centro cultural autogestionado de Barcelona: miles de personas se enfrentaron con la policía y las excavadoras para impedir su demolición prevista por el ayuntamiento. Una vez que logró paralizarse la demolición, otros miles se congregaron para ayudar a reconstruir la parte del centro que había sido demolida.