Roberto Sáenz
Pasemos ahora a la obra madura de Marx, las varias redacciones de El capital[51]. Más allá del plan de obra garabateado en sus cuadernos, la obra económica se organiza cronológicamente así: Los Grundrisse (1857/8), publicados recién a finales de los años ‘30 del siglo pasado (y que pasaron desapercibidos hasta una nueva publicación a comienzos de los años ‘50[52]); La crítica a la economía política, publicada inmediatamente y que resultó un fracaso editorial (1859); los textos que luego integrarían las llamadas Teorías de las Plusvalía (1861-63), publicados en dos tomos por Kautsky hacia finales de la primera década del siglo pasado (1910); otros cuadernos de 1861-63, entre ellos los Cuadernos tecnológicos cuya publicación es variada; el primer tomo de El capital, publicado por Marx en 1867 en alemán y que tuviera una nueva edición en el mismo idioma en vida de Marx, y también una “edición popular” en Francés supervisada por él en 1873; el tomo II de El capital publicado por Engels en 1885; y el tomo III, de 1894, publicado también por Engels el año anterior a su fallecimiento (ambos tomos fueron una recopilación organizada por Engels de borradores inconclusos dejados por Marx).
En fin: una obra que, en total, está recibiendo su edición crítica con el proyecto alemán MEGA II[53], que continúa un emprendimiento editorial que había comenzado en la República Democrática Alemana (RDA) antes de la caída del Muro de Berlín y fue retomada unos años atrás y apunta a la publicación de la obra completa de Marx y Engels, en cuatro partes: la obra económica madura de Marx; todo el resto de los textos de Marx y Engels; las cartas entre ellos y con los demás (publicando tanto las enviadas por ellos, como las recibidas escritas por otros); así como también los cuadernos de notas sobre otros autores (que en una proporción inmensa son cuadernos de apuntes sólo de Marx). Por lo demás, cada uno de los tomos publicados de las obras de Marx y Engels posee otro con el aparato crítico de citas y referencias. Se trata, evidentemente, de un proyecto editorial monumental, cuyo estudio es la materia prima de la actual generación de marxólogos y busca dar a luz mucha de la obra marxiana todavía no publicada. Y atención que hablamos de un autor fallecido en 1883 como para destacar lo enormemente prolífico de su obra; su inaudita capacidad creativa.
Un material de investigación valiosísimo que Marcello Musto caracteriza caracterizado por “el charme encantador de lo inconcluso”; porque es un poco así: una obra científica sólo puede tener “cierres” parciales y/o transitorios; ocurre que lo real siempre está en movimiento, tiene, por definición, una dinámica abierta: “todo lo que existe merece perecer” había señalado Hegel y fue más de una vez parafraseado por Marx y Engels.
¿Qué podemos decir acá de esta obra monumental? Basándonos específicamente en El capital, todo el mundo sabe que el primer tomo está dedicado al proceso de producción capitalista, al “secreto oculto” de la misma: la producción del plusvalor. Por su parte, el segundo tomo se dedica al proceso de reproducción, es decir, las metamorfosis del ciclo del capital (industrial, dinerario y mercantil), y a los “esquemas de reproducción” del capital (reproducción simple y ampliada); y, el tercer tomo, a abordar el capital en su conjunto (ganancia y tasa de ganancia), la renta de la tierra y la teoría de las crisis: la ley tendencial a la baja de la tasa de ganancia.
La obra total es una crítica a la producción capitalista: las leyes que rigen específicamente este modo de producción. De esta rica totalidad queremos destacar en este ensayo algunos aspectos de sólo 3 “subteorías”: la teoría del valor, la teoría de la reproducción y la teoría de las crisis. No podemos hacer más no solamente por la enorme complejidad de cada uno de estos desarrollos, sino porque introducirnos seriamente en la obra económica de Marx, implicaría darle a este ensayo una extensión interminable; tal es el grado de “detalles” y determinaciones de cada parte de El capital.
La teoría del valor, colocada en el primer capítulo del primero tomo de El capital, siempre ha sido considerada la parte más dificultosa, la más “filosófica” de la obra: “Los comienzos son siempre difíciles, y eso rige para todas las ciencias[54]. La comprensión del primer capítulo, y en especial de la parte dedicada al análisis de la mercancía, presentará por tanto la dificultad mayor” alertaba Marx en el prólogo a la primera edición (Marx; 1981; 5). En el fondo, su sentido último es simple. La producción capitalista es una producción para el mercado, para el intercambio. Los productos que se producen para el intercambio se llaman mercancías; lo que los distingue de una producción no mediada por el intercambio, para el autoabastecimiento. El intercambio se colocó como un progreso histórico de la humanidad, porque permitió alcanzar un nivel superior de la producción como producción social. La constitución del mercado nacional y mundial posibilitó así el desarrollo de “una densa red económico-social”: consagrar la economía como una totalidad social donde cada producción unilateral se puede intercambiar en el mercado con otras producciones unilaterales para satisfacer las necesidades de conjunto, multilaterales: “La división social del trabajo hace que el trabajo de tal poseedor [Marx se refiere al productor de una mercancía determinada, R.S.] sea tan unilateral como multilateral sus necesidades” (Marx; 1981; 129).
Uno de los problemas que debían ser investigados, es qué había de común en las mercancías. Marx planteó el doble carácter de las mercancías como valores de uso y valores de cambio (en realidad, valores de uso y valores, porque el valor de cambio no es más que la expresión dineraria del valor en los intercambios)[55]. El valor de uso es la utilidad material del bien: ningún bien puede ser mercancía sino satisface una necesidad, debe ser un objeto útil. Pero, simultáneamente, cada valor de uso no es más que un portador del valor de cambio, es decir, de una suma de trabajo a partir de la cual esa mercancía puede ser intercambiada por otras. ¿Qué es lo común en todas las mercancías? Ser subproducto del trabajo humano; portadoras de una determinada cantidad de trabajo humano incorporado en ellas: “Ahora bien, si ponemos a un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías, únicamente les restará una propiedad: la de ser productos del trabajo” (Marx; 1981; 46)[56].
Agreguemos, de paso, que este enfocarse en el trabajo, el tomar esta relación social como fundante de la sociedad, la relación hombre/naturaleza para la producción y reproducción de la vida humana, fue una revolución teórica que se comenzó a procesar en Marx a partir de sus Manuscritos de París de 1844 y que alcanza en El capital, su más alta expresión: “Como creador de valores de uso, como trabajo útil, pues, el trabajo es, independientemente de todas las formaciones sociales, condición de la existencia humana, necesidad natural y eterna de mediar el metabolismo que se da entre el hombre y la naturaleza, y, por consiguiente, de mediar la vida humana” (Marx; 1981; 53). Colocado sobre el contraste idealista del entorno inicial de Marx, el haber descubierto en el trabajo la relación social fundamente, es un avance colosal; avance sólo explicable a partir de la concepción materialista de la historia; de entender que sin el metabolismo humano con la naturaleza, no puede haber ninguna otra relación orgánica ni social; lo que contrasta con el entorno “esotérico” desde el cual Marx y Engels partían, el menos en lo que tiene que ver con las explicaciones puramente “políticas” o religiosas de la vida social[57]. Cuando uno se “pellizca” y reflexiona sobre el foco colocado por Marx en el trabajo humano, se aprecia la materialidad de su abordaje; la profundidad de una comprensión que tienen al trabajo como relación social fundante de la existencia humana; lo que no niega, al mismo tiempo, que con el desarrollo de las fuerzas productivas, el carácter de dicho trabajo pueda modificarse hasta hacerse irreconocible: Marx habló de manera brillante en los Grundrisse de cómo, con la automatización, el trabajo, que aparece en el capitalismo subordinado a la producción, comienza, puede colocarse, “al lado de ella” como vigilador y dominador del proceso mismo productivo munido de la ciencia y la tecnología; el “mecanismo automático”: la generación de una energía que no depende ya del trabajo humano hasta independizar el trabajo mismo de toda lógica de subordinación, de explotación; al independizar la medida de la riqueza, del valor mismo: una riqueza todavía fundada en el sudor humano que es característica del capitalismo, que es, ni que decirlo, una economía todavía de valor: de explotación del trabajo ajeno. Un trabajo que, en esta instancia del desarrollo social, el comunismo, dejaría de ser propiamente un trabajo, aunque de una u otra manera siempre se deba asegurar la relación del hombre con la naturaleza como relación metabólica fundamental; sea llevada adelante ahora por la ciencia y la tecnología[58].
Volviendo al trabajo bajo el capitalismo, este trabajo, que siempre es un trabajo social, una medida de trabajo social, es la sustancia del valor. Y se expresa en los intercambios como valor de cambio. El “misterio” aquí es como se “ecualizan” esos intercambios: ¿que “ley de proporciones” se establece en el mercado? Porque no se puede intercambiar un “hipopótamo” (por así decirlo) con una hormiga; esto estaría por fuera de cualquier proporción (esta claro que ninguno de estos dos animales son subproducto del trabajo humano, aunque quizás, si fueron criados en cautiverio, tengan una parte del mismo incorporado en ellos; los colocamos sólo a los efectos de un ejemplo simple y claro). Y la ley que establece esas proporciones, una ley fundada en la práctica de los cientos de miles y millones de intercambios, es, precisamente, la ley del valor: la ley del intercambio igual de las mercancías con base al trabajo incorporado en las mismas; la magnitud del valor en la acepción de Marx. “Una de las consecuencias de la aparición y de la generalización progresivas de la producción de mercancías, es que el mismo trabajo empieza a convertirse en algo regular, medido, deja de estar en sintonía con el ritmo de la naturaleza y el ritmo fisiológico del hombre (…) En otros términos: cuanto más se generaliza la producción de mercancías, tanto más se regulariza el trabajo y la organización de la sociedad se concentra alrededor de una contabilidad fundada en el trabajo” (Ernest Mandel, Iniciación a la economía marxista). La ley del valor se establece, así, como una “ley social de la contabilidad” del trabajo humano[59].
Para llegar a este resultado y, a la vez, dar cuenta de cómo operaba el mecanismo de explotación del trabajo, Marx tuvo que descubrir la diferencia entre el trabajo como actividad útil y la fuerza de trabajo como mercancía. Es que el trabajo no es más que el atributo del valor de uso de la mercancía fuerza de trabajo. Pero el valor de la fuerza de trabajo no es todo el trabajo rendido en la jornada de trabajo, sino solamente aquello que el trabajador necesita para reproducirse (él y su familia), para volver al otro día a trabajar: “(…) para extraer valor del consumo de una mercancía nuestro poseedor de dinero tendría que ser tan afortunado como para descubrir dentro de la esfera de la circulación, en el mercado, una mercancía cuyo valor de uso poseyera la peculiar propiedad de ser fuente de valor; cuyo consumo efectivo mismo, pues, fuera objetivación de trabajo, y por tanto creación de valor. Y el poseedor de dinero encuentra en el mercado esa mercancía específica: la capacidad de trabajo o fuerza de trabajo” (Marx; 1981; 203).
Esta diferencia entre el trabajo y la fuerza de trabajo, el que sólo la fuerza de trabajo sea mercancía, el descubrimiento de la diferencia entre el valor y el plusvalor, el descubrimiento del plusvalor mismo, es lo que Marx reivindicaría como su aportación específica en este terreno (“yo sólo descubrí la plusvalía” le diría en una carta a Engels): el dar cuenta del mecanismo específico de la explotación del trabajo bajo el capitalismo.
Pero antes de pasar al próximo tomo, debemos decir algo del dinero. Es que el valor de cambio es la expresión dineraria del valor: el valor que se expresa en dinero para los intercambios. La producción es una producción social para el mercado. Pero para que el mercado “funcione” como intermediador general de las mercancías, debe superar la etapa rústica del trueque: debe aparecer una mercancía cuyo valor de uso sea servir de manera universal para los intercambios. Y esa mercancía es el dinero, la moneda, una moneda en metálico cuyo valor de uso será tanto para la ornamentación (el oro, la plata), o, precisamente, como estamos diciendo aquí, deje de lado ese valor de uso y adquiera el valor de uso de ser mediadora general de los intercambios. La teoría del dinero se va haciendo cada vez más compleja porque, posteriormente, se deja de lado el dinero que tiene un trabajo humano realmente incorporado, como el oro y la plata, y se coloca en su lugar lo que se llama la “moneda fiduciaria” que, en realidad, representa sólo simbólicamente el valor de las mercancías, porque es dinero papel; no tiene casi valor, o, más bien, su valor no tiene nada que ver con la expresión simbólica de la misma estampada en el papel.
Sin embargo, lo anterior nos llevaría demasiado lejos en lo que son nuestros objetivos aquí, mucho más limitados. Porque lo que nos interesa en este ensayo, en todo caso, es dar cuenta en términos generales de la operación de la ley del valor; y la ley del valor no puede operar sin el valor de cambio que es, precisamente, la expresión del valor en los intercambios y su soporte: el dinero. Otro desdoblamiento aquí en el que no vamos a entrar, es cómo se traducen los valores en precios, cuestión abordada en el tomo III de El capital. Es que si el valor es el trabajo social medio incorporado en la producción, los precios se fijan en el mercado en función de la oferta y la demanda. Esto no quiere decir que se encuentren completamente independizados del valor real de las mercancías; pero el mercado puede fijar los precios por encima o por debajo del valor incorporado en las mercancías, lo que requiere toda una teoría específica para entender cómo funciona esto.
En todo caso, la teoría del dinero, el “mediador universal de los intercambios”, hace parte también del tomo I de El capital; y hace parte de la ley del valor en la parte que tiene que ver con el lugar del valor de cambio en la misma; con la expresión dineraria del valor, como ya hemos señalado. Todos aspectos que, como estamos viendo, requeriría un desarrollo ulterior que no podemos hacer aquí y que ha dado lugar a controversias varias en el seno del marxismo, que, en todo caso, tienen más que ver con entrar ya en materia de la teoría económica específicamente, cuestión que no es interés en este trabajo en ese grado de detalle.
Pasemos, ahora sí, al tomo II de El capital. Este tomo conecta la producción con la realización del plusvalor en la circulación; la producción social con la reproducción para crear las condiciones para que el mecanismo de la producción en general se reinicie luego de cada ciclo de su desarrollo. Por cada ciclo de desarrollo se entiende, la producción y reproducción económica en total: la creación de las condiciones para que una vez terminado un ciclo de la producción, la fuerza de trabajo, las materias primas y los medios de producción, estén listos para comenzar el proceso productivo nuevamente. Pero ocurre que el trabajo contenido en las mercancías, el valor y plusvalor, solamente pueden realizarse en la compra-venta; sólo cuando el capitalista vende la mercancía y obtiene por ella una suma de dinero, termina por “capturar” el plusvalor: el trabajo no pagado del trabajador, la motivación específica del modo de producción capitalista. Lo que configura otro desenvolvimiento del análisis, porque contra lo que pragmáticamente pudiera creerse, el modo de producción capitalista no tiene por motivación específica la satisfacción de las necesidades, sino acumular ganancias sobre ganancias; algo que tiene que hacer produciendo valores de uso, porque sino ya estaríamos por fuera de la economía: en un mundo de irracionalidad completa (lo que no tiene un carácter útil, lo que no es valor de uso, no puede tener valor, no puede ser mercancía[60]); sólo en el comunismo la producción se llevará a cabo directamente para la satisfacción de las necesidades humanas, lo que tampoco quiere decir “una producción por la producción misma” como normalmente se cree, porque dicha producción, en sí misma, podría colocarse de espaldas a las necesidades de la sociedad, como se comprobó en las experiencias no capitalistas fallidas del siglo pasado (y de las cuales la generalidad de las corrientes de la izquierda no tienen balance alguno). La producción no puede realizarse, solamente, con el objetivo de la producción misma (una idea distorsionada de la cual podría ser la planificación burocrática): para superar el horizonte de la explotación del trabajo, la producción debe ser colocada al servicio de la satisfacción de las necesidades humanas (amen de cuidar también, lo más posible, una sana reproducción de la naturaleza: la naturaleza humanizada; la humanidad naturalizada).
En fin, la realización de la producción en la circulación, conforma un complejo mecanismo de reproducción económico-social, que es precisamente lo que estudia el tomo II (del cual dejaremos de lado su primera parte, que se refiere a las metamorfosis del capital dinero, productivo y mercantil): lo que acabamos de identificar como el ciclo de la producción capitalista, y que ha dado lugar a todo un debate en relación a los ciclos de la producción capitalista, que no trataremos aquí[61].
Esa realización del plusvalor no es tan simple. La economía se divide, básicamente, en dos ramas: la rama I de los medios de producción, y la rama II de los medios de consumo: los dos sectores de la producción social, cuyas relaciones se complican, por otra parte, porque la reproducción puede ser simple, es decir, manteniendo la producción sobre la misma base anterior, o, ampliada, multiplicando la base de la producción (y, por tanto, la producción misma).
Se supone que el capitalista divide sus ingresos en dos: una parte va a sus propios medios de consumo, y otra a la acumulación de capital: la base “física” de la producción (lo mismo da si se trata de inversiones físicas o en cualquier “soporte” de inversión productiva), que al ser ampliada por su base (sea en máquinas, plantas, computadoras o lo que sea), le permitirá la extracción de mayores porciones de plusvalor; la incorporación a su ámbito de explotación de una mayor cantidad de trabajadores: una reproducción ampliada del capital. Los ingresos que obtiene el trabajador son a los meros efectos del consumo. Un consumo, en su caso, productivo, porque reproduce la fuerza de trabajo, algo diferente al consumo del capitalista, cuyo consumo es improductivo porque no es productor de valor ni plusvalor. En toda una vida, el trabajador puede acumular muy poco, porque no obtiene ninguna porción de plusvalor: ni acumular ni, por tanto, dejar una herencia real.
La producción y el retorno de la misma a partir de la circulación, la división del valor y el plusvalor, y cómo esto se aplica al consumo de cada clase social y a la inversión, toda la complejidad de estos desarrollos, es lo que está contenido en el segundo tomo de El capital. Complejidad que ha dado lugar a variadas discusiones en el seno del marxismo porque estos intercambios, esta reproducción, no se procesan sin crisis: sin desproporciones entre ramas económicas, entre la producción y la circulación. De ahí que Rosa Luxemburgo haya visto la crisis del capitalismo en sus dificultades para la realización del plusvalor, en que todo ese plusvalor no pudiera realizarse sobre la base estrecha de la explotación del trabajo, razón por la cual colocaba ese “plusproducto” por así decirlo, para ser realizado necesariamente, fuera del mercado capitalista: en las regiones del mundo todavía no capitalistas.
En realidad, y como planteara clásicamente Lenin, el enfoque de Rosa era equivocado. Diversos mecanismos existen dentro del mercado capitalista que permiten realizar todo el capital. Eso no quita que estas contradicciones entrañen, claro está, crisis permanentes: crisis que pueden deberse a los “desajustes” entre la oferta y la demanda; también a desproporciones entre ramas económicas; aunque estos factores no dejan de ser factores derivados de lo principal: la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, que Marx colocó en el tomo III y que veremos más abajo: “Decir que las crisis provienen de la falta de un consumo en condiciones de pagar, de la carencia de consumidores solventes, es incurrir en una tautología cabal (…) Pero si se quiere dar a esta tautología una apariencia de fundamentación profunda diciendo que la clase obrera recibe una parte demasiado exigua de su propio producto, y que por ende el mal se remediaría no bien recibiera aquélla una fracción mayor de dicho producto, no bien aumentara su salario, pues, bastará con observar que invariablemente las crisis son preparadas por un período en que el salario sube de manera general y la clase obrera obtiene realiter [realmente] una proporción mayor de la parte del producto anual destinada al consumo. Desde el punto de vista de estos caballeros del ‘sencillo’ sentido común, esos períodos, a la inversa, deberían conjurar la crisis. Parece, pues, que la producción capitalista implica condiciones que no dependen de la buena o mala voluntad, condiciones que sólo toleran momentáneamente esa prosperidad relativa de la clase obrera, y siempre en calidad de ave de las tormentas, anunciadora de la crisis” (Marx; 1982; 501/2).
En definitiva: la circulación entraña crisis periódicas, pero no es la sede esencial de las mismas. Si toda crisis expresa, empíricamente, problemas de realización, es decir, de demanda, de cualquier manera, la base de las mismas está en la producción.
El tercer tomo se dedica entonces (entre otros tópicos, como el problema de la renta de la tierra y la ya señalada transformación de los valores en precios), a la teoría de las crisis. Esta teoría se apoya en las definiciones contenidas en el tomo I: la teoría del valor. Ocurre que el capitalismo es un sistema de extracción de plusvalor: esa es su motivación específica, como ya hemos dicho. Pero el aumento de las fuerzas productivas del trabajo social, el crecimiento de la composición orgánica del capital –el trabajo muerto en proporción al trabajo vivo-, hacen que conforme avanza la producción capitalista, conforme avanza la automatización del trabajo, el mejor aprovechamiento de las fuerzas naturales del trabajo, la base de valor de la producción disminuye.
A medida que avanza la producción capitalista, la proporción entre el valor y plusvalor se inclina de la primera a la segunda por el aumento de la productividad del trabajo: el abaratamiento tendencial de los medios de consumo que constituyen el valor de la fuerza de trabajo. Pero en razón de que la base de valor global de la economía tiende a disminuir debido al aumento de las fuerzas productivas del trabajo, debido a la sustitución del trabajo humano por la ciencia y la tecnología (una potencialidad humana que apunta históricamente a quitar la base de “sudor” de la economía, como también hemos señalado), el plusvalor disminuye[62].
Y así se generan las crisis capitalistas: “Pero se ha revelado como una ley del modo capitalista de producción que, con su desarrollo, se opera una disminución relativa del capital variable en relación con el capital constante, y de ese modo en relación con el capital global puesto en movimiento. Esto solo significa que el mismo número de obreros, la misma cantidad de fuerza de trabajo tornada disponible por un capital variable de volumen de valor dado, pone en movimiento, elabora, consume productivamente, como consecuencia de los métodos de producción peculiares que se desarrollan dentro de la producción capitalista, una masa constantemente creciente de medios de trabajo, maquinaria y capital fijo de toda índole, materias primas y auxiliares, en el mismo lapso, y por consiguiente también un capital constante de volumen de valor en permanente crecimiento. Esa progresiva disminución del capital variable en proporción con el constante, y por ende del capital global, es idéntica a la composición orgánica progresivamente más alta del capital social en su promedio. Asimismo, es sólo otra expresión del desarrollo progresivo de la fuerza productiva social del trabajo, la cual se revela precisamente en que, mediante el creciente empleo de maquinaria y de capital fijo en general, el mismo número de obreros transforma en productos mayor cantidad de materias primas y auxiliares en el mismo tiempo, es decir, con menos trabajo.
“A ese creciente volumen de valor del capital constante –aunque sólo representa remotamente el crecimiento de la cantidad real de los valores de uso que en lo material componen el capital constante- corresponde un creciente abaratamiento del producto. Cada producto individual considerado de por sí, contiene una suma de trabajo menor que en los estadios inferiores de la producción, en los cuales el capital desembolsado en trabajo se halla en proporción incomparablemente mayor con respecto al capital desembolsado en medios de producción. Por lo tanto, la serie hipotéticamente formulada al principio [unos ejercicios numéricos en los cuales Marx muestra la caída tendencial de la tasa de ganancia, R.S.] expresa la tendencia real de la producción capitalista. Con la progresiva disminución relativa del capital variable con respecto al capital constante, la producción capitalista genera una composición orgánica crecientemente más alta del capital global, cuya consecuencia directa es que la tasa del plusvalor, manteniéndose constante el grado de explotación del trabajo e inclusive si éste aumenta, se expresa en una tasa general de ganancia constantemente decreciente. (Más adelante se verá por qué este descenso se pone de manifiesto en una forma absoluta, sino más bien en una tendencia hacia la baja progresiva.) La tendencia progresiva de la tasa general de ganancia a la baja solo es, por tanto, una expresión, peculiar al modo capitalista de producción, al desarrollo progresivo, de la fuerza productiva social del trabajo” (Marx; 1980; 271).
Marx habla de una “ley tendencial a la crisis” como para dar cuenta que el sistema está preñado de una crisis estructural. Pero no existe ninguna ley férrea al derrumbe económico, porque simultáneamente operan causas contrarestantes que mediatizan la crisis. Aunque dichas causas no anulan la operación de la ley tendencial, el gran economista marxista germano-polaco del siglo pasado, Henryk Grossmann, subrayaba ya como las crisis recurrentes eran simultáneamente el medio por el cual el capitalismo desplazaba su “crisis general”: crisis recurrentes que, destruyendo los capitales sobrantes, abaratando los precios de las materias primas y la fuerzas de trabajo, reconstituyendo el ejército industrial de trabajo, conquistando nuevos mercados para la valorización del capital, para la mercantilización de los productos, permiten contrarrestar la operación de la ley tendencial[63]. Aunque atención: si la tendencia a la crisis es ley tendencial a la misma (es decir, una ley, una regularidad concreta del sistema), no existe nada como parecido una “ley contrarrestante de la crisis”, sólo causas variables contrarrestantes (como agudamente señalara Bensaïd en La discordancia de los tiempos, una obra con señalamientos metodológicos útiles para entender la obra económica de Marx).
En suma: lo que hay es una tendencia a crisis recurrentes, históricamente cada vez más graves, que abren la oportunidad para que la clase obrera “tome el cielo por asalto” y pueda dar su salida. La alternativa histórica, documentada por toda la experiencia del siglo veinte, y multiplicada hoy por crisis como la ecológica, es el socialismo o la barbarie: “Quizás la obra ‘catastrofista’ más valiosa en materia económica sea la de Grossmann. Si se dejan de lado los elementos mecánicos de su análisis, queda un extraordinario estudio de la lógica de la acumulación en el capitalismo, que identifica la tendencia a la crisis creciente del sistema. Grossmann demuestra que el sistema no tiene una lógica puramente “cíclica”, una suerte de eterno retorno de lo mismo (alzas y bajas regulares y simétricas sin tendencias evolutivas o involutivas de ningún tipo), sino que esta pautado estructuralmente por una dinámica a crisis históricamente crecientes, que hacen al fundamento material de nuestra pelea por el socialismo” (“Un aroma socialdemocratizante”, Roberto Sáenz).
En total, El capital, y el conjunto de la obra económica de Marx, constituye los fundamentos materiales, la crítica material del capitalismo; las bases materiales que recrean, una y otra vez, las condiciones para la lucha. Y no por razones ideales, sino bien materiales: el capitalismo no puede concebirse sin la crisis que late en sus entrañas.