Roberto Sáenz
De la crítica de la economía pasemos a la crítica del Estado, la política y la propiedad. Marx desarrolló una crítica profunda de estas instancias remontándose históricamente a las primeras experiencias de organización colectivas. Si su “obra política” no fue tan sistemática como la crítica económica, si se encuentra dispersa en infinidad de textos, aporta de todos modos enormes enseñanzas. Hal Draper llevó a delante una monumental obra de sistematización del “Marx político”; obra que constituye una aportación real para entender la teoría política de Marx. Draper hizo esto bajo la siguiente divisa: si la ley del valor es la clave explicativa de la teoría económica de Marx, la auto-emancipación del proletariado es su clave política.
El abordaje de Marx sobre el Estado propone su emergencia histórica como subproducto de la aparición del sobre-producto social. Al elevarse la sociedad por encima de la mera subsistencia, al aparecer el excedente, surge un “cuerpo especial” que se encarga de administrarlo. Y, junto con ello, hace su aparición el Estado (“el comunismo primitivo” remite al período previo de sociedades sin excedente y sin Estado). Pero el Estado no es una mera excresencia, algo puramente parasitario: cumple una función social. Es decir: toma a su cargo, no importa cuan unilateralmente (es decir, desde un punto de vista de clase), los asuntos colectivos de la sociedad en ese estadio social determinado –el de las sociedades de clase; estadios sociales de desarrollo (despotismo oriental, antigüedad clásica, Edad Media y capitalismo) que configuran la “prehistoria” de la humanidad. Un estadio histórico en el cual todavía nos hallamos: no es todavía la humanidad, como tal, la que ha tomado los asuntos, las tareas sociales colectivas, en sus manos[64].
Se tiene así una evaluación histórica donde, por regla general, aunque no siempre, el Estado es el de la clase económicamente dominante, un aparato que toma a su cargo los intereses colectivos de dicha clase dominante y que, simultáneamente, cumple determinadas funciones sociales: un Estado de clase que se basa en determinadas relaciones materiales de explotación.
Ahora bien, históricamente las relaciones entre economía y Estado han admitido todo tipo de variaciones: nunca ha sido mecánicas. Una clase que se hace económicamente dominante puede que no vea consagrada todavía su dominación política, de ahí la irrupción de una era de revoluciones burguesas entre los siglos XVII y XVIII. Y, viceversa: una “clase política” o burocracia puede ser la dominante a nivel del Estado, aunque no lo sea en la esfera económica. Es el caso del Estado absolutista como mediador entre la decadencia de la aristocracia y el ascenso de la burguesía. Además, la tajante separación entre Estado y economía que ocurre bajo el capitalismo (y que han “formateado” nuestra concepción clásica del Estado), no ha sido la característica dominante históricamente, donde Estado y economía han aparecido, en gran medida, fusionadas (como ha sido el caso del despotismo oriental y también lo es, necesariamente, en la transición socialista): “La relación tributaria –a diferencia de la relación esclavista, la relación servil y el trabajo asalariado- es difícilmente concebible excepto como una relación entre los productores directos por un lado y un poder político dominante por el otro. En el caso de las tres primeras, la relación de explotación aparece como una relación entre dos clases de la sociedad civil, entre la clase de los productores y la clase de los propietarios privados. En estos casos, el Estado normalmente aparece como el instrumento o el guardián de la clase económicamente dominante: la clase propietaria. Pero en la relación tributaria, la relación de explotación se establece entre los productores y el Estado como tal, directamente. Puesto de otra manera: en el caso de los otros tres modos de explotación, la explotación económica y la dominación política están relacionados de alguna manera; pero en el modo tributario están fusionadas en las mismas manos” (Draper; 1977; 553)[65].
En definitiva: la teoría del Estado admite una complejidad que desde el marxismo se ha abordado muchas veces de manera mecánica y que Marx aporta elementos para dilucidar de una manera más rica, más compleja (“(…) Marx va siempre a guardar una sensibilidad muy fuerte en la puesta en evidencia (y la explicación de las diferencias) entre las formas políticas pre-capitalistas y el Estado moderno” –Antonine Artous, Naturaleza y forma del Estado capitalista); lo que, señalamos de paso, incluye la crítica al anarquismo, que simplemente afirma la abolición del Estado al otro día de la revolución y no comprende toda la complejidad de la transición socialista: “(…) por más poses que se asuman, por más que se quieran los fines ‘aquí y ahora’ (‘al anarquismo no le gusta esperar’ decía agudamente Preobrajensky), el pasaje al socialismo seguirá siendo un proceso que no puede ser declarado sin más; la disolución del Estado es lo opuesto a un acto de mera voluntad; tareas que comprenderán toda una experiencia histórica de transición entre la sociedad de clases de hoy y el futuro comunista sin ellas” (“Marxismo, anarquismo y transición al socialismo”, Roberto Sáenz).
Si del Estado vamos a la política, ocurre una situación análoga: la política es la instancia de la generalización de los intereses de clase, una instancia que aparece como una forma separada, como el ejercicio práctico de un sector especial de la sociedad (la antigüedad griega como el modelo clásico) y que, históricamente, como subproducto de la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas productivas, debe tender a –hay que luchar por- reabsorberse en el cuerpo social, un proceso que es el que caracteriza la transición socialista.
La crítica marxista del Estado y la política, es una crítica a esa escisión: la búsqueda de la disolución de todo Estado y la absorción por la sociedad de la política, “que hasta la última cocinera aprenda a manejar los asuntos del Estado” (Lenin).
Y es aquí, precisamente, donde se coloca la autoemancipación del proletariado. El proletariado es la clase universal: emancipándose, emancipa al resto de los oprimidos de la sociedad. Pero esta emancipación no puede ser cumplida por alguien en nombre de la misma clase (este es el núcleo de la crítica de Marx a los socialistas utópicos). No existe emancipación, en el sentido socialista del término, que no sea auto-emancipación. No hay sustitución posible para esta tarea: “Sólo el proletariado actual, que está completamente cortado de toda autoactividad, está en posición de alcanzar una autoactividad completa y sin restricciones, que consiste en apropiarse de la totalidad de las fuerzas productivas y en el desarrollo de la totalidad de las capacidades que esto supone” (Marx, La Ideología Alemana, citado en Draper; 1978; 25). Autoactividad que supone el carácter imprescindible del partido revolucionario como un elemento interno al desarrollo político de la propia clase, agregamos nosotros[66].
La teoría política de Marx conducente a la autoemancipación de la clase obrera, es una de sus más grandes aportaciones: una aportación que se perdió totalmente de vista por los avatares del siglo pasado. La paradoja del caso es que la Revolución Rusa y los bolcheviques, fue la más alta experiencia política de la clase obrera. Pero con la burocratización de la revolución, y las revoluciones anticapitalistas de la segunda posguerra lisa y llanamente sin protagonismo obrero, está perspectiva quedó totalmente de lado. Recuperar la crítica marxista del Estado y la política conduce a restablecer la teoría de la política marxista como teoría de la autoemancipación de la clase obrera. Una perspectiva que supone, insistimos, el partido revolucionario como un instrumento imprescindible para la elevación de la clase obrera a clase política.
Porque la autoemancipación es un proceso simultáneo de emancipación político y social; ni uno ni otro términos pueden ser negados. Es que lo político sin lo social es superficial, y lo social sin lo político, no tiene vehículo real, relaciones que, a la par, no son simples ni mecánicas[67].
Las enseñanzas del último siglo son inescapables en este sentido; enseñanzas que indican que la revolución socialista supone que la clase obrera, como clase, se hace realmente del poder; lo que deja enseñanzas en el sentido opuesto a la tradición del trotskismo en la segunda posguerra, cuando se pensaba que alcanzaba con que la propiedad sea estatizada para que el Estado sea “obrero”: Estado obrero y transición al socialismo, dictadura proletaria y transición al socialismo, deben ser conceptos sinónimos: la clave de la transición socialista es el poder. Porque sin la política, sin el poder político, en esta instancia del desarrollo social, no hay auto emancipación, ni transición al socialismo. Y autoemancipación, transición al socialismo, es que cada vez más capas del proletariado ejerzan realmente el poder.
Del Estado y la política debemos pasar a la crítica de la propiedad. Ya hemos dicho que Marx era un amplio conocedor del derecho. En textos como la carta a Annenkov, 1847, por ejemplo, dejó anotados valiosos señalamientos generales en el sentido que las relaciones jurídicas son relaciones derivadas: consagran relaciones materiales de hecho en la producción. “(…) La propiedad constituye la última categoría en el sistema del señor Proudhom [Marx dice “última categoría” en el sentido de la categoría principal, R.S.[. En el mundo real, por el contrario, la división del trabajo y de todas las demás categorías del señor Proudhon son relaciones sociales cuyo conjunto forma lo que se llama actualmente la propiedad; fuera de esas relaciones, la propiedad burguesa no es más que una ilusión metafísica o jurídica. La propiedad de otra época, la propiedad feudal, se desarrolla en una serie de relaciones sociales absolutamente distintas. El señor Proudhon, al establecer la propiedad como una relación independiente, comete más de un error de método; prueba claramente que no ha captado el nexo que enlaza todas las formas de la producción burguesa, que no ha comprendido el carácter histórico transitorio de las formas de producción en una época determinada. El señor Proudhon, que no ve en nuestras instituciones sociales productos históricos, que no comprende ni su origen ni su desarrollo, no puede hacer de todo ello más que una crítica dogmática” (Marx a Annenkov, Bruselas, 28 de diciembre de 1946).
Este abordaje no tiene ningún interés en desconsiderar al ámbito jurídico. Sí comprender que cuando se habla de una determinada relación de propiedad, siempre hay que mirar detrás de la misma: qué relaciones sociales reales esconde. Esto lo señalamos porque es conocida la posición de nuestra corriente en el sentido que cuando se habla de propiedad estatizada en una sociedad no capitalista, no se está diciendo mucha cosa de qué se trata. Si lo que se quiere señalar es que los capitalistas han sido expropiados, muy bien. Pero habitualmente en el movimiento trotskista se ha tendido a interpretar la propiedad estatizada como una propiedad real de los trabajadores, lo que es falso. Las categorías de Marx acerca de la propiedad, la apropiación real, la posesión, etcétera, son centrales para entender que se trata de correr el velo detrás de las formas de propiedad; que solamente en el capitalismo la propiedad ha sido una categoría absoluta. “En los pueblos surgidos de la Edad Media, la propiedad tribal se desarrolla pasando por varias etapas –propiedad feudal de la tierra, propiedad mobiliaria corporativa, capital manufacturero- hasta llegar al capital moderno, condicionado por la gran industria y la competencia universal, a la propiedad privada pura, que se ha despojado ya de toda apariencia de comunidad (Gemeinwesen) y ha eliminado toda influencia del Estado sobre el desarrollo de la propiedad. A esta propiedad privada moderna corresponde el Estado moderno (…) Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia propia junto a la sociedad civil y al margen de ella (…) Como el Estado es la forma bajo la que los individuos de la clase dominante hacen valer sus intereses comunes y en la que se condensa toda la sociedad civil de la época, se sigue de ahí que todas las instituciones comunes se objetivan a través del Estado y adquieren a través de él su forma política. De ahí la ilusión de que la ley se basa en la voluntad y, además, en la voluntad desgajada de su base real, en la voluntad libre. Y, del mismo modo, se reduce el derecho, a su vez, a la ley (…) El derecho privado proclama las relaciones de propiedad existentes como el resultado de la voluntad general. El mismo jus utendi et abutendi [derecho de usar y abusar, disponer de la cosa al libre arbitrio de uno, R.S.] expresa, de una parte, el hecho de que la propiedad privada ya no depende en absoluto de la comunidad y, de otra parte, la ilusión de que la misma propiedad privada descansa sobre la mera voluntad privada, como el derecho a disponer arbitrariamente de la cosa (…) Esta ilusión jurídica, que reduce el derecho a la mera voluntad, conduce, necesariamente, en el desarrollo ulterior de las relaciones de propiedad, a que una persona puede tener un derecho jurídico a una cosa sin llegar a poseerla realmente” (Marx y Engels; 2010; 102/103/104/105). Apreciaciones que deben ser tomadas en cuenta para entender el problema del derecho y la propiedad en la transición socialista, un proceso donde la propiedad, al estar mediada por el Estado, no tiene ni puede tener ese carácter de la propiedad absoluta capitalista: la clave es en manos de qué clase social está realmente el Estado[68].
La crítica del Estado, la política y la propiedad son otros tantos terrenos donde la aportación de Marx, aun fragmentaria, es inmensa. Y en donde debemos profundizar nuestra investigación a partir de la experiencia histórica del siglo pasado, apoyándonos también en la elaboración de nuestros fundadores.