Roberto Sáenz
Ilustración: «La Gran Torre de Kiev» (1924), por Wassily Kandinsky.
Pocos acontecimientos de los últimos años han sido un rompecabezas tan complejo desde el punto de vista del análisis y político que la actual guerra en Ucrania. Su complejidad salta a la vista no solamente por la originalidad del fenómeno sino, a la vez, porque dicho conflicto expresa varias caras y obliga a poner las barbas en remojo respecto de conjunto de definiciones que, quizás, no habían sido puestas a prueba anteriormente [1].
- Dos conflictos en uno
Dicha caracterización y definiciones dimanan del carácter mismo del conflicto ucraniano, que son dos conflictos en uno –dos conflictos superpuestos-. Por un lado, está muy claro que estamos asistiendo a la invasión de Ucrania por parte de Putin, lo que configura un avasallamiento de sus derechos a la autodeterminación nacional. Todos hemos escuchado hablar a Putin y dibujar un escenario donde una Ucrania independiente no tiene derecho a la existencia, esto como justificación para su invasión (el país de los “pequeños rusos” –así se llama habitualmente a Ucrania- sería un “invento de Lenin”, según sus palabras).
Desde este punto de vista, y aun a pesar de las inmensas contradicciones que existen –Ucrania ha sido siempre un rompecabezas difícil de armar-la resistencia ucraniana libra una guerra justa contra el invasor. Una resistencia que debemos defender aún si no se trata de darle ni un gramo de apoyo político a su conducción pro-capitalista y pro-imperialismo tradicional (el pedido del ingreso de Ucrania a la UE y a la OTAN es el programa de Zelensky [2]).
Sin embargo, y en segundo lugar, no puede soslayarse que el conflicto ucraniano está en gran medida sobredeterminado por otro conflicto, mayor, entre potencias imperialistas. Es que ninguno de los actores geopolíticos -Putin, Biden y la OTAN- están jugando en el terreno ucraniano en función de cualquier derecho a la autodeterminación de las masas populares ucranianas, sino en función de áreas de influencia geopolíticas que se decide, en estos momentos, en Ucrania. Es propio de la lógica entre Estados, de la geopolítica, que las cosas se juegan por encima de la gente de a pie; sin importarle ésta un comino. No siempre se comprende que la consigna clásica de Lenin de pasar de la guerra imperialista a la guerra civil buscaba cortar de cuajo esto llevando la guerra al terreno directo de la lucha de clases.
En realidad, en cierto modo la radical novedad de este conflicto está –dicho exageradamente para que se nos entienda- en este segundo punto: no se trata ya de un conflicto proxi donde las potencias dirimen su influencia por intermedio de terceros actores, sino de uno en el cual por primera vez desde el final de la llamada “guerra fría Este-Oeste”, está la posibilidad de un enfrentamiento militar entre potencias imperialistas. Enfrentamiento militar que si de momento no ha estallado –Biden y la OTAN se están cuidando de desatarlo por las consecuencias desbastadoras que tendría [3]– aún así tiene ya los rasgos de un conflicto inter-imperialista en la medida de las medidas de acción y reacción (retaliación –represalia, castigo) por intermedio de las sanciones económicas y políticas a Rusia y el desplazamiento de tropas a los países de la OTAN situados en el Este europeo así como el creciente abastecimiento militar desde Occidente a Ucrania misma (algo sin antecedentes cuando se trata de países enfrentados a Rusia [4]).
Ocurre aquí algo paradójico: el “escenario guerrero”, por así decirlo, tiene que ver con la invasión a Ucrania y la resistencia de la misma ante el invasor ruso; una defensa progresiva como hemos señalado cualesquiera sean las contradicciones que efectivamente caracterizan a Ucrania (por ejemplo, la autonomía que el Donbass, región rusohablante, debería tener dentro de Ucrania misma y que le ha sido negada [5]).
Sin embargo, y sin desmerecer ni por un instante este combate contra el invasor ruso, la radical novedad de la coyuntura es que ha puesto en el centro del escenario la posibilidad de un conflicto inter-imperialista –¡e incluso nuclear subproducto de una causa no querida! [6]– como hace décadas no se ve (en realidad, el conflicto Este-Oeste de la posguerra no era propiamente interimperialista porque la ex URSS, aún burocratizada, era un país no capitalista [7]).
Un conflicto este último que, atención, es incluso potencialmente más peligroso porque no tiene pautas claras a diferencia del llamado “conflicto pautado” entre Estados Unidos y la ex Unión Soviética que sucedió a la Segunda Guerra Mundial. Ocurre que en las conferencias internacionales de los Aliados (Roosevelt, Stalin y Churchill) en las ciudades de Yalta y Potsdam, se repartieron –contrarrevolucionariamente- el mundo en áreas de influencia (respetadas por todos los actores). Es conocido como Churchill se presentó ante Stalin con una hoja manuscrita en 1944 o 1945 donde se repartieron en pocos minutos el Este europeo [8].
Mucho de lo que vino después siguió este dibujo. Y de ahí que los partidos comunistas traicionaran abiertamente los procesos revolucionarios y/o revoluciones declaradas en Italia, Francia y Grecia [9], o que los Estados Unidos y la OTAN no movieran un dedo cuando las invasiones rusas para acallar las revoluciones antiburocráticas.
Sin embargo, una radical novedad del conflicto en Ucrania es, precisamente, lo que venimos señalando: las pautas del conflicto no están trazadas. La invasión de Putin muestra, por el contrario, su voluntad de patear el tablero de un cierto “orden internacional” y sobre todo europeo dibujado en los hechos cuando la caída del Muro de Berlín, y que no beneficia a Rusia evidentemente.
- Un conflicto inter-imperialista
Veamos primero los antecedentes del conflicto. Podríamos decir que remiten a dos factores o elementos dominantes. Por un lado, se ha evidenciado la presión que sobre el Este europeo vienen llevando adelante los Estados Unidos y la OTAN [10]. Con la caída del Muro de Berlín y la implosión de la ex URSS, es un dato archiconocido que Gorbachov y George Bush padre pactaron que salvo, Alemania unificada, ningún otro país de la ex cortina de Hierro se sumaría a la OTAN… Sin embargo, pasados los años, prácticamente todos los países que antiguamente integraron el llamado Pacto de Varsovia se han integrado a la OTAN. Es el caso de Polonia, Hungría, Rumana, Bulgaria, e, incluso, los países Bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) -en realidad, anexados directamente a la URSS por Stalin durante la guerra mundial. Hasta donde recordamos, los países de la ex Yugoslavia no integran la OTAN y tampoco lo hacen, hasta el momento, Ucrania, Georgia, Bielorrusia –cuyo gobierno, el burócrata geronte Aleksandr Lukashenko, tiene un férreo acuerdo con Putin- y tampoco los países asiáticos que integraron antiguamente la URSS (Kazajstán, recientemente sometido a una incursión militar rusa, Kirguizistán, Azerbaiyán, etc.).
Es decir: aquí hay que diferenciar dos órdenes distintos de países. El primero vinculado a los países del ex Pacto de Varsovia que pasaron a la esfera “soviética” luego de la Segunda Guerra pero que no integraban la ex URSS propiamente dicha y la segunda serie de países hoy “independientes” (bah, dependientes de Rusia) que sí integraban la URSS y eran parte, por lo demás, directamente, del imperio de los zares: «una cárcel de pueblo” como lo definiera Lenin vueltos a ser encarcelados bajo Stalin [11].
Es bastante evidente que la escalada occidental por sumar a la OTAN a países hoy “independientes” pero que anteriormente formaron parte directa de la URSS no podía menos que significar una “provocación” desde la óptica de Putin y de sus proyectos de puesta en pie de Rusia nuevamente como potencia.
Si esta es una de las tendencias en obra, desde Rusia viene la contra tendencia (y de ahí el choque de intereses que estamos presenciando): la lógica de un imperio en ascensión sobre bases militares y territoriales, donde sobre la base del relato nacionalista –nacional imperialista- del restablecimiento de la “Gran Madre Rusia”, Putin busca volver al escenario geopolítico internacional.
Como se aprecia, se trata de una tendencia contrapuesta a la dinámica de la OTAN: lograr que Ucrania, Georgia, Bielorrusia e incluso otros países de la vieja área de influencia de la Rusia zarista o estalinista, vuelvan como países vasallos bajo el área de influencia de la Rusia de Putin (esto incluye las amenazas a Suecia y Finlandia de que no abandonen su neutralidad más allá que rechazamos que se incorporen a la OTAN, evidentemente).
Por lo demás, tampoco el limitado marco euroasiático alcanza para entender esta cara del conflicto ucraniano. Porque lo que está en juego remite a una dramática crisis hegemónica internacional que es uno de los factores en obra en este capitalismo del siglo veintiuno. Ocurre que junto a problemas originales del nuevo siglo como la crisis ecológica, la crisis pandémica, la crisis económica -solo parcialmente resuelta- del 2008, el retorno de la cuestión nuclear (dato mayor este último sobre el que volveremos), etc., está en obra una fractura geopolítica, de decir, una competencia agudizada por la dominación del mundo y los mercados.
Esta crisis remite, precisamente, a la clásica teoría del imperialismo de Lenin, donde un mundo que ya había sido repartido entre potencias imperialistas bajo viejos términos, busca ser nuevamente repartido –incluyendo aquí las pretensiones de China sobre Taiwán y su despliegue con la nueva ruta de la seda [12]– bajo nuevos términos.
Y como en el límite esto no puede hacerse de manera amigable porque hay intereses contrapuestos, termina haciéndose valer de manera sangrienta, militar, como en el caso ucraniano. El análisis del geógrafo marxista ya fallecido Giovanny Arrighi sobre la ascensión de China como potencia en Adam Smith en Pekín. Origens e fundamentos do século XXI tiene muchos elementos sugerentes pero es de una ingenuidad pasmosa: “El principio central de la doctrina es que China puede evitar, y evitará, el camino de agresión y de expansión seguido por las potencias anteriores en el momento de su ascención (…) ‘China no seguirá el camino de Alemania en la Primera Guerra Mundial, ni de Alemania y de Japón en la Segunda Guerra Mundial, usando la violencia para apropiarse de recursos y buscar la hegemonía mundial (…) Al contrario (…) ‘China busca crecer y avanzar sin perturbar el orden existente”, Boitempo editorial, Sao Paulo, 2008, pp. 299 [13].
Lo que tenemos, entonces, es un retorno del conflicto –eventualmente militar- interimperialista que muchos autores incluso marxistas se habían adelantado –impresionistamente- a pensar que en el mundo de la globalización capitalista estaría “fuera de la escena” (incluso pensadores como Toni Negri y Michael Hard en su obra Imperium habían llegado a teorizar la desaparición misma de los Estados nacionales).
Pero resulta ser que no: el capitalismo no es sólo capitales en competencia sino también un “sistema de Estados” en competencia. Es decir: el imperialismo como estructura expresa precisamente esta combinación de economía y Estados nacionales dominantes donde ambos planos –términos- se refuerzan y crean una jerarquía de naciones. Los Estados imperialistas dominantes y los países semicoloniales o dependientes así como una gama de colores por intermedio con potencias sub-imperialistas regionales y también la existencia de países independientes (como países no capitalistas burocráticos restan hoy Cuba y no muchos más [14]).
Lo que tenemos entonces en Ucrania como trasfondo del conflicto por la autodeterminación nacional visible, es un conflicto –todavía no una guerra toutcourt– entre potencias imperialistas o imperiales (ya volveremos sobre estas definiciones) que configura un cuadro inédito en este siglo veintiuno y que todavía podría escalar muchísimo –cualitativamente- si pasara al plano militar; si sumara China o adquiriera una dimensión nuclear (algo improbable pero no descartable aunque parezca horroroso desde el punto de vista humano [15]).
- La defensa incondicional del derecho a la autodeterminación
Abordemos ahora la pelea por la autodeterminación de Ucrania. Es insoslayable sostenerla –evidentemente- en la medida que no hay nada que justifique la invasión de Ucrania por parte de Putin. Este aspecto del abordaje se combina también con la teoría básica del imperialismo de Lenin en la medida que, junto con el análisis de los conflictos inter-imperialistas por el reparto del mundo, destacaba el deber de los revolucionarios de defender incondicionalmente el derecho de las naciones sometidas a su autodeterminación.
Esta defensa la hacemos en tiempo real exigiendo el retiro inmediato de Ucrania de las tropas rusas independientemente de cualquier otra consideración, de la política pro capitalismo occidental de Zelensky o de lo que se quiera: son las masas ucranianas las que tienen que decidir sobre sus derechos nacionales y no Putin, Biden o la OTAN (decisión en la que nosotros militamos, aunque sea súper complejo, por una Ucrania obrera, popular y campesina, una Ucrania socialista unificada con derecho a la autonomía, lenguaje y cultura de regiones como la del Donbas).
Bajo nuestros ojos, entonces, está desarrollándose una justa lucha de defensa nacional en suelo ucraniano contra el invasor gran ruso proto-imperialista, resistencia que se muestra más firme y heroica de lo que pudiera haberse pensado (los cálculos políticos de Putin están dando todos errados además de haberle vuelto a lavar la cara al imperialismo occidental). Un conflicto nacional legítimo a pesar de todas sus inmensas contradicciones, repetimos, que si tiene como trasfondo macro el enfrentamiento interimperialista, sería un error sectario reducirlo a él (aunque un error simétrico es irse para otro lado viendo la justa lucha nacional en curso por fuera del contexto mayor que otorga el conflicto imperialista [16]).
Aquí podemos remitirnos a la sensibilidad sobre la cuestión del propio Lenin, que en un debate con Rosa Luxemburgo cuya posición era sectaria respecto de la cuestión nacional, señalaba que era un error pretender que todo conflicto nacional sólo podía ser -en la época del imperialismo- un conflicto proxi donde las grandes potencias dirimían sus relaciones de fuerzas relativas sobre el terreno nacional. Señalaba que entre 1910 y 1914 y seguramente luego de la guerra mundial, los conflicto nacionales propiamente dichos volverían con toda fuerza y así fue efectivamente luego de la primera guerra mundial y también de la segunda:
“La historia del siglo XX, siglo del ‘imperialismo desenfrenado’, está llena de guerras coloniales. Pero lo que nosotros, los europeos, opresores imperialistas de la mayoría de los pueblos del mundo, con el repugnante chovinismo europeo que no es peculiar, llamamos ‘guerras coloniales’, son a menudo guerras nacionales o insurrecciones nacionales de estos pueblos oprimidos. Una de las características esenciales del imperialismo consiste, precisamente, en que acelera el desarrollo del capitalismo en los países más atrasado, ampliando y recrudeciendo la lucha contra la opresión nacional. Esto es un hecho. Y de él se deduce inevitablemente que en muchos casos el imperialismo tiene que engendrar guerras nacionales. Junius [Rosa Luxemburgo], que en un folleto suyo defiende las ‘tesis’ arriba mencionadas, dice que en la época imperialista toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervención de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, y que, de este modo, toda guerra nacional se convierte en guerra imperialista. Más también este argumento es falso. Eso puede suceder, pero no siempre sucede así. Muchas guerras coloniales, entre 1900 y 1914, no siguieron ese camino. Y sería sencillamente ridículo decir que, por ejemplo, después de la guerra actual, si termina por el agotamiento extremo de los países beligerantes, ‘no puede’ haber ‘ninguna’ guerra nacional, progresiva, revolucionaria (…) contra las grandes potencias”
“El programa militar de la revolución proletaria”, septiembre 1916, MIA
Y, efectivamente, sobre el terreno de la guerra ucraniana hay que lograr delimitar y establecer muy bien en qué punto está. Jamás podría perderse de vista que el imperialismo occidental está interviniendo con fuerza en el mismo mediante la ayuda militar, el despliegue de tropas en los países de la OTAN en el este europeo y las sanciones a Putin, su séquito, los oligarcas muchas de las cuales afectan, sobre todo, al pueblo ruso (estas últimas sanciones las rechazamos; por ejemplo excluir a Rusia del Mundial de fútbol y cosas así). Pero de ahí a disolver el conflicto nacional legitimo en Ucrania contra la ocupación Rusa más allá de cualesquiera las dramáticas contradicciones internas del país, el peso enorme de las formaciones de extrema derecha, etc., sería un error completo (le haría el juego a la agresión gran rusa).
Y esto no nos hace olvidar que Ucrania es un mosaico complejo, que la herencia del estalinismo ha hecho dificilísima una salida progresiva, obrera y socialista, para el país, y que está clarísimo que la orientación política de Zelensky y su gobierno es a inclinarse de manera incondicional en los brazos de la UE y la OTAN, aspectos sobre los que volveremos más abajo.
- Un imperialismo en reconstrucción
Una de las discusiones centrales que ha planteado el actual conflicto es cuál sería –es- el carácter social de Rusia en tanto que potencia: opinamos que Rusia es una suerte de imperialismo o “imperio”en reconstrucción (la diferenciación entre imperialismo e “imperio” la veremos enseguida).
Es verdad –como argumentan algunos en la izquierda- que los grandes oligarcas que dominan el país quizás no tengan grandes “marcas” mundiales del tipo las empresas características del imperialismo occidental o chino que dominan ramas enteras de la producción internacionalmente (Apple, Amazon, Alibaba, las grandes automotrices estadounidenses, japonesas o alemanas, las petroleras yanquis, los grandes bancos estadunidenses y chinos, o lo que sea –aunque no hay que olvidarse que Gazpron es la mayor productora mundial de gas y es de capitales público-privados rusos, etc.).
Sin embargo, este factor, que podría asimilarse a la idea de los grandes carteles y la exportación de capitales de la época de Lenin, no es el elemento único o excluyente que configura una nación imperialista (¡sería un esquematismo burdo abordarlo así!). Ocurre que es evidente que en el caso de Rusia lo que tenemos es la figura, más bien, de los rasgos de un “imperio” a la vieja usanza (Traverso) donde la base –o uno de sus factores dominantes- es la dominación territorial directa amén del poderío militar (“Rusia: ¿Un imperialismo en reconstrucción?”, Claudio Testa, izquierda web).
Hemos escuchado afirmar por algunos autores “marxistas” que Lenin no caracterizaba a la Rusia zarista como un imperialismo. Esto es una barrabasada porque, entonces, tendría que haber defendido la posición de Plejanov, socialchovinista durante la primera guerra… Por el contrario, Lenin, que tenía a buen cuidado los desarrollos desiguales y combinados de la Rusia de los zares (Testa), caracterizaba a Rusia como un imperialismo bárbaro. Así, con todas las letras, como dando a entender una forma de imperialismo característicamente más atrasada en cierta forma, o, más heterogénea si se quiere, que las formas de imperialismo occidentales. Pero era aún así una nación imperialista que, repetimos, definía también como una “cárcel de pueblos” y que, por lo demás, con Trotsky, también se subrayaba sus elementos de avanzada (las fábricas más grandes del mundo, hoy su poder nuclear, el segundo o primero a nivel mundial).
Por otra parte, es evidente que este desarrollo desigual que es la Rusia actual, la circunstancia paradójica de una economía que es el 12% de la estadounidense, etc., pero que es inconmensurablemente más urbana que cien años atrás, además de muchísimos otros elementos, hoy se combina, repetimos,con la que todavía es la segunda potencial militar del planeta (un factor que sería de un cretinismo dramático de perder de vista [17]).
En anteriores análisis de nuestra corriente señalábamos que podía pensarse a finales de los años 1990 que Rusia, bajo Yeltsin, podría ser transformado en un país semi-colonizado. Pero no es esto lo que ocurrió. Lo que pasó es la puesta en pie con Putin y el putinismo –por llamarlo de alguna manera- de un capitalismo de Estado proto-imperialista que volvió por sus fueros, que disciplinó a muchos de los magnates que habían híper-privatizado como botín la economía (robo directo y abierto de la propiedad estatal); que el país se estabilizó en gran medida –a sangre y fuego por así decirlo, de manera represiva y bonapartista- y que se transformó en un gran productor mundial de armamentos así como en el principal exportador mundial de gas y petróleo.
Es verdad que ni la calidad de lo que produce ni su cantidad convierten a Rusia en una potencia de primer orden en el terreno económico. Sin embargo, sería de un reduccionismo economicista absurdo concluir a partir de esa enorme debilidad que Rusia carece de un estatus imperial (ista) por así decirlo, o perder de vista que el gobierno de Putin viene haciendo uso de sus ventajas comparativas en otros terrenos, en primer lugar el militar, para hacerse valer en el terreno internacional.
También, insistimos, sería de una ceguera monumental el hecho de cómo la Rusia de Putin recupera –o intenta recuperar- los rasgos de opresión Gran Rusa, de cárcel de pueblos como definiera Lenin al Estado zarista; en esto existe una suerte de “vuelta de campana” a los rasgos históricos del Estado zarista que sería criminal y ciego, repetimos, perder de vista.
“En Rusia, el imperialismo capitalista de tipo moderno se ha puesto plenamente de manifiesto en la política del zarismo con respecto a Persia, Manchuria y Mongolia; pero lo que en general predomina en Rusia es el imperialismo militar y feudal. En ninguna parte del mundo está tan oprimida la mayoría de la población como en Rusia: los gran rusos sólo constituyen el 43% de la población, es decir, menos de la mitad, y el resto de los habitantes, por no ser rusos, carece de derechos. De los 170 millones de habitantes que tiene Rusia, cerca de 100 millones están oprimidos y privados de derechos. El zarismo hace la guerra para apoderarse de Galitzia y ahogar definitivamente la libertad de los ucranianos; para apoderarse de Armenia, Constantinopla, etc.”
Lenin, El socialismo y la guerra (La actitud del POSDR hacia la guerra), julio/agosto 1915
Hay analistas que sostienen que en Rusia aún no se habría restaurado el capitalismo… Esto es ridículo. El grueso de la propiedad antes estatal ha sido privatizada aún si estas privatizaciones conviven con enormes conglomerados estatal-privados como la Gazprom, la empresa productora de gas más grande del mundo. Por estas razones Rusia es, específicamente, además de un imperialismo en construcción, un capitalismo de Estado [18].
Por lo demás, entre algunos sectores prevalece una idea fetichista de la propiedad estatizada que la hipostasia (le da una realidad absoluta) y hace creer que por sí misma tendría algún contenido “obrero”, lo que no solamente no fue así a partir de determinado momento –cualitativo, años 1930- de la burocratización de la Revolución Rusa sino que, por lo demás, sería un anacronismo insigne seguir pensando de esta manera a estas alturas del siglo XXI denegando los rasgos más concretos y empírico reales de la realidad rusa del día a día [19].
Otros análisis embellecen a Rusia de otra manera: presentan el país como una “nación independiente” que si ya no tendría rasgos “obreros” (aunque existen muchos matices entre los sectores que sostienen este tipo de análisis [20]), no tendría características de opresión nacional sobre otros países…
Veamos primero qué se considera una nación independiente. En general se trata de países donde no ha sido expropiado el capitalismo (aunque los Estados obreros e, incluso, burocráticos anti capitalistas, también han sido –en la tipología- Estados independientes) pero que acaban de salir de procesos revolucionarios independentistas antiimperialistas. O, sino salieron de ellos recientemente, al menos son subproducto de un proceso progresivo de este tipo (los casos de Argelia, en su momento, de Irán hasta el día de hoy a pesar de los Ayatolas, etc., Venezuela a pesar de la degradación del chavismo, Nicaragua a pesar de su inmensísima decadencia orteguista, etc., países que conquistaron su independencia mediante procesos revolucionarios [21]).
Es verdad que la URSS devenida hoy en la Rusia de Putin atravesó una larga degradación histórica. También es verdad que la Revolución Rusa de 1917 logró inmensas conquistas históricas que posteriormente se fueron degradando cada vez más con la contrarrevolución estalinista, pero, por ejemplo, dicha contrarrevolución no acabó con la propiedad estatizada (aunque no fuera “obrera” la misma a nuestro entender subproducto de la perdida del poder político de la clase obrera en manos de la burocracia), ni tampoco con la independencia del país –al menos no en la segunda posguerra, donde en realidad la reafirmó aunque pasando inmediatamente a oprimir otros países mediante el Pacto de Varsovia-.
Ahora bien: el carácter imperialista de una nación y su carácter independiente no son atributos excluyentes, lógicamente (el tema es cuál es su rasgo determinante). Las potencias imperialistas en general –aunque esto también admite matices, ver el caso europeo- tienen rasgos independientes. Pero lo que distingue a dichas potencias imperialistas, por ejemplo las tradicionales (Estados Unidos, desde ya, pero también Gran Bretaña, Francia, Alemania, Japón), o el imperialismo en ascensión de la Rusia actual,es que no son ningún ejemplo inspirador para la liberación nacional o los procesos de autodeterminación nacional, sino lo contrario: países opresores de pueblos (confundir una cosa y la otra es medio ridículo).
Esto se hace muy obvio cuando vemos a Rusia invadiendo Ucrania, invadiendo Georgia, invadiendo Chechenia, invadiendo Kazajstán, ayudando a Lukashenko en Bielorrusia, a Assad en Siria y un largo etcétera. Es absolutamente correcto afirmar que Cuba, Venezuela, incluso la degradada Nicaragua, o la igualmente degradada Corea del Norte, son países independientes del imperialismo… Pero es tirado de los pelos (y embellecedor) ubicar a Rusia en este casillero, y no como lo que es: una nueva potencia imperialista en ascenso dejando atrás cualquier intento del imperialismo tradicional de inducir su fragmentación (fenómeno que también es real pero hoy está subordinado a lo primero).
Una nueva potencia imperialista y opresora en ascensión que, a la vez, lucha por ser un actor hegemónico por derecho propio en el concierto internacional de igual manera que China. Aunque Rusia y China son distintos en muchos aspectos. China es un imperialismo en construcción que, sin embargo, y como señala Au LoongYu, todavía tiene tareas nacionales pendientes (habría que ver si Taiwán entra en esta consideración o no. Au Loong Yu dice que ya no; nuestra corriente no tiene aun posición al respecto [22]).
- La dramática historia de Ucrania bajo el estalinismo
Veamos ahora otro costado del asunto. Se trata de la sufrida historia de Ucrania y, sobre todo, del dominio estalinista de la misma. Nuestra corriente trata su dramática histórica en el siglo XX como si se tratara, de alguna manera, de “nuestra historia”; sentimos cierta responsabilidad por el hecho que el estalinismo fue la burocratización de nuestra revolución y, por lo tanto, no podemos abordar la cuestión ucraniana con la ajenidad de algo que “nada tiene que ver con nosotros”…
No vamos a hacer aquí una historia erudita de Ucrania. Nos alcanza con partir del hecho que Lenin y Trotsky le reconocieron a Ucrania sus derechos nacionales a la autodeterminación y que a lo largo de los años 1920, luego de la guerra civil (durante la misma no se pudieron evitar los métodos de la guerra civil, evidentemente [23]), Ucrania gozó, efectivamente, algunos atributos de una nacionalidad con elementos de autonomía y autodeterminación dentro de la federación o unión de Republicas Soviéticas (vista la experiencia histórica, quizás hubiera sido mejor que la ex URSS hubiese mantenido el status de federación más que el de unión –el status federado sin excluir elementos fundamentales de centralización, obviamente, quizás hubiera dejado algunas cosas más claras, pero es un tema que no podemos abordar aquí ni tenemos estudiado suficientemente. Ver al respecto El último combate de Lenin de Moshe Lewin [24]).
En fin: Lenin, Trotsky y Rakovsky reconocían como un hecho la nacionalidad ucraniana: su derecho a su propia lengua, a su cultura, a todos aquellos atributos que sin ser de clase, evidentemente, dan una idea de un pueblo con ciertos rasgos que le son propios. (Esto significó un duro aprendizaje sobre el terreno porque con la formación del primer gobierno soviético en Ucrania a comienzos de 1919 en el contexto de la guerra civil, y viéndose obligados a tomar medidas de confiscación de granos y sin la sensibilidad suficiente para el problema nacional, este primer gobierno bolchevique, siempre encabezado por Rakovsky se vio en el aire, lo que no ocurrió cuando a finales del mismo año Rakovsky volvió portando una sensibilidad muchísimo mayor de que había que darle espacio a los campesinos y reconocer el problema del derecho a la autodeterminación ucraniana [25].)
Sobre el filo de los años 1930 el estalinismo no solamente liquidó todo elemento real de autodeterminación nacional (purgó las filas de todo oposicionista trotskista así como del borotbismo, una forma de partido comunista con raíces nacionales ucranianas que Lenin y Rakovsky habían sabido integrar –no sin dificultades, claro-), sino que la colectivización forzosa generó en los años 1932/3 la catástrofe del Holodomor, es decir, el exterminio por hambre.
Muchos analistas señalan que no hubo intencionalidad expresa en producir la hambruna. Pero los ciegos métodos administrativos –antieconómicos y antihumanistas- con los que se llevó adelante la colectivización, que, por lo demás, repetimos, le importaba un comino la suerte de la población campesina (atención que la colectivización fue un ataque al campesinado como tal, a todas sus franjas, y no solamente una “liquidación de los kulaks –campesinos ricos- en cuanto clase” como afirmaría Stalin [26]), fueron los que dieron lugar a esa hambruna histórica y terminaron en el giro a derecha y extrema derecha que vendría en las décadas subsiguientes, y que en muchos aspectos se mantiene en Ucrania occidental hasta el día de hoy.
Los métodos burocráticos con los que se la encaró, la falta de cualquier base técnica para la colectivización, la carencia de cualquier anuencia por parte del campesinado para esta operación burocrática, terminó derivando en el derrumbe de la producción agraria por todos conocida y dando lugar, finalmente, a la dramática hambruna en el campo ucraniano que se llevó a seis millones de vidas.
Si faltaba algo más para el creciente odio de parte fundamental de la población ucraniana al gobierno “soviético” (un odio en muchos casos de base pequeño burguesa, pequeño propietaria, o de explotación del sentimiento nacional desde la derecha e, incluso, antisemita -Ucrania fue la base de parte de los mayores pogromos en la historia Rusa- por las capas burguesas y pequeño burguesas, incluso de la Rusia blanca), y, sobre todo, en su parte occidental, esto no hizo más que terminar el trabajo facilitando el giro a la derecha y extrema derecha de enormes porciones de la población no obrera.
De ahí que al comienzo de la Operación Barbarroja, la invasión en junio de 1941 de Hitler a la URSS, muchos ucranianos, sobre todo occidentales, hubieran recibido a las tropas de Hitler como “liberadores” sólo para posteriormente girar en contra de la Alemania nazi cuando las masacres y los pogromos. Y aun así personajes como Stepán Bandera, ultra nacionalista con arreglos y desarreglos con los nazis y que participó incluso de la masacra de Babi Yar, Kiev, donde en días en septiembre de 1941 se asesinaron 30.000 judíos, haya sido considerado por el gobierno anterior de PetroPoroshenko(anterior gobierno ucraniano de extrema derecha subproducto del levantamiento de la plaza Maidan) como un “héroe nacional”…
Y sin embargo, la manera de resolver esta historia trágica, hoy muy dificultada por los desastres del estalinismo y ahora la invasión injustificable de Putin, es despejar y resolver el problema nacional ucraniano tal cual planteaba el mismísimo León Trotsky en las postrimerías de los años 1930 cuando exigía una Ucrania soviética independiente para tratar de impedir que Ucrania cayera en manos de los nazis al tiempo que se liberara de las imposición burocráticas de Stalin.
Ucrania es un mosaico que plantea una lucha independiente socialista por su autodeterminación, pero también es una nacionalidad con todas sus contradicciones a cuestas que solo se puede resolver con la revolución socialista auténtica en este siglo XXI dejando atrás los lastres del estalinismo: “La Ucrania posterior al tratado de Brest-Litovsk, presenta un tablero de complicaciones, de confusiones, de divisiones y subdivisiones políticas y étnicas indescriptibles en pocas líneas, verdadero pandemónium de partidos antagonistas, de organizaciones rivales, de agrupamientos y subgrupos animados de pasiones nacionales, de odios políticos, de exigencias sociales, de fervor religioso y otros. Existen bolcheviques y mencheviques, rusos y ucranianos, de socialistas revolucionarios de derecha y de izquierda, de borotbistas, de sionistas, de federalistas, de anarquistas de diferentes tendencias, de nacionalistas, de cadetes, de formaciones cosacas, de Centurionegristas [formaciones zaristas de extrema derecha fascistoide]. Lenin debía terminar con esto rápido, hacer uso de sus capacidades para utilizar las competencias, hábil para encontrar el hombre correcto para el lugar correcto, según dice su entorno: el necesitaba en Ucrania un hombre que no fuera ruso, ni ucraniano, ni bolchevique, ni menchevique, ni socialista-revolucionario, ni borotvista, ni maximalista, ni bundista, ni sionista, ni federalista, ni, ni, ni, etc. Ese hombre existe: es Rakovsky”, hermosa cita de Boris Souvarine citado por Broue (ídem; 142) que, salvando las distancias, parece pintar la Ucrania de hoy [27].
[1] Por ejemplo, las discusiones sobre el carácter de China y Rusia que se vienen arrastrando hace años en la izquierda marxista.
[2] “Nuestros esfuerzos deben estar dirigidos a exponer esta imperdonable invasión imperialista de Ucrania por parte de Rusia, para la cual la expansión agresiva de la OTAN y el régimen ucraniano post-Maidan también han allanado el camino. Con espíritu revolucionario y en solidaridad con los pueblos de Ucrania, Rusia y la región, decimos: ¡No! En Moscú hoy y ¡No! A la falsa elección entre Moscú y la OTAN en el futuro. Pedimos un alto el fuego inmediato y el regreso a la mesa de negociaciones. Los intereses del capital mundial y su complejo militar no merecen derramar una gota más de sangre de los pueblos. ¡Paz, tierra y pan!” (declaración de la página web marxista revolucionaria del Este europeo cuyo nombre es homónimo: Lefteast, izquierdaweb).
[3] Acá es interesante que hasta el momento la OTAN ha rechazo establecer una zona de exclusión aérea sobre Ucrania que llevaría a un enfrentamiento directo entre ella y Rusia.
[4] Más adelante explicaremos que no ocurrió lo propio cuando las invasiones de Berlín Este, Hungría y Checoslovaquia por parte de la ex URSS en la segunda posguerra, como así tampoco la ex URSS intervino –al menos no directamente- en las áreas de influencia de Estados Unidos en la posguerra más allá de la crisis de los misiles en Cuba (1962) que se resolvió con el retiro “soviético” de los mismos.
[5] El Donbasha sido tradicionalmente una región más industrializada, más “alineada” por así decirlo incluso desde la época del bolchevismo revolucionario a Rusia. Lógicamente que estos elementos han sido reinterpretados en clave nacional-imperialistas por Putin y, por lo demás, existen analistas que señalan que, hoy por hoy, la conciencia por rusa es por razones más economicistas que por otra cosa (“Escalation in theDonbassrisks a disastrouswar”, an interview with Gerardo Toal and David Broder, Jacobin.com).
[6] El retorno de la cuestión nuclear es otra radical novedad de este conflicto que abordaremos más abajo.
[7] Esta clarísimo que las transformaciones de los últimos 30 años plantearon un cambio radical respecto de la naturaleza del conflicto entre ambos “bloques”. Incluso con la contrarrevolución burocrática de los años 1930 la agresión nazi a la ex URSS configuró una guerra contrarrevolucionaria donde correspondía ser defensista. Durante la posguerra rechazamos de manera incondicional las invasiones “soviéticas” contra las revoluciones antiburocráticas en la RDA (Berlín, 1953), Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), ataques contrarrevolucionarios donde el Occidente imperialista no se metió. Sin embargo, si se hubiera desatado un conflicto entre la OTAN y el Pacto de Varsovia no se hubiera tratado de un conflicto interimperialista porque el rol de la ex URSS estalinista era de opresión nacional en los países del Pacto pero socialmente no se trataba, propiamente de un país imperialista. En el mismo sentido, en la guerra de Corea (comienzos de los años 1950) correspondía defender los derechos de Corea del Norte contra Corea del Sur aún si la partición del país (como la de Alemania, muchísimo más grave, claro está), fue una derrota nacional y también una división reaccionaria de sus respectivas clases obreras (de nuevo, la de Alemania fue una tragedia historia para el proletariado alemán –uno de los más fuertes y promisorios a comienzos del siglo pasado). Hoy, evidentemente, las cosas son completamente distintas: Rusia es un imperialismo o un imperio en construcción (esto lo veremos enseguida) y la naturaleza de la conflagración potencial en curso es interimperialista: estamos por la transformación de dicha guerra –en términos genéricos- en guerra civil (Lenin) y no por el defensismo de la OTAN o Rusia.
[8] Es conocida la circunstancia por el cual se repartieron entre ellos país y porcentajes de países del Este europeo que se nos hace largo repetir acá.
[9] En Italia y Francia se ordenó a la resistencia comunista entregar las armas y fusionarse con las instituciones represivas burguesas. En Grecia se traicionó abiertamente la guerra civil desatada en la segunda mitad de los años 1940 con la finalización de la guerra (téngase en cuenta que la resistencia comunistas prácticamente tenía ocupado el país luego de la retirada alemana).
[10] Algunos analistas están señalando ahora que esta presión ha sido un error pero que ya sería “tarde” para remediarla.
[11] La última pelea de Lenin fue alrededor del derecho de las naciones a la autodeterminación y más precisamente alrededor de la cuestión de Georgia, nacionalidad de origen de Stalin y que junto a sus lugartenientes aplastó como gran Ruso que era.
[12] En el análisis del conflicto de Ucrania no se puede perder de vista ni por un segundo el factor China aun si dicho factor aparece por el momento en la trastienda.
[13] Arrighi tiene –tenía- la esperanza de una ascensión incruenta que se da de patadas con cualquier análisis materialista de las relaciones entre potencias por áreas de influencia. Consideraba a China como un país no capitalista –si bien no socialista- y, por lo demás, aún con estas definiciones que consideramos equivocadas, aportaba elementos de análisis sobre la importancia de la burguesía china extra continental de Macao, Hong Kong y Taiwan en los planes de retorno al capitalismo que nos parecen sugerentes, repetimos. Para los elementos más generales y educativos de la discusión sobre la materialidad de los conflictos interimperialistas ver “Conflicto e Ucrania: guerra y revolución en el siglo XXI”.
[14] Corea del Norte es un engendro social difícil de definir que no hemos estudiado nunca.
[15] Volveremos más abajo pero nos apresuramos a señalar que las capacidades destructivas del capitalismo en este siglo veintiuno y en varios planos se han multiplicado al cubo por así decirlo.
[16] Ejemplos prácticos de esto: no se puede marchar sólo a la embajada rusa sin marchar, también, a la embajada yanqui, es extraordinaria la marcha en Berlín contra Putin y la agresión en Ucrania pero sus consignas tienen que incluir el rechazo al rearmamento de la Alemania imperialista y a sí de seguido (estamos, lo hemos señalado, ante una batalla en dos frentes).
[17] El complejo militar-industrial es de avanzada según los estándares internacionales, una contradictoria herencia del estalinismo.
[18] Claudio Katz, con el que disentimos en muchos aspectos y entre ellos en su caracterización de China, sin embargo, en relación a Rusia, tiene una posición que nos parece más acertada: “Rusia desenvuelve un rol completamente diferente al desempeñado por Europa. Mantiene una relación de intenso conflicto con Estados Unidos, que contrasta con la sociedad imperante entre las potencias transatlánticas (…) Con la misma geopolítica de gran potencia, Putin ha preservado excelentes relaciones con Israel (…) Conviene recordar que Rusia participa activamente en el mercado mundial de armamento como segundo proveedor de instrumentos mortíferos (…) La conducta rusa en Medio Oriente corrobora el perfil de un imperio en formación (…) Esta conducta de Rusia es coherente con el estatus capitalista del país. Ese sistema fue restaurado en forma fulminante luego de la implosión de la URSS mediante el remate vertiginoso de la propiedad pública. De ese cambio emergió una oligarquía de millonarios provenientes de la alta burocracia del régimen anterior. El mismo personal cambió de vestimenta y mantuvo la conducción del Estado para otros fines. Pero el caos que generó el bandidaje de la era de Yeltsin obligó al viraje que ha implementado Putin para contener la desarticulación del país. De ese liderazgo surgió el modelo político actual, que acotó el poder de los acaudalados sin modificar el estatus capitalista de Rusia” (“Tres perfiles diferentes al imperialismo dominante”, jacobinlat)
[19] Un análisis así se puede ver en algunos grupos “trotskistas” de la Argentina.
[20] Sectores como los que estamos hablando consideran que China sí mantiene rasgos obreros o no capitalistas… otro anacronismo total a nuestro modo de ver.
[21] Es instructivo en este sentido un viejo artículo de Nahuel Moreno, dirigente trotskista argentino: “A propósito de los gobiernos nacionalistas burgueses. Países independientes: ¿Naciones aliadas?”, 1986, Aporrea).
[22] En todo caso lo interesante aquí es que el desarrollo desigual y combinado de su ascensión a naciones imperialistas combina elementos de progreso y de retardo, por ejemplo, tener aun tareas nacionales no resueltas en el caso chino lo que, por lo demás, no cuestiona su carácter general de imperialismo en construcción (y esto por múltiples razones entre ellas que establece relaciones tradicionales de subordinación económica con los países atrasados y/o dependientes, relaciones no emancipatorias en ningún sentido de la palabra).
[23] Sobre todo la requisa manu militari de la producción agraria entre otras medidas represivas.
[24] En este terreno es significativo el hecho que a nivel del Estado el criterio del marxismo revolucionario no puede ser otro que el de un Estado centralizado. Pero a nivel de las relaciones entre nacionalidades, el criterio es federalista: el elemento federalista da cuenta mejor de que la unión esvoluntaria).
[25] Elementos tomados de Pierre Broue, Rakovskyou la Revolutiondanstous les pays, FAYARD, Francia, una hermosa obra sobre el revolucionario Rumano.
[26] Sólo por aproximaciones sucesivas Trotsky fue tomando conciencia del verdadero carácter de la colectivización agraria. Rakovsky la tendría más clara desde el comienzo al señalar que las supuestas “granjas colectivas” no eran más que “pseudo colectivas” donde el campesinado era explotado por la burocracia. Bujarin, desde la derecha y ya en desgracia, señalaría una definición parecida.
[27] Una nota sobre la cuestión ucraniana muy instructiva pero sobre la cual no podemos explayarnos más acá es “Ucrania en la cuerda floja. Tambores de guerra se oyen por el Este”, Tino Burgos, Viento sur, izquierda web.