Víctor Artavia

“La política errónea de las organizaciones obreras explica el hecho de que el proletariado español, a pesar de su capacidad combativa excepcional, capaz de garantizarle la victoria por partida doble o triple, sólo haya sufrido derrotas. El proletariado no puede alcanzar la victoria sin un auténtico partido revolucionario”.

León Trotsky

 

Si tomamos como punto de partida la fundación de la sección española de la Primera Internacional en 1869, al momento de estallar la guerra civil el proletariado español tenía una acumulación de casi setenta años de lucha política impresionante, donde experimentó grandes triunfos y fuertes derrotas, aprendió a militar bajo dictaduras sangrientas y a enfrentar las arremetidas represivas del ejército, forjó una tradición de lucha y construyó grandes organizaciones obreras. A pesar de eso, de su seno no surgió una verdadera dirección revolucionaria que estuviera a la altura durante los combates decisivos en la guerra civil.

Trotsky no dudó en afirmar que la principal causa que medió en la derrota de la revolución española fue la crisis de dirección revolucionaria, una apreciación que generalizó para ese momento histórico en el Programa de Transición. En el caso español, se tradujo en una tragedia sin igual, pues la enorme fuerza revolucionaria de la clase obrera fue desaprovechada por una serie de partidos y corrientes que rehusaron tomar el poder para destruir el Estado burgués: “Largo Caballero no quiere romper con los obreros, pero teme romper con la burguesía (…). Las masas trabajadoras anarquistas de Cataluña quieren la revolución social, a pesar de la vaguedad de sus ideas. Pero ante el primer contacto con la amarga realidad, los dirigentes anarquistas echaron su anarquismo por la borda para convertirse en vulgares ministros burgueses. Los dirigentes del POUM vacilaron, contemporizaron, concertaron bloques por arriba, entraron en el gabinete reaccionario y, con eso, desorientaron a los obreros” (Trotsky: 247).

La tarea de construir un “auténtico partido revolucionario” o un “estado mayor de la revolución” sigue vigente en la actualidad en España y a nivel internacional. Las nuevas revoluciones no serán diferentes en esto a sus predecesoras, pues seguirán requiriendo de una dirección revolucionaria para alcanzar la victoria. Ésta es una de las principales enseñanzas que nos legó la revolución española, y desde la corriente internacional Socialismo o Barbarie nos abocamos a esa tarea con nuestra construcción militante en Latinoamérica y Europa.

Pero también es cierto que la combinación de factores objetivos y subjetivos es más compleja en el siglo XXI, pues atravesamos un momento histórico muy diferente a la “era de los extremos” en que tuvo lugar la revolución española, con una clase obrera muy politizada que estuvo en el centro de la escena con la puesta en pie de organismos de poder. Actualmente vivimos en un mundo sin revoluciones desde hace décadas, donde la clase obrera adolece de una baja subjetividad y la alternativa socialista está por ahora fuera de la conciencia de los explotados y oprimidos.

Pero esto no debe tomarse de forma sectaria o para justificar posiciones escépticas. Por el contrario, es un punto de partida para comprender las dificultades del presente en la perspectiva del relanzamiento del socialismo revolucionario en el siglo XXI. Nos obliga a ser más insistentes en la recuperación de la memoria histórica para las nuevas generaciones, requisito indispensable para superar el lastre posmoderno del “eterno presente” y poder construir una perspectiva de futuro.

Por eso apostamos a pensar la experiencia histórica del siglo XX en un sentido estratégico, como “recuerdos del futuro” (Sáenz), extrayendo las lecciones principales de la lucha de clases con el objetivo de construir un porvenir emancipado de toda forma de explotación y opresión. A modo de síntesis general, la revolución española nos dejó cuatro enseñanzas centrales:

  1. Toda revolución contiene elementos de espontaneidad y creatividad desde abajo, pero eso no basta para derrotar al Estado burgués e instaurar una sociedad de transición hacia el socialismo. En el caso de la revolución española, esto se manifestó en la construcción de organismos de doble poder (los comités-gobierno), las milicias obreras, la expropiación de fábricas y latifundios, etc. A pesar de esto, la clase obrera no dio el golpe final a la burguesía con la conformación de un gobierno obrero por la capitulación de la CNT, el reformismo del PSOE y el centrismo del POUM. De manera trágica, la derrota de la revolución española reafirmó el papel insustituible del partido revolucionario para la toma del poder por parte de la clase obrera.
  2. La puesta en pie del partido revolucionario, o del “estado mayor de la revolución” en palabras de Trotsky, requiere de una construcción histórica previa a la revolución, forjándose en la lucha de clases cotidiana y el debate teórico-político con el resto de tendencias de izquierda. La CNT y el PSOE no realizaron una síntesis adecuada entre estos dos factores, incurriendo en una falsa oposición entre la acción directa ultraizquierdista y la acción política reformista, respectivamente. Un verdadero partido revolucionario es flexible en la táctica y los métodos de lucha (parlamentarios, movilización directa, etc.), sin renunciar al objetivo estratégico, es decir, la revolución socialista.
  3. La construcción de un partido revolucionario no puede realizarse en los estrechos marcos de un país, sino que requiere ser un parte de un proyecto internacional para educar a su militancia en torno a las experiencias de lucha de los explotados y oprimidos a nivel internacional. El POUM se resintió mucho del provincianismo político de sus dirigentes, que resultaron consumidos por las presiones nacionales y paralizados por el régimen federalista del partido.
  4. Indiscutiblemente, la revolución española se caracterizó por la centralidad de la clase obrera desde un inicio. A pesar de esto, las reivindicaciones democráticas tuvieron un lugar central a lo largo del proceso para la clase obrera y otros sectores sociales oprimidos, como el campesinado pobre. Esto reafirma la riqueza del método del Programa de Transición de Trotsky, donde la combinación adecuada de consignas democráticas, transicionales y propiamente socialistas configura el programa de la revolución socialista. Esto sigue siendo válido para el siglo XXI, donde las reivindicaciones democráticas son un motor de lucha para los sectores oprimidos del movimiento de masas, como sucede con las mujeres, población LGBTI, grupos migrantes y otros.