Roberto Sáenz
Lo segundo que queremos destacar es que la obra de Marx es inescindible de la de Friedrich Engels. Marx fue el primer violín en esa relación de camaradería, lucha e investigación. Sin embargo, pensar que el marxismo clásico fuera la obra sólo de Marx sería un error garrafal. Ambos configuraron un equipo de trabajo sin igual[16]. Durante largos años se tuvieron a ellos dos y nadie más. Configuraron un equipo de trabajo amén de una relación de solidaridad humana que se puede apreciar vivamente, por ejemplo, en las cartas intercambiadas entre ellos, que abordan casi todos los rincones de la existencia humana y de la naturaleza[17].
Entre Marx y Engels se estableció una “división del trabajo”. Marx señaló siempre que Engels lo anticipaba en las problemáticas (“ya sabes que a mí me llega todo muy tarde; que siempre sigo tus pasos”[18]). Al mismo tiempo, Marx era más profundo para abordarlas. Engels tomó a su cargo los problemas militares y las ciencias naturales[19]. Marx se dedicó a la crítica de la economía. Y abordaron conjuntamente temas históricos, filosóficos y políticos, muchas veces escritos de manera indistinta por ambos o, incluso, en común.
Marx tenía una densa formación académica[20]; Engels fue un autodidacta[21]. Marx escribía difícil; Engels tenía una pluma fluida. Cada uno tenía sus rasgos de personalidad, evidentemente. La oposición que muchas veces se intentó hacer entre ambos, no se sostiene. Esa supuesta “oposición” fue establecida, entre otros, por George Lukács, que, en una obra de todos modos valiosa como Historia y conciencia de clase, separaba mecánicamente la dialéctica de la historia con la de la naturaleza. Otro autor de oposiciones mecánicas fue Louis Althusser: oponía el Marx “maduro” al “joven”; separaba a Marx de Hegel.
Althusser sigue presente en la academia, aunque en el seno del marxismo está cada vez más desprestigiado: el mismo reconoció que no había estudiado seriamente El capital. Teórico del estalinismo tardío, se caracterizó por un anti-humanismo radical. Como si la revolución socialista no tuviera nada que ver con el ser humano: “los Manuscritos económicos-filosóficos de 1844 fueron considerados por Althusser ‘el texto más lejano, en sentido teórico, del amanecer que estaba por levantarse’ (…) La extravagante conclusión de Althusser fue la imposibilidad absoluta de sostener que la ‘juventud de Marx pertenezca al marxismo” (Marcello Musto, “El mito del ‘joven Marx’ en las interpretaciones de los Manuscritos económicos-filosóficos de 1844”).
Pero ninguno de estos abordajes mecánicos se sostiene: la dialéctica de la historia y la naturaleza tiene bases comunes. La obra de Marx debe ser vista como una obra integral, en todo caso, procediendo por superaciones dialécticas: “(…) sigo leyendo a este Darwin, que es algo verdaderamente sensacional. Quedaba todavía un aspecto en que la teleología no había sido demolida: ahora es cosa hecha. Además, nunca hasta el momento se había emprendido un intento de tamaña envergadura para demostrar que en la naturaleza hay un desarrollo histórico, al menos nunca con tanta fortuna” (Carta de Engels a Marx, Manchester, 11 o 12 de diciembre de 1859; Anagrama; 21).
Como digresión, Draper afirma que el propio Marx tenía esta apreciación de su obra. Y en el mismo sentido va un agudo un comentario de Henry Lefebvre citado por Musto: “(…) en las obras juveniles de Marx, y para precisar, en los Manuscritos económicos-filosóficos, el pensamiento de Marx se encuentra todavía en germina, en camino, en devenir (…) No aparece (…) de golpe, a través de una absoluta discontinuidad, después de una ruptura, en el instante X (…) Una radical novedad tiene que nacer, crecer, tomar forma, justamente porque se trata de una realidad nueva (…) La tesis que atribuye una fecha al marxismo o que intenta fecharlo, corre alto riesgo de aridecerlo, de interpretarlo unilateralmente. El error, la falsa opción que hay que evitar es lo de sobreestimar o subestimar las obras juveniles de Marx (“El mito del ‘joven Marx’ en las interpretaciones de los Manuscritos económicos-filosóficos de 1844”).
Volviendo a Darwin, Marx lo elogiará en iguales términos afirmando que en este se encontraba “el fundamento histórico-natural” de su concepción materialista de la historia. Ya respecto de lo tributario que es el marxismo respecto de la dialéctica de Hegel, de la dialéctica como ley general del desarrollo, Marx se encargaría de dejar anotado que “lo único que había hecho era poner la dialéctica sobre sus pies”. Es la existencia la que determina la conciencia, y no al revés: “(…) Cuando me haya librado de mi fardo económico, escribiré una ‘Dialéctica’. Las leyes correctas de la dialéctica ya están contenidas en Hegel, es cierto que bajo una forma mística. Se trata de despojarlas de esa forma (…)” (Carta de Marx a Joseph Dietzgen, 9 de mayo de 1868; Anagrama; 65). Y también: “Dühring sabe perfectamente que mi método de exposición no es el mismo de Hegel, pues yo soy materialista y Hegel idealista. La dialéctica de Hegel es la forma fundamental de cualquier dialéctica, pero sólo cuando conseguimos desnudarla de su ropaje místico, y esto es precisamente lo que distingue mi método (…)” (Marx a Ludwig Kugelmann, Londres, 6 de marzo de 1868; Anagrama; 61/2). Engels afirmaría lo propio: “(…) A propósito. Envíame la Filosofía de la naturaleza de Hegel, como me prometiste (…) siento mucha curiosidad por ver si el viejo Hegel no intuyó algunas de ellas [Engels se refiere a algunos descubrimientos científicos recientes, R.S.]. Hay algo seguro: si escribiese hoy una filosofía de la naturaleza, los hechos volarían a sus manos de todas partes” (Marx y Engels; Anagrama; 19). Y en el mismo sentido: “Es evidente que ya no soy un hegeliano, pero siempre ha sentido un profundo sentimiento de respeto y de atracción hacia ese viejo coloso” (Carta de Engels a Friedrich Albert Lange, Manchester, 29 de marzo de 1865; Anagrama; 36). “Engels había diferenciado el método dialéctico –que partía del proceso ininterrumpido de venir-a-ser [Werden], que disolvería ‘todas las representaciones de verdad absoluta definitiva y sus correspondientes estados absolutos de la humanidad’, que tendría, por tanto, un carácter revolucionario-, del sistema, que ‘según las exigencias tradicionales, se tiene que rematar con cualquier especie de verdad absoluta, que sería, por tanto, conservador y sofocaría el lado revolucionario” (Engels, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, en Heinrich; 2018; 337)[22].
Marx y Engels conformarían un equipo de trabajo sin igual. Y lo que surgió de ambos, teórica y políticamente, fue parte de ese intercambio fructífero: una obra conjunta. Se ha dicho que Engels tenía tendencias “mecanicistas”, “evolucionistas”, “positivistas”. Pero cuando se estudia textos como La dialéctica de la naturaleza, aun siendo una obra inacabada[23], la acusación no se sostiene: “Con el hombre penetramos en la historia (…) cuanto más se alejan los seres humanos de los animales en el sentido más estrecho de la palabra, más hacen ellos mismos su historia en forma consciente (…)” (Dialéctica de la naturaleza, pp. 37, Editorial Cartago México, 1983). Considerando la obra de Darwin, El origen de las especies, emprende contra la idea de una causalidad mecánica o metafísica: “Las líneas duras y rígidas son incompatibles con la teoría de la evolución (…) La idea anterior de necesidad se derrumba. Conservarla significa imponer de manera dictatorial a la naturaleza, como ley, una determinación humana arbitraria que se contradice consigo misma y con la realidad (…)” (Engels, ídem, pp. 177).
Y en el mismo sentido de Engels se nos viene a la cabeza una cita realmente genial de Lenin, cita que nos recuerda la teoría del “desarrollo puntuado” de Stephen Jay Gould: “En nuestro tiempo, la idea del desarrollo, de la evolución, ha penetrado casi en su integridad en la conciencia social, pero no a través de la filosofía de Hegel, sino por otros caminos. Sin embargo, esta idea, tal como la formularon Marx y Engels, apoyándose en Hegel, es mucho más completa, más rica en contenido que la teoría de la evolución al uso. Es un desarrollo que, al parecer, repite etapas ya recorridas, pero de otro modo, sobre una base más alta (‘negación de la negación’), un desarrollo, por así decirlo, en espiral y no en línea recta; un desarrollo que se opera en forma de saltos, a través de cataclismos y revoluciones, que significan ‘interrupciones de la gradualidad” (“Carlos Marx”, julio/noviembre 1914). Uno no puede menos que preguntarse si Gould no leyó este texto de Lenin, porque su formulación, su crítica punto por punto al evolucionismo de Darwin, parece seguir esta apreciación de Lenin. Y atención que este texto de Lenin sobre Marx está escrito sobre el contraste de sus lecturas sobre la Ciencia de la Lógica de Hegel, a diferencia de otros anteriores[24].
Volviendo a Engels, Louça subraya que éste “comprendía a Darwin y el darwinismo mejor que Marx; consiguió distinguirlo de las versiones vulgares entonces corrientes”. A este respecto, es brillante su carta a Piotr Lavrov, físico ruso y uno de los principales teóricos del movimiento Narodniky, donde valora la teoría de la selección natural, la “guerra de todos contra todos por la supervivencia”, sólo como un primer paso en la investigación, destacando que en las relaciones entre cuerpos naturales –muertos o vivos-, “hay tanto armonía como enfrentamiento” (Marx & Engels, Cartas sobre ciencias de la naturaleza y las matemáticas); un ángulo similar tomará posteriormente Kropotkin (El apoyo mutuo).
De Engels a Marx, Marcello Musto señala con agudeza que: “[Marx] rechazó las rígidas representaciones que ligaban los cambios sociales únicamente a las transformaciones económicas. Defendió, en vez de eso, la especificidad de las condiciones históricas, las múltiples posibilidades que el curso del tiempo ofrecía a la centralidad de la intervención humana para modificar la realidad y efectuar los cambios. Esas fueron las características salientes de la elaboración teórica del último Marx” (Musto; 2018; 40/1), aspectos estos contenidos también en la obra de Engels.
El determinismo mecánico era cuestionado por Marx desde su tesis doctoral, donde establece los matices entre el pensamiento de Demócrito, determinista férreo, y Epicuro, abierto al azar y a la libre determinación humana: “En cuanto para Demócrito el mundo estaría dominado por la necesidad –niega el azar, considerado como una ficción humana-, Epicuro rechaza la necesidad de los acontecimientos y destaca que algunas cosas son fruto del azar y otras dependen de nuestro arbitrio (…) ‘En todas partes hay caminos abiertos a la libertad’ [afirma Epicuro]” (Heinrich; 2018; 377/8).
En lo sustantivo, la obra de Marx no puede ser comprendida sin tener en cuenta a Engels. Una cuestión distinta subrayada por Hal Draper, es que al tener Engels una pluma más “fácil”, al abordar eventualmente los asuntos con menos profundidad y sistematicidad, tendía a dar definiciones más sumarias: “El simple hecho que Engels era un escritor rápido y versátil, lo coloca lejos de Marx, a quien siempre se aprecia desgarrándose en formulaciones y conceptos obtenidos de las profundidades de un esfuerzo convulsivo. La facilidad literaria de Engels era muy conveniente; su penalidad era la gran capacidad para cometer errores (…) Otra falta, era la frecuente superficialidad de sus argumentaciones en comparación con las de Marx. Estaba menos inhibido en hacer grandes generalizaciones, no todas ellas apropiadas; Marx, por su parte, parecía siempre más feliz estableciendo definiciones sin comprometerse con generalidades. Su temperamento se rebelaba contra definiciones ‘terminadas’: es ‘mi característica (le escribió a un amigo) que, si veo algo que terminé de escribir cuatro semanas atrás, lo encuentro inadecuado y lo someto a un re-trabajo completo” (Draper; 1977; 26). Marx escribía y estudiaba simultáneamente. Y nunca estaba conforme: “En cuanto a este ‘maldito’ libro (…) la sola discusión de la renta del suelo, el penúltimo capítulo, ocupa casi un libro [se refiere al tomo III de El capital que sólo llegaría a publicar Engels en 1894, R.S.]. Iba al Museum de día y escribía de noche. Tuve que empaparme de la nueva química agrícola en Alemania, especialmente Liebig y Schönbein (…)” (Marx a Engels, Londres, 13 de febrero de 1866; Anagrama; 45).
De ahí, en síntesis, que el método de investigación correcto sea el de la crítica: la “heterodoxia” y la actualización permanente; tomar la experiencia histórica como “laboratorio teórico/político”; el método crítico-práctico vinculado a la experiencia; el compromiso activo en la transformación del mundo; con la lucha de clases revolucionaria; método que el mismo Marx pregonará en sus Tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo”.