Roberto Sáenz

Las existencias de ambos revolucionarios fueron esforzadas en el sentido de las difíciles condiciones de vida que debieron afrontar; sobre todo Marx. Proveniente de una familia relativamente acomodada, fue empobreciéndose sin remedio. Pasó hambre en ocasiones. Perdió a varias de sus hijas/os. Vivió en los suburbios más pobres de Londres en los años 1850. Su relativo renombre en determinados círculos le sirvió para vender notas semanales para el New York Tribune (el periódico de mayor tirada de la época) durante varios años. Draper recoge esta dispersa elaboración política no muy visitada, en su obra sobre Marx.

Sin embargo, esto no le alcanzaba para sostener a su familia: esposa, hijas/os y su ama de llaves, Helen Demuth[25].

En su 50 aniversario Marx le escribe a Engels: “¡Medio siglo sobre las espaldas y todavía pobre! ¡Mi madre tenía razón! Si Karell hubiera juntado un capital, en vez de etcétera” (Heinrich; 2018; 71[26]). Engels tuvo un mejor pasar económico. Empleado en un puesto de dirección en la empresa paterna en Manchester desde 1842 (fábrica de hilados Ermen & Engels), sostuvo económicamente a ambos: él y su familia (no se casó ni tuvo hijos; no creía en el matrimonio[27]) y a Marx y la suya (Marx sí se casó y no solo por civil, ¡sino por iglesia también!). El empleo de Engels configuró un sacrificio personal en la medida que no pudo dedicarse íntegramente a la militancia y la investigación como sí lo haría Marx. En 1869 se jubiló feliz de emanciparse del yugo laboral.

Cuando se recorre la biografía de Marx lo que se aprecia es una vida de sacrificios; consagrada a sus propios objetivos, pero en condiciones muy duras. Afectado por una enfermedad pulmonar (fumaba tabaco a raudales mientras escribía hasta altas horas de la madrugada), su vida en los últimos años estará marcada por las recaídas en cama, los dolores insoportables de cabeza y otras dolencias: “[En sus últimos años] (…) se enfermaba con frecuencia [durante los inviernos], sentíase exhausto y debilitado. La vejez comenzaba a limitar su vigor habitual, y la preocupación por el estado de salud de su mujer lo afligía cada vez más. Y, sin embargo, continuaba siendo quien era: Karl Marx. Con entusiasmo inalterado, continuaba empeñado en la causa de la emancipación de las clases trabajadoras. Su método era el mismo de siempre, adoptado desde el tiempo de sus primeros estudios universitarios: increíblemente riguroso e inflexiblemente crítico” (Musto; 2018; 19/20).

La pérdida de varios hijos/as por enfermedades de la pobreza, o su delirante travesía solitaria por Argelia a comienzos de 1882 (según Engels, para “recobrarse” de la enfermedad pulmonar), son la expresión de la carencia de una “retaguardia” en la cual apoyarse (más allá de la que podría proveer Engels mismo[28]). Louça hace un vívido recconto de esto sin olvidarse de señalar, también, que dos hijas de Marx terminarían suicidándose; Jenny por razones emocionales poco antes del fallecimiento del propio Marx[29]. Y Laura junto a su marido Paul Lafarge, en un pacto para evitar la vejez.

Las vidas de Marx y Engels retratan lo que significa vivir a contracorriente, aspecto destacado por Draper que también subraya su pasión, el intelecto unido a la pasión y la entereza para no adaptarse a las tendencias del momento. Y aunque no siempre haya que llegar a semejantes extremos, la militancia revolucionaria significa siempre algún nivel de sacrificio. Téngase en cuenta, además, que ni Marx ni Engels tuvieron lugar en la academia. Marx fue rechazado siendo muy joven por las ideas que profesaba. Engels era autodidacta, como hemos dicho.

En cualquier caso, expresaron las condiciones de “una vida de vanguardia”: adelantados para su tiempo. Adelantados contra el orden establecido, lo que los dejó muchas veces en condiciones de aislamiento, realizando su obra a contracorriente: “Esta diferencia de carácter o temperamento tiene una ‘etiqueta’, usualmente derivada de la experiencia del movimiento revolucionario ruso: la división entre ‘Hards’ y ‘Lights’ (pesados y livianos) (…) La diferencia concierne al grado en el cual un individuo encuentra el ‘oposicionismo revolucionario’ congenial o tolerable, no simplemente como un gesto ocasional o simbólico, sino como una relación con las corrientes establecidas de la sociedad en la cual construye su vida. El motor de esto aparece como ‘energía revolucionaria” (Draper; 1977; 194). Digamos lo obvio: Marx y Engels poseían dicha energía en buenas “dosis”. El propio Marx definía la lucha como “su elemento natural”.

Un tema de importancia vinculado a lo anterior es la relación de Marx y Engels con el movimiento socialista de la época (nos referimos a las relaciones con el movimiento “marxista” organizado; más abajo nos referiremos a las relaciones con los socialistas pre-marxistas). Como fundadores de nuestro movimiento, se los ubica correctamente como expresión del “marxismo clásico”: sentaron las bases del marxismo revolucionario cuando todavía no se vivía la actualidad de la revolución socialista.

Pero aquí existe un matiz de importancia. Si bien no dirigieron revoluciones –aunque participaron de lleno en la revolución de 1848-, su comportamiento y actividad, su marginación del “mundo oficial”, sus ideas y tomas de posición, hizo de ellos marxistas revolucionarios cabales. Su ubicación, el carácter de su elaboración teórico/estratégica, su carácter “vanguardista / modernista”[30], el análisis científico de que el sistema capitalista está afectado de raíz, que no puede ser “emparchado”; toda su concepción global teórica, política, estratégica y de vida, era la de revolucionarios, de cabo a rabo. Hasta en las pequeñas cosas se podía apreciar esto: en la sorna con la cual hablaba Marx de la política oficial; en su forma de apreciar no sólo los desarrollos en general, sino también los distintos personajes que poblaban la vida política; en que su punto de referencia siempre fueron las masas explotadas y oprimidas, la lucha de clases. “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de la lucha de clases” estamparía en El Manifiesto Comunista.

Subrayemos la ruptura que significó la generación inmediatamente posterior a los fundadores; aquella generación que dirigió los partidos socialistas de masas, los partidos de la II Internacional; partidos que, como afirmaría Trotsky, cumplieron inicialmente un gran papel educativo, antes de entrar en un proceso degenerativo. La generación que dirigió dichas organizaciones, fue una generación reformista: dirigentes e intelectuales que se adaptaron a las condiciones de la época: que se dejaron impresionar (porque esa es una de las bases del “reformismo político” amén de las cuestiones materiales, lógicamente); que se dejaron arrastrar por la corriente.

Nos referimos a algunos de los discípulos directos de Marx y Engels como el caso de Eduard Bernstein, apreciado por el primero, o Karl Kautsky, mejor considerado por el segundo. Otros dirigentes socialistas de esta generación mantuvieron un punto de vista general revolucionario, como el caso de August Bebel (gran dirigente de origen obrero de la socialdemocracia alemana, que no llegó a ser probado por el desencadenamiento de la I Guerra Mundial, porque falleció antes), o el padre de Karl Liebknecht, Wilhelm Liebknecht, uno de los fundadores del partido por parte del ala marxista (el PSD fue subproducto de una fusión entre un ala lasellana –“socialista de Estado”, mayoritaria-, y el ala marxista propiamente dicha, minoritaria).

Sería la tercera generación del marxismo la que encarnaría las banderas del socialismo revolucionario: Rosa Luxemburgo, Karl Liebkneck, Franz Mehring y Leo Jeogiches de parte del espartaquismo alemán y, sobre todo, claro está, Lenin, Trotsky, Christian Rakovsky y muchos otros dirigentes bolcheviques rusos (sin olvidarnos de Gramsci en Italia, entre otros); una generación que dio lugar al socialismo revolucionario propiamente dicho, y del cual el movimiento trotskista es el continuador en nuestros días[31].

Marx y Engels eran revolucionarios, lo que se notaba por todos los poros: su actuación política, su elaboración teórica materialista y dialéctica, incluso sus posicionamientos en la vida cotidiana, su marginación de la escena oficial. Sus sucesores directos fueron los bolcheviques, que, al pasar exitosamente por la experiencia más revolucionaria de la humanidad, elevaron el marxismo a sus más altas cumbres.

Si Marx y Engels fueron los fundadores, los que sentaron las bases del marxismo como movimiento teórico y social; Lenin, Trotsky, Luxemburgo, Gramsci y Rakovsky, entre otros, expresaron la experiencia más alta de la revolución socialista y la construcción del partido revolucionario. Fueron, también, los que dieron el puntapié inicial para la comprensión del fenómeno inédito de burocratización del movimiento obrero: las enseñanzas legadas por la contrarrevolución burocrática (estalinista y socialdemócrata).

En la segunda posguerra vino una cuarta generación socialista revolucionaria: las varias corrientes del trotskismo, que, en condiciones difíciles de aislamiento de las masas, y con una elaboración fragmentaria pero valiosa (que es necesario estudiar críticamente), cumplieron “la misión del enlace” con las actuales generaciones revolucionarias.

Como digresión, señalemos que, debido a la lucha de tendencias, y la necesidad que esa lucha plantea muchas veces de “excomulgar” a las demás corrientes, la apropiación del legado teórico de las distintas corrientes del trotskismo de posguerra, se ha hecho muy difícil. Y, sin embargo, la suma de autores y/o dirigentes valiosos como Hal Draper, Ernest Mandel, Tony Cliff, Daniel Bensaïd, Chris Harman, Nahuel Moreno, etcétera, es demasiado grande para ser dejada de lado. Se trata de una obra que deber ser estudiada críticamente, porque aun en estado fragmentario y representando una corriente minoritaria, tiene gran valor como continuación del desarrollo teórico del marxismo militante.

Una experiencia que, en total, tomando en su conjunto los casi dos siglos de movimiento socialista, nos muestra la lucha por la emancipación de los explotados y oprimidos, como la obra colectiva más elevada de la humanidad. Porque, en definitiva, así es: la lucha por el socialismo es, y no puede dejar de ser, una lucha colectiva. Y no hay pelea más importante para la humanidad que acabar con el capitalismo, abrir paso a la perspectiva socialista. El siglo veinte nos ha demostrado palmariamente que la alternativa de “socialismo o barbarie”, no puede ser tomada a la ligera. Y los varios problemas que atraviesan al mundo hoy, como la dramática crisis ecológica, entre otros, son una alerta en el mismo sentido.