Federico Dertaube
El 18 de octubre de 2019 comenzaba en Chile la que parecía que iba a ser una más de las manifestaciones de protesta estudiantiles de las últimas décadas. Los estudiantes secundarios habían sido por muchos años los principales impugnadores del infame régimen pos pinochetista. Lamentablemente, eran muchas veces los únicos. Pero ese 18 de octubre, la primera ficha de dominó logró hacer caer la segunda, que se llevó consigo a la tercera, y así el salto de los molinetes del metro empujó los restos de somnolencia de una capa tras otra de la juventud hasta conmover en sus cimientos a todo un régimen.
Hasta hace un año, todavía los economistas podían sostener con sus números dibujados el mito del “milagro” chileno: la privatización de la educación, de la salud, de los ahorros, de las jubilaciones, de la vida y la muerte era el mejor de los mundos. ¿La prueba? Los números dibujados, el silencio de la resignación como respuesta a las mentiras de la reacción. Hoy, los ecos de los discursos de los defensores de la “libertad” de heredar las consecuencias de una brutal dictadura militar sin protestar, de la libertad de morir o vivir muertos para llenar bolsillos, suenan como una hueca respuesta muerta de una voz que alguna vez se sintió viva.
El conservadurismo y quietismo de un pueblo derrotado no era felicidad, era resignación. El hecho consumado es un fuerte creador de opinión pública, la imposibilidad de imaginar otra sociedad es una absurda pero creíble caricatura de la satisfacción con el presente siempre eterno e inmutable en el que el futuro parece no tener otro sentido que ser una bella palabra apenas literaria.
El fraude de la “democracia” pos pinochetista fue puesto al desnudo. La posibilidad de “elegir” entre una derecha y una “izquierda” que tenían el acuerdo básico de que todo debía seguir como estaba no era más que delegar en una minoría corrupta el derecho a soñar. Fue necesario que el pueblo rompa la empalizada de los límites de esa “democracia” para que sus maderas podridas se desmoronen y quede al desnudo que la voluntad popular había sido mutilada. Fue necesario que la rebelión sacuda las instituciones y las consciencias para que todo el mundo pueda ver que esa parodia de “libertad” era “elegir cada algunos años al nuevo opresor”.
La rebelión de octubre fue un antes y un después. Hoy está en camino el casi inexorable fin de la Constitución pinochetista. Pero el pueblo chileno ya sabe que sólo decidiendo por su cuenta puede realmente cambiar el curso de la historia. ¿Quién podrá borrar de millones de memorias esa verdad? Hasta ahora, las calles la confirman una y otra vez, en ellas el pueblo sigue haciendo historia a diario.