Agustín Sena
En el período entre 2010 y 2020, en un proceso de lenta (y parcial) recuperación luego de la última crisis económica mundial, Estados Unidos logró crear 23 millones de nuevos empleos que (si bien eran mayoritariamente en el sector de los servicios y mucho más precarios que los perdidos en 2008) llevaron el índice de desempleo al 3,5% el menor porcentaje en los últimos 50 años (uno de los caballitos de batalla de Trump, que se vanagloriaba del “pleno empleo”).
Ahora, con mediciones que varían entre los 20, 26 e incluso 33 millones de desempleados tras sólo un mes de cuarentena, no sólo desaparecieron todos los empleados creados en la última década sino que todos los indicadores económicos dan cuenta de que se está iniciando la peor crisis desde la Gran Depresión: cayeron el empleo, el consumo, la inversión productiva y el PBI caería un 4,8% anualizando las cifras del primer trimestre.
En este panorama, Trump, que es reaccionario hasta la barbarie pero no ingenuo, aprovecha para justificar su orientación anti sanitaria con la excusa de la recesión. Dice que “estos resultados eran obvios” porque “el país no puede estar cerrado”. Este tipo de declaraciones tienen dos objetivos. En primer lugar, justificar la orientación negacionista tomada el gobierno al inicio de la pandemia, que lo llevó a retrasar interminablemente la declaración del distanciamiento social y convirtió a Estados Unidos en el epicentro mundial del contagio, con más de 1.300.000 casos confirmados y casi 80.000 muertos al día de hoy. Por otro lado, Trump está intentando volver a ganarse la aprobación de su base social, especialmente de los sectores de la clase trabajadora blanca que sufrieron la crisis del 2008, con cuyo voto ganó las elecciones del 2016 pero que podrían negarle su apoyo ante los estragos que la pandemia está haciendo en la economía estadounidense.
Si bien parecía que Trump había virado su orientación cuando comenzó el contagio masivo, cuando empezó a practicarse el distanciamiento social (aunque con desigualdades por Estado) y se declaró el mayor salvataje financiero de la historia (que incluyó tanto subsidios millonarios a empresas como un “salario” casi universal de 1200 dólares para los trabajadores), el gobierno está demostrando un profundo darwinismo social, volviendo a agitar la idea de reabrir totalmente la economía al tiempo que deja a los sectores más vulnerables de la sociedad librados a su suerte. Las franjas más precarizadas de la sociedad, como los latinos, los negros y los trabajadores migrantes en general están sufriendo lo más descarnado de la crisis económica y sanitaria. No sólo son los primeros en quedarse sin empleo (la gran mayoría de ellos trabaja en el sector de servicios, con sueldos miserables y de manera informal) sino que forman parte del tercio de la población que carece de cualquier tipo de cobertura médica. A lo largo de las últimas semanas surgieron distintas denuncias de las pésimas condiciones de atención médica a negros y latinos.
Sin embargo, una reapertura total de la economía como la que agita Trump podría llevar directamente hacia una catástrofe sanitaria y humanitaria de enormes proporciones. Teniendo en cuenta que, por la falta de vacuna, se anticipa que el coronavirus esté presente por lo menos hasta principios del año próximo, enviar a decenas y cientos de miles de trabajadores pobres a la muerte y a otros tantos a la pobreza podría tener efectos explosivos. No se trata sólo de las posibles respuestas por abajo que puedan surgir, sino de los efectos que la política del Estado yanqui pueda tener a nivel global, teniendo en cuenta la creciente tendencia a la desorganización internacional impulsadas por medidas como la quita de colaboraciones de Trump con la OMS.
Al día de hoy, la principal preocupación de Trump es (además de recomponer las ganancias empresariales) garantizarse la reelección y, si bien el escenario aparece bastante despejado por la tibieza del Partido Demócrata, está jugando con fuego, pues un manejo potencialmente genocida de la pandemia del Coronovirus podría hacer aparecer nuevos obstáculos a la estabilidad económica, social y política de la primer potencia mundial.