Cristian Leiva
Los cadáveres se acumulan en las morgues y las iglesias de Lombardía y otros focos urbanos de la pandemia, «como en una guerra», según testigos presenciales. El personal de salud siente verdaderamente estar «en las trincheras» de una batalla incansable que parece no tener fin. El número de muertes diarias oscila entre las 800 y las 600 sin que parezca empezar a menguar. Las infecciones se multiplican por miles, hoy se volvió a disparar la curva sumando 4500 nuevos casos de Covid-19.
Las condiciones de trabajo son extremas. Los respiradores y las camas escasean, los médicos tienen tomar decisiones límites todos los días que implican la vida y muerte de cientos de pacientes. No hay insumos suficientes. Para los pacientes ir al hospital por una consulta puede ser motivo de contagio. Los hospitales son, al mismo tiempo que el lugar de contención del virus, propagadores potenciales de nuevos brotes.
Daniela Trezzi tenía 34 años, era enfermera en la terapia intensiva del hospital de Monza. Hace algunos días fue encontrada ahorcada en el mismo hospital donde trabajaba. No aguantó más el estrés, estaba contagiada por el virus, la torturaba la idea de contagiar a otros, la situación extrema la empujó al suicidio. “No la olvidaremos nunca”, dicen sus compañeros: Ellos saben lo que fue estar en su ambo, con jornadas laborales de 12 horas o más bajo una presión extrema, sin personal suficiente, sin los insumos necesarios, en un ambiente de puro desborde, sin las condiciones mínimas de protección y sanidad.
Otro caso fue el de la enfermera Silvia Luchetta, de 49 años, del hospital de Jesolo, quien se arrojó al mar. Era una de las enfermeras más activas en la comunicación con los pacientes, manteniendo una atención personalizada con cada uno, preguntándoles si estaban bien, si habían hablado con sus familiares, acompañando a algunos en su recuperación y a otros en la muerte. En el hospital le dijeron a sus pacientes que fue trasladada a otro hospital para no empeorar la situación anímica de quienes se encuentran en su propia pelea por la vida.
33 trabajadores de la salud ya han perdido la vida en Italia por la pandemia. Muchos de ellos fueron médicos de cabecera, la categoría que se vio obligada a atender la emergencia desde el principio, sin un protocolo claro ni protecciones correspondientes. Otros fueron doctores retirados que acudieron al llamado de volver a vestir el uniforme médico para hacer frente a la pandemia. Son mártires de una pelea desigual, pero también carne de cañón del capitalismo y sus gobiernos, que los expusieron a la situación de riesgo extremo que los llevó a la muerte. “Estamos indefensos y sin armas”, dijo al diario Il Post Paola Pedrini, secretaria de la Federación Italiana de Médicos de Cabecera de Lombardía.
Los trabajadores de la salud hoy son el pilar de lucha por contener la pandemia. El desfinanciamiento de la salud pública en Italia durante años, sumado a la política negacionista que tuvo el gobierno ante los primeros casos, fueron los ingredientes que prepararon esta catástrofe humanitaria.
Las consecuencias de estas políticas nefastas se han revelado como un verdadero crimen contra la clase trabajadora. Sólo una enérgica política de estatización del conjunto de la salud en Italia y centralización de sus recursos, sumado al desembolso estatal de un refuerzo presupuestario, puede revertir la situación de riesgo en los hospitales. Ahora más que nunca, hay que cuidar a los que nos cuidan.