La crisis de Ucrania y el corro diplomático

El 17 de febrero, el mismo día de la anunciada invasión de Ucrania, la Federación Rusa convocó bajo su presidencia una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el cumplimiento de los Acuerdos Minsk II.

Gustavo Buster

Artículo aparecido en Sin Permiso

El 17 de febrero, el mismo día de la anunciada invasión de Ucrania, la Federación Rusa convocó bajo su presidencia una sesión extraordinaria del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el cumplimiento de los Acuerdos Minsk II (su desarrollo puede verse en este video).

Los Acuerdos de Minsk II, firmados el 12 de febrero de 2015 entre Rusia y Ucrania, con mediación de Francia y Alemania, para alcanzar un alto el fuego en la guerra civil del Donbas, son la prueba del algodón de la actual crisis ucraniana y la condición previa de cualquier negociación global sobre el régimen de seguridad colectiva europea que exige Putin a la Administración Biden. Pero las interpretaciones de los firmantes son distintas en cuanto a la secuencia de aplicación de lo acordado. Moscú exige que Kiev de el primer paso con una reforma constitucional que federalice las regiones del país y reconozca el estatus especial de las regiones rusófonas de Donestk y Lugansk, que reconoce implícitamente como parte de Ucrania. Kiev considera que es imposible avanzar en ese camino si antes no se implementa un alto el fuego y recupera el control completo sobre el Donbas para ejercer su soberanía. En la escalada de la tensión que protagonizan Washington y Moscú estas semanas, el 15 de febrero la Duma rusa votó una moción pidiendo que el presidente Putin reconozca oficialmente la independencia de las llamadas “repúblicas populares” del Donbas, lo que implicaría una denuncia explicita de los Acuerdos de Minsk II y abriría la puerta de su anexión a Rusia vía referéndums, como en Crimea.

El debate en el Consejo de Seguridad

Pero no fue este el escenario descrito por el representante ruso, el viceministro Sergey Vershinin. Tras escuchar los informes introductorios de la Secretaria General Adjunta de NNUU, Rosemary Dicarlo y del representante especial de la OSCE para Ucrania, Mikko Kinnunen, Vershinin se centró en el tema de la reunión convocada por Rusia: la aplicación de los Acuerdos de Minsk II. Y rechazó entrar en cualquier otro aspecto de la crisis ucraniana, incluida la moción de la Duma rusa: “por favor, centrémonos en los Acuerdos de Minsk, de lo contrario el Consejo de Seguridad empezaría a tratar cualquier cuestión suscitada por no se sabe que parlamento en el mundo”.

La intervención del Secretario de Estado Blinken pretendió exactamente lo contrario. Si, se aceptaba la importancia del proceso negociador de Minsk, mediado por Francia y Alemania y estancado (14.000 víctimas desde 2015); pero lo esencial era la escalada militar de Moscú alrededor de Ucrania que supondría una violación de la Carta de NNUU por la amenaza del uso de la fuerza contra un estado miembro. Blinken describió el abanico de escenarios imaginables de una invasión rusa de Ucrania, comenzando con una falsa provocación orquestada por Moscú, información confirmada supuestamente por sus servicios de inteligencia. Un juicio de intenciones de los hipotéticos planes de Putin, cuya conclusión fue una amenaza de nuevas sanciones y ruptura de relaciones como forma de presión para paralizar los planes de guerra rusos.

A pesar de que el objetivo de Blinken era mantener la escalada de la tensión -de manera que se confirmará su análisis del ataque ruso o se atribuyera a la presión de EEUU su aplazamiento-, el secretario de estado dejó abierta la puerta a las negociaciones diplomáticas tanto en el marco del proceso de Normandía para los Acuerdos de Minsk como en un encuentro bilateral esta semana en Europa con su contraparte rusa, Lavrov. Y convenientemente, se filtró una supuesta respuesta rusa a las cartas de EEUU y la OTAN, que habían respondido a su vez a un primer documento ruso con sus tres objetivos de negociación: fin de la extensión de la OTAN; revertir su ampliación a Polonia y los estados bálticos; negociación de un acuerdo de seguridad colectiva y medidas de desarme y distensión. Veinticuatro horas después, la táctica de escalada de la tensión de EEUU dio un nuevo paso, a pesar del primer anunció de retirada de tropas rusas. El propio presidente Biden declaró formalmente “estar convencido” de que Rusia ya había tomado la decisión de invadir Ucrania, por lo que la vía diplomática solo podía ser ya una cesión ante la presión de EEUU.

La OTAN y los “aliados” europeos

El resto de los principales actores, el Secretario General de NNUU, Guterres (que delegó en Dicarlo su participación en el debate), y Francia y Alemania han intentado mantener, con mayor o menor éxito su autonomía. Pero todos han tenido que ceder parte de ella progresivamente ante la presión de la Administración Biden. Guterres ha afirmado de forma sistemática que no cree que vaya a producirse una invasión rusa, aunque sus ultimas declaraciones desde la Conferencia de Seguridad de Munich han sido que si no estuviera en lo cierto, las consecuencias para el conjunto del sistema internacional serían trágicamente incalculables. Francia y Alemania (que puede perder por las sanciones la inversión multimillonaria en el gaseoducto Nord Stream II) han intentado equilibrar la defensa de los Acuerdos Minsk II como vía diplomática con la “unidad de Europa”, que en este caso es la “unidad de la OTAN” y la subordinación de los intereses europeos a la hegemonía de EEUU. En cualquier caso, el fracaso de las visitas a Moscú de Macron y Scholz ha dejado en evidencia que Moscú no está dispuesto a dar un margen propio a las potencias europeas sin que se cuestione la unidad de la OTAN, porque considera que lo importante es llegar a un acuerdo con Washington.

Si la escalada de la tensión ha tenido su éxito en disciplinar a los aliados europeos de la OTAN con la amenaza de dividir a la Unión Europea (y siguen vivos los resquemores de la Segunda Guerra del Golfo y la negociación para la salida de Afganistán de EEUU con los Talibanes), no se puede decir lo mismo con los diez miembros electos del Consejo de Seguridad. EEUU ha perdido apoyos incondicionales y Rusia y China han conseguido hacer patentes las reticencias a cualquier iniciativa en uno u otro sentido que exija los nueve votos que dan la mayoría en el Consejo de Seguridad.

Una arquitectura de seguridad heredada de la Guerra Fría

Este bloqueo funcional del Consejo de Seguridad testimonia una vez más una arquitectura que ha subordinado, desde los acuerdos de Yalta y Potsdam, el sistema de la seguridad colectiva recogido en la Carta de NNUU a la negociación bilateral de bloques. Pero en un sistema multilateral en el que el papel de EEUU como potencia hegemónica mundial se ha erosionado (como ha puesto de relieve la salida de Afganistán) y el de la URSS no existe, en el que China esta en ascenso pero con importantes limitaciones y la Unión Europea no está representada como tal, el Consejo de Seguridad se ha convertido, más que en un instrumento de negociación y gestión, en un espacio de confrontación y polarización.

A pesar de las reticencias de la mayoría de los estados miembros de NNUU -más preocupados con sus bajas tasas de vacunación, su creciente deuda externa y la financiación de los planes de salida de la crisis económica y social- la crisis ucraniana del Donbas se ha transformado primero en una crisis de la seguridad colectiva europea y en una división global de bloques hegemónicos. El próximo 23 de febrero está previsto que la Asamblea General de NNUU trate de la situación de Crimea y el Donbas, en la que todos los estados miembros voten una o varias declaraciones alternativas.

Esta es quizás una de las razones de un calendario de la escalada diseñado y hecho público no en Moscú, sino en Washington. Superado el día 17 de la supuesta invasión rusa (desmentida varias veces por Rusia), ahora queda el escenario de las “falsas provocaciones”, que se están sucediendo en un segundo tablero con coches bombas en Lugansk y Donetsk, intercambios de artillería y la evacuación de parte de la población civil ante un posible ataque de las milicias nacionalistas ucranianas. Es decir, las llamadas “repúblicas populares” están actuando como Washington hubiera querido que actuaran las autoridades de Kiev y no ha conseguido, aunque han acabado de hundir la economía ucraniana. Lo único que es evidente desde el comienzo es que Ucrania no entrará en la OTAN, porque no lo ha pedido formalmente y porque el secretario general de la OTAN Stoltenberg y el canciller Scholz lo han descartado expresamente.

La lógica de la escalada de la tensión

A la espera de las reuniones acordadas del formato de Normandía y la bilateral entre Blinken y Lavrov, la Conferencia de Seguridad de Munich se ha convertido en el nuevo escenario de la escalada de la tensión. Kamala Harris ha repetido las declaraciones de Biden en el sentido de que la decisión rusa de invadir Ucrania está tomada y que los “ataques híbridos” han comenzado de hecho. El G-7, más contenido, amenaza con sanciones coordinadas que tengan graves consecuencias en la economía rusa, mientras el presidente de Ucrania Zelensky -elegido con un programa de acercamiento negociado a Rusia- ha pasado de pedir calma a lamentar que las sanciones no se hayan impuesto ya, para negociar después levantarlas. Los aliados de la OTAN anuncian la evacuación de sus nacionales de Ucrania -pero no de Rusia- y la cancelación de vuelos, dejando a Ucrania aislada.

La situación comienza a parecerse a un escenario de la doctrina de la “destrucción mutua asegurada”, consciente y asumida. Rusia puede perder su mercado de gas europeo y verse aislada diplomática y económicamente, en una política de contención occidental que evolucione de la “contención” al “cambio de régimen” y que ayude a forjar una alianza estratégica Rusia-China (que EEUU ha intentado impedir desde la apertura a China de Kissinger). La Unión Europea puede ver convertidos sus pretensiones de “autonomía estratégica” en una dependencia más acuciante del gas de esquisto de EEUU y una reimposición de los intereses estratégicos de EEUU y su paraguas nuclear, sobre el que se asienta en última instancia el pacto defensivo de la OTAN. EEUU puede verse confrontado de nuevo a las responsabilidades de una hegemonía global que había querido limitar a la gestión de sus intereses estratégicos esenciales, que giran alrededor de la competencia con China. Ucrania parece la víctima propiciatoria en el altar de los sacrificios de la OTAN, que esta dispuesto a rearmarla, pero no a ir a la guerra (ni convencional ni nuclear) por ella.

La necesidad de un movimiento por la paz

Por ello mismo, porque no está claro que ventajas estratégicas obtendría nadie, la escalada de la tensión debería acabar aterrizando en el tablero de las negociaciones diplomáticas: de los Acuerdos de Minsk y de la seguridad colectiva. Pero eso implica creer contradictoriamente en cierta lógica racional de los actores implicados en un mundo regido por las leyes de la competencia capitalista y la rivalidad geopolítica imperialista, que la historia de los últimos doscientos años ha desmentido. Y la falta de salida en este tipo de situaciones explica la huida hacia delante de continuar la escalada, agravando los problemas a la espera de una correlación de fuerzas más favorable para los distintos contendientes.

En su discurso inaugural a la Asociación Internacional de Trabajadores de 1864, Karl Marx advirtió: “el deber [de los trabajadores] de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos, de combatirla, en caso necesario, por todos los medios de que dispongan; y cuando no se pueda impedir, unirse para lanzar una protesta común y reivindicar que las sencillas leyes de la moral y de la justicia, que deben presidir las relaciones entre los individuos, sean las leyes supremas de las relaciones entre las naciones. La lucha por una política exterior de este género forma parte de la lucha general por la emancipación de la clase obrera”.

Las consecuencias de una guerra en Ucrania, incluso parcial y limitada, frenaría los procesos de recuperación económica en toda Europa y abriría las puertas a una nueva guerra fría. La tarea política de las clases trabajadoras vuelve a estar ligada a la reconstrucción de un movimiento por la paz y la seguridad colectiva antes de que sean las victimas de los juegos de guerra de sus clases dominantes.