“Dentro de la propia China, la trayectoria final de este evento es difícil de predecir, pero el momento ya ha dado lugar a un raro proceso colectivo de cuestionamiento y aprendizaje de la sociedad. La epidemia ha infectado directamente a casi 80.000 personas [datos del 6 de febrero pasado] (según la estimación más conservadora), pero ha supuesto una conmoción para la vida cotidiana bajo el capitalismo de 1400 millones de personas, atrapadas en un momento de autorreflexión precaria. Este momento, aunque lleno de miedo, ha hecho que todos se hagan simultáneamente algunas preguntas profundas: ¿qué me sucederá a mí? ¿A mis hijos, a mi familia y a mis amigos? ¿Tendremos suficiente comida? ¿Me pagarán? ¿Pagaré la renta? ¿Quién es responsable de todo esto? De manera extraña, la experiencia subjetiva es algo así como la de una huelga de masas, pero una que, en su carácter no-espontáneo, de arriba hacia abajo y, especialmente en su involuntaria hiperatomización, ilustra los enigmas básicos de nuestro propio presente político estrangulado de una manera tan clara como las verdaderas huelgas de masas del siglo anterior dilucidaron las contradicciones de su época. La cuarentena, entonces, es como una huelga vaciada de sus características comunales, pero que es, sin embargo, capaz de provocar un profundo choque tanto en la psique como en la economía”.

“Contagio social: lucha de clases microbiológica en China”, Chuang, 6 de febrero del 2020, izquierdaweb[1]

Roberto Sáenz

A la vista de los hechos, ya está claro que la pandemia es el acontecimiento fundador del nuevo siglo. Las fundaciones nunca ocurren en una fecha formal sino que, por el contrario, le dan sustancia al calendario.

Y este es el caso del actual Covid-19: marca un hito en la historia del capitalismo; un momento en el cual los alertas acerca de su actuación destructiva sobre la naturaleza y la humanidad misma se han hecho realidad.

De ahí que la pandemia sea una enfermedad del capitalismo del nuevo siglo y que no haya quedado otra alternativa que apelar a un método medieval para intentar mediatizarla: la cuarentena.

De aquí, también, el hecho político nuevo que ha emergido en estos días: los gobiernos negacionistas como Trump y Bolsonaro, entre otros, están al frente del sector de la burguesía mundial que niegan los efectos de la epidemia advirtiendo que “el remedio podría ser peor que la enfermedad”… lo que no expresa otra cosa que una lógica de darwinismo social apostando que, a priori, los sectores pudientes van a poder capear sus consecuencias cualitativamente mejor que los sectores populares.

La pandemia vendría a hacer las veces de una “cura social”, barriendo del medio algo de “población sobrante”, al tiempo que el empresariado se enfoca en salvar sus negocios[2].

Nos dedicaremos a abordar a continuación algunas cuestiones generales que se desprenden de la actual coyuntura.

 

Racionalidad e irracionalidad en el capitalismo actual

Lo primero a desarrollar tiene que ver con la lógica irracional que está detrás de la epidemia mundial de coronavirus. El biólogo de izquierda Robert Wallace ha explicado muy bien que estamos ante una crisis virósica mundial generada en la interfaz humanidad/naturaleza.

La crisis se ha generado porque la lógica capitalista de los negocios en materia agroalimentaria ha penetrado tan profundamente en los ecosistemas naturales, sin cuidado ni planificación alguna, que ha generado que virus ancestrales como el Covid-19 y anteriormente otros como el SARS, etcétera, pasen a los humanos y se transformen en pandemia ante lo globalizado que está el mundo: “El virus que está detrás de la actual epidemia (SARS-CoV-2), al igual que su predecesor, el SARS-CoV del 2003, así como la gripe aviar y la gripe porcina que la precedieron, se gestaron en el nexo de economía y epidemiologia. No es casualidad que tantos de estos virus hayan tomado el nombre de animales: la propagación de nuevas enfermedades a la población humana es casi siempre producto de lo que se llama transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales infecciones saltan de los animales a los humanos”. (Chuangídem)

Y luego se agrega: “Este salto de una especie a otra está condicionado por cosas como la proximidad y la regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en que la enfermedad se ve obligada a evolucionar. Cuando esta interfaz entre animales y humanos cambia, también cambian las condiciones dentro de las cuales tales enfermedades evolucionan. Detrás de los cuatro hornos [los autores se refieren a las 4 ciudades del centro-sur de China donde se ubicó el centro de la pandemia: Wuhan, Chongqing, Nankín, Nanchang o Changsha], por lo tanto, se encuentra un horno más fundamental que sostiene los centros industriales del mundo, la olla a presión evolutiva de la agricultura y la urbanización capitalista”. (Chuangídem[3])

Esto lo explicamos en nuestro Manifiesto “Una pandemia capitalista del siglo XXI (izquierdaweb) publicado en la edición anterior. Lo que nos interesa aquí, en todo caso, es una cuestión más general que tiene que ver con cómo la lógica de la ganancia capitalista se ha escindido de manera mortal de la lógica de la sana reproducción de la humanidad misma y la naturaleza (lo que llamaban Marx y Engels los “dos manantiales de la riqueza”).

Esta escisión entre dos lógicas distintas: la que podríamos llamar “formal” de la ganancia y la lógica real de reproducción metabólica de la humanidad y la naturaleza, esta “falla metabólica” como la llama Bellamy Foster tomándolo de Marx, estaba desde el inicio del capitalismo; no es una novedad.

Sin embargo, la novedad es que ante el inmenso desarrollo de fuerzas productivas y destructivas, ante la histórica globalización de los intercambios, ante la inmensa capacidad productiva del capitalismo mundial y las fuerzas productivas/destructivas puestas a disposición por el mismo, esta falla metabólica ha adquirido el estatus de un evento masivo internacional que en este momento amenaza a la humanidad toda.

En nuestra edición anterior, y también en una charla que realizamos recientemente, insistimos en la problemática de esta “retroacción” de fuerzas productivas en destructivas. Y debido a que se trata la pandemia del avasallamiento de los ecosistemas en razón de la lógica de los agro-negocios, lo que la actual crisis mundial está revelando es cuán de espaldas están la lógica del sistema y la lógica de la reproducción sana de la humanidad y la naturaleza misma.

Cual “hermanos siameses” que están “espalda contra espalda”, la lógica del sistema se hace pura lógica formal que se desentiende de las consecuencias materiales de sus actos, con lo cual, lo que tiene de lógica en sí misma, la acumulación de ganancia sobre ganancia, se transforma en un puro accionar irracional.

Esto quizás pueda parecer muy “abstracto” extramuros de la izquierda pero, sin embargo, no hace más que seguir la lógica más clásica de los análisis de Marx donde desde el vamos la mercancía misma encerraba dos órdenes de racionalidad distintos, por así decirlo (ver el capítulo 1 de El capital).

La lógica del sistema es la búsqueda de la ganancia (la generación de un trabajo no pagado, un plusvalor). Pero para hacerlo, desde el punto de vista material, todo valor de una mercancía debe apoyarse en un valor de uso, es decir, producir un “producto material” que satisfaga una necesidad.

La racionalidad del caso viene, en estas circunstancias, de que el valor y el plusvalor no se pueden hacer valer si no satisfacen una necesidad, la creación de un valor de uso, aun cuando el valor de uso como tal no sea el objetivo específico de la producción capitalista.

¿Pero qué pasa con esto en la pandemia? Lo que ocurre es que se está viviendo una suerte de escisión entre ambos términos de racionalidad, porque la lógica de la ganancia está redundando en la producción de una enorme fuerza destructiva que es la enfermedad misma.

Repetimos. Esta escisión de ambos términos de racionalidad está contenida desde la forma de la mercancía estudiada clásicamente por Marx.

Sin embargo, que ambas racionalidades, que por convención llamamos acá de “formal” y “real”, están escindiéndose en estos momentos de manera manifiesta, generando la pandemia más grande en la historiad de la humanidad.

Claro que esta lógica no es nueva; lo nuevo es su magnitud. Pero más allá de esto, es la misma lógica que preside, en cierta forma, la producción armamentística –en sí misma completamente improductiva y no reproductiva de la riqueza humana- y, por supuesto, la crisis ecológica misma, que expresa cómo el sistema capitalista socaba los fundamentos de la humanidad y la naturaleza.

Sin embargo, que esta disociación ocurra en tiempo real a escala semejante no es algo de todos los días. También es verdad que no es un evento sólo del capitalismo. Si el capitalismo tiene en su haber dos guerras mundiales, Hiroshima, Nagasaki, etcétera, en la lista de los Estados burocráticos cuya lógica productivista también estaba escindida de la satisfacción de las necesidades humanas y la sana reproducción de la naturaleza, podemos anotar la colectivización forzosa en la ex URSS, el “Gran salto adelante” en China, Chernóbil, el desecamiento del Mar de Aral, etcétera, además del desperdicio inmenso de materias primas que surcaba todo el sistema de producción[4].

A título ilustrativo solamente mencionemos lo siguiente, que tantos paralelos generales parece tener con la actual pandemia capitalista: “Yo soy testigo de Chernóbil… el acontecimiento más importante del siglo XX, a pesar de las terribles guerras y revoluciones que marcan esta época. Han pasado veinte años de la catástrofe, pero hasta hoy me persigue la misma pregunta: ¿de qué dar testimonio, del pasado o del futuro? Es tan fácil deslizarse a la banalidad. A la banalidad del horror…

“Pero yo miro a Chernóbil como el inicio de una nueva historia, Chernóbil no sólo significa conocimiento, sino también pre-conocimiento, porque el hombre se ha puesto en cuestión con su anterior concepción de sí mismo y del mundo. Cuando hablamos del pasado o del futuro, introducimos en estas palabras nuestra concepción del mundo, pero Chernóbil es ante todo una catástrofe del tiempo. Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más. Desde el punto de vista de la vida humana, son eternos. Entonces, ¿qué somos capaces de entender? ¿Está dentro de nuestra capacidad alcanzar y reconocer un sentido en este horror del que seguimos ignorándolo casi todo” (Voces de Chernóbil. Crónica del futuro, Svetlana Alexiévich, Debolsillo, España, 2016, pp. 43[5]).

Si la irracionalidad capitalista está inscrita en un sistema al cual sólo le importa la ganancia, la irracionalidad burocrática tenía que ver con una lógica de acumulación de Estado, cuyo objetivo no tenía nada que ver con satisfacer las necesidades humanas.

 

Pandemia, darwinismo social y represión  

Veamos ahora la lógica del darwinismo social frente a la crisis. Todo un conjunto de gobiernos capitalistas, ateniéndose a la OMS y en las condiciones del capitalismo de hoy, han salido a imponer cuarentenas.

Nuestro apoyo a las mismas es crítico en la medida que dadas las condiciones del capitalismo, increíblemente, dada la destrucción de los ecosistemas, dada la destrucción de los sistemas de salud, dada la falta total de planificación, no queda otra que aplicar cuarentenas.

Sin embargo, la cuarentena admite un doble debate. Por un lado, con aquellos gobiernos negacionistas tipo Trump o Bolsonaro que adquieren rasgos criminales frente a la crisis y se niegan a declararla de manera seria.

El comportamiento médicamente irracional frente a la pandemia no deja de tener, sin embargo, algún orden de racionalidad; en todo caso de otro tipo. Desde ya que no se trata de un atisbo de mínima racionalidad en materia de salud pública sino, en primer lugar, una preocupación por las ganancias y negocios capitalistas[6].

Las cuarentenas, irremediablemente, terminan afectando la economía. Y aunque sean economías muy grandes como las de Estados Unidos y Brasil, es casi imposible que se divorcien de la dinámica recesiva mundial que se impone cada día con más fuerza.

Sin embargo, su negacionismo criminal encuentra su justificación no verbalizada en una lógica de darwinismo social que sabe o intuye que la epidemia va a golpear con más fuerza en los sectores populares que en los pudientes: “Brasil perdió tiempo. Hay personas coqueteando con la oscuridad. El presidente de manera incompetente e inmoral subestimó la gravedad de la pandemia. Pensó que con palabras podía desviar la atención popular y evitar un hallazgo obvio: la ruina de la atención médica en Brasil (…) Los grupos que están mejor posicionados socialmente sobrevivirán, ya que tienen mecanismos más fuertes de defensa (…) La gente pobre morirá en la puerta de los hospitales’ alertó uno de los cirujanos más prestigiosos de Brasil, Miguel Grougi”. (La Nación, 24/03/20)

Creer o reventar, es factible que en los oráculos de estos gobiernos ignorantes y fascistoides, además de circular todo tipo de interpretaciones paranoicas, circule también una ideología darwinista-social.

¿Qué es el darwinismo social? La traslación mecánica al ámbito de la sociedad de la ley de selección natural descubierta por Darwin 150 años atrás.

La teoría evolutiva de Darwin fue una conquista científica colosal. Pero incluso en el reino de la naturaleza rigen tanto las leyes de la competencia, de la supervivencia, como las leyes cooperativas, la solidaridad (Kropotkin, Pannekoek).

Sin embargo, es de lesa ciencia social trasladar mecánicamente a la sociedad las leyes naturales. Y, para colmo, interpretadas de manera sesgada. El darwinismo social justificó las peores prácticas del fascismo y el nazismo, incluso con una lógica “eugenésica” (que quiere decir un manejo criminal y racista de la reproducción de los núcleos humanos eligiendo quién debía desarrollarse y a quiénes exterminar).

Simétricamente, más inteligente, hay otro desarrollo que se ha podido ver en gobiernos como el de Macron en Francia (e incluso podría ser Fernández en la Argentina): aprovechar la necesidad de la cuarentena para imponer medidas represivas tipo Estados de excepción.

Nuestra corriente internacional y nuestro partido defienden la cuarentena como mal menor. Ante la catástrofe de los sistemas de salud y la falta de suficientes pruebas de la enfermedad –se trata, por lo demás, de un virus nuevo que llevará tiempo para tener pruebas eficientes y vacunas contra la misma- defendemos críticamente la cuarentena.

Pero nos oponemos completamente a que se la utilice para atrofiar la solidaridad y la lucha colectiva.

Porque es aquí donde vienen las avivadas de los gobiernos burgueses. Ante los desastres de los sistemas capitalistas de la salud, ante el hecho que se han visto obligados a decretar cuarentenas masivas de países enteros, ante la crisis económica que crece endemoniadamente en todo el mundo, se preparan para reprimir los “desbordes sociales” casi inevitables, dadas las circunstancias.

Estamos inmersos en una “carrera de dos velocidades”. Por un lado, la población en general tiene la preocupación y el temor de la pandemia, preocupación y temor que escalarán cimas como el Everest en cuanto crezcan los números de fallecimientos y se aprecie el desborde del sistema de salud.

Pero por otra parte, los gobiernos anuncian medidas desde arriba que tardan en llegar –si llegan- hacia abajo; que quedan como abstractas frente a las necesidades económicas perentorias de amplios sectores de trabajadores y trabajadoras sin red alguna.

Ambas tendencias son como un juego de contrapresiones; como una olla u horno a presión subproducto del capitalismo destructivo del siglo XXI y la pandemia que el sistema ha generado, pero que ante la falta de otra alternativa y/o aprovechándose de las circunstancias, se ponen a punto los sistemas represivos y/o de control de la población.

La noticias que llegan de China y otros países del Asia-Pacífico, así como los debates menos sofisticados, por cierto, sobre el Estado de sitio en la Argentina y otros, muestran estas tendencias a digitar todo desde arriba; a imponer la lógica desde el Estado y represiva, individualista, en vez de la lógica de solidaridad y auto organizada desde abajo: “(…) ¿qué ventajas ofrece el sistema de Asia que resulten eficientes para combatir la pandemia? Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa. También confían más en el Estado. Y no sólo en China, sino también en Corea o en Japón la vida cotidiana está organizada mucho más estrictamente que en Europa. Sobre todo, para enfrentarse al virus los asiáticos apuestan fuertemente por la vigilancia digital. Sospechan que en el big data podría encerrarse un potencial enorme para defenderse de la pandemia. Se podría decir que en Asia las epidemias no las combaten sólo los virólogos y los epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas de macrodatos (…) Los apologetas de la vigilancia digital proclamarían que el big data salva vidas humanas”. (“La emergencia viral y los peligros del mundo de mañana”, Byung Chul Han, izquierdaweb)

En todo caso, aquí se aprecian dos problemas que están vinculados. Por una parte, el escaso peso histórico que tiene la individualidad humana en los países asiáticos –no confundir esta conquista con el individualismo capitalista- al tiempo que las consecuencias reaccionarias “distópicas” sobre las libertades individuales y colectivas que podría dejar esta crisis y que debemos combatir con todas nuestra fuerzas[7].

La idea de una “cuarentena garantista” se impone como criterio de principios frente a las corrientes de la izquierda adaptada que callan frente a los Estados de excepción. La catástrofe de la pandemia obliga a una ubicación donde la solidaridad con el sufrimiento de las mayorías sea nuestro primer parámetro.

Pero triste servicio le haremos a los explotados y oprimidos si nuestra ubicación es acrítica; si dejamos que estos mecanismos de “excepción” sienten precedentes.

Desde ya que la presión de la unidad nacional burguesa, es inmensa. Desde ya que al comienzo de la crisis la mayoría de la sociedad apoya a estos gobiernos –salvo a los negacionistas- y no quieren oír escuchar de crítica alguna.

Pero es de una cobardía insigne lo que pasa en países como la Argentina, donde la mayoría de las corriente de la izquierda, salvo el Nuevo MAS y Manuela Castañeira, callan la boca ante las crecientes presiones para que Fernández declare el Estado de sitio.

Incluso en programas de la televisión se está interrogando acerca de que esta crisis se llevaría puesta el “libre albedrío”, que es otra forma de decir las libertades individuales y colectivas. Es un hecho que crece el debate mundial acerca de esta temática fundamental.

La posición de la izquierda revolucionaria es una “tercera posición”: ni negacionista ni apoyo acrítico a los gobiernos que declaran cuarentena; estamos por la cuarentena solidaria y garantista.

 

De la reacción a la revolución  

Está claro que el impacto político inicial de la pandemia es reaccionario. Al atrofiar la movilización popular, al tender a desatar reflejos individualistas tipo “sálvense quien pueda”, al llevar a mirar con mala cara al de al lado, etcétera, en general, en todo el mundo, de las relaciones de fuerzas en la que se estaba, se está un paso más atrás.

Sin embargo, siquiera esto es mecánico. En Brasil, por ejemplo, la misma clase media que llevó al gobierno al fascistoide impresentable y negacionista de Bolsonaro, está realizando todas las noches cacerolazos en contra de él mientras crecen las exigencias de impeachment (habrá que ver qué pasa cuando la pandemia escale y entre en los barrios populares).

En los Estados Unidos, donde Trump creía tener asegurada la reelección, también los desarrollos pueden ser imprevisibles y colocarse a la izquierda de las posiciones oficiales.

La realidad es que están en juego dos tendencias contradictorias que irán decantándose conforme la crisis de la pandemia se desarrolla.

Por el lado de las tendencias reaccionarias juegan la cuarentena misma, el miedo, el desarrollo de sofisticados procedimientos electrónicos de seguimiento personal como los desarrollados en Asia-Pacífico, la situación de constreñimiento social y hasta pánico cuando la pandemia sale de control y el número de muertos se multiplica día a día.

Todo lo anterior juega para el lado de las tendencias reaccionarias. Sin embargo, simultáneamente, más temprano que tarde se irán poniendo en juego contratendencias.

La población trabajadora se va a encontrar acorralada entre la epidemia y la miseria económica social. Todavía no se han podido apreciar los estragos que puede causar el coronavirus en países multitudinarios como India o Brasil (países con un grado de industrialización relativa nivel BRICS, pero extremadamente desiguales).

Esto por no hablar de los estragos que la epidemia puede causar en continentes como África o los países más pobres de Sud y Centroamérica, así como México (con López Obrador alineándose entre los más negacionistas de todos los mandatarios).

Una enseñanza elemental educa que cuando los fundamentos de la vida social tienen tal conmoción, cuando las personas en todo el mundo son arrojadas simultáneamente fuera de la normalidad como es el caso actual, cuando los antecedentes para un acontecimiento de esta magnitud como los de las guerras mundiales, las situaciones y coyunturas reaccionarias pueden virar en revolucionarias.

Desde ya que es imposible saber cuándo ocurrirá eso. No somos magos. Pero lo que sí sabemos es que la pandemia y la crisis económica que le es concomitante, no dejan por abolidas las leyes de la lucha de clases.

El tratamiento clasista del estrago mundial que estamos viviendo, la barbarie epidemiológica y en materia de la salud pública a la que nos está sometiendo este sistema capitalista depredador va a encontrar casi inevitablemente, más tarde o más temprano, una respuesta colosal en el terreno de la lucha entre las clases.

Y esta es la razón, también, por la cual los gobiernos se “anticipan” y/o “sobreactúan”. Porque saben que esta crisis se va a transformar en una “olla a presión”, buscando escaparse por la tangente de una crisis generada por un sistema del cual todos los gobiernos son corresponsables.

 

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[1] Se trata esta de una nota sumamente interesante sobre China bajo la pandemia originada en jóvenes blogueros maoístas contrarios al régimen actual del PCCH. Chuang quiere decir “libérate; ataca, carga e irrumpe; rompe las líneas enemigas; actúa impetuosamente”, según la traducción del sitio Sinpermiso de donde tomamos la nota originalmente.

[2] Es interesante ver cómo retornan debates que, aparentemente, habían quedado en el pasado, como el “maltusianismo” y el planteo reaccionario de que la proporción entre población y recursos naturales sería una absoluta, por la cual, llegado un punto, habría que reducir la misma. Marx polemizó en su tiempo con las posiciones del reverendo Thomas Malthus (muy famoso a comienzos del siglo XIX), señalando que se trataba ésta de proporciones relativas; que la clave estaba en el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y no en el número absoluto de población.

[3] “(…) el ejemplo de la gripe aviar es un ejemplo destacado. Wallace señala que los estudios han demostrado que ‘no hay cepas endémicas altamente patógenas [de influenzas] en las poblaciones de aves silvestres, que son el reservorio-fuente último de casi todos los subtipos de gripe’. En cambio, las poblaciones domesticadas agrupadas en granjas industriales parecen mostrar una clara relación con estos brotes, por razones obvias (…)” (Chuang, ídem), vinculadas al hacinamiento animal y a la transferencia del virus a poblaciones humanas igualmente hacinadas.

[4] Ver La transición al socialismo y la economía planificada, en particular el capítulo 3 “La planificación socialista como principio de racionalidad”, del mismo autor de esta nota, izquierdaweb.

[5] Es evidente que Svetlana Alexiévich sigue en esta reflexión, sin citarlo, a Günther Anders, un autor marxista de la escuela de Frankfurt, medio renegado e izquierdista de la misma, ex compañero de Hanna Arendt, que hizo una crítica de las capacidades destructivas del capitalismo muy aguda pero al mismo tiempo unilateral, destilando un escepticismo radical sobre las potencialidades emancipadoras de los explotados y oprimidos. Las fuerzas productivas son base material para la emancipación de la humanidad. El problema es que dada la base inmensa del desarrollo actual, bajo el capitalismo del siglo XXI, así como bajo los Estados burocráticos del siglo pasado, la transformación de fuerzas productivas en destructivas está a la orden. ¡Otro tanto llamado a relanzar la revolución auténticamente socialista en este nuevo siglo!

[6] Macri le planteó una “jerarquía de valores” similar a Fernández y lo propio ocurre con Piñera en Chile, entre otros políticos negacionistas.

[7] De alguna manera pareciera como que la pandemia nos ha introducido a todos como personajes de un cuento futurista de Ray Bradbury o en las distopías de Orwell y las películas de ciencia ficción. Pero no: se trata de la lógica histórica misma del sistema capitalista tal cual la estamos viviendo en acto, socialismo o barbarie. Ya respecto de la defensa del progreso que significa la individualidad humana como tal, ver Engels antropólogoizquierdaweb.