Roberto Sáenz
La obra teórica-estratégica de Marx y Engels fue una obra integral. Ajeno a los compartimientos estancos de la academia, su obra es una obra total. Nos sirve para graficar esto una provocadora sentencia del marxista yanqui Hal Draper al encabezar su monumental estudio crítico Karl Marx Theory of Revolution: “se cree que la obra más importante de Marx es su economía; falso: su obra más importante es su crítica política”. Draper inclina la vara a propósito. No desconoce que los principales esfuerzos sistemáticos de Marx son los que se expresaron en las varias redacciones de El capital, fundamento material de la lucha emancipatoria del proletariado. Sin embargo, aun con desarrollos fragmentarios en otras áreas, la obra de Marx y Engels fue una obra total, que aborda globalmente la economía, la historia, la política, la filosofía e, incluso, las ciencias de la naturaleza. Si Marx desarrolló su obra más sistemática en el terreno de la economía, esto se debió a la necesidad de sentar las bases materiales de su crítica: “Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etcétera; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época, es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo” (Engels, Discurso ante la tumba de Marx).
Sin embargo, es importante destacar que su crítica fue global: no se redujo a una mera crítica económica como a menudo se pretende en la academia. Marx y Engels nos dan herramientas para abordar todas las áreas de la vida social: la economía, la política, la generalización y abstracción de la experiencia expresada en la filosofía, en la dialéctica, la historia e, incluso, trazos de antropología e insight’s en materia de las ciencias naturales: (…) su mente enciclopédica, guiada por una curiosidad intelectual inagotable, lo instigaba a actualizar constantemente sus conocimientos y a mantenerse bien informado sobre los últimos desenvolvimientos científicos. Fue por esta razón que, en los últimos años de su vida [como a lo largo de toda su existencia, R.S.], Marx desenvolvió decenas de cuadernos de apuntes y síntesis de una cantidad enorme de volúmenes de matemáticas, fisiología, geología, mineralogía, agronomía, química y física (…)” (Musto; 2018; 26); una amplitud de temáticas impresionante.
Pero junto con ser una obra total, la de Marx fue una obra abierta. ¿Qué queremos decir con esto? Que se trató de una obra en desarrollo, con permanentes reformulaciones, en diálogo continuo con la experiencia histórica, con la lucha de clases, con los últimos descubrimientos de las demás ciencias. Una obra cuya característica principal es su ángulo crítico. Que no puede ser abordada con el criterio de la “ortodoxia”, del doctrinarismo, sino con la apertura radical a los nuevos desarrollos; a la experiencia real: “Argumentaré que la ‘grandeza’ y la ‘vitalidad’ de las ciencias sociales marxianas que observa Schumpeter derivan principalmente de su lógica interna como su forma de investigación científica abierta (…) Sus estudios fueron tales que indican la necesidad de transformar constantemente sus hipótesis provisionales a la luz de una evidencia cambiante (…) En contraste con Hegel, el método de Marx -según el filósofo crítico Roy Bhaskar- [es] que “las buenas totalidades son… abiertas; las malas totalidades están cerradas… exactamente lo opuesto al punto de vista de Hegel” (…) Como Marx escribió una vez, “la forma dialéctica es justa cuando conoce sus propios límites” (John Bellamy Foster, ídem).
Marx impresiona por su rigurosidad: obsesivamente preciosista con sus elaboraciones reescribió varias veces, ¡y a mano! (no existía el computador), su obra principal, El capital. Nunca estaba satisfecho: siempre aparecía una nueva obra a ser revisada antes de entregar un texto a imprenta. Marx le atribuía importancia al estilo y la estructura de sus obras. La forma vulgar, la construcción incierta y con errores gramaticales, la falta de lógica en las formulaciones, siempre suscitaron desdén en Marx (Musto). Marx presentaba El capital como “un todo artístico”. Y lo era: siempre nos ha parecido una obra “arquitectónica”, donde se colocó ladrillo por ladrillo. Una obra con una estructura interna “total” al estilo de La ciencia de la lógica de Hegel y no una suma de artículos independientes, como la mayoría de los libros[38].
Marx tuvo crisis intelectuales similares a la de otros pensadores. Por ejemplo, a Darwin, que sólo se “animó” a publicar El origen de las especies forzado por Wallace, quien estuvo a punto de publicar primero argumentos similares, aunque menos elaborados. Dudas vinculadas a lo acertado de determinado punto de vista: la necesidad de demostrar una y otra vez sus afirmaciones; algo que debe caracterizar a todo investigador serio.
La de Marx fue una obra abierta e, incluso, fragmentaria en cierta medida: algo inevitable cuando se trata de atrapar lo real, siempre en movimiento: “(…) no se puede desconsiderar el hecho que la obra de Marx es bastante fragmentaria; la mayoría de los trabajos fundamentales quedaron inacabados, siendo que una parte de ellos son manuscritos no publicados (…) La obra de Marx no sólo es fragmentaria, ella es una sucesión de fragmentos. Se constituye de una serie permanente de tentativas interrumpidas, de recomienzos que no son continuados o que lo son, pero de manera diferente a la planificada inicialmente (…) sólo es posible comprender todo esto estando dispuestos a concebir las obras de Marx como expresión de un proceso de aprendizaje en abierto, permanente y, de ningún modo, lineal, en vez de verlo como formulaciones –bien o mal sucedidas-, de verdades atemporales” (Heinrich; 2108; 32).