Patricia Pérez

Separar sexualidad de reproducción, le quita además toda razón de ser a la diferenciación entre hetero y homosexuales, y proporciona una base consistente para la unidad de la lucha de mujeres y “minorías”.

Por supuesto que los marxistas apoyamos el derecho democrático de matrimonio entre personas del mismo sexo que reclaman los movimientos gays en muchos países, pero no nos conformamos con que gays y lesbianas compartan con los heterosexuales las miserias de la familia en la sociedad capitalista.

Por ejemplo, las miserias de la mercantilización y la prostitución, siempre inseparables de la familia burguesa monogámica y patriarcal. El sistema capitalista se esfuerza por crear una apariencia de integración de los gays –junto con dispersar al movimiento de mujeres– ubicándolos como clientes del mercado: boliches, ropa, turismo, llegando incluso a hacer pasar los hoteles de lujo para burgueses gays con servicio de muchachos al cuarto como si fueran un avance en la igualdad de derechos.

“Rechazar la obligación del coito y las instituciones que esa obligación ha producido como necesarias para la constitución de una sociedad es simplemente imposible para la mente hétero (…). Así, cuando es pensada por la mente hétero, la homosexualidad no es otra cosa que otra heterosexualidad.”[1]

Las políticas de “integración” burguesas, a las que adhieren estusiastamente funcionarios de gobiernos que se niegan rotundamente a legalizar el aborto (como los del Inadi argentino[2]), hacen estragos en la conciencia colectiva y en la situación de los integrantes de las “minorías” sexuales, compelidos a intentar escapar de la discriminación por la vía de parecerse lo más posible a la “mayoría”, es decir, demostrando que son buenos para hacer lo que el capitalismo espera de las personas exitosas: casarse y producir ganancias. Se esteriliza así el potencial revolucionario de la lucha contra la heteronormatividad. No es de extrañar que el sistema patriarcal haya cooptado para esta operación de mercantilización/matrimonio al activismo gay de varones en mayor medida que al de lesbianas, donde hay más feministas.

La misma utilización de la palabra “minorías” es una operación engañosa. Los no heterosexuales integran una mayoría que sufre la represión sexual que rige en el sistema capitalista patriarcal. A la sexualidad de las mujeres, cualquiera sea su inclinación sexual, se le ha dejado un margen tan minúsculo de normalidad, que la mínima expresión libre de su deseo enseguida la arroja al territorio de lo diferente.

A riesgo de que nos acusen una vez más de querer diluir la lucha de las minorías (otro de los pecados de las feministas socialistas según el evangelio queer), consideramos que la lucha contra la heteronormatividad es parte de la lucha feminista, y abogamos por la unidad de ambos movimientos para pelear por las reivindicaciones de todos, en la estrategia común de abolición de la familia.

 


[1] Monique Wittig, La mente hétero, Nueva York, 1978.

[2] Instituto Nacional contra la Discriminación, cuya directora encabeza las Marchas del Orgullo con la consigna de matrimonio gay.