Marina Hidalgo Robles
El lugar de los prostituyentes requiere un debate específico. Muchas veces se dice, como forma de suavizar el carácter patriarcal de la explotación, que no son sólo mujeres o trans quienes son explotadas, que también hay varones que son sometidos al circuito de la explotación sexual. Varones, mujeres, trans, cualquier puede “ser prostituido o prostituida”, no hay nada específico en la condición de ser mujer que favorezca las posibilidades de ser víctima de una red de explotación. Este planteo esconde el argumento del consentimiento, porque al negar las relaciones de desigualdad de poder que jerarquizan el lugar de los varones presume que cualquier persona puede “ser prostituida”. De ahí al argumento de la elección hay un solo paso.
Es cierto que hay varones explotados, pero en su mayoría son niños o adolescentes, es decir, con un lugar de inferioridad con relación a los adultos en una sociedad patriarcal. Estos niños y adolescentes, cuando son adultos, de seguir en el circuito de la explotación sexual, pasan a ocupar el rol de proxeneta. Las mujeres, en cambio, de niñas son explotadas y de adultas también. Pero hay un dato más que es muy importante: quienes consumen explotación sexual (de mujeres, trans y varones) son los varones adultos, los patriarcas.
Prostituyentes son aquellas personas que otorgan una suma de dinero (o comida, un lugar para dormir, etc.) a una mujer, trans, niña o niño a quien someten a mantener cualquier tipo de actividad sexual que deseen. No son “clientes”, porque no hay posibilidad de que entre una mujer explotada y un varón que se aprovecha de esta situación con su dinero pueda existir un intercambio entre iguales, libremente negociado. Cliente se es cuando se compra un paquete de azúcar; cuando se compra el cuerpo de una mujer, se es un prostituyente.
Quien decide acercarse a una mujer en un prostíbulo, en la calle, en una plaza, a quien le da dinero porque ésa es la garantía de poder hacer lo que quiera con ese cuerpo durante un tiempo determinado, es completamente responsable de sus actos opresivos y por eso debe afrontar las consecuencias. Los prostituyentes consumen explotación no sólo por el placer sexual, sino porque al poner en juego su dinero ponen en juego el poder que tienen sobre esa persona, a quien pueden demandarle lo que quiera. Con más o menos culpas, todos los entrevistados de Un lugar común dejan en claro que la explotación sexual es la forma más fácil que encuentran para mantener relaciones sexuales de la forma en que ellos, y sólo ellos, decidan. “Vos sos mía por un rato, me pertenecés, y si quiero más, pago por más y tengo todo, o sea, el límite me lo da el dinero, no me lo das vos: eso es lo que prima en la cabeza de un tipo cuando va, y si quiero cinco, cuánto vale… bueno, tanto, voy y pago… (E 36)” (Chejter: 24). “Vos vas con una puta y no pensás en lo que le pasa a la puta, disfrutás vos. Es lo mismo que cualquier servicio. (E 38)” (ídem).
En el mismo sentido, pero con un poco más de remordimiento, otro prostituyente dice: “Para mí, dentro de mi cabeza es negar. O sea, esa cosa que está superclara, que existe, digamos, porque si está ahí, es porque pagás, y ella está ahí porque vos le pagás. Está claro… que es tu esclava durante un ratito… lo que digo, es que trato de que no exista esa cosa en mi cabeza. Porque, si no, no estaría ahí, o sea, dentro de todo lo que uno tapa, eso es lo que más tapás. Por lo menos en mi caso (E 111)” (ídem: 33).
Y a la vez que el prostituyente es el único responsable de sus propios actos, no es correcto afirmar que la existencia de prostituyentes es la razón de la existencia de las redes de trata y explotación sexual, sino una parte, fundamental, en la que estas redes se apoyan. Muchas feministas afirman que la pelea por la erradicación de las redes de explotación sexual parte de la pelea contra la demanda, contra los prostituyentes.
Las frases “Sin clientes no hay trata”, “Sin clientes no hay prostitución”, “Sin proxeneta no hay explotación”, no logran dar cuenta de la profundidad de las relaciones sociales machistas y patriarcales. Como desarrollamos más arriba, las relaciones opresivas de la sociedad patriarcal son las que garantizan que las mujeres y trans sean sometidas en estas redes. Estas redes son sostenidas por grandes aparatos que incluyen las fuerzas represivas del Estado, gobernadores, funcionarios y los prostituyentes.
Este tipo de afirmaciones invierte la realidad, planteando que la demanda es la que genera la oferta. Pero en la sociedad capitalista el consumo de cualquier mercancía no surge de una primera necesidad. El proceso es inverso. ¿Es realmente necesario cambiar el teléfono celular al menos una vez al año? ¿O tener un televisor que mida lo mismo que una persona? ¿O pagar el doble por un pantalón, sólo porque la etiqueta es más moderna? Lo que aparece como necesidad de la sociedad son construcciones de un sistema de consumo capitalista. Se inventa un producto, se publicita en el mercado haciendo creer que es algo realmente necesario, y se vende.
Con la explotación sexual pasa exactamente lo mismo: se inventa la necesidad de consumir la explotación (un impulso irrefrenable de satisfacer un deseo sexual), se ofrece el producto (mujeres explotadas) y se dispone en el mercado (redes de explotación) al que se acercan los consumidores (prostituyentes).
Cotidianamente estamos envueltos y envueltas en una continua exaltación de la eufórica necesidad de los varones de “descargar” su sexualidad, y del lugar de “servidoras” de las mujeres para satisfacer esta necesidad. Propagandas de desodorante, autos, ropa, cerveza, cigarrillos se ocupan de remarcar constantemente estos lugares. Los cuerpos desnudos o semidesnudos de las mujeres aparecen infaltablemente en las publicidades de cualquier producto, equiparando el producto a vender con el cuerpo de la mujer; nunca queda claro qué se vende. Las propagandas de prostíbulos, los “rubro 59” (avisos publicitarios en los diarios ofreciendo mujeres para el consumo de explotación bajo la modalidad de “masajistas”, “acompañantes”, etc.), los encontramos en todos lados, desde los diarios más leídos hasta en los postes de toda la ciudad ofreciendo los cuerpos de las mujeres.
De esta manera, se inventa una necesidad junto con el mercado para satisfacer esa necesidad, apoyándose en las bases mismas del patriarcado que conceden el poder a los varones de utilizar la sexualidad y los cuerpos de las mujeres para su propio placer. Por eso el nudo de la pelea está en las redes de explotación como primer eslabón.
Los organismos internacionales, las políticas del Estado capitalista y patriarcal, apuntan también hacia los prostituyentes, porque así no tocan ninguno de los privilegios de las redes de explotación de los que ellos se benefician: “Si no hubiera demanda de sexo comercial, el tráfico sexual no existiría en la forma en que lo hace hoy. Esta realidad pone de relieve la necesidad de grandes esfuerzos continuos para promulgar políticas y promover las normas culturales que no permiten pagar por sexo” (“Trafficking in Person – Report June 2013”: 24).
Esto mismo se ve en la página oficial del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación, donde se abre con el slogan “Sin clientes no hay trata”. En sus recuadros coloridos se ven las cifras del esfuerzo que este organismo hace en la pelea contra la trata; 5.974 víctimas rescatadas desde la sanción de la ley de trata; 60 allanamientos efectuados hasta noviembre de 2013, porcentaje de medios gráficos monitoreados que publicaran ofertas de explotación sexual, y ningún dato de proxenetas, funcionarios, gendarmes o gobernadores procesados y condenados por ser parte de una red de explotación sexual.
¿Será que los funcionarios nada tienen que ver con la explotación sexual? En los últimos meses se supo de la participación del intendente del municipio de Salvador Mazza, de la provincia de Salta, Argentina, en el regenteo de un prostíbulo donde se explotaban mujeres de distintas nacionalidades e incluso menores de edad. Estuvo unas horas detenido y enseguida salió a la calle. El gobernador de Tucumán, Alperovich, es conocido amigo del proxeneta que secuestró a Marita Verón. El diputado kirchnerista Contreras defendió públicamente la existencia de prostíbulos para que los varones descargaran sus necesidades sexuales.
El problema de este tipo de consignas es que desvían el foco de la pelea. No está mal castigar a quienes son parte de la explotación sexual de personas, especialmente sabiendo de las situaciones de violencia y del abuso de poder a que las someten, pero no va a ser encerrando a todos los prostituyentes que se van a desarmar las redes de explotación (demás está decir que ninguna de las políticas planteadas para perseguir el consumo dio ningún resultado demasiado sorprendente de condenas, o de disminución de la cantidad de personas explotadas). Y de esta forma se les da lugar a los gobiernos patriarcales para plantear políticas para las cámaras de TV sin modificar un centímetro el problema de la trata y la explotación sexual, dejando accionar libremente a proxenetas, tratantes y todos sus cómplices.