Marina Hidalgo Robles
Justo ahí, en el debate social sobre la prostitución, aparece también la postura que plantea el ejercicio libre de la prostitución como una forma de liberación sexual; disfrutar plenamente de la propia sexualidad, y de paso ganar unos pesos. Frente a quienes detentan esta posición, las que sostenemos una postura abolicionista aparecemos como “moralistas”, como “opresoras” de la sexualidad de las mujeres. Dicen: “Para ustedes seguramente no es lo mismo que trabajemos con nuestras manos a que trabajemos con nuestra vagina… entonces el problema es ése y ahí tenemos que debatir, qué les pasa a ustedes con su sexualidad que no dejan que las demás definan su autonomía personal” (Georgina Orellana, de AMMAR-CTA, en una jornada de Trabajo Sexual, Trata y Explotación Sexual, junio de 2013). Y por supuesto que no es lo mismo, porque entendemos que la negación de la sexualidad (incluyendo la sexualidad genital) de las mujeres es el bastión de la opresión patriarcal: no es lo mismo que a una mujer la violen o que le metan el dedo en la nariz.
Las Rojas somos abolicionistas porque tenemos la convicción absoluta de que la explotación sexual es justamente lo opuesto a la liberación sexual. Junto con el pacto nupcial para la maternidad, la explotación sexual es la máxima expresión de la negación de la sexualidad de las mujeres. ¿Por qué se consume explotación sexual? Porque a través de la compra de los cuerpos de las mujeres se puede esperar, pedir, exigir lo que sea que en ese momento el prostituyente quiera. Porque así se evita el trabajo que implica relacionarse con otro ser humano, el intercambio, el dar placer para recibirlo. Porque los prostituyentes bien saben de la situación de vulnerabilidad y necesidad de las mujeres que están en esa situación, y la aprovechan con su dinero.
Decir esto no es victimizar a nadie, es decir las cosas por su nombre. No hay explotación sexual sin violencia: no se puede abstraer un pedacito de la realidad de la totalidad, no se puede abstraer la explotación sexual del sistema capitalista patriarcal que la genera.
Es un error suponer que se puede enfrentar la doble moral de la sociedad con la noción del “orgullo de la puta”, que no es más que la contracara del infeliz “orgullo de vivir para ser madre”, glorificando otra cara más de la barbarie del capitalismo patriarcal. El orgullo de las mujeres explotadas sólo se concibe en la pelea por la emancipación contra todas las formas de violencia a las que nos someten a diario.
Las Rojas peleamos por la liberación sexual de todas las personas, para vivir una sexualidad libre y plena que rompa con los estrictos marcos de la monogamia heterosexual y sólo reproductiva. Una sexualidad que no esté atada a las necesidades de supervivencia en una sociedad explotadora y opresiva que mercantiliza nuestros cuerpos poniéndoles un precio. Luchamos por una sexualidad que nos permita elegir con quién, con cuántas, cuándo y dónde disfrutar de nuestros cuerpos.