Patricia Pérez

“La actitud marxista frente a la familia (…), la idea de que el sistema familiar es una institución que fomenta la opresión clasista y sexista, puede dar a entender que los socialistas están intentando destruir el único refugio que le queda al ser humano. Esto es lo contrario de lo que defienden los marxistas. Nuestro objetivo es destruir aquella forma de vida ante la cual hay que refugiarse para poder sobrevivir. Nuestro objetivo es situar todas las relaciones humanas sobre la base del respeto mutuo, la igualdad y el afecto genuino, aboliendo el chantaje económico y la desigualdad sobre los que está construido el sistema familiar (…). Eliminar la dependencia económica que mantiene agrupada, a la fuerza, a esta unidad básica de la sociedad impidiendo que se desarrollen formas superiores de relación humana.” [1]

El acceso igualitario de las mujeres a todas las ramas de la producción social implica igual acceso que los varones a la independencia económica. Esto ya es un paso enorme en cuanto a la superación de la opresión de género: la pobreza tiene cara de mujer, y muchas soportan situaciones de violencia por no poder mantenerse a sí mismas y a sus hijos. Pero además, el acceso igualitario a la producción hace necesario su acceso a la educación, la sindicalización y la vida política, reforzando su capacidad material y psicológica de hacerse respetar por los demás, individualmente y como colectivo.

Pero para que esta transformación pueda realizarse sin significar la superexplotación de una doble jornada, el trabajo doméstico, o gran parte de él, tiene que convertirse también en producción social, en la forma de guarderías, lavaderos y comedores públicos, que presten sus servicios con igual calidad por lo menos que la que alcanzan actualmente como trabajo privado. Y lo más importante: el bienestar material y el desarrollo espiritual de todos los niños, tengan o no padres, deben ser responsabilidad y tarea del colectivo social. De todas las crueldades y absurdos del capitalismo, quizás el peor sea el hecho de que, en un mundo donde un lápiz o una taza se producen aunando el trabajo y el saber de muchísima gente, el destino de una persona recaiga en tan gran medida sobre la capacidad y la voluntad de solamente dos.

Como vemos, así como para el marxismo acabar con la explotación significa mucho más que “repartir la riqueza”, superar la opresión de género implica mucho más que un salario para el ama de casa o maridos lavando platos: significa garantizar que la participación de cada persona en la producción y reproducción no dependa en absoluto de su sexo, y que la vida sexual y afectiva deje de estar signada por las necesidades de la producción y reproducción sociales.

 


[1] Mary Alice Waters, Marxismo y feminismo, Ed. Fontamara, 1989, pp. 81-83.