5. Dictadura, democracia y partidos: una reflexión final

La Revolución Rusa como experiencia estratégica. Artículo de la Revista Internacional Socialismo o Barbarie nro 33/34.

Roberto Sáenz

La experiencia del gobierno bolchevique demostró la complejidad del ascenso de la clase obrera al poder en las condiciones del aislamiento internacional de la revolución, el atraso de Rusia y la guerra civil sangrienta que se desató no bien los bolcheviques asumieron el poder. Esa mecánica del ascenso al poder real de la clase obrera, de que sea ejercido  de manera cada vez más colectiva, de que el Estado, en concomitancia con el desarrollo de las fuerzas productivas y culturales, vaya desapareciendo, es todo un complejo proceso histórico que se procesó, por primera vez, de manera incompleta en el gobierno presidido por Lenin y Trotsky; de ahí la importancia histórico-universal de la experiencia.

Desde el vamos estaba claro que la experiencia de la dictadura proletaria tenía elementos de experiencia “transitoria”, expresión de elementos de avance pero también de atraso. La revolución no surge en un terreno ideal, sino de las condiciones de la realidad, con una economía, un desarrollo de las fuerzas productivas, de las personas, terrenales, reales. La modificación de estas condiciones entraña todo un proceso histórico concreto, un proceso de transición, donde la forma que asume la dictadura proletaria es simultáneamente una dictadura y una democracia, ambas de nuevo tipo. Dictadura en relación con la burguesía y el imperialismo; democracia en relación a la clase trabajadora. Pero, como ya hemos señalado, esta fórmula entraña todo un complejo proceso que en la experiencia de los bolcheviques debe ser evaluado de manera concreta; un proceso que se complicó, además, por el surgimiento de un actor inesperado: la burocracia.

Los fundamentos de este proceso remiten a en qué medida la dictadura proletaria, como democracia y dictadura de nuevo tipo, logra ser realmente una instancia de transición entre la revolución y el autogobierno de las masas, el comunismo. Desde el comienzo debe quedar establecido el terreno material de las cosas al definirse que, tanto en el terreno económico como en el político y el internacional, es inevitable un período de transición: el socialismo no es algo que se pueda lograr “just in time”.

En la primera parte trabajamos el carácter dictatorial que inevitablemente tiene la revolución, el nuevo gobierno. Aquí el problema es cómo abordar la problemática de ese tránsito de manera no ingenua, no simplista. Dada la complejidad de las circunstancias el gobierno de los bolcheviques no admite un balance sumario, como hemos señalado. La crítica democratista tiende a aplanar las circunstancias reales, el hecho que a la clase obrera no le es tan sencillo hacerse del poder y que, sin embargo, debe gobernar el país, enfrentando a los enemigos internos y externos. De ahí que este tipo de balance, tan a la moda en centros universitarios y también en muchas corrientes socialistas revolucionarias, sea de una ingenuidad que solamente sirve para desarmar a las nuevas generaciones militantes.

Lo mismo vale para la idea “anarquizante” de que sin partido revolucionario, sin partidos, el proceso pueda avanzar en un sentido progresivo. La lucha de clases, la revolución, es lucha de partidos, es lucha por el poder. Y no se puede concebir ningún evento de la lucha política, e incluso militar, sin ellos. En este aspecto lo que se observa en muchos autores que se dicen “marxistas” es una deriva condenatoria de los partidos, una escisión mecánica de las complejas y necesarias relaciones entre clase, vanguardia y partido. Si está claro que no existe un signo igual entre la clase obrera y el partido (los partidos), al mismo tiempo no puede elevarse políticamente sin ellos; es el proceso de selección natural política lo que lleva a la hegemonía de uno y otro, como lo destacara incluso Víctor Serge, de conocidas inclinaciones democráticas.

Simultáneamente, tampoco vale la justificación acrítica, conservadora, de todo lo actuado por el bolchevismo; semejante abordaje impide sacar lecciones críticas de la experiencia, lo que nos condenaría a repetir siempre los mismos errores, una actitud característica de muchas corrientes dentro y fuera del trotskismo.

Por supuesto, no se trata de que nos queramos “medir” con los inmensos revolucionarios que fueron los bolcheviques, lo que sería ridículo, sino simplemente por un problema de perspectiva histórica y posibilidad de mirada retrospectiva que nos permite y nos obliga a hacer un balance. Que implica, en definitiva, una crítica demoledora al objetivismo, oportunismo y sustituismo imperante en la mayoría de las corrientes trotskistas de la posguerra, o de autores de la talla de un Isaac Deutscher, cuya biografía sobre Trotsky es leída como verdadero manual de formación política marxista hace varias generaciones militantes. Sin duda es una obra de valor, inspiradora en muchos sentidos, pero profundamente resentida por una teoría objetivista de la revolución que pretende justificar toda una adaptación a las condiciones de la segunda posguerra que, por lo demás, han quedado completamente por fuera de la agenda histórica hoy.

Si la crítica democratista es facilista, la negativa a una evaluación crítica es, insistimos, un reflejo conservador que representa un obstáculo para la tarea de volver a poner al marxismo revolucionario a la ofensiva en este siglo XXI, de volver a desplegar la bandera de la revolución auténticamente socialista. El conservadurismo de esas tendencias solamente puede conducir a repetir los mismos errores, o a la idea de una “estrategia” sin política ni fines que reduce nuestra acción a puras maniobras, que nos hacen girar en falso y que amenazan con el oportunismo sin principios.

El balance del siglo XX nos permite precisar nuestros fines; no hay política revolucionaria que no se refiera a ellos. Si los dejara de lado, y si dejara de lado la reflexión estratégica que ha permitido el siglo pasado, el siglo de las revoluciones, lo que hay a la vuelta de la esquina es una recaída en el oportunismo. Porque la política revolucionaria es “poliédrica”: tiene varias caras que conforman una totalidad dialéctica de fines, política, estrategia y medios- Esta totalidad se hace concreta en cada caso, como desarrollamos en “Guerra, política y partido”, de próxima aparición.

Éste es, en síntesis, el aporte que hemos intentado hacer con este ensayo: ayudar a las nuevas generaciones militantes a extraer las enseñanzas críticas del inmenso legado histórico del siglo XX a fin de prepararlas mejor para la batalla por el relanzamiento de la revolución socialista y el partido revolucionario en este nuevo siglo.