Patricia Pérez
“Las mujeres que trabajan en las fábricas reciben por lo general salarios muy inferiores a los de los hombres, y ha habido manifestaciones de lástima por ellas a este respecto, basadas en una simpatía tal vez poco juiciosa, ya que el bajo precio de su trabajo tiende a imbuirles de la idea de que cumplir con sus labores domésticas resulta más provechoso, y es además una actividad más agradable, con lo cual se evita que se sientan tentadas por la fábrica abandonando el cuidado de sus hijos y del hogar. De este modo, la Providencia consigue su propósito.” (Dr. Andrew Ure, Philosophy of Manufactures.) [1]
Más arriba decíamos que para abolir la división del trabajo entre los géneros, la mujer tenía que integrarse a la producción social y la sociedad debía absorber las tareas domésticas como una rama de la producción social. Con la revolución industrial, el capitalismo, a su modo brutal, empleando a millones de mujeres y niños en las fábricas, “cumplió” por un tiempo con la primera parte de este programa:
“Hacia 1840 la mayoría de los trabajadores en las fábricas británicas eran mujeres y niños. Las terribles condiciones de vida y trabajo que los asalariados sufrían destruyeron cualquier cosa que se pareciera a una vida familiar normal; y el acceso de las mujeres a sus propios ingresos les permitió escapar de la necesidad del matrimonio. Esto llevó a mucha gente (entre ellos Marx y Engels) a hablar de la muerte de la familia de clase trabajadora”;
aunque se detuvo antes de la segunda:
“De hecho, la familia no sólo sobrevivió, sino que floreció, aunque con una forma muy diferente. El capitalismo dependía de una aportación ininterrumpida de mano de obra. Aquellos que dirigían el sistema se daban cuenta progresivamente de que la familia era la mejor manera de asegurarse esa aportación con un coste mínimo para ellos. A partir de mediados del siglo XIX se hicieron intentos conscientes de recrear una vida familiar estable entre las clases trabajadoras. Ello conllevaba, en parte, la exclusión gradual de mujeres y niños de ciertas áreas de la producción y el pago de un salario familiar a los hombres. Se excluyó a las mujeres, en particular, de las industrias que amenazaban su capacidad de tener hijos”. [2]
Los consejos del simpático doctor Ure con que encabezamos este ítem reflejan muy bien este período, cuando el capitalismo se dedicó conscientemente a reconstruir una familia obrera donde la reproducción de la fuerza de trabajo (crianza de futuros trabajadores, más alimentación, vestido y alojamiento de los actuales) se realizara del modo más barato posible para el sistema.
A partir de allí, el capitalismo se ha movido siempre entre estas dos necesidades: utilizar a las mujeres como ejército industrial de reserva (por ejemplo, en épocas de crisis económica o guerra), y utilizar su trabajo doméstico gratuito para reducir al mínimo posible el salario del trabajador.[3]
Por eso, cuando la crisis o la guerra pasan, el sistema comienza a despedir a las mujeres de la producción y repone a los hombres. La idea de que el lugar de la mujer es el hogar, o de que “les quitan el trabajo a los hombres”, hace que provocar una gran desocupación femenina tenga menores costos políticos que la desocupación masculina.[4]
Hay otras funciones de reproducción que cumple la familia: una es la reproducción de la desigualdad social. Los bienes de un propietario, cuando éste muere, no se devuelven a la sociedad, sino que pasan a sus hijos. A través de la familia la burguesía se asegura la acumulación de riquezas en su propia clase. Los niños que nacen en familias desposeídas, al contar para labrar su futuro sólo con los recursos de sus padres, irán casi inevitablemente a engrosar las filas de los asalariados.
Otra muy importante es la reproducción ideológica de los valores de la sociedad de clases, mediante la represión de las nuevas generaciones. Los bolcheviques en el gobierno soviético, por ejemplo, hicieron ingentes esfuerzos económicos y culturales para reemplazar la organización familiar por otra más comunitaria, con el fin de liberar a la mujer del aislamiento y la explotación domésticas e integrarla a la vida política y social, y ofrecer a la nueva generación que crecía en el estado obrero un ámbito de crianza y educación menos opresivo y aislado. Entre las primeras medidas contrarrevolucionarias de la burocracia usurpadora estuvo el ensalzamiento de la “familia obrera” y el recorte de todos los derechos de las mujeres que el estado obrero había promulgado, como el derecho al aborto, ya que, al decir de la burocracia, “habiendo alcanzado el socialismo, la mujer soviética no tiene derecho a renunciar a las alegrías de la maternidad”.
“El retroceso reviste formas de asquerosa hipocresía, y va mucho más lejos de lo que exige la dura necesidad económica. El motivo más imperioso del culto actual a la familia es, sin duda alguna, la necesidad que experimenta la burocracia de una jerarquía estable de relaciones sociales y de una juventud disciplinada por cuarenta millones de hogares que sirven de puntos de apoyo a la autoridad y al poder.” (León Trotsky, La revolución traicionada, 1936.)
Maternidad compulsiva y disciplinamiento de la juventud fueron bases para la instalación de un régimen que, como hoy sabemos, no fue una transición al socialismo “detenida” o “degenerada” sino una transición a la restauración del capitalismo.
[1] Citado por Scheila Rowbotham en Hidden from History.
[2] Marçal Solé y Paso Gredilla, La lucha por la liberación gay y lesbiana.
[3] Recordemos que el salario, como el precio de cualquier mercancía, no puede reducirse más allá de lo necesario para lograr la reposición de esa mercancía: tiene que alcanzar para que el trabajador vuelva diariamente a su puesto alimentado y descansado. Y también para reponer la fuerza de trabajo a largo plazo, con la producción de nuevos trabajadores. Al realizarse como trabajo doméstico gratuito, esos servicios son más baratos que si el trabajador tuviera que comprarlos en el mercado, por lo que el salario se abarata.
[4] Aunque no siempre es así. La entrada masiva de las mujeres yanquis en la producción durante la II Guerra Mundial, y el posterior intento del gobierno por devolverlas a su casa, constituyó un campo fértil para el desarrollo del movimiento feminista de los 60.