Roberto Sáenz
Las condiciones biográficas de Marx y Engels se forjaron en el cruce de dos revoluciones, la industrial y la francesa, no todavía en la actualidad de la revolución socialista. Tienen esas determinaciones. La clase obrera comienza a participar y va acumulando una creciente experiencia. Pero se trataba de una experiencia históricamente limitada todavía, que tuvo, sin embargo, su punto más alto en la experiencia de la Comuna de París: la primera experiencia histórica de poder proletario.
La guerra civil en Francia es el texto de Marx dedicado a la Comuna. Se trata de un texto menos intrincado si se quiere que el XVIII Brumario de Luís Bonaparte (dedicado a la revolución de 1848), sencillamente porque la Comuna de París se trataba ya del embrión de una revolución obrera y no de una revolución burguesa que se queda a mitad de camino.
Las revoluciones que ocurren en “cruces históricos” son más difíciles de analizar, más “híbridas”, que las que ocurren con un contenido de clase más definido. Y también es verdad que las contrarrevoluciones son de una complejidad mayúscula (dicho exageradamente para que se entienda, es mayor incluso la complejidad de la contrarrevolución estalinista que la del fascismo, ya de por sí complejísima [1]).
El texto de Marx sobre la experiencia de la Comuna de París está lleno de enseñanzas –Lenin se apoyará en él, entre otros textos de Marx, para su clásico El Estado y la revolución–. Y no es para menos: se trató de la primera experiencia de dictadura proletaria en la historia: “la forma al fin descubierta de la dictadura del proletariado; el proletariado organizado como clase dominante” (Marx).
Se lo puede estudiar desde varios ángulos, entre otros uno que me apasiona, que es el problema del derecho en la transición [2], que también aparece en la Crítica al programa de Gotha, otro texto programático valioso donde se critica el programa de unificación entre marxistas y lasellanos en Alemania [3].
En fin, el marxismo clásico va a nuestros fundamentos. Y en la medida que es una crítica fundamentada, científica, basada en el estudio de las premisas reales, objetivas, materiales de la crítica al capitalismo, se lo dio en llamar “socialismo científico” (calificativo que venía de antes de Marx y Engels).
Pero aquí se comete el error habitual de oponer el socialismo científico al socialismo utópico, lo que está mal, es una vulgaridad, un reduccionismo. Porque es sabido que los propios Marx y Engels reivindican muchos desarrollos del socialismo utópico (de Saint Simón, Owen y Fourier, los socialistas utópicos clásicos), sobre todo sus aspectos críticos de la sociedad existente (Draper).
No es verdad que el marxismo sea “antiutópico”. Su “antiutopismo” se limita a cualquier representación absurda del mundo, no fundamentada científicamente, cualquier perspectiva carente de bases materiales, objetivas.
Con la erudición que lo caracteriza, el marxista norteamericano Hal Draper explica que la connotación de “científico”, en el habla inglesa, es reduccionista en relación a la lengua alemana. Subraya que si en la primera se reduce exclusivamente a las ciencias “duras”, naturales, en lengua alemana se refiere con mayor extensión, a cualquier estudio crítico con premisas científicas de la realidad. Es en este último sentido que Marx y Engels identificaban su socialismo científico: “La palabra alemana Wissenschaft significa conocimiento, esto es el estudioso que acumula conocimiento. Incluye la idea de ciencia, y tiende a ser traducida como ‘ciencia’. Pero bajo ningún concepto está limitada a las ciencias naturales; abarca todo cuerpo de conocimiento que un estudioso o un investigador investigue, mucho más ampliamente que los escritores ingleses tolerarían. En consecuencia, hoy como ayer, un buen diccionario definiría no sólo exakten Wissenschaften o Naturwissenschaft(en) sino también historische Wissenchaften e incluso shönen Wissenchaften (bellas letras)” [4].
Los socialistas utópicos tenían una sensibilidad crítica sobre el capitalismo que Marx y Engels recogieron. No veían a la clase obrera como sujeto de su autoemancipación, y divagaban muchas veces sobre el futuro. Sin embargo, Marx y Engels reivindican su capacidad de crítica, su capacidad de ver más allá de lo establecido [5].
Por otra parte, un elemento “utópico”, “ideacional” debe estar presente en toda lucha en el sentido de una apreciación, así sea algo difusa, de potencialidades futuras. Potencialidades futuras que tienen sus fundamentos materiales en tendencias de la realidad y pueden realizarse en el horizonte de la lucha: “Marx tenía como premisa una apreciación de las posibilidades políticas del proyecto como una apuesta al futuro. Por esta razón se ha argumentado que el proyecto socialista tuvo, desde el inicio, una naturaleza utópica, y parece razonable reconocerlo, incluso si la crítica suena irritativa. No hay que confundir, sin embargo, con cualquier idea de predestinación o ‘inmanencias’. La incerteza y el riesgo siempre fueron inseparables del error (…) Cuando hay incerteza, un grado de utopía y aventura son inevitables. En definitiva, la presencia de la contrarrevolución define también los límites de la aventura. ¿Aventura? Sí, porque estos márgenes amplios de indeterminación encierran sorpresas y riesgos” (“Marx, o incendiario”, 5/05/18, ezquerdaonline).
Este aspecto es importante contra cualquier tentación reformista de naturalización de las condiciones existentes que hace creer que sólo existe este mundo y nada más. En este sentido nos parece que en la correcta afirmación de Bensaïd sobre la importancia del presente para la política revolucionaria, cabe, quizás, un dejo oportunista en el sentido de que el “presentismo” tout court es peligroso. Si hace a las condiciones materiales de la lucha, está perfecto. Pero si tiene que ver con un “allanarse” mecánicamente a la realidad perdiendo de vista que lo que es podría ser distinto, significaría rendirse oportunistamente a esa realidad, lo que es incorrecto (Bensaïd expresa cierto rechazo al elemento utópico que nos parece equivocado por estas mismas razones [6]).
“Sueños que se sueñan despiertos” afirmaba Ernst Bloch (por oposición a los sueños que soñamos mientras dormimos o, más bien, al abordaje reaccionario del inconsciente por parte de Carl Jung [7]). Y tiene razón. Porque la inmensa mayoría de los explotados y oprimidos sueñan despiertos una posibilidad de emancipación. Y ese “sueño”, apoyado materialmente en el acicate que significan la explotación y la opresión, motiva a la lucha, motiva a la resistencia, motiva a la insurrección [8].
Hay, por lo tanto, toda una historia de “sueños que se sueñan despiertos” entre los explotados y oprimidos, dejando a salvo que el socialismo científico de Marx y Engels aparece en el momento histórico en que la utopía puede transformarse en realidad; cuando aparecen las condiciones materiales para salir de la prehistoria humana caracterizada por dichas relaciones de desigualdad y entrar en la verdadera historia, donde la presión de la necesidad sea reducida al mínimo: el reino de la libertad.
Esto admite otro desdoblamiento. El elemento científico hace a las bases objetivas de la crítica; no tiene nada que ver con la pretendida “cientificidad a-valorativa” de Max Weber y consortes. En Marx y Engels el compromiso científico y el compromiso político van de la mano (sólo conocemos lo que hacemos, en el sentido de que la praxis es el criterio de verdad más infalible).
El “científico” que desde una torre de marfil pretende analizar la realidad sin “mezclarse” con ella, sin “poner los pies en el barro”, que no da cuenta de sus tomas de posición como diciendo “soy un marciano que mira a los terrícolas”, es un esquemático idealista.
Max Weber era terrícola y todo su análisis se hace desde la posición de un burgués que no veía superación al horizonte capitalista. O que, en todo caso, en sus textos políticos ejercía una crítica romántico-conservadora al orden existente sin ningún efecto práctico: “El paso del modelo formal de la burocracia a los análisis históricos y políticos de los procesos de burocratización significan también, para Max Weber, un cambio de perspectivas (…) Si en los textos científicos-sociológicos pone el acento en los aspectos positivos de la máquina burocrática (…) en los textos políticos hace aparecer la otra cara de la moneda, más realista: los engranajes de la máquina burocrática están desengrasados y producen disfuncionalidades, la burocracia se convierte en un fin en sí misma, sobrepasando su tarea meramente instrumental e imponiendo sus propias condiciones, etc.” (La máquina burocrática, José M. González García, 183 [9]).
Su definición del capitalismo como “caja de acero” es aguda pero profundamente escéptica; se trataría de determinaciones de las cuales no habría forma de salir, insuperables. Varios autores destacan que en realidad el concepto de “caja de acero” no está colocado explícitamente en Weber, aunque otros subrayan que dicho concepto sí está, y multiplicado, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo cuando señala que la libertad humana habría quedado encerrada en una suerte de caja de acero que se encuentra dentro de una concha de mar.
Volviendo al socialismo utópico, durante su apogeo la clase obrera todavía era una realidad incipiente, no llegaba a ser una clase independiente; de ahí su utopismo y paternalismo en gran medida.
El concepto de proletariado heredado de la Revolución Francesa remitía, no a la clase obrera moderna, sino a una suerte de “proletariado desarrapado” (el concepto de proletario viene del latín y significa aquel que no tiene nada salvo su familia, su prole): un elemento artesano, cuentapropista, de pequeño propietario, más propio de los sans culottes parisinos –literalmente los “sin calzones” por referencia al culote, la prenda que vestían los sectores acomodados de Francia; por el contrario, los sectores plebeyos usaban pantalones largos– que de una clase obrera moderna (Draper).
En la época del socialismo utópico no existía todavía la clase obrera como tal. Con Marx y Engels ya había emergido la clase obrera industrial aunque políticamente era todavía mayormente huérfana [10] –ya señalamos que sus vidas se desarrollaron en el “tránsito histórico” entre dos revoluciones: la burguesa y la proletaria–.
Esta clase obrera era todavía muy débil para proyectarse al poder. El marxismo revolucionario del siglo XX expresa ya la actualidad de la revolución socialista. Una actualidad que a pesar de todas las dificultades heredadas de las frustraciones del siglo pasado, está más vigente que nunca y tendrá nuevos desdoblamientos en el siglo que estamos transitando bajo el acicate material del capitalismo voraz que domina el mundo.
Como ya señalamos, sólo con ver la histórica rebelión que está en curso en los Estados Unidos alcanza para entender lo que venimos señalando. Hemos entrado, definitivamente, en el siglo XXI, lo que puede apreciarse por todo un set de problemas propios de este siglo como venimos desarrollando en otros textos.
Marx y Engels se desarrollaron en los “intersticios” de dos revoluciones de naturaleza distinta: entre la revolución burguesa que estaba agotándose y la revolución proletaria que no terminaba de emerger aunque se esbozara ya heroicamente en la Comuna de París.
En materia biográfica les recomiendo leer, entre otros tantos textos, una obra educativa y accesible, clásica, Marx y Engels, de David Riazanov. Riazanov fue el principal marxólogo del bolchevismo. Muy celoso de su independencia política, no provenía del bolchevismo; entró al partido a mediados de 1917 (en el mismo grupo que Trotsky): “David dit Riazanov fue una de las figuras más capacitadas, comprometidas y relevantes de los primeros tensos años de la historia soviética. Excéntrico, con una excepcional memoria, una personalidad volátil y romántica e imbuido de una capacidad de trabajo ilimitada. Un viejo amigo, Steklov, lo recuerda ‘leyendo siempre y en todo lugar: cuando caminaba, en compañía de otros, cenando’. Trotsky lo definía como ‘orgánicamente incapaz de cobardía, o de perogrullo’, añadiendo que ‘toda ostentación vistosa de lealtad le repugnaba’. Opositor frecuente de las posiciones de Lenin (él se consideraba un bolchevique no leninista) o del poderoso Stalin (a quien en plena campaña contra Trotsky interrumpió en un congreso con un ‘¡Déjalo, Koba! No te pongas en ridículo. Todo el mundo sabe muy bien que la teoría no es tu fuerte’ ” (Nicolás González Varela, “David Riazanov: humanista, editor de Marx y disidente rojo”, Rebelión, 26/03/13 [11]).
Se decía que Riazanov podía viajar de Berlín a Londres para comprobar si existía una coma en una cita de Marx… Fue el fundador del Instituto Marx-Engels (IME), que funcionará desde diciembre de 1921. Un instituto que hizo historia en materia de marxología publicando muchas de las obras de Marx y Engels que estaban inéditas y que llevó adelante el primer intento de publicar las obras completas de los fundadores del marxismo.
Riazanov fue la figura que estuvo por detrás de todo este trabajo creador que abarcará más de una década hasta que Stalin decidirá, finalmente, deponerlo de su puesto y luego pasarlo por las armas en las purgas.
Riazanov estuvo en contra de la toma del poder, lo mismo que Lunarchasky, otro erudito, de gran cultura, al frente de la educación y las artes en los primeros años de la revolución. Es un clásico que los intelectuales tout court son malos políticos: les falta el “cable a tierra” de la práctica revolucionaria.
No confundir, claro está, con los intelectuales revolucionarios que al sumar su formación teórico-estratégica y su experiencia práctica en el terreno, suelen ser grandes marxistas y cuyos modelos clásicos son Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci, etc., varios de ellos constructores partidarios [12].
Riazanov era un socialista revolucionario sano, intelectualmente honesto. Formaba filas entre esos marxólogos que afirmaban “yo no soy bolchevique, yo no soy menchevique, sólo soy marxista”… En el contexto de los años ’30, Trotsky criticaría la posición de aquellos que llamaban a “volver a Marx” “sin sacarse las pantuflas permaneciendo en su cuarto de estudio”; es decir, salteándose la experiencia del bolchevismo (Bolchevismo y estalinismo); un abordaje por fuera de la experiencia histórica real [13].
Los meramente eruditosno suelen ser buenos políticos. Con la erudición no alcanza, hace falta la prueba de la política revolucionaria (la prueba de la práctica que informa y enriquece al marxismo). Para ser un buen marxista hay que ser, simultáneamente, buen político por así decirlo (veamos si no los comentarios que ya citamos de Engels sobre Marx, cómo este era infalible frente a acontecimientos revolucionarios).
El marxismo es una “ciencia viva”. Se enriquece y adquiere “tersura dialéctica” en la experiencia. No puede ser una colección de citas muertas, “talmúdicas”. No es una biblia o algo que se tiene acopiado, de una vez y para siempre, en el bolsillo. Se vivifica permanentemente con la experiencia en la realidad cambiante de la lucha de clases.
De Lenin y Trotsky, Riazanov no habla, porque él es “ahijado” de Marx y además es contemporáneo de ellos. Marx y Engels tuvieron varios discípulos. En general, todos capitularon. Berstein y Kautsky, discípulos directos de ellos, desbarrancaron en el oportunismo. También desbarrancó Plejanov, el fundador del marxismo ruso.
Bernstein y Kautsky capitularon bajo la presión de un partido socialista de masas, electoralista y sindicalista en condiciones de estabilidad en Alemania. Plejanov por haber quedado desde muy joven fuera de Rusia y por 50 años; es imposible mantener la sensibilidad y la “finura” de la política revolucionaria quedando al margen del país de origen por semejante cantidad de tiempo.
Es que la política revolucionaria requiere del “cable a tierra” de la experiencia de las masas, algo que recordamos cómo Trotsky destacaba en Lenin, la sensibilidad que este tenía para escuchar a las masas a pesar de que pasó largas temporadas fuera del país, de conectar con sus sentimientos y necesidades más profundas.
Mantener el carácter revolucionario sólo puede hacerse en un vínculo cotidiano con una organización revolucionaria y con la lucha de clases. Y, además, sin dejarse seducir por las veleidades del sistema [14].
[1] Decimos que es exagerado porque la contrarrevolución fascista y nazi fue un acontecimiento histórico muy complejo también. Pero en la medida que fueron contrarrevoluciones burguesas, se nutrieron de algunos “rasgos comunes” de la contrarrevolución y / o la reacción burguesa después de la Revolución Francesa, mientras que la contrarrevolución estalinista, la contrarrevolución en el seno de un Estado obrero, fue un acontecimiento completamente original.
[2]Esta temática la tenemos más trabajada en textos como “A cien años de la Revolución Rusa” o “Engels antropólogo”, entre otros.
[3] Estas eran las dos vertientes del socialismo en Alemania hacia finales de los años ‘60 del siglo XIX. Si los marxistas cedieron a los lasalleanos en el programa, terminaron “copando” el partido. Luego de una primera etapa revolucionaria bajo las leyes proscriptivas de Bismarck vendría una creciente adaptación a las instituciones que terminará mellando el carácter revolucionario del partido. Esta es la otra gran historia de burocratización del movimiento obrero junto con el estalinismo.
[4] Como para poner un ejemplo gráfico de la erudición de Draper y su puntillosidad marxológica. En Marx intempestivo Bensaïd habla, en igual sentido, de la diferencia entre la idea reduccionista de ciencia en general y el concepto crítico, no positivista de Marx, de “ciencia alemana”.
[5] Draper subraya que los que formalizaron las “divagaciones sobre el futuro” fueron, más bien, los discípulos de los grandes utópicos y las sectas que se organizaron alrededor de ellos. Pero subraya que Marx y Engels reivindicaban en Saint Simón, Owen y Fourier el haber hecho aportes en la crítica del capitalismo.
[6] Aquí hay, quizás, un debate más profundo vinculado a la visión utópica de “frontera”, hacia delante, y la reivindicación de ciertas corrientes “románticas” que hace Michael Lowy o el abordaje que suele hacerse de las Tesis sobre el concepto de la historia de Benjamin –cuya mirada es hacia un paraíso perdido en el pasado. Y en este aspecto estamos más con Ernest Bloch y su principio esperanza que con cualquier visión romántica; nos sentimos más inclinados hacia el futuro que hacia el pasado (aunque sea correcto recoger conquistas y prácticas de los movimientos pasados o, incluso, ancestrales de la humanidad como incluso hicieron Marx y Engels con mucha profundidad en sus últimos años).
[7] Clarifiquemos un poco esto: Bloch explica con agudeza que, en general, los sueños que se sueñan despiertos son sueños de futuro, de mejores condiciones futuras, mientras que los sueños dormidos, los “sueños del inconsciente, son sueños sobre algún hecho del pasado, una mezcla informe de hechos ocurridos. En cualquier caso, la crítica muy justa que le hace a Carl Jung, no a Freud, es que su criterio romántico-conservador lo lleva a reivindicar la vuelta a lo más ancestral; a reivindicar los sueños hacia atrás y no hacia adelante, los “sueños de frontera de aspiraciones de futuro” como afirma Bloch (El principio esperanza, tomo I).
[8] La contemporaneidad de este texto con la rebelión en Estados Unidos nos hace acordar la famosa frase de Martin Luther King Jr. “yo tengo un sueño” en la marcha de los hombres blancos a Washington en agosto de 1963 que Luther King mismo luego señalaría como una manifestación de ingenuidad o que, en todo caso, más allá de cierto reformismo del mismo Luther King refleja al dedillo la importancia de los sueños, de las aspiraciones transformadoras, en la lucha de clases.
[9] Este texto de González García sobre los hermanos Weber y Kafka es un clásico sobre el análisis weberiano de la burocracia que ya tiene algunos años (fue publicado en España en 1987).
[10] Uno de los primeros movimientos políticos de la clase obrera, si no el primero, fue el cartismo inglés que luchaba por el derecho al voto de la clase obrera.
[11] Lunarchasky llama a Riazanov “indiscutiblemente el hombre más culto de nuestro partido”. Era tan celoso de su independencia que el periodista revolucionario John Reed lo describía como un hombre-fracción:”‘a bitterly objecting minority of one” (González Varela).
[12] Ser dirigente y constructor partidario es lo que más cable a tierra da, y si esto se une con una importante formación y un esfuerzo consciente en el terreno teórico-político, la “fuerza política” que se adquiere –la profundidad en el abordaje de las cuestiones– suele ser considerable.
[13] Se sobreentiende que esta vuelta “impoluta” a Marx y Engels tenía que vérselas con no “enchastrarse” con la experiencia histórica real que siempre es más rica y más compleja que la “doctrina”.
[14] Lo fundamental en esto, insistimos, es el vínculo cotidiano con la lucha de clases que otorga la pertenencia a una organización revolucionaria comprometida con las necesidades y las luchas de los explotados y oprimidos.