Inés Zadu
La teoría Queer parte de una definición errónea del patriarcado, al reducirlo exclusivamente a la heteronormatividad, concibiendo a la mujer como uno de los dos polos opresivos de esa heterosexualidad obligatoria. De esta manera patriarcado y heteronormatividad son sinónimos. Esta forma de ver el problema le quita al patriarcado toda una serie de responsabilidades que incluyen la heteronormatividad, pero que la exceden.
El fundamento del patriarcado, que es muy anterior al capitalismo, es el sostenimiento de la familia como institución que garantiza la reproducción de la vida, tanto en el sentido de la procreación como en el de garantizar las tareas para la vida cotidiana. La familia se fue transformando en su forma a lo largo de la historia desde la aparición de la propiedad privada, pero su sustento siguió intocado hasta nuestros días. El capitalismo es el primer sistema que logra independizar la producción de la vida de las relaciones de parentesco. Si en todas las sociedades anteriores el mercado era marginal y la producción de los bienes materiales para la subsistencia se garantizaban de una u otra forma a partir de la organización de las relaciones de parentesco, bajo el capitalismo el objetivo es la producción en masa para la venta en el mercado y no para satisfacer necesidades. Así el capitalismo logra una forma muy original de dependencia, bajo la ilusión de la igualdad y la libertad, donde los dominados venden o alquilan su capacidad de trabajar por un salario. Lo que a la vez la de la apariencia de una transacción “libre” y “justa”.
Sin embargo, el capitalismo mantuvo una esfera por fuera del círculo mercantil de producción-distribución-consumo que caracteriza el funcionamiento del sistema. Y este aspecto es el de la reproducción de la vida en los sentidos ya mencionados. El capitalismo tuvo la habilidad de incorporar al sistema patriarcal, resignificándolo, en una nueva totalidad. El mantenimiento del patriarcado es fundamental para el funcionamiento del capitalismo, ya que le garantiza que la reproducción de la vida se hace por cuenta y cargo de la mitad de la humanidad, las mujeres, que realizan gratuitamente ese “trabajo”.[1] “El trabajo doméstico tiene la propiedad, junto con otras formas de trabajo concreto, de transferir valor al transformar productos que son mercancías, y que por lo tanto contienen determinada cantidad de valor. Esto implica que el trabajo doméstico es necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, pero permanece como trabajo privado individual, no forma parte del modo de producción capitalista de mercancías, sino que es una de sus condiciones externas de existencia”.[2]
La heteronormatividad tiene por objetivo central el cumplimiento del mandato patriarcal por excelencia, que es el sometimiento de la mujer al ámbito doméstico. Para ello necesita legitimar la sexualidad como apéndice de la procreación, convertir a la maternidad en un destino incuestionable, aunque los medios masivos de comunicación proclamen la “libertad sexual”.
La heteronormatividad se asienta sobre la opresión de las mujeres. No es un par de igualdades (masculino-femenino) que subsumen al resto de las sexualidades. En eso Monique Wittig describe muy bien cómo lo normal es lo blanco, hombre, heterosexual, libre.
La heterosexualidad obligatoria produce la violencia hacia las mujeres, los niños y niñas, los gays, las lesbianas y las travestis.
Pero en la teoría Queer no hay crítica de la familia burguesa. Más aún, en muchos casos se reivindica la formación de familias de parejas del mismo sexo sin cuestionar la existencia de una de las instituciones más opresivas de la historia.[3]
Wittig reconoce que el patriarcado oprime no sólo a lesbianas y homosexuales, sino que a muchos y muchas otros. Ella señala que “constituir una diferencia y controlarla es un acto de poder, dado que es esencialmente un acto normativo. Todas las personas tratan de mostrar que la otra o el otro son diferentes. Pero no todas tienen éxito en su empresa. Hay que ocupar una posición social de poder para lograrlo”.[4]
Nos preguntamos, la posición social de poder que permite normar, ¿cómo se construye? En el capitalismo no es la “diferencia” el mecanismo principal que constituye a la clase dominante, sino justamente la “igualdad” aparente, que es la ideología que enmascara la explotación asalariada. Por eso la lucha por la liberación de las mujeres tiene su especificidad dentro de la lucha de “todas aquellas personas que están en posición de dominadas”: en el caso de la mujer, hay una expoliación (el trabajo doméstico) que sí está basada en la diferencia. Y también es específica respecto de la lucha de los no heterosexuales, porque en este caso no hay una expoliación económica basada en la diferencia.
[1] En realidad, no se trata de “trabajo” en sentido estricto, justamente por darse fuera de las relaciones asalariadas. Utilizamos el término por estar extendido en la literatura feminista respecto del tema.
[2] Uría, Pinead, Oliván, 1985
[3] En estos momentos hay un debate en curso sobre el matrimonio gay. Consideramos justa la reivindicación de conquistar derechos para las llamadas minorías sexuales, por conseguir derechos de salud y por no ser despojados de un lugar para vivir cuando muere uno de los miembros de la pareja, derechos que deben ser conquistados para todas las personas. Sin embargo, criticamos la pretensión de algunos sectores de presentar esta lucha como un intento por entrar en la “normalidad” burguesa, sin cuestionar a la familia patriarcal.
[4] Wittig. Ídem.