2. El concepto de trata, el imperialismo y el vaticano

Marina Hidalgo Robles

La trata con fines de explotación sexual parece estar condenada por los grandes poderes de este mundo. El gobierno de EE.UU. da premios a las personas que se destacan en su lucha contra este flagelo. El Departamento de Estado de Estados Unidos califica a los países según las políticas que llevan adelante sus gobiernos contra la trata, y esta calificación realmente incide en ciertos préstamos y subsidios que cada país pueda conseguir de organismos internacionales.

Anualmente se publica un informe yanqui donde se le pone una calificación del 1 al 3 a cada país (excepto a Estados Unidos), de acuerdo con los “esfuerzos” que sus gobiernos realizan para combatir la trata. Y se encargan de dejar bien claro que la categorización se basa en “la extensión de las acciones del gobierno en combatir la trata más que en el tamaño del problema” (Departamento de Estado de EE.UU., “Trafficking in Person – Report June 2013”: 41). Así, Argentina fue categorizada en el nivel 2, “países cuyos gobiernos no cumplen totalmente con el estándar mínimo de Actos de Prevención de Víctimas de Trata, pero están haciendo esfuerzos significativos para cumplir estos estándares” (ídem), el mismo año en que los 13 proxenetas por el caso Marita Verón fueron absueltos. Esta decisión fue justificada con el argumento de que se había modificado la ley de trata, quitando la necesidad de demostrar no haber dado el “consentimiento”, modificación que se consiguió con la pelea del movimiento de mujeres.

Esto puede alentar la idea de que, si bien muchos funcionarios locales pueden ser cómplices de los tratantes mediante coimas, los gobiernos del régimen hacen mucho y todo lo que pueden contra la trata.

Sin embargo, el hecho de que el imperialismo parezca interesado en enfrentar la trata es justamente lo que requiere una explicación. El concepto de “trata” consiste en la captación, traslado y recepción de una persona para ser explotada; remite al acto concreto de traslado de una persona de un lugar a otro donde será explotada. Históricamente, este concepto fue creado con un fin específico de control de la migración ilegal en los países más desarrollados económicamente. A partir de la utilización del concepto de trata, los estados se han dado políticas migratorias que básicamente buscan “devolver” a las y los inmigrantes ilegales a sus países de origen, lejos de desarrollar políticas tendientes a la abolición del sistema de esclavitud sexual que condena a las mujeres. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) plantea que “sus objetivos primordiales en este quehacer son prevenir la trata de personas y proteger a las víctimas de la trata, al tiempo que se les ofrecen opciones seguras y sostenibles de retorno y reintegración a sus países de origen” (www.iom.int/cms/es/sites). Se ofrece regresar a las personas a los países donde fueron tratadas, pero no se plantean políticas en esos países para modificar las condiciones que dieron lugar en primer término a que estas personas fueran tratadas.

Es decir, los premios, incentivos y calificaciones ayudan al imperialismo a crear un disfraz de “lucha contra la trata” para una política antimigratoria cuyo objetivo es expulsar a las personas tratadas del país adonde fueron llevadas, no liberarlas ni incluirlas.

El concepto de trata es un artificio que utilizan las potencias imperialistas para imponer su política de control de la migración en el mundo. Esto no significa que el secuestro de mujeres no exista, pero resulta imprescindible dejar bien en claro que la trata, es decir, el secuestro y traslado de personas, sólo existe para satisfacer el mercado de la explotación sexual. A nadie se le ocurre secuestrar una mujer sólo para tenerla secuestrada. El dinero que buscan los tratantes y proxenetas nace de las redes de explotación. A Marita Verón la secuestraron para explotarla en los prostíbulos de La Rioja.

Por su lado, el nuevo papa Bergoglio tiene un recorrido en Argentina de “lucha” contra la trata. Y lleva este postulado también a su gestión desde el reino mayor de la Iglesia católica. El operativo “lavado de cara” de una Iglesia infinitamente cuestionada y enchastrada con los escándalos de pedofilia y lavado de fondos de la mafia a través del banco IOR es la gran misión del papa Francisco. El operativo tiene sus sutilezas; no se puede negar que Francisco es un gran comunicador. Sin modificar en nada la situación de la Iglesia (¿acaso echó de la Iglesia a toda la lista de pedófilos que siguen en funciones? Claro que no, se quedaría casi sin empleados…), se dedica a dar discursos que no cambian nada, pero que son vendidos por la prensa, los gobiernos y políticos del sistema como si su papado se tratara de una verdadera “revolución”. Hasta la revista Rolling Stone lo pone en tapa como si fuera un ícono juvenil de rebeldía.

Pero junto con el discurso de siempre contra el derecho al aborto y contra las personas LGTTBI, echa un manto de “cristiandad”, proponiendo ayuda y comprensión para estos desviados del camino correcto. Para darle una pátina más “humanitaria” aún, el papa Francisco la emprende todas las veces que puede con su verba contra la trata. Y claro, le sale gratis. Porque hasta ahora no ha entregado a conocimiento público ni una sola lista de funcionarios o miembros de gobiernos de algún país que amparen a ninguna red de trata. Y que no digan que el papa no tiene acceso a ese tipo de información.