Marina Hidalgo Robles
Es importante preguntarse por qué existe la trata. La primera respuesta posible es que está al servicio de la explotación sexual. O sea, no se secuestran mujeres sólo para tenerlas cautivas, sino para someterlas al negocio millonario que es la explotación sexual. Por lo tanto, no se puede pensar una política hacia la erradicación de la trata sin considerar la pelea contra la explotación sexual. ¿Adónde hubiesen llevado a Marita Verón si los prostíbulos no existieran?
La explotación sexual es una forma de sometimiento de mujeres, trans, niñas y niños a cualquier tipo de actividad sexual, donde media cualquier tipo de intercambio: dinero, vivienda, lugar donde bañarse, seguridad en la calle o cualquier cosa que la persona explotada “requiera”.
La noción de explotación se contrapone a la idea de autonomía: cuando hay explotación, necesariamente hay alguien que explota. El proxeneta es la figura más conocida, y es quien media entre las mujeres y los clientes/prostituyentes y por supuesto se apropia de una parte del dinero obtenido en esa situación. Pero aun cuando no hay un proxeneta, hay alguien que ejerce la explotación; por ejemplo, el prostituyente, que hace un abuso de la situación de vulnerabilidad en la que está la mujer. También hay policías que cobran “la parada” en la calle; hay quienes cobran por “cuidar” a las mujeres. O sea, nunca una mujer está sola con su cuerpo y decisión en una situación de explotación sexual.
Esta explotación sólo puede ser sostenida porque el Estado patriarcal toma parte. El traslado de personas a través de fronteras internacionales, nacionales y locales; habilitación de zonas rojas o locales; indultos a tratantes y proxenetas; circulación de grandes sumas de dinero sin control; “protección” de la policía, son sólo algunos aspectos que no podrían ser resueltos sin la complicidad estatal. Policías, gendarmes, inspectores, jueces y fiscales, funcionarios de todos los colores son necesarios para sostener el negocio en todos los niveles.
La investigadora Sonia Sánchez explica muy bien cómo en este contexto, las mujeres explotadas no dejan de estar solas. Como una contradicción necesaria, la explotación sexual requiere la presencia de un conjunto de personas e instituciones que mantienen “la soledad de la puta” como condición para la explotación, en tanto mecanismo de aislamiento y vulneración (M. Galindo y S. Sánchez: 21). Las mujeres que se encuentran en la calle o en los lugres donde son explotadas están ahí desde su individualidad, y los proxenetas y prostituyentes bien lo saben. ¿Quién defiende a una mujer cuando el prostituyente no quiere usar preservativo? ¿O intenta robarla o violarla? ¿O cuando la policía la detiene por no pagar la “parada”? Esta noción de “soledad de la puta” da cuenta del grado de exposición en el que se encuentran las personas explotadas. Inclusive, como producto de la barbarie que significa el sometimiento a las redes de explotación, las disputas entre las mujeres por los prostituyentes en la misma calle dificultan aún más tejer lazos colectivos. Dice Sonia en su libro: “La puta, si acaso habla, es un monólogo, un monólogo que poco a poco se va perdiendo porque deja de hablar hasta consigo misma. No es una soledad evidente porque la ves rodeada del prostituyente, del proxeneta y de la puta sola que está al lado, pero todo eso no forma una contención, sino más vacío y soledad. (…) Recuerdo una escena en los tribunales de la ciudad de Buenos Aires. Era casi la fotografía de la soledad de la puta, fue cuando yo misma verbalicé la frase ‘soledad de la puta’. Fue durante el juicio oral a los 15 detenidos y detenidas por manifestar frente a la Legislatura de la Ciudad contra el Código Contravencional. En el pasillo había muchísima gente. Las y los vendedores ambulantes estaban rodeados por sus familiares y amigos y amigas y colegas, por decirlo de alguna manera. El caso es que estaba lleno de gente: parientes entre los que podías identificar padres, madres, esposas, hijos. El familión pleno. Las dos putas estaban absolutamente solas. No había ningún familiar, ni hijos, ni pareja, aunque en su arresto en la cárcel ellas cocinaron para sus familias porque, aun estando presas, ellas los seguían manteniendo” (ídem: 24).
El negocio de la explotación sexual que recae sobre los cuerpos de las mujeres es muy grande. El dinero que produce impacta directamente sobre las economías nacionales. Porque el dinero no es sólo el que se intercambia entre una mujer y un prostituyente: los prostíbulos pagan impuestos, las marcas de cigarrillos y bebidas que ahí se venden pagan millones por publicidad, los administrativos, seguridad y choferes de los prostíbulos reciben su parte, y también los negocios necesarios para el circuito como hoteles, taxis, etc. Ni hablar de las coimas a policías, inspectores y demás funcionarios.
El dinero que se mueve del país donde las mujeres son explotadas a los países donde está su familia genera grandes ingresos de divisas para esas naciones. El turismo sexual trabaja con los sectores más pudientes de la sociedad, generando enormes ingresos. Ésta es una de las razones por las que los estados capitalistas patriarcales nada hacen para combatir la explotación sexual.
La trata de personas es un problema y muy grave, pero lo que está en discusión es cómo combatirla. Porque suponer que la trata es la única forma en que se presenta la “prostitución forzada” da lugar a especular que podría haber algún tipo de “prostitución libremente consentida”, cuando en realidad el secuestro y traslado son el aspecto más visible de una situación mucho más profunda de violencia y sometimiento.