La pesadilla en los barrios de inmigrantes de Queens

Detrás de las cifras diarias de los fallecidos hay personas que anhelaron un futuro mejor, huyendo de la pobreza en sus países, persiguiendo el "sueño americano".

Luz Licht

La aspiración al sueño americano hoy se vive como una pesadilla para cientos de miles, en un radio aproximado de 18 kilómetros cuadrados, en el centro de Queens, Nueva York.

Si difícil fue llegar a los Estados Unidos, hoy el coronavirus arrasa con especial virulencia entre la población de este barrio de trabajadores migrantes. Se registraron más de 7260 casos en las primeras semanas del brote según los datos recabados por el Departamento de Salud e Higiene Mental de la Ciudad de Nueva York y las cifras van en franco aumento.

A sólo un mes aproximadamente del desembarco del virus, el grupo de los barrios de Corona, Elmhurst, East Elmhurst y Jackson Heights, se ha convertido en el epicentro del voraz brote en la ciudad de Nueva York. Los barrios tienen una población aproximada de unas 600.000 personas, cuya característica central es la de ser obreros inmigrantes, precarizados laboralmente, muchos en situación de “ilegalidad” frente al estado norteamericano.

La población de esos barrios de Queens está mayoritariamente sin cobertura o seguro médico, situación que redunda en no poder acceder a ningún tipo de atención, incluso en estos delicados momentos. Para empeorar las cosas, el cierre de la mayoría de las actividades económicas de la ciudad hizo que gran parte de los habitantes hoy esté sin empleo.

Muchos de ellos están pasando hambre, algunos comiendo una sola vez al día. Si a esta realidad le agregamos el que muchos no hablan el idioma inglés, podremos acercarnos un poco, tal vez, a comprender el profundo miedo de enfermar y no tener ni siquiera las herramientas para pedir ayuda.

Las condiciones de hacinamiento en las viviendas han conspirado para multiplicar los contagios, debido a la imposibilidad de guardar el debido distanciamiento si un miembro de la familia o compañero de vivienda ha enfermado. La muerte acecha en tanto el sistema de salud colapsa y no hay camas.

Según datos y cifras estimativas vertidas en una nota del New York Times en español se presenta que: (…) “Los latinos representan el 34 por ciento de los fallecidos en la ciudad de Nueva York —el porcentaje más alto de cualquier grupo racial o étnico—, de acuerdo con datos publicados por los funcionarios estatales el 8 de abril.” 1

Detrás de las cifras diarias de los fallecidos hay personas que anhelaron un futuro mejor, huyendo de la pobreza en sus países. El capitalismo no puede ni quiere ofrecer ese futuro a las grandes mayorías. Mientras los funcionarios de salud de la ciudad y del estado no revelan datos exactos o desagregados detrás de las cifras de muertes, los líderes y miembros de las organizaciones de la comunidad llevan su propio registro, confirmando que en esta zona el virus ha impactado mayoritariamente en las comunidades de inmigrantes.

Existe un total abandono por parte del gobierno de Trump, que, sumado a su criminal negacionismo y al repugnante racismo que mostró en las sucesivas acciones de gobierno, condena a miles a estar expuestos al contagio del Covid19. Por ello, otro temor cierto entre la población inmigrante es el de concurrir a buscar asistencia médica y correr el riesgo de ser deportado.

Dentro de los muchos testimonios que circularon por los medios y redes sociales, reproducimos la historia de un trabajador de la construcción residente de Queens:

“Como muchos otros, Ángel asegura que trabajó en una construcción en Manhattan hasta que se enfermó. Había estado sufriendo en el departamento de Corona que comparte con otros tres trabajadores y fue rechazado del Hospital Elmhurst porque consideraron que sus síntomas no eran graves. ‘No tengo a nadie que me ayude’, dijo.”

La guerra contra el coronavirus en la meca del capitalismo, otrora promesa de sueños y progresos, hoy distingue entre ciudadanos de primera y segunda. Detrás de las cifras hay seres humanos “ilegales” condenados a combatir en la absoluta vulnerabilidad, por su condición de clase y por “haber nacido en el lugar incorrecto”.

Hacemos nuestras las palabras de un joven compañero que en 2016 retrató sus broncas y esperanzas como inmigrante en París y que nos hacen pensar que ante todo, podemos ser sujetos de la transformación de este sistema inhumano:

“En la Rusia post-revolucionaria, los burgueses a veces se hacían pasar por obreros, porque las masas los habían tirado abajo, y ya no valían nada, o peor aún, menos que nada. Ya va a llegar el día en que los yutas y los guardias fronterizos se escondan debajo de las piedras. El día en que quememos en la gran hoguera revolucionaria todos los visados, permisos de residencia, todas las banderas patrias. El día en que ningún ser humano sea ilegal. Ese día no va a llegar solo, ni como una simple fatalidad. Es una apuesta, que podemos ganar o perder: revolución socialista o más barbarie capitalista. Nosotros ya elegimos nuestra trinchera y vamos a pelear hasta el final.”