Renzo Fabrizio
“La esfera de la circulación o del intercambio de mercancías (…) era, en realidad, un verdadero edén de los derechos humanos innatos. Lo que allí imperaba era la libertad, la igualdad, la propiedad y bentham. ¡Libertad!, porque el comprador y el vendedor de una mercancía, por ejemplo de la fuerza de trabajo, sólo están determinados por su libre voluntad (…). ¡Igualdad!, porque sólo se relacionan entre sí en cuanto poseedores de mercancías, e intercambian equivalente por equivalente. ¡Propiedad!, porque cada uno dispone sólo de lo suyo. ¡Bentham!, porque cada uno de los dos se ocupa sólo de sí mismo.”
Marx. El capital.
“¿A quién se le ocurre?” Probablemente esta haya sido la pregunta más frecuente entre quienes, durante estos últimos días, se enteraron de que Donald Trump fue nominado al premio Nobel de la Paz para este año. Sin embargo, que un personaje como Trump esté al frente de la principal potencia imperialista del mundo, y que, encima, se pretenda premiarlo por su lucha por la “paz”, no hace más que dar testimonio del mundo capitalista en decadencia. Pero, ¿realmente debemos sorprendernos?
A fines del siglo XIX, el capitalista sueco Alfred Nobel era poseedor de una fortuna que había amasado en el rubro de la fabricación de armamentos, explosivos y tecnología militar. Un año antes de morir, en su testamento, decidió que la mayor parte de su riqueza sea destinada a la creación de una serie de galardones que premien a quienes hagan aportes significativos valiosos para toda la humanidad en distintos campos de la ciencia, la cultura y la fraternidad entre los pueblos. Así nacerían los mundialmente conocidos Premios Nobel. Que su creador haya sido un industrial que se hizo rico poniendo la ciencia al servicio de la muerte y la destrucción a gran escala, para posteriormente limpiar su culpa de clase con un reconocimiento simbólico: pocas cosas testimoniarían mejor acerca de los valores que encarna el humanismo burgués, el cual se preocupa por la vida y la dignidad humana sólo después de aquel otro valor que tiene, éste sí, un estatus supremo: el de las ganancias.
Visto así, la reciente nominación del presidente Donald Trump al premio Nobel de la Paz quizás no debería sorprendernos tanto: ¿Qué podemos esperar de unos premios que condecoran la lucha por la paz financiados por la industria armamentística? Así y todo, muchos no pueden más que indignarse, y con razón, ante la sola posibilidad de que el actual mandatario estadounidense obtenga dicho reconocimiento. Tratemos entonces de entender cómo es posible.
Volvamos entonces a nuestra pregunta inicial: ¿A quién se le ocurre? Sólo un racista, xenófobo y bruto podría considerar que Trump merezca un Premio Nobel. Y, efectivamente, así es: se trata de Christian Tybring-Gjedde, un parlamentario noruego de ultraderecha cuya plataforma política se basa casi exclusivamente en políticas anti-inmigratorias y especialmente islamófobas. Su racismo es casi tan grande como sus ganas de lamerle las botas al imperio, ya que no es la primera, sino la segunda vez que propone a Trump como candidato a recibir el premio en cuestión. La anterior fue en el 2018, cuando Trump se reunió con Kim Jong-Un y ofició de mediador entre las dos Coreas.
En esta oportunidad, Tybring-Gjedde alude que, a diferencia de sus predecesores, Trump no inició ninguna guerra ni envió tropas al extranjero (¡vaya mérito!), pero esa no es la razón principal para la nominación. Ésta sería que Trump fue mediador, en este caso, del acuerdo que acaba de ser firmado sobre el relanzamiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Emiratos Árabes Unidos, tercer país árabe que se suma al reconocimiento oficial de Israel como Estado, luego de muchos años donde sólo era reconocido por Egipto y Jordania. Más importante aún, la razón de fondo de por qué Trump debería obtener el premio radicaría en que, al conseguir que países árabes reconozcan a Israel, nos estaríamos acercando a conseguir por fin la paz en el conflicto israelí-palestino. Recordemos que hablamos del mismo Trump que reconoció a Jerusalén como la capital de Israel y quien dio el visto bueno para los asentamientos israelíes en Cisjordania. Pero más allá de estos “detalles”, lo central aquí sería que Netanyahu, otro paladín de la paz mundial, se habría comprometido, en el acuerdo con EAU, a abandonar “por el momento” (!) su plan de anexión del valle del Jordán. Tres días después de anunciado el acuerdo con los Emiratos, Israel bombardeó la franja de Gaza.
Pero no es la primera vez que los Nobel se utilizan de forma burda como una plataforma de apoyo político a figuras del imperialismo. En 1973, el Nobel de la Paz fue para Henry Kissinger, entonces Secretario de Estado, tras firmar la paz con Vietnam luego de varios años de guerra. No hace falta aclarar que fue EE.UU. el que invadió Vietnam, y tras ser derrotados, se vieron obligador a firmar la paz. Pero para el comité de elección del Nobel, parece que el resto del mundo debíamos estarles agradecidos por ello. Ese mismo año, según documentos desclasificados de la CIA, Kissinger organizó el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile. Más cerca en el tiempo, el mismo galardón lo obtuvo Barack Obama en 2009, el mismo año en que envió un contingente de 40.000 tropas a Afganistán.
El problema de que estos representantes de la clase dominante reciban estos reconocimientos es que se los intenta igualar a muchos otros que, estos sí, también han sido premiados, pero por sus valiosas contribuciones en los ámbitos de la ciencia y la cultura, y más importante aún, también a personalidades que expresan, de manera más o menos distorsionada según el caso, los reclamos de los de abajo y la lucha por la igualdad y contra la opresión de los poderosos. ¿Qué tiene en común Trump, que es un multimillonario racista y misógino con la joven pakistaní Malala Yousafzai, que fue premio Nobel de la paz en 2014 por su lucha por los derechos de las niñas y las mujeres contra el régimen Talibán? ¿Qué tiene que ver Henry Kissinger, que organizó junto a Nixon el Plan Cóndor que impuso dictaduras genocidas en Latinoamérica, con Adolfo Pérez Esquivel, que fue reconocido con el mismo premio por su lucha contra las violaciones a los DD.HH. de la última dictadura en Argentina? Que figuras de uno y otro lado aparezcan “mezcladas” alrededor de la lucha por la “Paz” en abstracto, sólo puede funcionar como factor de confusión para los de abajo acerca de quiénes son sus aliados y quienes sus verdaderos enemigos. Pero también debido a esa “mezcla” su desprestigio ha ido en aumento.
Más allá de lo que suceda con la nominación de Trump, lo importante es que nos sirve como excusa para pensar una cuestión más de fondo,un problema irresoluble para la burguesía, en la medida en que en ocasión de los Nobel nos lleva a discutir valores de tipo universales, humanistas, donde se premien los aportes que hagan avanzar a la humanidad a un futuro de paz, igualdad y libertad. ¿No son esos los valores con los que “todos” estamos de acuerdo? El problema que para la burguesía es irresoluble consiste en la contradicción entre el lugar dominante que ésta ocupa en la sociedad y los valores morales e ideológicos con los que intenta legitimar ese mismo orden social. ¿No es acaso esa misma contradicción que seguramente atormentaba al viejo Alfred Nobel, la que lo llevó a su más famosa creación? ¿No son los premios el intento infructuoso de la clase capitalista por promover valores humanistas que ella misma es incapaz de hacer realidad mientras subsista una sociedad basada en la explotación? Que un racista como Trump pueda llegar a compartir premio con Nelson Mandela quizás no sea sólo una coincidencia inoportuna, sino la contradicción misma en la que se enredó la sociedad en el desfasaje entre su ideal y su realidad.
Ahora bien, la propia dinámica del capitalismo nos sugiere que este desfasaje se ha ido ensanchando cada vez más. Que el “líder del mundo libre” sea un ególatra impresentable; que el capitalismo conduzca al planeta a la destrucción ambiental que puede llegar a cuestionar nuestra propia supervivencia; que la humanidad cargue sobre su conciencia histórica con el peso de dos bombas atómicas y los campos de concentración; en fin, que el capitalismo ha demostrado estar muy lejos de su ideal moral, todo esto concluye en que el humanismo burgués no puede sino tender a erosionarse toda vez que busca un objetivo imposible: darle un rostro humano a una sociedad donde los humanos son instrumentos para el capital.
Marx solía decir que, cuando un régimen social entraba en decadencia, luego de su tragedia advenía su forma de comedia. A pesar de estar superado históricamente, el régimen en retirada se “niega” a abandonar la palestra histórica, pero ya nadie cree realmente en él. Siguiendo a Marx, quizás debiéramos pensar que la contradicción inherente a la sociedad burguesa encontró su tragedia en la barbarie del siglo XX, y con la postulación reciente de Trump como representante de la Paz mundial, no estamos más que frente a la forma cómica de un régimen social decadente. Esta decadencia ha dado lugar a la crisis de los “valores occidentales” capitalistas.Y sobre esta crisis del humanismo burgués se libra, desde finales del siglo pasado, una batalla ideológica feroz: la del posmodernismo, que en última instancia es una forma de anti-humanismo y por lo tanto una reacción regresiva, y la del humanismo liberado de sus ataduras burguesas, el humanismo socialista.
Es sabido que la burguesía, para convertirse en clase dominante, acaudilló tras de sí a otras clases y capas sociales, incluidas las clases trabajadoras y la incipiente clase obrera. Para poder hacerlo, necesitó presentar sus intereses particulares como los intereses generales. La Revolución Francesa daría la forma definitiva de los valores sobre los que supuestamente se apoyaría la nueva sociedad en ascenso: Libertad, Igualdad y Fraternidad. Pero con la burguesía, instalada como clase dirigente, para los obreros la libertad resultaría ser la libertad de ser explotado por uno u otro capitalista; la igualdad no pasaría de estar decretada en algún papel, en el mejor de los casos; y la fraternidad terminaba en las bayonetas y los aporreos de la Policía.Por eso Marx, en El Capital, decía que el verdadero “edén de los derechos humanos innatos” en la sociedad burguesa se restringía a la esfera de la circulación de mercancías: allí, los valores de la libertad son considerados absolutos, es la libertad de intercambiar mercancías voluntariamente, entre ellas, en particular, la fuerza de trabajo, es decir, la libertad de ser explotado. ¡Ésta y sólo ésta es la libertad que defienden nuestros autoproclamados “liberales”! La igualdad era la del intercambio entre equivalentes, y la fraternidad era reemplazada por Bentham, el filósofo inglés fundador de la escuela utilitarista, según la cual no hay más valor ético que perseguir la felicidad individual.
El humanismo burgués se demostró como una cáscara vacía, como una fórmula autocontradictoria, cuanto mucho como una mera declaración de intenciones, que no podrán ser realizados nunca mientras la sociedad se mantenga dentro de los límites de las relaciones sociales capitalistas. Los sueños burgueses de Alfred Nobel sobre la paz y la fraternidad entre los pueblos están destinados a fracasar, porque el único humanismo que se precie de tal, aquel que realmente busque la libertad y dignidad humanas, es aquel que busque construir una sociedad liberada de toda relación de explotación y de opresión. El humanismo sólo es concebible en el horizonte del socialismo.