Declaración de la corriente internacional Socialismo o Barbarie, 12 de septiembre del 2020
El estallido de la rebelión antirracista en los Estados Unidos, epicentro del capitalismo mundial, representa un giro en la situación internacional: la emergencia de un fenómeno de rebelión popular muy profundo, el cual incorpora a millones de jóvenes, mujeres y sectores de la clase trabajadora en la lucha de clases. Su impacto trasciende las fronteras estadounidenses y sus réplicas no tardaron en hacerse sentir, lo cual quedó demostrado con la realización de movilizaciones antirracistas en Francia, Barcelona, Londres, Sao Paulo y un sinfín de ciudades del mundo, así como nuevos estallidos de rebeldía popular en el Líbano y Colombia, por nombrar a las más recientes.
La rebelión estadounidense hace parte de una oleada de procesos de lucha que recorre el orbe desde años atrás, con diferentes manifestaciones como son los “chalecos amarillos” en Francia, la rebelión del pueblo chileno contra el gobierno de Piñera o la lucha contra el golpe en Bolivia, entre otros casos.
Por todo lo anterior, desde la corriente internacional Socialismo o Barbarie (SoB), con nuestra intervención militante en Argentina, Brasil, Francia, España y Centroamérica, además de nucleos militantes iniciales en otros países, encontramos necesario que las fuerzas de la izquierda revolucionaria y movimientos en lucha convoquemos a una Conferencia Internacional Anticapitalista, con la finalidad de generar un espacio para procesar estas nuevas experiencias de lucha y coordinar esfuerzos para la intervención de las corrientes revolucionarias.
¡El insoportable capitalismo del siglo XXI no va más!
A pesar de la crisis que lo atraviesa desde 2008, el capitalismo no cesa en sus ataques contra los sectores explotados y oprimidos. Por el contrario, cada día impone condiciones de vida más duras e insoportables para la gran mayoría de la humanidad.
Contrarreformas jubilatorias, precarización laboral de la juventud, reformas tributarias regresivas, recortes presupuestarios a la educación superior y ataques a las conquistas democráticas (como el derecho a huelga y a la libertad sindical), son algunas de las medidas de ajuste que la burguesía implementa con el objetivo de recargar el costo de la crisis económica sobre la clase trabajadora y la juventud.
La pandemia profundizó estos ataques, pues los gobiernos y las patronales aprovecharon la desmovilización social producto de las cuarentenas y el temor al contagio, para intensificar el avance en quitar derechos de los de abajo. Así, en cuestión de meses, las condiciones de precarización laboral se agudizaron para decenas de millones de jóvenes trabajadores (por ejemplo, los repartidores de aplicativos), mientras que otros cientos de millones cayeron en el desempleo.
Lo anterior se combina con las formas de opresión concomitantes al capitalismo, las cuales tienden a intensificarse en tiempos de crisis. Un claro ejemplo es la exacerbación del racismo y la xenofobia en muchos lugares del mundo, donde los grupos supremacistas blancos y las bandas neofascistas (con la impunidad del uniforme policial y envalentonados por gobiernos ultraderechistas al estilo Trump o Bolsonaro), atacan a la población negra e inmigrante. El sistemático asesinato de personas negras en Estados Unidos y Brasil a manos de las fuerzas policiales, son un ejemplo de esto que señalamos.
Asimismo, hay una ofensiva en curso desde los sectores conservadores contra las reivindicaciones del movimiento de mujeres, en particular contra el acceso al aborto legal, seguro y gratuito. A esto se suma la agudización de la violencia doméstica contra las mujeres por las medidas de confinamiento, dando como resultado un escandaloso incremento en los casos de abuso sexual y femicidios en los últimos meses.
Finalmente, durante los últimos años quedó en evidencia la gravedad del problema ambiental generado por la voracidad del sistema capitalista. El calentamiento global, la destrucción del Amazonas y hasta el surgimiento de la pandemia de Covid-19, son el resultado del afán de lucro desenfrenado de los capitalistas que, con tal de aumentar sus riquezas individuales, no tienen reparo en destruir la naturaleza a pesar de las terribles consecuencias que esto contrae en la calidad de miles de millones de seres humanos, particularmente para los sectores más explotados que figuran entre los principales damnificados de las catástrofes ambientales.
En síntesis, el capitalismo del siglo XXI es más explotador, opresor y anti-democrático. Pero esto contrae un elemento novedoso, como son el estallido de rebeliones populares en los cuatro puntos del planeta.
Una ola de rebeliones populares recorre el mundo
Desde SoB caracterizamos que está en curso un recomienzo histórico de las luchas de los sectores explotados y oprimidos, cuyo punto más álgido son las rebeliones populares que acontecen desde inicios de siglo. Son procesos sumamente progresivos, donde amplios sectores de la juventud, las mujeres y, en menor medida de la clase trabajadora (aunque esto empieza a cambiar), toman las calles en respuesta a las insoportables condiciones de vida del capitalismo del siglo XXI.
Desde entonces se suscitaron varias “olas” o ciclos de rebeliones. En primer lugar, contabilizamos los procesos de lucha latinoamericanos contra los gobiernos neoliberales; por ejemplo, la “guerra del agua” en Bolivia en el 2000, el “argentinazo” del 2001 o la lucha contra el golpe en Venezuela en 2002, entre otros. El segundo momento se suscitó con el estallido de la “primavera árabe” en 2011 contra los gobiernos dictatoriales de la región (aunque posteriormente devino en un proceso reaccionario por la cooptación de las direcciones islámicas y el sectarismo étnico), cuyas repercusiones alcanzaron a varios países europeos, como España con la lucha de los “Indignados” o Grecia con la enorme resistencia contra el ajuste de la Unión Europea.
Desde 2019 se desarrolla la tercera ola de rebeliones, la cual extendió su radio de acción a todos los puntos del globo: Chile, Ecuador, Bolivia, Puerto Rico, Hong Kong, Túnez, Líbano, Bielorrusia, Colombia, Francia y Estados Unidos, son algunos países donde estallaron rebeliones populares o procesos de movilización muy radicalizados.
Como apuntamos al inicio de esta declaración, reviste suma importancia la rebelión antirracista estadounidense, porque marca un salto cualitativo al situarse en el epicentro de la principal potencia imperialista, la cual puso contra las cuerdas al gobierno de Trump y podría llevarlo a su derrota electoral, abrió profundos debates sobre el papel reaccionario de las fuerzas policiales y colocó un cuestionamiento de masas al relato de la “historia oficial” de los Estados Unidos, algo patente en el derribo de las estatuas y símbolos esclavistas. Por todo esto, su impacto sobre la conciencia de los sectores explotados y oprimidos a nivel mundial es gigantesco y plantea enormes perspectivas para el futuro.
Asimismo, esta tercera ola de rebeliones se caracteriza por una tendencia hacia la radicalización de la lucha de clases, patente en los fuertes enfrentamientos del movimiento de masas con las fuerzas policiales, tal como sucedió en Chile, Hong Kong y, más recientemente, en los Estados Unidos y también Colombia.
Esto es resultado de la acumulación de experiencias de lucha de los sectores explotados y oprimidos en dos décadas de rebeliones, la cual se procesa de forma internacionalista. Por ejemplo, la “primera línea” chilena generó un gran impacto en la vanguardia a nivel internacional, convirtiéndose en un modelo de autodefensa para otros movimientos sociales; algo similar podemos señalar del impacto de los “chalecos amarillos” franceses, o la internacionalización del pañuelo verde por parte del movimiento de mujeres.
Por otra parte, la radicalización de las rebeliones también es producto de la polarización desde los gobiernos burgueses, los cuales no ceden a las movilizaciones y apelan cada vez más a la represión. De hecho, si hacemos una comparación entre las rebeliones sudamericanas de principio de siglo con el caso de la rebelión chilena en curso, destaca la relativa “facilidad” con que cayeron los gobiernos de esos años, mientras que Piñera se aferró al poder librando una feroz represión con miles de presos políticos, cientos de personas mutiladas y otras tantas asesinadas (aunque no liquidó la rebelión más allá que ganó tiempo gracias a la pandemia).
En suma, las actuales rebeliones operan en un contexto de endurecimiento capitalista, lo cual da paso a una radicalización en los métodos de lucha donde se avizoran “rasgos de revolución”, aunque persisten los límites subjetivos y donde uno de los rasgos salientes en muchos países es la tendencia al incremento en la polarización de los desarrollos.
La Plaza, el palacio y la conciencia anticapitalista
Otro rasgo de las rebeliones populares es la dificultad de la juventud, las mujeres y las nuevas generaciones obreras, para procesar sus experiencias de lucha en términos de conciencia política. Esto explica que, a pesar de que cayeron gobiernos burgueses producto de las rebeliones, el bajo nivel de politización del movimiento de masas obstaculizó que se constituyeran en verdaderas revoluciones sociales e impusieran gobiernos revolucionarios anticapitalistas.
Así, en la disputa entre la plaza (centro de lucha de los de abajo), el palacio (espacio de dominio burgués que sin embargo hay que disputar) y la representación clasista e independiente de los explotados y oprimidos, existe una vacancia en la representatividad política de las luchas, algo lógico dado que atravesamos un recomienzo histórico de las luchas de los sectores explotados y oprimidos que, aunque es muy rica en experiencias de lucha, se combina con el cierre de la experiencia histórica anterior a la caída del Muro de Berlín y, por tanto, presenta los límites de un momento marcado por las dificultades de la acumulación y relanzamiento de nuevas corrientes socialistas revolucionarias, como es el caso nuestro con Socialismo o Barbarie.
Lo anterior, además de facilitar la cooptación institucional-electoral de las rebeliones por parte de la burguesía, también es terreno fértil para el surgimiento de corrientes reformistas o nacionalistas burguesas, esto más allá que vivimos un momento de radicalización alimentado también por el fracaso y/o debilitamiento de las experiencias “reformistas”: Podemos en España, Syriza en Grecia y la amplia gama de gobiernos nacionalistas-burgueses latinoamericanos que surgieron al inicio del siglo (Chávez, Evo Morales, Correa, Kirchner). De hecho, hace poco surgió la llamada “Internacional Progresista”, conformada por figuras como Bernie Sanders (incapaz de romper con el establishment imperialista y que capituló al aparato del Partido Demócrata); Varoufakis (ex ministro de finanzas griego que renunció poco antes de la firma del acuerdo con el FMI), el PT de Brasil y una constelación de políticos “progresistas”, pero que pasan por un momento de debilitamiento y cierto desborde por la izquierda. Ese espacio representa al reformismo puro y surge sin ninguna potencialidad ante los desafíos planteados por las rebeliones populares.
¡Por la confluencia de la izquierda revolucionaria y los movimientos de lucha!
La tercera ola de rebeliones populares denota un proceso de radicalización en los métodos de lucha del movimiento de masas, así como una mayor extensión geográfica del malestar ante las insoportables condiciones de vida que el capitalismo del siglo XXI ofrece a la juventud, las mujeres, los inmigrantes, la población negra y la nueva clase trabajadora. Estos son hechos muy progresivos y abren enormes posibilidades para la profundización de la lucha de clases en el futuro inmediato.
En este marco, desde Socialismo o Barbarie planteamos a las corrientes socialistas revolucionarias que así lo vean, la necesidad de ponernos a trabajar por la organización de una Conferencia Internacional Anticapitalista, cuyo objetivo sería construir un ámbito más global para procesar politicamente esta experiencia de recomienzo histórico de las luchas de los sectores explotados y oprimidos, estableciendo una delimitación clara con el reformismo. Un ámbito común internacionalista de este tipo, representaría un importante paso para cerrar la brecha entre las corrientes socialistas que acumulamos una trayectoria histórica del marxismo revolucionario y los nuevos movimientos de lucha.
Tenemos claro que ningún ámbito o reagrupamiento internacional surgió de una probeta, sino que fue la resultante de un fenómeno real de la lucha de clases: los espacios de confluencia surgen cuando hay procesos reales desde abajo y se sostienen. Aún estamos al comienzo de esta nueva ola de rebeliones populares, pero es indudable que su profundidad (particularmente por el estallido social en los Estados Unidos) presiona a las corrientes revolucionarias para superar la fragmentación de las últimas décadas. La corriente internacional Socialismo o Barbarie apuesta por alentar la dinámica de lucha internacional y por esto presenta este llamamiento sobre la base de un programa de independencia política de los trabajadores, anticapitalista, que tienda a superar la experiencia agotada del reformismo y / o el “progresismo” en confluencia con los procesos de rebeldía más ricos que surgen desde abajo.