Inés Zadu
La relativamente amplia vanguardia de género está cruzada por los debates planteados por la llamada teoría Queer, que ha desplazado en los últimos años a la teoría feminista y es presentada como una superación de esta última. Desde nuestro punto de vista esta teoría resulta un escollo en el camino de la emancipación de las mujeres porque persigue el objetivo de disolver todas las identidades oprimidas y por consiguiente esteriliza todo intento de organización de las mujeres para su liberación.
Los departamentos de estudios de género de las universidades norteamericanas adoptaron la palabra Queer (raro, enfermo, anormal, en inglés), que se utiliza en la lengua de la calle para señalar despectivamente a aquellas personas que viven una sexualidad diferente a la establecida en el modelo blanco, occidental y cristiano. La academia reconfiguró el término, al darle una connotación positiva que cuestionaría la imposición de identidades genéricas (hombre-mujer) hegemónicas y opresivas. De la mano de las teorías del fin de la historia, de los grandes relatos y de los sujetos, el posfeminismo se postula como la teoría destinada a iluminar sobre la multiplicidad de diferencias sexuales que cuestionan lo hegemónico. Dos libros editados en los años 90 del siglo XX son los fundadores de esta nueva teoría: Epistemology of the Closet, de Eve Kosofsky Sedgwick, y Gender Trouble, de Judith Butler. Butler cuestiona la identidad “mujer” de un feminismo al que critica por considerarlo heterosexista ya que excluye otras identidades.
En esta teoría las identidades incluyen una variedad de categorías: sexo, raza, clase, nacionalidad. A estas categorías se les asigna un valor equivalente, que cruzan a los sujetos (individuos) y les otorgan identidades cambiantes y múltiples.
Esta manera de ver la sociedad se aleja completamente del análisis materialista. Se trata de una categorización puramente ideal, que niega las relaciones sociales que estructuran a la sociedad capitalista, como si la sociedad fuera una miríada de individuos atravesados por diferentes identidades, que por añadidura el individuo elige para sí, configurándolos de manera particular: cada individuo es único en su especie.
La sociedad capitalista, como todas las sociedades fundadas sobre la propiedad privada y la explotación de unos sobre otros, ha perpetuado la opresión sobre las mujeres. Estas relaciones opresivas no son un producto original de este sistema. Sin embargo, el capitalismo ha sido capaz de subsumir formas anteriores de dominación, como en el caso que nos ocupa, la sujeción de la mujer a la familia patriarcal. La sumisión de la mujer tiene una base material de extraordinaria fuerza: la familia como reducto de la reproducción de la vida cotidiana, esfera separada de la producción social, a partir del trabajo no pagado que realizan las mujeres. Reducir la categoría “mujer” a una identidad puramente ideal niega toda la base material sobre la que se construye la dominación sobre la parte femenina de la humanidad. Más todavía, niega la posibilidad de construir un movimiento de mujeres capaz de rebelarse contra el sistema capitalista patriarcal.
El camino para la emancipación de la mujer se abre cuestionando las bases materiales de la opresión, encarando una batalla junto con el movimiento lgttbi, en estrecha alianza con la clase trabajadora, por terminar con el sistema de explotación, por la abolición de la propiedad privada como punto de partida para establecer relaciones sociales sobre nuevas bases, más justas e igualitarias. Al mismo tiempo, la conciencia socialista y feminista son fundamentales para encarar esa dura batalla, ya que tanto la opresión de género como cualquier otra forma de opresión sólo desaparecerán en la medida que la clase trabajadora adopte el programa del feminismo socialista y para ello acompañe e impulse la formación de organizaciones propias de las mujeres en esta tarea.
El feminismo surgió de los movimientos de lucha de las mujeres y tiene una larga historia que puede ser rastreada hasta las primeras contestatarias como Olympia de Gouges, Mary Wollstonecraft o Flora Tristán. Las diferentes oleadas del feminismo, que coinciden con las grandes alzas de lucha del movimiento obrero y socialista, saltó luego a las universidades con las primeras elaboraciones de Simone de Beauvoir y en los años 60 del siglo pasado con el movimiento feminista norteamericano y europeo. Como todo movimiento vivo, el feminismo alumbró diferentes corrientes teóricas en diálogo y debate con las diversas corrientes políticas y teóricas contemporáneas.
Los debates se centraron en identificar el origen de la opresión de la mujer, de dónde surge el hecho de que la mayoría de la humanidad (las mujeres) se encuentra oprimida; cuándo apareció esta opresión; cuál es la lucha política para superarla y quiénes serían los aliados de las mujeres en esta lucha.
Ya las precursoras del feminismo habían dado cuenta del rol de segunda que se les asigna a las mujeres. Por ejemplo, la Convención de Séneca Falls (Nueva York) de 1848 se propuso luchar por la abolición del matrimonio, el derecho de tener hijos sin estar casada, la protección de las madres solteras y sus hijos y el sufragio femenino. Por su parte, Federico Engels había declarado el trabajo doméstico y el encierro en el hogar como las tumbas de la mujer,[1] dando cuenta de que no se trata de un hecho natural e identificando el origen de ese mismo hecho.
La explicación sobre el origen social de la opresión fue muy bien desarrollada por la feminista Simone de Beauvoir, quien señaló “no se nace mujer, se llega a serlo”.[2] Es decir, el hecho de que las mujeres hubiéramos estado relegadas a lo largo de toda la historia humana no está fundado sobre una inferioridad natural, sino que se trata de una construcción social. La sumisión femenina es producto de la crianza, la educación en la familia, en la escuela y en la religión, es decir la socialización, que nos convierte en una creación cultural definida siempre a partir del otro, el padre, el marido, los hijos, nunca como una afirmación identitaria positiva.[3]
La categoría teórica que permitió dar cuenta de esto fue el llamado sistema sexo/género, aportado por la feminista norteamericana Gayle Rubin.[4] Para Rubin, a partir de las diferencias morfológicas externas (genitales masculinos/genitales femeninos), el patriarcado le atribuye determinadas características a hombres y mujeres que no son atributos naturales, sino que son construcciones sociales. Así mientras los hombres son presentados como fuertes, guerreros, aptos para la política y la vida pública; las mujeres serían en esencia seres amorosos, destinados al cuidado de los otros y cuyo fin en la vida es la maternidad y el cuidado del hogar. El sistema sexo/género construye toda una serie de atributos supuestamente inmutables cuyo resultado es la relegación de las mujeres al ámbito de lo privado mientras el hombre está destinado al ámbito de lo público. Supone además la llamada heterosexualidad obligatoria o heteronormatividad, que impone a todos los seres humanos el modelo de pareja hombre-mujer como única forma de relacionamiento sexual-afectivo. Una de las consecuencias más importantes de la conceptualización del par sexo / género fue la de separar la procreación de la sexualidad, lo que preocupaba enormemente a las mujeres y que permitió demostrar que el gran objetivo del patriarcado es mantener a las mujeres encerradas en el hogar, a la vez que explica por qué el sentido de la heteronormatividad es sostener la identificación obligatoria entre sexualidad y procreación.
Más adelante, hacia los años ’80 del siglo pasado, el viejo movimiento feminista sufrió un proceso de cooptación por parte del sistema. El extinto movimiento autónomo dejó de serlo para refugiarse en las universidades, en las ONGs y en las oficinas gubernamentales dedicadas a la política de “género”.
Junto con la teoría del fin de la historia, del fin de los grandes relatos y del fin de los sujetos, que comenzaron su reinado, apareció el posfeminismo y con éste la teoría Queer.
Existe hoy una pequeña pero valiosa vanguardia que emprende la lucha de género, cuestiona la institucionalización de la lucha de la mujer, critica al viejo feminismo cooptado por el sistema, pero que a la vez comparte lo que llamaremos el sentido común Queer. Desde nuestro punto de vista la teoría Queer es la hija política del posfeminismo, y es un producto de la derrota del viejo movimiento feminista.
Por nuestra parte, nos definimos como feministas socialistas y consideramos que la lucha contra la opresión de la mujer debe ser parte de las tareas para superar al capitalismo patriarcal como totalidad.
En este artículo intentaremos dar cuenta de los debates que atravesaron al movimiento feminista a lo largo de su historia y de sus conceptos. Ofreceremos una crítica a la teoría Queer por considerarla una visión reaccionaria respecto de la lucha por la emancipación de la mujer. Finalmente, expondremos nuestras posiciones respecto de cuáles son las categorías y los objetivos que debe proponerse un movimiento de mujeres de lucha, feminista y socialista, para superar la opresión a la que nos somete el capitalismo patriarcal.
[1] Engels, F. El origen de la familia…
[2] Simone de Beauvoir, El segundo sexo. 1949
[3]Esta visión de la naturaleza como algo estático e inmutable responde a un esquema religioso. En rigor de verdad, la naturaleza se caracteriza por el cambio permanente.
[4] Rubin, Gayle. “El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política” del sexo”, 1975.