Heidy Valencia Espinoza
Las Rojas y el Nuevo Partido Socialista tenemos la iniciativa en esta “cuarentena preventiva” de impulsar el estudio del marxismo, por lo que llevamos a cabo diferentes jornadas virtuales. En este marco, desarrollamos el curso virtual de feminismo socialista que inició el 25 de marzo y culminó el 6 de abril.
Tras cuatro jornadas sumamente exitosas en las que contamos con la participación de hasta 40 mujeres por sesión, logramos estudiar varios textos para discutir sobre los orígenes de la opresión de las mujeres, la participación de las mujeres en acontecimientos históricos importantes en la lucha de clases y el debate del feminismo socialista con la teoría Queer.
A raíz de tan enriquecedor proceso queremos compartir esta reseña sobre los aspectos medulares abarcados en el transcurso del curso con la finalidad de que cada vez más mujeres y jóvenes conozcan sobre los fundamentos del feminismo socialista, así como el nexo entre patriarcado y capitalismo.
Los orígenes del patriarcado y su relación con el capitalismo
A partir de “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” de Engels podemos comprender a detalle la génesis de las relaciones sociales que de conjunto denominamos patriarcado. Por supuesto, estas relaciones sociales (como todas en la historia, según el marxismo) tienen una base económica que coincide con el desarrollo de la propiedad privada.
Con el surgimiento de la propiedad privada se produjo la necesidad para el hombre de cambiar el orden de herencia establecido, así fue abolida la filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndose por la filiación masculina y el derecho hereditario paterno. Fue en ese momento histórico que la mujer se convirtió en un instrumento de reproducción, lo que Engels llamó la derrota histórica de las mujeres. Además, se establece la familia monogámica dirigida por el hombre para que la paternidad fuese indiscutible y los bienes heredados efectivamente a sus hijos.
Tanto Marx como Engels afirmaron que la primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos, incluso Engels añadió que el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino.
Con esta conceptualización, sostenemos que el capitalismo subsumió las relaciones de opresión anteriores en una nueva totalidad, por eso, hablamos de capitalismo patriarcal. Así, con el capitalismo las relaciones de opresión se transforman, pero no desaparecen, el patriarcado institucionaliza la familia monogámica que fue adoptada por el capitalismo, de donde proviene la familia burguesa, institución que cumple un rol esencial para el sostenimiento de la sociedad capitalista.
En ese sentido, el origen de la opresión hacia las mujeres es más antiguo que el capitalismo, pero a la vez el capitalismo la utiliza a su conveniencia para eximirse del trabajo doméstico y el cuido de los niños y niñas. Así, el capitalismo sintetiza la opresión de las mujeres en su dedicación a las tareas domésticas, separadas de la producción social.
Las mujeres en la Revolución Francesa, la Comuna de París y la lucha sufragista
Con el desarrollo de la industria textil las mujeres se incorporaron a la producción de capital, empezaron a organizarse sindicalmente y a expresar solidaridad con el movimiento obrero organizado, a pesar de la oposición de las corrientes anarquistas, sobre todo de Proudhon, e incluso la I Internacional, quien consideraba que el destino de la mujer era el hogar o ser prostituta.
Aunque la Revolución Francesa fue dirigida por la burguesía, las mujeres participaron activamente formando parte de los sans-culottes, de los miserables, porque estando ellas a cargo de la casa y las familias, estaban percatadas del encarecimiento de la comida, desde antes de la revolución se manifestaban por la regulación del precio del pan. No obstante, no lograron conquistas de signo feminista con la revolución, es más en 1795 la convención francesa prohibió a las mujeres la participación política. También, con Napoleón quedaron recluidas a las labores del hogar.
Para la época de la Comuna ya tenían experiencia en luchas revolucionarias, las mujeres rompieron con el aislamiento del hogar a partir de las protestas contra el hambre y la carestía. En 1871 las mujeres ven la posibilidad de romper con el código napoleónico que establecía que eran propiedad de su marido. Así, se incorporan a la lucha por la igualdad de derechos.
Las mujeres fueron las primeras en alertar que el gobierno pretendía retirar los cañones y desarmar París ante la avanzada de Prusia, lo cual significaba la instauración de un gobierno de defensa nacional y el sitio de París; ellas lo impidieron, se colocaron frente al ejército sobre los cañones. De ahí surge el poder revolucionario comunal, el cual, entre una serie de medidas progresivas, proclamó la igualdad de las mujeres. Las mujeres, junto a la Comuna se armaron y resistieron ante las tropas francesas y de los prusianos, se organizaron en clubes políticos y sindicatos.
Aunque el desenlace fue trágico, gran cantidad de obreros y obreras fueron masacrados por las tropas de Versalles, esta lucha revolucionó al movimiento obrero francés, y las mujeres en alianza con la clase trabajadora fueron protagonistas de tan heroica lucha. Además, fue un ejemplo de que solo el proletariado puede avanzar en las tareas democráticas que la burguesía no puede cumplir.
Posteriormente, con la incorporación de la mujer al trabajo durante la Primera Guerra Mundial para sustituir a los hombres que habían marchado al frente, se alentaron las demandas por el derecho al sufragio femenino. La gran novedad vino con la amplia movilización que dirigió el movimiento sufragista en determinados países, con los países anglosajones al frente.
Aunque las feministas socialistas, dirigentes revolucionarias de aquella época, no se sumaron a la lucha por el sufragio, la historia únicamente destaca a las principales figuras sufragistas pertenecientes a la burguesía. Sin embargo, cuando el movimiento sufragista protagonizó infinidad de acciones con gran repercusión mediática (protestas, manifestaciones y huelgas de hambre, siendo pioneras en varios métodos de lucha) se les sumó un contingente de mujeres pertenecientes a la clase trabajadora, principalmente textileras.
La represión fue muy dura con ellas; varias fueron detenidas y condenadas a años de cárcel y de trabajos forzados, no obstante, esta lucha democrática posicionó aún más las luchas de las mujeres, incluso en las filas de la izquierda y en procesos revolucionarios.
Mujeres a la vanguardia: la Revolución Rusa y la Guerra Civil Española
Durante el año 1914 se marca una ruptura determinante para el partido bolchevique. Los bolcheviques (también los espartaquistas, entre otros) defendieron una postura revolucionaria en torno a la guerra imperialista y al sufragio femenino. Tanto Kollontai como Lenin pretendían involucrar a las mujeres en el partido, los soviets y el Estado, se planteaban dentro del mismo partido la necesidad de consolidar la conciencia sobre la emancipación de la mujer como requisito para la liberación de la humanidad.
La participación de las mujeres en el proceso revolucionario no se redujo a su explosión, sino que devino creciente. Se realizaron reuniones de obreras de grandes fábricas para sumarse a la lucha por los derechos de la clase trabajadora. Sin ningún titubeo, se puede afirmar que la Revolución Rusa ha sido la experiencia histórica que más se ha acercado a la emancipación de la mujer, tanto por el papel de las mujeres durante el proceso (las anónimas y las bolcheviques), como por las conquistas que se fueron implantando, pero sobre todo porque una de las grandes tareas de la revolución fue avanzar hacia la construcción de una sociedad que liberara a las mujeres de la “esclavitud doméstica”, es decir, que acabara con la familia burguesa para construir relaciones sociales que no se basaran a la dependencia económica, sino en la liberación de la mujer.
El impacto de la Revolución Rusa sobre los derechos de las mujeres fue tal que en un corto tiempo se obtuvo más conquistas que en cualquier régimen del sistema capitalista. Con la Revolución Rusa se abolió el código penal zarista, es decir, se legalizó el aborto y el divorcio. Además, se despenalizó la homosexualidad y el adulterio. Asimismo, con la legislación soviética se reconoció igualdad de derechos a las mujeres, se estableció el derecho al voto de las mujeres, igualdad salarial y seguro de maternidad.
Durante algunos años, la Revolución Rusa prometió avanzar en la construcción de nuevas relaciones sociales y económicas. No obstante, la paulatina burocratización del proceso revolucionario implantada con Stalin significó un retroceso absoluto para la clase obrera, así como para las mujeres. En el caso de las mujeres, dicho retroceso se puede rastrear en la década del 30, cuando la URSS ilegalizó el aborto -en 1936- promoviendo la “responsabilidad familiar”.
Justamente en ese año, un sector del ejército español junto a Franco inició el golpe de Estado contra la Segunda República y el gobierno del Frente Popular para imponer un gobierno militar que acabara con las huelgas obreras y las tomas de tierra campesinas. Esta ofensiva militar se convirtió en una provocación que desató una revolución social con la cual se instauraron organismos de doble poder que colocaron a la clase obrera en el centro de la escena.
Destacaron milicias obreras que organizaron los mismos sindicatos y los partidos obreros. Entre estas participaron con mucho protagonismo mujeres republicanas que se convirtieron en milicianas, dirigentes e incluso capitanas que combatieron contra el fascismo. Sin embargo, las milicianas fueron vilmente juzgadas por el fascismo y los esquemas patriarcales que condenaron su liberación sexual y las tacharon de prostitutas y rojas, sometidas a humillaciones públicas tras la Guerra Civil.
Este capítulo de la lucha de clases, la última revolución del periodo entre guerras, condujo a acciones importantes para el movimiento obrero, tales como tomas de fábrica y expropiación de tierras. Además, surgieron grupos de mujeres como Mujeres Libres que levantaron reivindicaciones claves: derecho al trabajo, transformación radical de la familia, educación sexual y amor libre, entre otras.
También en esta lucha, el papel de las mujeres fue significativo, sin embargo, la gran falencia fue el partido revolucionario que se propusiera la toma del poder, por lo que el fracaso del anarquismo como corriente de izquierda expuso al movimiento obrero a represiones y derrotas, lo que condujo a una derrota de la revolución. Así, una conclusión que como feministas socialistas señalamos que se deriva de este acontecimiento es la necesidad imperiosa de pensar la revolución estratégicamente, con un partido revolucionario como referente político de la clase obrera y las mujeres.
El Marxismo y el Feminismo en el debate con la Teoría Queer
La teoría queer surge a mediados de los 80 a partir de estudios posestructuralistas. Desde varios autores franceses: Lévi-Strauss, Foucault, Kristeva, Lacan y Wittig. La primera académica en elaborar desde este bando fue Judith Butler, quien en 1990 publicó El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad.
Lo primero por señalar, es que la teoría queer es una expresión del período que se caracterizó por la caída del Muro de Berlín y la ofensiva capitalista a nivel mundial, lo cual llevó a algunos sectores a la conclusión reaccionaria de que el capitalismo había triunfado.
Butler critica el sistema categorial sexo-género por considerarlo un binario cuya matriz es heterosexual. En este trayecto, omite la dialéctica entre condiciones socio-históricas determinantes (género) y la libertad (identidad de género). Además, el género no es un atributo individual, sino una relación social. Este sistema categorial ha sido un aporte del feminismo desde Simone de Beauvoir hasta Gayle Rubin porque permite distinguir entre las características biológicas y la construcción social que históricamente se han producido alrededor de estas.
Butler descarta la categoría ¨mujeres¨ por considerarla que naturaliza el binomio hombre-mujer. Pero desde el feminismo socialista la reivindicamos por ser una categoría política estratégica para postular la necesidad de que seamos mujeres para sí, que luchemos junto a la clase trabajadora (explotada por el capitalismo) por la emancipación de la humanidad. No obstante, la solidaridad no es abstracta, tampoco es totalizadora. Por eso, lejos de postular la unidad de las mujeres como una categoría totalizadora -como si fuese monolítica- el feminismo socialista postula la unidad de oprimidos/as y explotados/as, pero no abstractamente, sino como plataforma de lucha para la liberación de las relaciones de opresión y explotación. Asimismo, sin prácticas colectivas dirigidas a la emancipación no se ataca las estructuras sociales de dominación que imponen géneros marcados, fuera de la acción política por la liberación a partir de una identidad común: oprimidos/as y explotados/as; no existe posibilidad de que la humanidad se libere de los géneros.
Además, la heteronormatividad no es la productora de las oposiciones hombre-mujer, sino que está íntimamente ligada y es consecuencia del patriarcado que oprime y produce géneros acorde al sistema de opresión. Por eso, la acción individual de transgredir los géneros establecidos no es progresiva per se, puesto que no es un efecto de las prácticas discursivas como piensa Butler, sino que son categorías ancladas en el sistema económico. Es decir, los “actos corporales subversivos” no son transformadores de la realidad si se aíslan de la lucha y organización política contra el patriarcado y el capitalismo, porque de nada ayuda cambiar las categorías si la explotación y opresión no sucede solo discursivamente, en términos metafísicos, sino que acontece en el ámbito de las relaciones socio-económicas, es material.
En resumen, el feminismo socialista es política revolucionaria que retoma la categoría mujeres en tanto oprimidas y explotadas para la lucha política que posibilite su liberación, pero la lucha feminista socialista no se reduce a las reivindicaciones de las mujeres, sino que también lucha contra el conjunto de relaciones que oprimen y explotan a la clase trabajadora. No obstante, sostenemos que si no se adopta el feminismo, se invisibiliza al patriarcado, lo cual reduce la opresión a un producto de la explotación, es decir, la lucha por la liberación de las mujeres queda supeditada a un momento ulterior.
Las Rojas y el Nuevo Partido Socialista luchamos por los derechos de las mujeres en unidad con las luchas de explotados y oprimidos, como un programa general por la emancipación de la humanidad. Pero a su vez, reconocemos las especificidades del patriarcado, por lo que peleamos por la socialización del cuido y del trabajo, pero también por los derechos que el patriarcado nos ha negado históricamente, por el derecho al aborto libre, por la equiparación salarial, por una educación sexual laica, científica y feminista, por el derecho a vivir libres de violencia patriarcal.
En conclusión, las feministas socialistas nos organizamos y luchamos por construir un movimiento de mujeres anticapitalista y antipatriarcal con independencia de clase, que no confíe en el lobby parlamentario, que luche en las calles por sus derechos y por la transformación de todas las relaciones sociales, es decir, que luche también por la liberación de toda la clase trabajadora y demás sectores oprimidos, pero peleando para que la clase trabajadora acoja las reivindicaciones de las mujeres como parte de su programa de lucha, en pro de la emancipación del conjunto de la humanidad.
Bibliografía
Butler, Judith (2014) El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Paidós, España.
De Beauvoir, Simone (1987) El segundo sexo. Tomo I. Los hechos y los mitos. Siglo Veinte, Buenos Aires.
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Goldman, Wendy (1993) La mujer, el Estado y la revolución. Buenos Aires: Ediciones IPS.
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Waters, Mary Alice (1977) Marxismo y feminismo. Ciudad de México: Editorial Fontamara.
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