Ale Kur

Pero a juzgar por el escenario actual, no parece que lo haga desde una posición de fuerza, sino más bien desde una de cierta debilidad, aunque no se trata tampoco de una situación de derrumbe y todavía queda mucho tiempo (en el que no se puede descartar que se termine recuperando).

A su favor la gestión Trump puede mostrar, por lo menos hasta el momento, algunos logros en materia económica, con una recuperación del crecimiento y niveles históricamente bajos de desempleo. Sin embargo, como desarrollamos en un artículo anterior[1], inclusive este “punto fuerte” es cuestionable, ya que los puestos de trabajo que se generaron en los últimos años son de mucha peor calidad, menor nivel salarial y mayor informalidad que los que se fueron perdiendo desde la crisis de 2008 (y más de conjunto, en las últimas décadas). Los costos de vida siguen en aumento (especialmente en rubros como la cobertura de salud, en una sociedad donde todo el sistema de salud es privado), y los salarios de la mayoría de los trabajadores (especialmente los menos calificados) crecen por debajo de la inflación. El resultado es que sigue aumentando sin parar la desigualdad social, tema que se coloca cada vez más en el centro del debate político nacional.

Por otra parte, inclusive así la economía es el único logro (relativo) que Trump puede mostrar. Por fuera de ella, no consiguió llevar hasta el final la mayoría de las iniciativas que planteó desde la campaña electoral de 2016, tales como la construcción del muro con México, derribar el “Obamacare” (sistema de subsidios públicos a la cobertura de salud), etc. En política internacional no puede mostrar tampoco demasiados éxitos: pese a toda la fanfarria desplegada, no consiguió tirar abajo al gobierno de Maduro en Venezuela, ni derrocar al régimen de Corea del Norte, ni poner de rodillas a China, etc. Más bien da la imagen de un gobierno errático, bravucón, que provoca a todos y contribuye a la inestabilidad mundial, pero no puede torcer realmente el rumbo de las cosas.

Además de lo anterior, Trump provoca un muy profundo rechazo entre todos los sectores con alguna sensibilidad progresista: se enfrentó sistemáticamente a las mujeres, a las comunidades latina y afroamericana, a las personas LGTB, a los inmigrantes en general, a la juventud. Es visto como inestable e imprevisible, de bajo nivel, e inclusive peligroso por sus provocaciones constantes, tanto en política internacional como nacional.

Sin embargo, también es cierto que sigue manteniendo una amplia simpatía entre los sectores más conservadores y atrasados de la sociedad, que numéricamente son muy considerables, especialmente en el interior del país (las grandes ciudades de ambas costas como Nueva York o las de California son bastante más progresistas, por lo menos en términos relativos). No se puede perder de vista que sus posiciones xenófobas, su apelación a los valores retrógrados de la “familia tradicional”, y más en general su demagogia reaccionaria, reflejan bastante acertadamente la mentalidad de amplios sectores. Además, la tradición norteamericana es elegir por lo menos por dos mandatos consecutivos a la enorme mayoría de los presidentes, con muy pocas excepciones en la historia[2].

Pero más allá de las especulaciones, hay algunos datos concretos que fortalecen la idea de un panorama desfavorable para la reelección presidencial. En las últimas elecciones nacionales que se realizaron en EEUU, las legislativas de 2018, el Partido Republicano encabezado por Trump perdió la mayoría que poseía en la Cámara de Representantes (cámara baja del congreso nacional). No solo eso, sino que en el voto popular, quedó nuevamente en el segundo lugar. Esto ya había ocurrido en 2016, cuando Trump ganó gracias al antidemocrático sistema electoral. Pero en las legislativas de 2018, el Partido Republicano inclusive quedó más lejos del primer puesto que en las presidenciales de 2016, ensanchando la diferencia.

Por último, las encuestas sobre intención de voto que se realizaron estas semanas tampoco son nada favorables para Trump. Estas señalan que podría perder estados clave (en los que había ganado en 2016) como Michigan, Wisconsin y Pennsylvania, por diferencias de hasta dos dígitos.[3] Por otra parte, una encuesta realizada por Fox News[4] entre el 9 y el 12 de junio señala que si la elección tuviera dos candidatos: Bernie Sanders y Donald Trump, Sanders le ganaría a Trump por 49% a 40% de los votos, números prácticamente idénticos a los habría en una elección entre Joe Biden y Trump. Trump perdería también (aunque por diferencias menores) con muchos otros candidatos demócratas.

De esta manera, las elecciones de 2020 estarán realmente disputadas, con un escenario muy abierto. En ese marco, lo que se pone en el centro de la escena es contra quién las disputará Trump. Aquí es donde entran en juego las primarias del Partido Demócrata.

 

Las internas demócratas

El Partido Demócrata debe dirimir en elecciones primarias cuál será el candidato que enfrentará a Trump en 2020. Para esta carrera ya se anotaron nada menos que 25 candidatos, aunque con el tiempo muchos de ellos se van retirando.

Pero más allá de lo anterior, las primarias pareciera que se están disputando realmente entres dos candidatos: Joe Biden y Bernie Sanders.

Joe Biden fue el vicepresidente de Barack Obama entre 2009 y 2016. Se trata de una figura perteneciente al establishment partidario, profundamente neoliberal e imperialista. Lleva más de 50 años en la política y cuenta con el apoyo de todo el aparato demócrata. Al momento actual, parece ser la figura a la cual todo un sector de la burguesía norteamericana apuesta como recambio a Trump. Y a diferencia de Obama, Biden es un hombre blanco de 77 años: ni siquiera en el aspecto superficial supone alguna veleidad transformadora.

Por eso más que significar un regreso de la campaña presidencial de 2008, cuando el par Obama-Biden enarbolaba un discurso de “cambio” (luego de los desastres de la presidencia de George Bush y del crack financiero), esta vez Biden aparece simplemente como una alternativa “sensata” y centrista a Trump, sin cuestionar ningún aspecto del sistema norteamericano. Es decir, se trata a todas luces de un repetición de la campaña presidencial de 2016 de Hillary Clinton, que fracasó a la hora de movilizar ningún sentimiento popular progresivo (y por ello perdió ante Trump).

Por otra parte, la candidatura de Biden ignora abiertamente la masiva oleada de cuestionamiento popular al establishment neoliberal que se expresó en las primarias de 2016, desde la irrupción de la precandidatura presidencial de Bernie Sanders. A partir de ello se instalaron en la agenda de los sectores progresistas propuestas como sistema Medicare for All (cobertura estatal universal y gratuita del sistema de salud), el salario mínimo federal de 15 dólares por hora de trabajo, la gratuidad de la educación superior, y actualmente el Green New Deal (Nuevo Acuerdo Verde), consistente en un ambicioso plan de obras públicas para garantizar una reconversión total de la infraestructura de EEUU a energías limpias y renovables. Oleada de cuestionamiento que, por otra parte, se expresó en triunfos en las elecciones legislativas de 2018 como el de Alexandria Ocasio-Cortez, Rashida Talib e Ilhan Omar que (aún con todos sus límites) señalaron un contrapunto progresivo a los consensos neoliberales e imperialistas, poniendo en el centro de la escena el problema de la enorme desigualdad social, del calentamiento global, del apoyo de EEUU al Estado de Israel, etc.

En este sentido, la nueva candidatura de Sanders para la carrera presidencial 2020 viene a recoger nuevamente esa experiencia y a darle continuidad. Sigue contando con un importante apoyo de la base demócrata, y se mantiene como un actor seriamente competitivo de las primarias demócratas (aunque por ahora las encuestas lo muestran mayormente por debajo de Biden). No puede descartarse tampoco la irrupción de algún “tercer actor” en las primarias demócratas como la senadora Elizabeth Warren (antigua aliada de Sanders que comparte un perfil progresista pero bastante más moderado), quien viene creciendo en las encuestas.

 

Hace falta una candidatura independiente del bipartidismo capitalista-imperialista

La precandidatura de Sanders dentro del Partido Demócrata enfrenta grandes problemas, tanto en el plano táctico como en el plano político.

En el plano táctico, no parece lo más probable que Sanders pueda obtener el voto de una mayoría de los votantes de las primarias demócratas, en un terreno ampliamente dominado por el aparato del establishment burgués y neoliberal. Inclusive si pudiera ganar en el voto (cosa que no es tampoco totalmente descartable), todavía su nominación podría ser rechazada por el antidemocrático sistema de “superdelegados” del Partido Demócrata, no votados por nadie (representan directamente al aparato) y que cuentan prácticamente con poder de veto.

En cambio, si Bernie Sanders se presentara a las presidenciales como candidato independiente, podría obtener no solo los votos de un amplio sector de la base demócrata, sino también una gran cantidad de votos independientes y hasta de un sector de la base republicana. Sanders puede hacerse fuerte en sectores sociales donde el establishment neoliberal demócrata no puede, tal como los obreros industriales, y puede movilizar entusiastamente a amplios sectores de la juventud para una campaña militante. En este sentido, ni siquiera desde el punto de vista táctico parece que presentarse dentro del Partido Demócrata sea una buena idea.

En el plano político, presentarse como candidato demócrata trae problemas aún más profundos. Porque implica ser parte de un partido profundamente capitalista e imperialista, con un aparato estructuralmente ligado a los intereses de la clase dominante. Inclusive el ala progresista del Partido Demócrata es un ala capitalista-reformista, y no un ala claramente socialista.

Desde todo punto de vista, lo más progresivo sería que Bernie Sanders se lance a la carrera presidencial como candidato independiente de ambos grandes partidos, con un programa socialista y de independencia de clase de los trabajadores. Solo de esta manera su candidatura podría ser hasta el final un punto de apoyo para que los trabajadores, la juventud, el movimiento de mujeres, los migrantes, las personas negras, etc. avancen cualitativamente en su organización independiente y su conciencia, instalen profundamente sus reivindicaciones y conquisten apoyos en la población en general. Esta es la perspectiva que deberían impulsar los socialistas en Estados Unidos, sin ceder a las presiones del “sentido común” electoralista ni encerrarse en posiciones sectarias que no dialoguen con los fenómenos progresivos de masas.

[1] “Estados Unidos: desigualdad, pobreza y precarización en una economía en crecimiento”. Ale Kur, 27/11/18. En: http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=12127

[2] Desde 1933, solo en una ocasión el partido gobernante de EEUU no fue reelecto a un segundo mandato presidencial: en 1980, cuando el Partido Demócrata de Jimmy Carter fue derrotado por los republicanos de Ronald Reagan en el marco de un profundo giro conservador.

[3] «Trump Campaign to Purge Pollsters After Leak of Dismal Results», New York Times, 16/6/19, en: https://www.nytimes.com/2019/06/16/us/politics/trump-polls.html?module=inline

[4] “FOX News Poll: Bernie Sanders Would Beat Trump By 9 Points». Common Dreams, 16/6/19. En: https://www.commondreams.org/news/2019/06/16/fox-news-poll-bernie-sanders-would-beat-trump-9-points