Martiniano Rodríguez
Cada tanto, sobre todo cuando se vislumbra un cambio de época, algunos autores nos muestran su visión sobre largos periodos de la historia, tratando de hacer un balance sobre esos años. Kershaw ha decidido publicar “Descenso a los Infiernos”, el primero de dos libros sobre Europa en el siglo XX [1], editado por Crítica 2016.
El libro de Kershaw abarca el periodo desde la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial a la Segunda Guerra Mundial, a pesar de estar sencillamente escrito (lo cual lo hace de fácil lectura), está cargado de contenido, que es lo que vamos a tratar en este artículo. Aunque no hay grandes conceptos dando vueltas en el libro.
Desde el comienzo, cuando empieza por explicar los inicios de la primera guerra, toma claramente partido por las democracias occidentales, pero al punto de que de los gobiernos nunca tuvieron culpa de nada y hasta fueron víctimas de los imperios (en la segunda fue de los fascistas). Para ser más preciso, pareciera que todas las culpas de las democracias débiles del periodo de entreguerras se deben a los errores de la primera guerra (ahí si hay culpa de Gran Bretaña y Francia) pero más que nada a la extrema polarización creada por los fascismos y la revolución rusa, quienes ocupan un lugar casi igual.
La culpa de haber llevado a la guerra a Europa en 1914 es de Alemania, Austria-Hungría y Rusia; nada tiene que ver el imperialismo y el rearme en el que estaban involucrados todos los países de Europa, incluida las democracias occidentales. El mismo autor reconoce que estaban todos preparados para la guerra, pero las democracias pareciera que nada tuvieron que ver. La Gran Guerra fue un conflicto claramente producto del imperialismo, todos los países de ambos bandos se enfrentaron por el afán de conseguir nuevos territorios dentro y fuera de Europa, o impedir que otros se expandieran.
El Tratado de Versalles no solucionó nada, como vieron varias personas de su época. Al contrario, los soldados desmovilizados, los problemas económicos y étnicos que generó el reparto de tierras y fronteras, sumado al ejemplo revolucionario de la URSS, hizo que los años de posteriores a Versalles sean muy conflictivos. Kershaw tiene que reconocer que la no intervención ayudó al desarrollo de los nacionalismos agresivos, y este tratado estuvo encabezado por las potencias democráticas occidentales, menos EEUU que decidió volver a su política de no participación.
Al llegar a los años 30 del siglo XX, el autor separa a 3 gobiernos; Stalin en la URSS, Hitler en Alemania y Mussolini en Italia; terminaran siendo los que extremen los peligros de una guerra [2], otra vez deja de lado el rol de Gran Bretaña y Francia durante el periodo que terminará en la Segunda Guerra. Kershaw hace un recuento pormemorizado de como Hitler tuvo una política agresiva y estos países fueron cediendo en todo, permitieron la invasión a Austria, luego a Checoslovaquia donde directamente intervinieron para que esta democracia (de las pocas que había en el centro de Europa) cediera parte de su territorio; incluso rompiendo los acuerdos de la Sociedad de las Naciones (organismo parecido en sus objetivos a la ONU pero mucho más débil) querían cederle a Mussolini parte de Abisinia (único país de Africa independiente y miembro de la Sociedad de las Naciones).
Su intento de defender a medias las democracias frente a otros regímenes que considera terroríficos choca con la realidad: reconoce el por qué de las dos guerras mundiales correctamente, pero termina deslindando responsabilidades como si estas hubieran sido meras victimas de dos guerras que abarcaron más que Europa, dos guerras donde los países capitalistas intentaron solucionar sus problemas relacionado con la economía y la política. Ambas guerras, si bien tienen un iniciador, fueron realizadas por todos los países, y en ninguna de las dos hubo una cruzada de la democracia contra los regímenes opresivos, ni siquiera cuando estalla la guerra civil en España que directamente se lavaron las manos. Las democracias occidentales, como le gusta llamarlas a Kershaw, fueron cómplices no víctimas.
Lo que sí acordamos con el autor, es que la Segunda Guerra Mundial fue una mezcla de guerras: en oriente una guerra de exterminio encabezada por los nazis, en occidente una guerra imperialista entre las potencias europeas, hubo elementos de guerra civil en algunos momentos y lugares. Todo junto, mezclado en una guerra que se peleaba según el frente de diferente manera y con diferente afán. En occidente la guerra fue más convencional, pero en oriente donde estuvieron las mayorías de las víctimas, se incluyó campos de exterminio y pelotones de limpieza para ciertas nacionalidades consideradas menores y para frenar la idea de comunismo, el ataque a la URSS tenía que ver con el odio que tenían los fascismos (hubo batallones de diferentes nacionalidades combatiendo en la URSS, incluso franceses) a la revolución.
Si hay un problema en el libro, y que le sirve para ubicar a las democracias como casi víctimas o débiles frente a la situación, es que se centra exclusivamente en Europa (que no es un error, así lo quiso el autor) para explicar un periodo donde el mundo ya es mundial. No habla de lo que hacían esas democracias en África y Asia (alguna mención hay, pero no trata el tema), EEUU aparece en escena según el acto que se desarrolle, China y Japón lo mismo. Todo ocurre en Europa, siendo que el periodo se abre con una Primera Guerra Mundial y cierra con una segunda, entre medio una Depresión mundial y un crecimiento económico que involucra las colonias.
Pero hasta acá no está lo más rico ni discutible del libro. Al final de los años 20 y producto del fracaso de Versalles, toman fuerza 2 ideologías que marcaran la década siguiente: el Stalinismo y el Fascismo. Que el autor engloba en el concepto de “Dictaduras Dinámicas”, un concepto que en este libro queda medio vago, sin entenderse que es lo que une estas dos posturas políticas. Pareciera que eso que los une es una ideología totalitaria que intenta controlar toda la sociedad, dinámica por su adaptación y constante avance sobre ella. Son dinámicas por que movilizan a las masas con una ideología revolucionaria, aunque los fascismos no lo eran más allá de su discurso. O sea, reconoce que la URSS no es lo mismo que Hitler y Mussolini, pero quedan unidos por su afán de control de la sociedad.
Pareciera una variante del concepto de Totalitarismo, que se usó para englobar los 3 regímenes y ponerlos en el mismo escalón, pero más sofisticado.
Cuando se habla de la URSS, Kershaw tiene un balance bastante negativo, pero al finalizar el libro reconoce que muchos de los cambios positivos se debieron a su presión o ejemplo.
Para empezar el autor adhiere a la teoría que Stalin es la continuación de Lenin pero más autoritaria, ya que reconoce que durante la vida de Lenin la URSS funcionó con márgenes más democráticos y colectivos. Los revolucionarios fueron fanáticos, utópicos y demagogos; Stalin es un dictador y su terror no se diferencia del de otras Dictaduras Dinámicas. Los años 30 son la dictadura de Stalin y sus purgas, que al contrario de lo que suponía el dictador, no fortalecían, sino que debilitaban a la URSS perdiendo gran parte de los más preparados militares, organizadores, científicos, etc; al punto que el autor cree que el detenimiento económico se debe a estas purgas. Ni hablar luego de la segunda guerra mundial que el terror de la URSS se extiende a parte de Europa Oriental, y entre ese terror figuran medidas económicas como la expropiación [3] .
El terror rojo está presente en todo el libro, circunscripto a la URSS y Stalin, pero termina por identificarlo como algo similar a lo que hizo Hitler, volvemos a lo mismo que se le crítica al Totalitarismo, son conceptos que no diferencian el carácter social y el inicio de estos regímenes. Si bien reconoce que los fascismos no son revolucionarios, sino lo contrario, termina metiendo en la bolsa a todos. No vamos a defender a Stalin, pero la URSS fue un intento de cambiar al mundo ahogado por una burocracia que terminó de asentarse en los años 30 gracias al terror stalinista, los fascismos encarnan otra cosa; dictaduras contrarrevolucionarias apoyadas por capitalistas, ejércitos, monarquías, iglesias, que pretendían detener el reloj del cambio.
Lo llamativo, es que si bien se refiere a la URSS como el terror, los fanáticos, etc, no puede ocultar que gran parte de los avances en la Europa Occidental se debieron a la presión que ejercía el modelo soviético con todas sus deficiencias y límites. Ambas guerras dejaron muchos campesinos desplazados y sin tierra, por lo que se hicieron comunes los repartos de tierras, Kershaw reconoce que “fue la respuesta dada a la amenaza del bolchevismo” [4]; las elites toleraron (en parte por el miedo a la revolución rusa y en parte por su debilidad) la democracia luego de la primera guerra; hasta el Estado de Bienestar que venía surgiendo en la década del 30 pero que después de la segunda guerra es la norma en Europa y América, se debe a la presión que ejercía el ejemplo de la URSS. Lo cual nos lleva a preguntar si la URSS era tan mala como dice Kershaw.
Volviendo a la crítica de excesivo eurocentrismo del libro, tampoco hay mucha explicación de la URSS más allá de las constantes críticas, por ejemplo, si bien es muy detallado para explicar cómo la Depresión de 1929 golpeo a cada país, no dice nada de la URSS que casi no se vio afectada.
Descenso a los Infiernos, es un libro fácil y práctico de leer, pero con una leve intención de defender la democracia capitalista frente a cualquier otro régimen, por lo cual el comunismo y el fascismo terminan siendo casi lo mismo y el balance del primer medio siglo XX es el triunfo de la democracia. Que como se puede ver en el mismo libro, tampoco ayudó mucho ni a la paz ni al crecimiento humano.
[1] El segundo libro es “Ascenso y Crisis”
[2] Kershaw, Ian: “Descenso a los infiernos”, Critica, 2016. Pagina 359
[3] Op cit, pagina 480.
[4] Op cit, pagina 185.