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[1] Un enfoque vulgar de este tipo –que no puede dar cuenta de ninguno de los problemas que existen en Cuba– es el que expresa Alan Woods, que defiende un modelo de “planificación central absoluta” en vez de tener una apreciación dialéctica de la mecánica de la transición. Ver “Intelectuales comunistas cubanos discuten el futuro del socialismo”, El Militante, 24-11-10.

[2] No queremos dejar de señalar que si Preobrajensky, con su capitulación, asestó un golpe tremendo a la Oposición de Izquierda, en un momento por demás difícil, tuvo la dignidad de no testimoniar contra Trotsky y los demás oposicionistas en los Juicios de Moscú, razón por cual fue asesinado sumariamente sin comparecer a juicio.

[3] A este respecto, diferimos del enfoque del compañero Claudio Katz, que en El porvenir del socialismo plantea erróneamente que los enfoques de Bujarin, Preobrajensky y Trotsky serían simplemente “complementarios”.

[4] Como hemos señalado en otras oportunidades, el PTS de la Argentina llega a postular una racionalidad per se de la planificación. Nahuel Moreno, por caso, tenía más sensibilidad cuando, en las escuelas de cuadros del viejo MAS, demostraba palmariamente la irracionalidad de la planificación en manos de la burocracia.

[5] Esto no parece entenderlo del todo Roberio Paulino, ex militante del PSTU y actual integrante de Socialismo Revolucionario (de la CWI a nivel internacional), que en un libro de reciente edición, El socialismo del siglo XX: ¿qué falló?, a pesar de observaciones agudas y un trabajo histórico meritorio, no logra superar el enfoque deutscheriano del stalinismo: la burocracia habría sido agente de la transición socialista. Así, afirma por ejemplo que “la nueva visión de un Estado fuerte modernizador cumpliendo una función esencialmente económica –sugerida por Lenin, defendida durante el debate económico de la década de 1920 por la Oposición de Izquierda y que se terminó de imponer a partir de 1929 pero a través de métodos coercitivos–, pasará a cumplir un papel decisivo en la historia económica de muchos países del siglo XX” (cit., p. 123). Pero la “visión” que se impuso en esos casos no era la Lenin ni la de la Oposición de Izquierda, sino la del stalinismo. El abordaje de Paulino termina teniendo un sesgo estatista reñido con la verdadera tradición del marxismo revolucionario.

[6] No obstante, siendo Bujarin un teórico de nota, tenía en ocasiones señalamientos agudos: “En opinión del camarada Preobrajensky, la ley de acumulación socialista en parte paraliza y en parte ‘elimina’ la ley del valor, que en dicho período pasa totalmente a segundo plano. Existe, de hecho, un límite objetivo en la distribución de las fuerzas productivas; si ese límite se supera, es inevitable una grave crisis” (cit., p. 35).

[7] “En ‘Plan, mercado y democracia’ he citado a Bettelheim, que subraya muy justamente (…) que las sociedades de transición no habían desarrollado aún ‘los conceptos adecuados para medir el trabajo social, que no se resume en la dimensión del trabajo físico’. Decía que ‘el equivalente socialista del ‘trabajo socialmente necesario’ ligado al efecto ‘socialmente útil’ no ha sido encontrado’. Los precios en una sociedad de transición recubrirán a la vez la forma en que son medidas las necesidades, los costes y las relaciones sociales, de una forma diferente pero análoga a lo que recubre la ley del valor” (C. Samary, cit.).

[8] Cabe ponerse en guardia frente a quienes desde la izquierda e incluso desde el “trotskismo” defienden las medidas de mercado de la burocracia castrista. Es el caso de Olmedo Beluche, que en un texto anterior a los Lineamientos ya abría el paraguas para defender un curso de mercado de parte del castrismo: “Uno tiene que preguntarse: ¿qué haría en su lugar? Hay poco margen de maniobra si quieres sostener un proceso revolucionario en el mundo actual. Por ello creo que lo correcto es combinar, en lo económico, la nacionalización y el control obrero de la gran industria que garantice los mínimos a la población con elementos de mercado” (“Reflexiones sobre el socialismo del siglo XXI”, Kaos en la Red, 1-3-08). Esto es pura hipocresía: Beluche sabe perfectamente que en Cuba no hay ningún control obrero de la gran industria (ni ninguna otra cosa), y que hay una ausencia total de democracia obrera, que debería ser el primer paso de cualquier “reforma” para que fuera en un sentido progresivo.

[9] Decía Moreno que “hay una cita muy fuerte de Trotsky a favor de que sí, que hay plusvalía. Mandel y otros opinan que no, que lo que hay es plustrabajo (…) Eso depende de cómo definamos la plusvalía. Si plusvalía es toda expresión de plustrabajo que se vende, entonces Trotsky tiene razón cuando habla de que hay plusvalía. Hay otros –Mandel– que opinan que plusvalía es la expresión histórica de la forma de apropiarse por parte de los capitalistas del plustrabajo. Si aceptamos esta definición –que yo acepto (…)–, no hay plusvalía si no hay capitalismo (…) Pero si consideramos que plusvalía es todo plustrabajo (aunque no haya clase capitalista)… todo plustrabajo que se vende, que se realiza… es decir, que va a la mercancía, entonces hay plusvalía en la URSS” (selección de citas para el Seminario sobre transición). Moreno plantea aquí bien el problema aunque conceptualmente quedaba preso de una apreciación históricamente demasiado estrecha de la continuidad de la ley del valor.

[10] Justo es reconocer que en estos seminarios de los 80 en el viejo MAS, Moreno expresaba una gran sensibilidad por los problemas de la ex URSS, así como al tiempo que amplitud teórica y pedagogía para explicar los problemas, más allá de que su pensamiento mantuviera una forma fragmentaria. No hay que olvidar que se trata de intervenciones orales, no textos. El único trabajo escrito a fines de los 70 sobre los problemas de la transición, La dictadura revolucionaria del proletariado, hacía afirmaciones casi diametralmente opuestas, que hemos criticado en otros trabajos.

[11] En El porvenir del socialismo, Claudio Katz comete el serio error de dar demasiado poca importancia a la subsistencia del mercando mundial a la hora de explicar la permanencia de las categorías mercantiles en la transición.

[12] Preobrajensky tenía una visión algo distinta a la señalada, más impresionista. Porque aun dando cuenta de las evidentes tendencias monopólicas presentes en la economía mundial, tendía sin embargo a perder de vista la subsistencia de la ley del valor como regulador económico internacional: “El desarrollo de estas tendencias [monopólicas] acarrea inevitablemente, pese a la existencia formal de la libre competencia, la limitación y transformación ulteriores de la acción de la ley del valor, no ya en el interior de las economías nacionales aisladas, que poseen un alto nivel de desarrollo de los monopolios, sino en la arena de la economía mundial entera. En esto reside la particularidad de la economía de posguerra” (La nueva economía).

[13] Sin embargo, las reformas del “socialismo de mercado” en la ex URSS nunca lograron afirmarse del todo y, cuando parecieron hacerlo, ya implicaron el retorno al capitalismo. Un balance de la discusión Liberman señala que “los métodos puramente administrativos de gestión fueron reintroducidos, o nunca fueron realmente eliminados, y las sugerencias de elevación de la eficiencia, la innovación y la mayor productividad a través de los reguladores y criterios económicos formulados durante la discusión Liberman fueron abandonados. Aganbegian considera que ‘el principio administrativo venció al principio económico’” (R. Paulino, cit., p. 198).

[14] Distigamos aquí dinero como expresión monetaria general de los valores de cambio de las mercancías de moneda, como dinero en particular. En el caso ruso de los años 20 se trataba del chervonetz, y Trotsky insistía en la necesidad de que tuviera un valor estable, so pena de distorsionar toda posibilidad de una medición racional de la economía.

[15] En los últimos años de su vida Moreno mostró una creciente preocupación por los dramáticos problemas que se estaban planteando por la degeneración de la experiencia de la URSS, con un criterio metodológico muy correcto: “Nosotros no podemos idealizar nada. Es muy feo idealizar. Un marxista es objetivo”.

[16] Muchos de los mejores trabajos en el campo de la evolución versan sobre la historia natural. Al respecto, una obra de gran importancia a finales del siglo XX ha sido la de Stephen Jay Gould, a la que nos referiremos someramente más adelante buscando establecer un cierto diálogo entre la dialéctica del desarrollo natural y la de la transición socialista.

[17] Según Rakovsky, Preobrajensky perdía de vista “el 90% de los hechos reales” cuando justificó su capitulación con argumentaciones economicistas. Stalin no sólo lo terminó asesinando en 1941, sino que suprimió muchas de sus más importantes obras, como Las leyes de la acumulación socialista durante el período “centrista” de la dictadura del proletariado y Las leyes de desarrollo de la dictadura socialista, mencionadas en la correspondencia con otros oposicionistas.

[18] Valerio Arcary, del PSTU de Brasil, ha presentado un análisis similar pero no ya respecto de la acumulación económica en la transición sino del supuesto carácter “automáticamente” socialista de las revoluciones anticapitalistas de la segunda posguerra, bajo la presión de la “necesidad histórica”, que hemos reseñado críticamente en Socialismo o Barbarie 21.

[19] En crítica al punto de vista heideggeriano, decíamos en un viejo trabajo: “La ‘contemporaneidad’ en Heidegger es el imperio del ‘mundo técnico’ al cual hay que adaptarse. Porque ‘la técnica sólo domina allí donde, entrando previamente en ella y sin reservas, se le dice un sí incondicionado. Esto significa que la dominación práctica de la técnica y su despliegue carente de condiciones presupone ya la sumisión metafísica a la técnica (…) la actitud de poner todo bajo planes y cálculos’. Es ésta una situación de subordinación al orden social existente, justificada en aras de una razón técnica aparentemente incondicionada e incondicional (…) Filosóficamente, [hasta cierto punto] la preocupación de la teoría crítica es el rescate de la modernidad amenazada en sus posibilidades por la barbarie nazi y stalinista (y del capitalismo actual agregamos nosotros), (…) la recuperación de la acción libre y consciente dominando la sociedad y la naturaleza. Por el contrario, el sentido de Heidegger, y en nuestros días el posmodernismo, no puede ser más radicalmente opuesto: es la adaptación a la ‘heteronomía’, al imperio del ‘mundo técnico’, del ente, de los objetos. Es la adaptación al hecho de que ‘el hombre abandona el centro y se corre hacia la X’ o a lo que dice, sarcásticamente, el filósofo italiano Vattimo ‘murió Dios, pero al hombre no le va tan bien (…) Para Heidegger, lo más esencial de la vida humana (…) sería ‘comprender la imposibilidad de la existencia en cuanto tal’. Esto es, el vivir para la muerte como ‘posibilidad absoluta, propia, incondicional, e insuperable del hombre’. Una definición antihumanista radical: lo propio del ser humano no sería el pleno desarrollo de la vida, sino la determinación de su muerte segura. Es impactante lo funcional de este pensamiento a las formas más bárbaras de la dominación capitalista. E impactante, también, lo opuesto que es a la promesa emancipatoria del socialismo auténtico y su radical humanismo” (R. Sáenz, “Sujeto, objeto, socialismo y barbarie”, mimeo).

[20] “El ‘trabajador y el soldado’ de Heidegger eran la imposición de un ‘nuevo orden’ a punta de la pistola y el trabajo explotado del nazismo, ámbito máximo del deslumbre antihumanista y técnico, que dio lugar a una de las mayores experiencias de la barbarie capitalista en la historia humana” (R. Sáenz, “Sujeto…”, cit.). Se trata de una ubicación no desde el absolutamente necesario desarrollo de las fuerzas productivas al servicio de la emancipación humana, sino todo lo contrario: de su esclavización inhumana.

[21] Decía Kosyguin, ministro de la ex URSS en la década del 60: “Actualmente hay en la economía enormes valores materiales que se arrastran como cargas inútiles y que no son utilizadas ni para la producción ni para satisfacer necesidades personales de la población. En primer lugar, hay que mencionar la amplitud desmesurada de los proyectos de construcción no acabados, a consecuencia del alargamiento de los plazos y el desperdicio de las inversiones de capitales. En las construcciones y en las empresas hay una gran cantidad de maquinaria sin montar, que permanece no utilizada por mucho tiempo” (citado por E. Mandel, “La reforma de la planificación soviética y sus implicancias teóricas”, en Ensayos sobre neocapitalismo). R. Paulino señala que a comienzos de los años 80 los proyectos de construcción sin terminar eran no menos de 300.000…

[22] Es interesante notar aquí la evolución de las proporciones entre las categorías laborales. El total de empleos asalariados saltó entre 1928 y 1940 de 10,8 millones a 31,2 millones. Entre ellos, el empleo industrial, pasó de 3,1 millones a 8,3 millones, lo que daba cuenta de la emergencia de una nueva clase trabajadora proveniente mayormente del ámbito rural. Sin embargo, un dato impactante es el de los “funcionarios” (los rangos de la burocracia) dentro del total de asalariados: la cifra salta de los 4 millones en 1928 a 11,2 millones en 1940. Esto da cuenta de que, sin tratarse de una nueva clase social orgánica, evidentemente se había forjado una verdadera “casta”, como la denominó Trotsky, una costra que recubría la sociedad por todos los poros absorbiendo toda su savia vital. Esta capa social, “la única privilegiada y dominante en la sociedad soviética”, al decir de Trotsky, alcanzaría los 20 millones en la década del 80. Los datos son de R. Paulino, que a su vez los toma de Moshe Lewin (El siglo soviético, p. 407).

[23] Es el característico caso del PTS argentino, que se refiere a este proceso de acumulación burocrática como “un verdadero cambio en todos los ámbitos de las masas, la ruptura con el atraso y el aislamiento de la vida agraria y la incorporación de la mujer a la vida pública” (Cecilia Feijóo, “Industrialización, democracia soviética y revolución política”, 19-8-10, en www.pts.org.ar). El propio Moshe Lewin, que resalta las transformaciones de los años 30, señala que la auténtica emancipación de las mujeres –amén de la prohibición del derecho al aborto por el stalinismo en su apogeo– se vio coartada por un sistema patriarcal sólido, incluso en las familias urbanas, sin mencionar que el régimen dio pocos pasos reales para liberarlas de las tareas domésticas. Véase M. Lewin, El siglo soviético, p. 393, y también el capítulo 7 de La revolución traicionada de Trotsky en referencia a la campaña reaccionaria de “defensa de la familia”.

[24] Datos citados por R. Paulino, cit., p. 205. Es indiscutible que a desde mediados de la década del 70 todos los índices comenzaron a desacelerarse. La renta nacional, la renta per cápita, la producción industrial, la producción agrícola, la inversión de capital, la productividad del trabajo… todo se presentaba en caída cualquiera fuese la fuente que se tomara.

[25] En los desarrollos que se vengan ahora en Cuba se podrá tener una verificación del carácter de esa sociedad a partir de este mismo criterio señalado para la ex URSS. Apresurémonos en todo caso a aclarar que a nuestro modo de ver, en Cuba subsisten dos inmensas conquistas a ser defendidas: la independencia del imperialismo yanqui y la expropiación de la burguesía, lo que la hacen una sociedad no capitalista. Sin embargo, defender estas dos conquistas es una tarea que debe llevarse a cabo de manera independiente de la burocracia, llevando a la clase obrera realmente al poder. La dimensión de la crisis social y moral de la misma clase obrera cubana es tan intensa que por ahora no se perciben muchos puntos de apoyo para esta tarea. Pero la brutalidad del ajuste restauracionista que está comenzando a aplicar el castrismo podría abrir vías para esa evolución en la medida en que la sociedad trabajadora no se encuentre tan en crisis como parece. En todo caso, ésa debe ser la apuesta de los socialistas revolucionarios.

[26] Señalemos aquí que nos falta un estudio acerca del apasionante debate sobre el derecho en la transición socialista, que se procesó en la URSS en la década del 1920. Este aspecto está vinculado con la problemática de la propiedad y, más en general, con la normalización jurídica de determinadas relaciones sociales, sus avances y regresiones. La obra de Evgeny B. Pashukanis, asesinado por Stalin en las purgas de 1937, La teoría general del derecho y el marxismo (1924), será de fundamental importancia a este respecto.