Patricia Pérez
Esta falta de fuerza del programa propio del movimiento de mujeres entre los de las luchas populares, parece contradictoria en un mundo en que, a cualquier lado donde mires, hay algo “de género”: comisiones de género, secretarías de género, cátedras de género, ONGs de género, y un sector dedicado al género en todas las librerías.[2] Y aún más en la Argentina, donde miles de activistas sociales, gremiales y políticas se encuentran cada año en el Encuentro Nacional de Mujeres con las militantes de todas las corrientes del feminismo.
Este Encuentro comenzó a realizarse hace 25 años como un espacio de intercambio y debates de la militancia feminista. Alrededor del 2000, al calor de las luchas del Argentinazo, el Encuentro se llenó de mujeres de los movimientos sociales, jóvenes activistas estudiantiles y luchadoras gremiales. El encuentro entre la militancia feminista histórica y esta vanguardia de decenas de miles de activistas, era más que propicio para dar a luz un fuerte movimiento de lucha de las mujeres.
Desde ese momento comenzó una pelea política al interior del Encuentro. Los años de derrota y la cooptación por parte del Estado habían hecho su trabajo en las corrientes feministas históricas, que ya habían renunciado a la movilización como método para conseguir sus demandas; la ampliación de la vanguardia de lucha de mujeres provocada por el ascenso del movimiento popular, sólo les produjo temor a que “su” Encuentro fuera “copado por los partidos de izquierda”. Su pelea desde entonces consiste en mantener “el espíritu del Encuentro”, o sea mantenerlo como un espacio de reunión y debate, pero bloqueando la posibilidad (abierta objetivamente por la irrupción del Argentinazo) de que las miles de mujeres de todo el país que concurren allí puedan decidir una acción nacional permanente en común[3]. Esta negativa, en realidad, se extiende a todas las acciones del movimiento fuera del Encuentro, porque han llegado a levantar actos y asambleas convocados por ellas cuando concurrían las mujeres de la izquierda.
El PCR, que maneja mayoritariamente el aparato de organización de los Encuentros, adhiere a esta política: aunque ha construido un frente de masas en el movimiento de desocupados (la Corriente Clasista y Combativa), no tiene ningún interés en masificar la lucha feminista (como no lo tiene con ningún aspecto de la lucha política que tenga que ver con el desarrollo de la conciencia, según corresponde a todo buen partido estalinista) y sí mucho interés en mantener este aparato bajo su exclusivo control. Su gran aporte político a estos esfuerzos por evitar que los Encuentros se transformen en el congreso unificador de un movimiento de lucha de las mujeres, se relaciona con su histórica alianza con la iglesia católica. Con la excusa de que “damos la bienvenida a todas las mujeres, creyentes y no creyentes”, utilizan la participación de las militantes católicas en los talleres para darle cuerpo a esa “minoría a la que no hay que obligar”, minoría que sin las católicas sería prácticamente inexistente en cuestiones como el derecho al aborto y la anticoncepción, por ejemplo.
¿Cuál es la trampa de fondo del funcionamiento por consenso? Si se tratara, como al comienzo, de encuentros feministas, tendría más sentido (relativamente) funcionar por consenso, ya que damos por sentado que las asistentes tenemos alguna base ideológica y algún objetivo comunes. Pero cuando el Encuentro se masifica y se convierte en campo de lucha de todas las corrientes políticas del país, incluyendo el Estado y la Iglesia (es decir, incluyendo a mortales enemigos de los derechos de las mujeres), el consenso queda objetivamente bloqueado, y mantener la ficción del consenso sólo logra que una ínfima minoría imponga su voluntad a la enorme mayoría. Y la voluntad del Estado y la iglesia es, justamente, lograr la parálisis de un movimiento que, al calor del levantamiento popular primero y de la crisis capitalista ahora, amenaza con cobrar fuerza y gran legitimidad popular, y que si se radicaliza puede constituirse en un elemento revolucionario. La burocracia feminista se alía con los estalinistas en cumplir con esta voluntad de la clase dominante, a cambio de que le dejen un lugarcito donde medrar en las instituciones del régimen.
A esto vino a sumarse la corriente queer que analizamos en la primera parte de este trabajo, con su ideología de fragmentación de la mujer en infinitas identidades, cristalizada en infinidad de pequeños grupos que no pueden unirse en una lucha en común so pena de “diluir” su especificidad en el movimiento general.
Las Rojas venimos dando pelea para que en los Encuentros se decida un plan de lucha nacional por el derecho al aborto, denunciando la complicidad del Estado en la trata de mujeres y en la violencia llamada “doméstica”, por la unidad del movimiento de mujeres con las luchas obreras, todo en el camino de construir un movimiento feminista de lucha, independiente del Estado y aliado al movimiento obrero y popular.
Las Rojas se fue construyendo en esta pelea tratando de responder a dos necesidades. Una, más estratégica, tiene que ver con el relanzamiento de la lucha por el verdadero socialismo después de que éste ha sido tan bastardeado y ensuciado por los años de dominación estalinista, y oscurecido por las deformaciones del trotsquismo de la segunda posguerra. A nuestro juicio, el socialismo no tiene que ser visto como una mera transformación en las relaciones de propiedad, sino como un revolucionamiento de todas las relaciones de opresión, y entre éstas la opresión de género ocupa un primerísimo lugar, no sólo porque las mujeres somos la mitad de la humanidad, sino también porque a través de la institución familiar se reproducen y se naturalizan todas las relaciones de opresión del sistema.
La otra es una necesidad política, más inmediata pero muy importante. En los intentos de los ideólogos del capitalismo pos caída del muro por crear teorías opuestas al clasismo y al marxismo, la cuestión de género (como también el indigenismo y el autonomismo sindical) ha sido un “favorito”. Incluso el acceso de mujeres a los altos mandos de los Estados burgueses ha sido publicitado como un avance de la democracia, y la ONGización de la miseria femenina como un “empoderamiento” de las mujeres pobres. Si queremos contribuir a la recomposición del movimiento revolucionario, no podemos rehuir la pelea contra las ideologías posmodernas en todos los campos.
Esta lucha contra la burocracia feminista, que pugna por mantener al movimiento de mujeres fragmentado, aislado y despolitizado en tren de conservar sus propias alianzas con el Estado burgués, ha sido una verdadera escuela de lucha política y un importante medio de construcción partidaria durante nuestros cinco años de participación en el Encuentro Nacional de Mujeres y en las acciones y debates del movimiento durante el resto del año. Y tuvo un punto de inflexión en el último Encuentro en octubre del 2009, cuando Las Rojas impulsamos la unidad de acción de cientos de mujeres que junto a nosotras echaron a las militantes católicas de los talleres, a golpes con la guardia de choque del PCR y al grito de “PCR traidor”.[4]
Esta crisis en el Encuentro de Mujeres, que es el evento principal de reunión del movimiento en el país, demuestra que el movimiento de mujeres no ha quedado (no podía quedar) afuera de la situación de polarización general: la derecha burguesa, en sus intentos de imponer sus propios modos de dominación, arrasa con el “statu quo” populista representado por el gobierno K en el pos argentinazo, y el movimiento obrero y popular ofrece ante esos avances una fuerte resistencia. Las corrientes feministas tradicionales y posfeministas han quedado atrapadas entre estas fuerzas, y tendrán que definirse. Esta situación de “politización de hecho” que empieza a sufrir el movimiento, abre para el feminismo revolucionario una gran oportunidad de avanzar en su construcción.
[2] El imperialismo ha gastado incontables millones en subsidiar todo esto. Pero no lo ha hecho, por supuesto, con la intención de fortalecer al movimiento de mujeres, sino para financiar su descomposición, como explicamos en la primera parte de este artículo.
[3] En los Encuentros está prohibido votar, porque no hay que obligar a ninguna mujer a plegarse a acciones que no comparte, y se funciona en talleres separados sin ninguna instancia de decisión conjunta. Las declaraciones políticas del evento corren por exclusiva cuenta de la comisión organizadora.
[4] Ver nota 1, y para un relato pormenorizado de los hechos ver periódico del nuevo mas Socialismo o Barbarie N° 162.