Lula Nevelson
Son unos 260 mil trabajadores de Alphabet, casa matriz subsidiaria de Google y otras empresas de internet y software.
Mediante una nota de opinión en el NYT, el Alphabet Workers Union se presenta públicamente luego de un año de trabajo clandestino para construir esta organización: “Estamos construyendo sobre años de esfuerzos de organización para crear una estructura formal de trabajadores. 226 de nosotros hemos firmado nuestra afiliación a Communications Workers of America (Sindicato de trabajadores de la comunicación), el primer paso para ganar un reconocimiento legal. En otras palabras, estamos formando un sindicato”.
Se trata tal vez del paso más grande de los trabajadores de empresas de internet y software del Silicon Valley en su organización hasta el momento. Las empresas de esta relativamente nueva rama de la economía han logrado evitar por años la organización de sus trabajadores. Ofrecen como un supuesto beneficio la relación directa entre directivos y trabajadores, desestimando la organización colectiva. Esta estrategia no es exclusiva del sector de las comunicaciones: como podemos ver en el documental ganador del Oscar 2020, American Factory, incluso en la industria automotriz los empresarios buscan eliminar la organización obrera.
Sin embargo, los múltiples atropellos y despidos persecutorios contra quienes alzan la voz llevaron a los trabajadores a sostener una organización clandestina a lo largo de todo un año, que hoy se condensa en el nuevo sindicato. Ya en 2018, frente al encubrimiento de casos de acoso sexual por parte de la empresa, las y los trabajadores salieron a la calle y protagonizaron importantes manifestaciones en repudio y en defensa de sus compañeras.
El sindicato anunciado el 4 de enero pasado es fruto de esa lucha colectiva y callejera, lo que se expresa en el carácter y conformación del mismo: se trata de un sindicato de minoría que agrupa mayormente al activismo, unos 200 trabajadores. Un sindicato “de minoría” inscripto dentro de la CWA (Trabajadores de las Comunicaciones de América), que permite la inscripción de trabajadores “full time” (lo que sería “en planta permanente” para Argentina) así como de trabajadores contratados, quienes representan más de la mitad de la fuerza de trabajo.
Se trata de un enorme avance por parte de una generación de trabajadores en su mayoría jóvenes y empapados de las luchas que marcan la coyuntura en el país, con lazos con el movimiento antirracista y el movimiento de mujeres. Esto se refleja en el alcance de sus reclamos, que incluyen condiciones laborales dignas, denuncias contra acosos sexuales por parte de directivos y hasta discriminación racista hacia trabajadores. Pero en el cuestionamiento de los trabajadores también se expresa un profundo rechazo al rol de la empresa en el capitalismo globalizado, que lleva adelante un desarrollo tecnológico al servicio de ganancias privadas e intereses “poco éticos”: “Nuestros patrones han colaborado con gobiernos represivos en todo el mundo. Han desarrollado tecnología de inteligencia artificial para el Departamento de Defensa y se han beneficiado de publicidad de grupos de odio”.
Al conflicto sindical se suma entonces un reclamo político, marcado por el choque entre los intereses corporativos de una empresa emblema de los Estados Unidos y una generación de jóvenes trabajadores que quieren hacer de la tecnología un bien social para mejorar las condiciones de vida en todo el mundo.
“Somos los trabajadores los que construimos Alphabet. Diseñamos los códigos, limpiamos las oficinas, servimos comida, manejamos y testeamos autos automáticos. Queremos construir tecnología para mejorar el mundo”.