San José, Buenos Aires, finales de julio del 2014
Roberto Sáenz
A propósito de una reciente gira por Centroamérica se suscitó un riquísimo debate con nuestros compañeros de Honduras y Costa Rica. El mismo se sustanció alrededor de las condiciones actuales de la construcción de las organizaciones revolucionarias internacionalmente hablando y en la región centroamericana en particular.
En dicho intercambio insistimos –de manera pedagógica- en el hecho que al ¿Qué Hacer? de Lenin le “faltaba” todo un capítulo vinculado a las leyes específicas de la construcción de las organizaciones de vanguardia en las condiciones donde el proletariado no es aún socialista. Circunstancia histórica que al gran revolucionario ruso no le tocó vivir, pero que es todavía la que prevalece hoy aun en medio del actual período de recomienzo de la experiencia histórica de los explotados y oprimidos.
Nuestros problemas no son los que tenía Lenin
Como venimos señalando, uno de los intercambios principales que tuvimos con nuestros compañeros centroamericanos giró en torno a las condiciones generales para la construcción de nuestras organizaciones en relación a otros períodos históricos.
Partimos del hecho básico de afirmar que las mismas vienen mejorando en el actual ciclo de rebeliones populares, en el que está emergiendo una nueva generación militante. Sin embargo, esas condiciones todavía son muy distintas a las que prevalecían un siglo atrás en lo que hace al nivel alcanzado por la subjetividad de la clase trabajadora y esto permite explicar muchas de las “regularidades” o “leyes de construcción” de nuestras organizaciones en la actualidad.
A comienzos del siglo XX, sobre todo en Europa, existía un movimiento obrero que era socialista y estaba agrupado en partidos socialdemócratas de masas que hacían parte de la II Internacional. El principal partido era la socialdemocracia alemana (SPD, Partido Social Demócrata) que agrupaba un millón de afiliados, dirigía sindicatos con 3 ó 4 millones, editaba 20 ó 30 diarios y tenía un bloque parlamentario de 30 a 40 diputados. Tal era su tamaño que se lo consideraba una suerte de “Estado dentro del Estado”.
Si en la socialdemocracia alemana –el partido dirigente de la II Internacional- las magnitudes se contaban por millones, en los “pequeños” círculos del socialismo ruso los números abarcaban “sólo” decenas de miles (la suma de las tendencias bolchevique y menchevique promediando la primera década del siglo podía oscilar alrededor de los 80.000 militantes). De ahí que los dirigentes alemanes miraran a los rusos por “encima del hombro”, y que el mismísimo Lenin se considerara un “discípulo” de Bebel y Kautsky[1], respectivamente el principal dirigente y el principal teórico del partido alemán[2].
El bolchevismo tuvo la suerte de poder construirse como un ala izquierda de este movimiento socialista de masas del cual terminó siendo su fracción revolucionaria. Fracción que “salvó el honor” del movimiento socialista internacional con la toma del poder en octubre de 1917 mientras que la flor y nata de la socialdemocracia alemana, austríaca, italiana y francesa desbarrancaba en el “social-chovinismo” poniéndose del lado de su propia burguesía en la carnicería ínter-imperialista de la Primera Guerra Mundial[3].
En cualquier caso, se trataba de condiciones históricas muy distintas a las que tuvo que enfrentar el socialismo revolucionario a partir de los años 1930 con la emergencia simultánea del estalinismo y el nazismo, la “medianoche del siglo XX”. Un período histórico en el que hubo que aprender a nadar a contra corriente y cuyas consecuencias negativas se extienden hasta cierto punto al día de hoy, fenómeno que se “superpone” con la emergencia de una nueva generación luchadora al calor del actual ciclo de rebeliones populares[4].
No deja de ser impactante que en Lenin y Trotsky el problema del esfuerzo subjetivo a la hora de la captación, del reclutamiento de nuevos militantes, tan importante en las organizaciones del trotskismo después de la Segunda Guerra Mundial (¡donde muchas veces se los contaba con los dedos de una mano!), no tenga importancia alguna. A Trotsky este problema recién se le planteó con agudeza a partir de los años 30, cuando tenía que poner en pie una nueva internacional en condiciones donde su corriente era una extrema minoría[5].
Pero en Lenin, el problema decisivo siempre fue la puesta en pie del partido revolucionario a partir de darle unidad política y centralización a los núcleos socialdemócratas dispersos por toda Rusia. El piso más alto en la construcción partidaria de la que partió Lenin en relación a nuestras organizaciones, es lo que explica esos capítulos “faltantes” en el ¿Qué Hacer? en lo que hace a la captación de nuevos militantes o, más en general, en lo que tiene que ver con las leyes de construcción de nuestras organizaciones de vanguardia en las actuales condiciones de la lucha.
Volviéndonos hacia el joven Trotsky, es evidente que la “tensión constructiva” propiamente dicha aparece diluida y lo que se desprende es una acción de publicista donde se sientan posiciones para dar batalla política en el seno de un movimiento socialista constituido.
Si una porción de masas de la clase obrera era socialista, el problema pasaba, en todo caso, por la constitución de esa clase obrera –o, mejor dicho, de la vanguardia de la clase- en partido revolucionario rompiendo con el reformismo. De ahí que la envergadura y los números de las organizaciones de un siglo atrás sean inconmensurables con las que vinieron luego, donde la captación de miembros para el partido pasó a ser su “primera condición existencial”: un asunto de vida o muerte para los mismos[6]; algo que sigue siendo invariable hasta hoy, aunque también en el seno del trotskismo hay organizaciones de muy diferente tamaño y las perspectivas constructivas se caracterizan hoy –a diferencia de los años 90- por un signo ascendente: “(…) El trotskismo parece estar en una tendencia hacia un mayor ‘espacio’ (…) pero, al mismo tiempo, todavía están presentes las consecuencias de la caída del Muro de Berlín. Estamos en un recomienzo histórico, emerge una nueva generación, pero todavía se parte de muy atrás”. (…) “Las leyes de construcción –todavía hoy- son por acumulación hasta que se llega a un punto determinado en el cual se logra dar un salto en calidad. Pero esta acumulación lleva todo un período histórico: casi la historia entera de la cosa. Y, además, un período en el que hay que saber aprovechar cada oportunidad por mínima que sea para construirse; toda mínima posibilidad por insignificante que parezca a primera vista, para dar un paso”. (Texto de construcción de la corriente Socialismo o Barbarie)
La generación “YULO” (“you live only one”)
La inexistencia hoy de un movimiento obrero socialista de masas marca una de las más importantes diferencias “subjetivas” respecto del “ambiente” político del siglo pasado[7]. Esto se agrava en la medida que el conjunto de las identidades políticas son mucho menos definidas, más “lábiles”, epidérmicas o variables. La clase obrera, generalmente, no se reconoce como tal, tiene poca conciencia de clase “para sí” y vive una crisis de alternativas frente a lo existente: el capitalismo.
Esto se expresa en las nuevas generaciones en una suerte de “cretinismo topográfico-político” en relación a las condiciones históricas de su acción. Al “eterno presente”, a la pérdida de perspectivas, de “visión de futuro”, se le agrega su corte con la memoria histórica de los hechos del pasado, lo que los deja “desorientados”, sin comprensión del lugar histórico -su lugar en el “encadenamiento” de los acontecimientos- que les toca vivir.
Y esta pérdida de perspectivas más generales se expresa en una suerte de cambio “cósmico” en relación a las condiciones del pasado donde, en general, las generaciones se mostraban más comprometidas, llegando a extremos “ultraizquierdistas” (los años 70) donde la idea en muchos era “entregar la vida” como lo había hecho el “Che” Guevara.
Si la tradición del marxismo revolucionario no tiene por meta entregar la vida de ningún militante, sino hacer que los mismos revolucionen su existencia al calor de la lucha por la transformación social (lo que, necesariamente, implica sacrificios en determinados niveles), de todas maneras se observa el cambio “copernicano” de condiciones en relación a la situación de hoy donde domina una suerte de “hedonismo” o vivencia del “eterno presente”, no sacrificar nada que tiene que ver con el goce personal. De ahí la generación “YULO” de la que estamos hablando, en relación a cómo muchos jóvenes rechazan el compromiso o la militancia, o la ponen en un segundo lugar alegando que “uno vive una sola vez” y entonces el “disfrutar la vida” es el único parámetro de evaluación de la propia experiencia.
Volviendo a lo que estábamos señalando, si los socialistas revolucionarios un siglo atrás “nadaban” en una pileta llena de agua (tenían un amplio entorno para su actuación), el problema de la construcción de partido a partir de la segunda posguerra fue que dicha pileta se quedó “vacía”. Los movimientos obreros quedaron hegemonizados por el estalinismo, la socialdemocracia y el nacionalismo burgués, y desde el trotskismo fue muy difícil sobreponerse a eso; ahí surgieron las leyes o “criterios metódicos” de la construcción de las organizaciones de vanguardia en las condiciones de un “espacio” más o menos reducido para las organizaciones revolucionarias, y de una durísima lucha por su existencia entre ellas mismas[8].
Hoy las condiciones están variando en más de un sentido; no estamos ya en una etapa de retroceso general de la lucha de clases como cuando el período posterior a la caída del Muro de Berlín, sino de recomienzo histórico de la experiencia. Sin embargo, el problema específico que nos atraviesa, es que este recomienzo de la experiencia histórica arranca de niveles muy bajos de subjetividad, de ahí que no sea fácil construir partido.
Comienza a haber “agua en la pileta”. Pero todavía no estamos hablando –ni de cerca- de una pileta “olímpica” como la que gozaron los bolcheviques, sino más bien de una combinación contradictoria entre manifestaciones crecientes de luchas y rebeldía al tiempo que una falta todavía de un proceso objetivo de radicalización política en el seno de la amplia vanguardia y de franjas de masas de los trabajadores[9].
[1] Sin olvidarnos de Jorge Plejanov, fundador del marxismo ruso, otro de los maestros de Lenin. Una figura que en los últimos años de vida giró hacia el social-chovinismo. Lenin reivindicará siempre, sin embargo, la tarea histórica fundacional del marxismo que llegó a cumplir para Rusia en los mejores años de su vida.
[2] Bebel murió antes de comenzada la “Gran Guerra” y no llegó a ser partícipe de la bancarrota chovinista de la Segunda Internacional. Kautsky, considerado el guardián de la “ortodoxia” socialdemócrata, terminó siendo un enemigo acérrimo de la Revolución Rusa, mostrando que la ortodoxia como tal nunca resuelve ningún problema en materia revolucionaria.
[3] Como nota al pie, señalemos que este 4 de agosto se cumple el 100° aniversario de la vergonzosa capitulación de la socialdemocracia, fecha en que vota en el parlamento los créditos de guerra en favor del imperialismo germano.
[4] Se trata como de dos “temporalidades” que van en sentido contrario: la herencia de la idea del “fin de la historia” a partir de la caída del Muro de Berlín, al tiempo que el “despertar” a la lucha de las nuevas generaciones y las representaciones que se comienzan a hacer del mundo a partir, precisamente, de esas mismas luchas.
[5] Señalemos, de paso, que Ramón Mercader se aprovechó de esta atención casi personalizada de cada nuevo compañero por parte de Trotsky para asesinarlo.
[6] Como hemos señalado, si el número de militantes en la socialdemocracia se contaba por millones, en el bolchevismo y demás corrientes revolucionarias alcanzaba, al menos, decenas de miles. Comparar con las organizaciones del movimiento trotskista caracterizado por cientos y miles, pero no todavía por decenas de miles de militantes.
[7] Los factores objetivos están vinculados a las transformaciones estructurales en el seno de la clase obrera relacionados con la ampliación en sus filas sin ningún parangón histórico, al tiempo que con una gran heterogeneización en las condiciones de contratación, todo lo cual genera nuevos problemas, sin perder de vista el factor enormemente dinámico y revolucionario de la emergencia de una nueva generación obrera. Abordamos esto en otro artículo de esta edición.
[8] Ver a este respecto nuestra elaboración sobre partido.
[9] Esto ocurre más allá de que es un hecho el crecimiento de la votación hacia la izquierda revolucionaria en determinadas experiencias y/o países, votación que expresa el aumento de la simpatía general hacia la izquierda clasista, pero no todavía un verdadero proceso de radicalización; serán necesarios más agudos hechos de la lucha de clases para que se pase este “Rubicón”.