Santiago Follet
La semana pasada destacábamos lo poco que había durado la fachada de la Copa del Mundo para ese intento macroniano de mostrar una imagen exitosa y feliz. Y eso que no sabíamos todavía lo que estaba por pasar inmediatamente después. En efecto, el primer “hincha” de Francia pasó de posar en todos los medios posibles, uniendo su popularidad al éxito del equipo de fútbol, al más absoluto hermetismo durante toda la semana posterior.
Esto se debe a que en la noche del miércoles 18, Le Monde publicó el video que provocó el escándalo, en el que se observaba claramente a AlexandreBenalla, el jefe de seguridad personal privada de Macron, con brazalete, casco y cachiporra de policía, dirigiendo una brutal paliza contra manifestantes indefensos durante la movilización del 1° de Mayo.
A partir de allí, comenzó a destaparse una olla cada vez más podrida de irregularidades y de complicidades que involucran directamente a los altos funcionarios del gobierno y al propio presidente. ¿Quién es este AlexandreBenalla? ¿Qué hacía el 1° de Mayo vestido como policía? ¿Cómo es posible que haya llegado a ese puesto con 26 años de edad y ningún tipo de formación?¿Quién encubrió este accionar ilegal durante todo este tiempo? El silencio presidencial hacía muchísimo ruido.
Con el correr de los días trascendió que el Eliseo estaba al tanto de los hechos ocurridos y que habían decidido una suspensión de quince días como castigo por la “extralimitación”, pero Benalla siguió cumpliendo con sus tareas. Por ejemplo, se lo vio durante el desfile triunfal de Les Bleus, sólo dos días antes de que estallara públicamente el escándalo. Al respecto, ChristopheCastaner, delegado general de La República en Marcha, declaró que la presencia de Benalla en el desfile era para “ocuparse del equipaje”. Naturalmente, esta explicación fue tomada como una burla que no calmó a nadie.
La presión de la opinión pública siguió acrecentándose, con críticas por “izquierda” –Mélenchon comparó el escándalo con el Watergate de Nixon– y por “derecha”, hasta Marine Le Pen criticó a Macron por sus manejos antidemocráticos. Por su parte, incluso funcionarios de la Policía denunciaron la existencia de un “Estado paralelo”, una seguridad secreta que parecería ser un servicio clandestino de inteligencia “a la francesa”. Estas declaraciones reflejaron, en algún sentido, la preocupación de la población ante el abuso de poder de “Júpiter” Macron, un presidente que parece que puede hacer lo que quiere, que gobierna por decretos y se da el lujo de saltearse todos los procedimientos legales y democráticos.
Ante estos hechos, el ministro del Interior Collomb, aceptó una audiencia pública en la mañana del lunes 23, ante la Asamblea Nacional, en la que declaró que no sabía nada, que no conocía a Benalla y que él no tenía nada que ver con el affaire. Uno de los hombres fuertes de la más alta jerarquía del gobierno, a cargo de la seguridad del país declaraba en cadena nacional que no sabía nada sobre el encargado de la seguridad personal del presidente de la República. Al mismo tiempo se viralizaban imágenes de Benalla junto a Macron, en actos públicos que contaban con la presencia de Collomb. ¡Una tomada de pelo! O bien el ministro del Interior es un estúpido incompetente que no sabe quién maneja la seguridad en su país, por lo que debería renunciar a su cargo, o lo que es más probable, es un cínico, hipócrita y encubridor de un manejo ilegal, por el cual también debería renunciar. Las declaraciones de Collomb tampoco convencieron a nadie y a esta altura el “escándalo Benalla” ya se había transformado en el “escándalo Macron”.
Por ese motivo, al día siguiente, el presidente decidió romper con el silencio, dando un giro a su estrategia comunicacional. Macron redobló la apuesta con total firmeza. Primero se burló de las atribuciones de Benalla diciendo que “no conoce el código nuclear”, relativizando su poder, y señaló que estaba decepcionado por el accionar de este hombre, que lo había traicionado. El líder de La República en Marcha volvió a demostrar su fuerza característica y envió un mensaje final contundente: “Soy yo el que confió en Alexandre. Soy yo el que estaba al tanto y validó la orden, la sanción de mis subordinados, soy yo y sólo yo. Si quieren un responsable, está delante de ustedes, vengana buscarlo.”
Más allá de esta salida elegante, lo cierto es que quizás como nunca antes en su primer año de gobierno, Macron se encontró a la defensiva y tuvo que suspender la reforma constitucional prevista para estas fechas (que le otorgaría mayores poderes) para defender su imagen pública. Según Ipsos, la caída en las encuestas lo situó en solamente un 32% de imagen positiva, con un 60% de rechazo, el peor balance desde que asumió en el poder. Ni hablar de la patética imagen dejada por Collomb, el ideólogo de la ley de asilo e inmigración, que debe terminar de aprobarse aún, y que se perfilaba a candidatearse a la alcaldía de Lyon en las próximas elecciones municipales.
Después de un año de “éxitos”, con la reforma del bachillerato y el pacto ferroviario aprobados, entre otras medidas, el desgaste ocasionado por las huelgas y las movilizaciones contra el gobierno han sumado su parte para erosionar la imagen de un presidente que intenta demostrar firmeza, pero que al mismo tiempo está condicionado por las resistencias que encuentra y por la inestabilidad de las relaciones internacionales. El proyecto ultraliberal de pertenencia a la Unión Europea se ve amenazado por los constantes cambios en la situación internacional y por la guerra comercial de aranceles y tarifas que enfrenta a Trump con China y pone en jaque a la UE.
Además de estas cuestiones, el escándalo público de Benalla socava enormemente la popularidad del presidente entre su propia base votante, ya que recordemos que el ascenso repentino que le permitió ganar la presidencia estuvo basado en el debilitamiento de los partidos tradicionales, en el escándalo de corrupción del candidato de la derecha Fillon, que era el principal presidenciable hasta ese momento, y en el fenómeno “anti Le Pen” en la segunda vuelta. La imagen de centrista, renovador de la política, con ese aire joven de ideas nuevas que se ponían “en marcha” en el 2017,se encuentra en estos momentos
con una tormenta de verano que tiene un costo político importante, que Macron deberá afrontar en los próximos meses. Ese desafío soberbio de “que lo vengan a buscar”, podrá confirmarse en las calles con los enfrentamientos que se esperan al regreso de las vacaciones.