El desastre de la “nueva normalidad chilena”

Al escribir esta nota los casos de coronavirus ascienden a 4.300.000 en el mundo, con 295.500 muertos. Han pasado dos meses cuando la OMS declaró la pandemia; entonces los casos eran 118.000 y los muertos 4.291.

Marcelo Buitrago

La gran mayoría de los gobiernos de Europa y Estados Unidos han empezado con un “relato” de flexibilizar las cuarentenas, que en los hechos se traduce en un levantamiento casi total. Así el domingo, Boris Johnson anunció un “nuevo Sistema de Alerta Covid”, que consiste en volver a trabajar, sin más; eso sí, cínicamente agregó: “Si trabajan en la construcción o en la industria, vayan en auto, o mejor a pie o en bicicleta”. Al día siguiente, el subte de Londres colmado fue la única respuesta posible de los que deben “salvar la economía”, mientras los sindicatos siguen brillando por su ausencia.

Por su parte, el mayor experto de Estados Unidos, Anthony Fauci, aislado por posible contagio, testimonió por video conferencia el martes ante el Senado. Allí declaró que los “muertos probablemente sean más que los 80.000 oficiales” y advirtió del «sufrimiento y muertes evitables, y de un mayor daño económico, si los Estados vuelven a abrir demasiado rápido”.

Latinoamérica y la pandemia

En una nota anterior, dábamos cuenta del “relevo” que se estaba produciendo en la pandemia entre países, con la estabilización o decrecimiento en varios países de Europa, y el crecimiento explosivo en Rusia y Brasil. El genocida Bolsonaro ha logrado ubicar a su país en sexto lugar mundial en número de contagios, más que duplicando su número desde el 30 de abril. Para peor, el 81% de las muertes se concentra en sólo 5 estados, por lo que no es aventurado decir que la catástrofe en Brasil recién está comenzando.

En América Latina, a principios de abril, se destacaban por un lado Perú y Ecuador con gran cantidad de casos, y Chile como su contracara. Así, el 3 de abril BBC Mundo titulaba: “Cómo Chile ha logrado mantener a raya al Covid 19”, dando cuenta de la tasa de letalidad (muertos en relación a contagiados) más baja de la región, con 22 muertos sobre 3.737 casos, un 0,5% y similar por ejemplo, a la de Corea del Sur. Los ministros se ufanaban del alto número de test, unos 3.000 por día, el mayor número por habitante de la región y un supuesto monitoreo diario mediante llamados telefónicos y la estrategia de “identificación precoz”.

Este relato chocaba con dos debilidades: la primera la falta de Salud Pública, ubicando al país en el puesto 15 en el ranking regional de equidad sanitaria y la falta de respiradores: según el Ministerio de Salud para esa fecha había sólo 240 respiradores disponibles, de un total de 1.200 del país.

La segunda, que si bien Chile suspendió las clases en escuelas y universidades 12 días después de su primer caso, la cuarentena se limitó sólo a “regiones estratégicas”, y se centró en declarar el “estado de excepción constitucional” para restringir reuniones, establecer toque de queda y limitar el tránsito. Piñera, como buen heredero de Pinochet, combatía al virus con la Policía y el Ejército. Además, como pocos casos en el mundo, sino el único, estableció como grupo de riesgo a los mayores de 80 años, mientras la OMS lo definió en 65 años. Podemos decir que su política sanitaria se centró en “el autocuidado”.

Envalentonado con su “éxito”, y a contramano de toda opinión científica, que aconseja no empezar a salir de las cuarentenas hasta que no haya habido por lo menos dos semanas de disminución de casos, se tenga suficiente capacidad de testeo y de rastreo de contagios, y de atención hospitalaria en caso de un rebrote, a fines de abril Piñera anunció la entrada a la “nueva normalidad”: el país tenía 12.000 casos y se definió la “necesidad de convivir con el virus”, ya que no habría una contradicción entre “proteger la vida de las personas y sus empleos, ingresos y calidad de vida”.

Las medidas apuntaban al regreso al trabajo del empleo público, gradualmente, al regreso a clase escalonado, y la reapertura de los centros comerciales para “poner en marcha nuestra sociedad, vidas y empresas”. En realidad, aparte de las empresas, lo demás es superfluo para Piñera. También intentó establecer un “pasaporte Covid-19” para que los pacientes recuperados pudieran circular, lo que fue rápidamente rechazado por la OMS, por no haber pruebas que los infectados fuesen inmunes.

El resultado del experimento lo confesó el propio gobierno este miércoles, decretando el mayor confinamiento desde el inicio de la pandemia ante un explosivo aumento de contagios: de los 500 nuevos casos diarios desde mediados de abril hasta los 1.700 del 12/5 y los 2.660 del 13/5, llevando los casos totales del 12.000 a los 34.380 de hoy. Aún así, la cuarentena se limita sólo a Santiago y 6 zonas aledañas, donde se localiza el 70% de los casos y comenzará recién a las 22.00 horas del 15 de mayo, al mismo tiempo que increíblemente bajaba de 80 a 75 años la edad de los mayores en cuarentena obligatoria sin importar su residencia.

Jaime Mañalich, ministro de Salud, con ecos pinochetistas, convocó a “la batalla de Santiago, crucial en la guerra contra el coronavirus”, mientras que según Piñera, el país “se enfrenta al mayor desafío sanitario en muchas décadas”. Pero este desafío no es una maldición bíblica: la política criminal de Piñera ha ubicado a Chile en el 7mo lugar a nivel mundial en nuevos casos hoy, y el primer lugar mundial en relación a su población.

En realidad, el mayor desafío de las y los trabajadores chilenos es la batalla contra su propio gobierno: dejar en sus manos la vida y la salud de la población llevará a una catástrofe humanitaria, porque al primer número favorable tratarán de “poner en marcha su sociedad” para la cual necesitan a los que mueven al mundo, sin importar cuánto nos tengamos que exponer. El “Fuera Piñera” sigue vigente más que nunca.