Marcelo Buitrago
El cierre forzado por la pandemia, la única medida de carácter general que fueron capaces de adoptar la inmensa mayoría de los gobiernos capitalistas, trajo una abrupta caída de las economías y detrás de ella el aumento del desempleo.
El último informe de la Organización Internacional del Trabajo titulado “El Covid 19 y el mundo del trabajo” señala que la crisis afecta adversamente a los jóvenes, lo que podría provocar una “generación del confinamiento”.
Los jóvenes se ven afectados en forma desproporcionada por la crisis del Covid 19: 178 millones de jóvenes trabajadores en el mundo, 4 de cada 10 trabajan en los sectores más afectados. Además 328 millones de jóvenes trabajadores, el 77%, tenía un empleo en el sector informal que se eleva al 95% en los países de bajos ingresos y 91% en los de ingresos medianos bajo. Pero el Primer Mundo no está exento de este virus: el 33% afecta a los jóvenes de Europa y el 49% a los de América del Norte.
Incluso antes del Covid-19, más de 267 millones de jóvenes, un 20% de los jóvenes de todo el mundo, no tenían empleo ni participaban en ningún programa educativo o de formación (jóvenes ni-ni); en las mujeres jóvenes alcanza el 31% frente al 14% en los hombres, y el fenómeno afecta al 40% de los jóvenes en los países de ingresos medios-bajos.
Además, los menores de 30 años integran el 70% de los flujos migratorios a escala internacional y han padecido las consecuencias del cierre de fronteras, no pudiendo retornar a su trabajo o volver a su país de origen.
La interrupción de las actividades de educación y formación podrían repercutir de por vida en los ingresos de los jóvenes que se ven obligados a abandonar sus estudios, pero esto no afecta sólo a los países pobres, donde la infraestructura es deficiente y hay dificultades de acceso a la tecnología para tener enseñanza en línea. Un estudio estima que la pérdida de ingresos en el futuro por el cierre de centros escolares por cuatro meses, en 2.5 billones de dólares, el 13% del PBI, en el propio Estados Unidos.
Ha habido un gran aumento del índice de desempleo juvenil desde febrero de 2020, en particular las mujeres jóvenes, pero esto no pone de manifiesto todo el alcance de la crisis; la tasa de participación de los jóvenes en la fuerza laboral ha disminuido en todo el mundo de febrero a abril y en Estados Unidos alcanzó los 8 puntos: “los devastadores efectos del desempleo prolongado o efecto de cicatrización, donde su incorporación al mercado laboral en periodo de recesión puede afectarlos durante un decenio o más” para encontrar trabajo o un empleo acorde a su nivel educativo.
A nivel global los jóvenes (de 18 a 29 años) que han dejado de trabajar después del comienzo de la pandemia llegan a un 17% y esta maldición es universal: afecta a todos los países, desde los de bajos ingresos en un 19%, los de medianos ingresos en 14% y los de ingresos elevados en un 19%.
Como ejemplo de lo que sucede en Europa, en España el diario El País titula: “La crisis golpea el futuro de los jóvenes: más paro y peores sueldos”, dando cuenta que la tasa de desempleo para los menores de 25 años llega al 33% y miles de ellos en contratos temporales, que “sienten que otras generaciones se han llevado el mejor trozo de la torta y han colocado alambres de púa alrededor de lo que quedaba”. Así “los jóvenes son los menos afectados por el virus, peor están más expuestos a las consecuencias económicas de la pandemia”.
El relato capitalista que cada generación disfrutará de una vida mejor está en cuestión. “Si no se puede prometer a la gente una vida mejor, porque deberán respaldar el sistema”, dice una entrevistada, pero el artículo afirma que el pensamiento es compartido por millones de jóvenes que afrontan su segunda recesión mundial en sólo 12 años.
Estados Unidos: capital mundial de las dos pandemias
Más de 40 millones de trabajadores han presentado su solicitud de subsidio por desempleo desde el inicio de la pandemia, llevando los índices de desempleo del 14% en abril y 13% en mayo a un lugar no visto desde la Gran Depresión de los años 30.
Sin embargo, si incluyéramos en el índice las personas que no están consideradas porque “han dejado de buscar trabajo” (¿adónde lo van a encontrar?) el índice subiría al 23%.
Para los jóvenes de 16-23 años la tasa oficial se eleva el 28% llegando al 44% si la corregimos como explicamos anteriormente. Y peor aún, de 16 a 19 años la tasa de desempleo oficial sube al 31%.
Todo el trabajo recuperado desde la Gran Recesión de 2008-2009 con Obama y Trump se ve ahora como realmente es: trabajo precario que se evaporó: los índices de desempleo previos, los más bajos desde los 60 se dispararon a niveles records en cuestión de semanas.
El trabajo a tiempo parcial se disparó también desde 8 millones a más de 21 millones de personas, el 16% de las personas empleadas: el centro del capitalismo es el país de la precariedad laboral.
Los fenómenos que describe el informe de la OIT son también los que Estados Unidos está pasando, pero agudizados: los jóvenes son los que más están sufriendo el desempleo, la reducción de horas de trabajo y son los más empleados en las actividades más golpeadas por los despidos (recreación, servicios, venta mayorista y minorista, transporte).
Pero le agrega el condimento del racismo: la tasa de desempleo oficial es del 17% para los negros contra el 14% de los blancos, y se encuentran mayormente con los latinos, el otro sector fuertemente discriminado, en lo que se ha llamado en el “polarizado mercado laboral” en las actividad rutinarias manuales (fabriles) y manuales no rutinarias (servicios), que tienen una remuneración promedio 3 veces menores que las tareas No rutinarias y Cognitivas en el otro extremo (científicos y gerentes).
Por eso también este sector es el más golpeado por el virus: la tasa de mortalidad es del doble para los latinos y los negros que para los blancos: trabajan en los lugares más expuestos (supermercados, transporte, servicios) y tienen enfermedades asociados a su menor nivel de vida (diabetes, obesidad e hipertensión) que son un factor de peligro ante el virus.
No queremos reducir aquí el levantamiento de la juventud a una combinación de condiciones económicas, pandemia y cansancio del racismo. Después de todo racismo y asesinatos ha habido por décadas, el desempleo ha subido y bajado con las recesiones y la pandemia pareciera haber pasado su peor momento en EEUU. Pareciera haber otros elementos adicionales, avivados por ese fuego, además de la acumulación de experiencias (de las cuales el Black Lives Matter es quizás la más notable o el Movimiento por los 15 dólares de salario mínimo), como el convencimiento que se necesitan cambios radicales, históricos, para una vida mejor. Quizás una faceta de esto sea que según el Pew Research Center, el 42% de los jóvenes estadounidenses tienen una valoración positiva del concepto “socialismo”, más allá de la comprensión que haya del mismo, en un país de tanta historia e histeria “anticomunista”.
El levantamiento antirracista ha revivido las enormes tradiciones de lucha que parecían haber desaparecido, a un nivel de masividad y confrontación que muchos comparan a los de los años 60. Tanto es así que no quedan aspectos de la vida diaria sin conmover: “El principal peligro para la Salud Pública es el racismo y el supremacismo blanco”, reza una iniciativa de más de mil profesionales de la salud, que celebran las movilizaciones a pesar de reconocer del peligro que suponen las concentraciones masivas, asumiendo que el racismo es la peor amenaza, un pronunciamiento impensable hace un par de meses atrás.
Un símbolo de lo que estamos viendo, por partida doble, quizás sea el arresto por participar de las protestas de la joven hija de 25 años del alcalde de Nueva York, Chiara de Blasio, a la que el Sindicato policial exhibió como un “trofeo de guerra”.
El informe de la OIT alertaba que “La incertidumbre ha provocado que el 60% de las mujeres jóvenes y el 53% de los hombres jóvenes vislumbran su futuro laboral con incertidumbre e inquietud lo que podría repercutir en su bienestar mental”, una manera sutil de hablar de enfermedades mentales. Quizás los jóvenes estadounidenses el remedio lo han encontrado saliendo a las calles a cambiar la historia.