Chile: El malestar en la pandemia

Chile ingresó hace una semana en el peor de los rankings de salud, estando entre los 10 países con mayor cantidad de contagios del planeta, superando a Italia y España, debido al fracaso en la política sanitaria del gobierno de Sebastián Piñera.

Federico Rodríguez

El epicentro de la pandemia se ha trasladado a América Latina, con más de 108 mil muertes y 2,4 millones de casos confirmados. Chile ingresó hace una semana en el peor de los rankings de salud, estando entre los 10 países con mayor cantidad de contagios del planeta, superando a Italia y España, debido al fracaso en la política sanitaria del gobierno de Sebastián Piñera.

Los efectos que ha traído la pandemia de covid-19 no sólo se han hecho visibles en el plano de los números económicos, sino también sobre la vida diaria de las personas. En el país se ha registrado un aumento exponencial de las licencias médicas y consultas de salud mental.

Hoy en día, para millones de personas en el país, trabajadores, mujeres, jóvenes, estudiantes, se viven con angustia por la incertidumbre que ha generado el manejo de una pandemia que se vive sobre condiciones de desigualdad pre-existentes.

Incluso para un medio de las finanzas internacionales capitalistas, como Bloomberg (16/06/2020), la desconexión en Chile es extrema entre “las élites, con educación extranjera que dirigen el gobierno y el resto de la sociedad”. Señalando además que “Chile siguió el ejemplo de las naciones ricas solo para darse cuenta, una vez más, de un gran porcentaje de sus ciudadanos son pobres”.

Así las cosas, sobre las desigualdades estructurales del modelo capitalista chileno, el criminal manejo de la pandemia por parte del gobierno ha agudizado las contradicciones sociales, generando una crisis económica-social sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora, que comienza a expresarse en el plano de la subjetividad, como el malestar en la pandemia.

El malestar adquiere variadas formas, aumentando los niveles de estrés sobre las familias que ya veían con muchas dificultades su futuro: en lo laboral, con bajos salarios, precariedad en los contratos, sin derechos laborales (a la organización gremial, o al pago de licencias médicas); en lo educacional, con un sistema de segregación social (Prueba de Selección Universitaria, que margina año a año a miles de jóvenes de la educación pública, estatal) y pagado, que genera una enorme carga de deuda sobre las nuevas generaciones que ingresan al mundo laboral; y en lo previsional, sin perspectivas de futuro al momento de jubilarse bajo un sistema de pensiones que se basa en la capitalización individual, que genera pensiones de miseria, con las que se vuelve imposible vivir.

Hoy, con la pandemia del coronavirus, casi 2 millones de trabajadores han perdido sus empleos, mientras se registra también una alta deserción en el sistema educativo en todos sus niveles. Esto se siente particularmente en el sistema de educación terciaria donde, debido a los altos aranceles, muchos jóvenes que debían trabajar para poder costear sus estudios se han visto impedido de hacerlo, ya que precisamente el empleo precario afecta mayormente a las jóvenes generaciones.

Por otra parte, la pandemia no sólo afecta desigualmente debido a la estructura capitalista de la sociedad, sino también al sistema patriarcal. Así, particularmente afectadas han sido las mujeres trabajadoras, quienes en condiciones de teletrabajo, han estado expuestas a una alta exigencia, complementando las tareas laborales, domésticas y familiares, como lo es la enseñanza de las y los niños en casa. Peor aún, es la violencia de género que ha aumentado en las condiciones de confinamiento.

En una sociedad donde la salud no es considerado un derecho humano garantizado por el Estado, sino un negocio donde cada quien recibe la salud de acuerdo a su capacidad de pago, el coronavirus nos muestra que sigue siendo necesario e imprescindible cambiar la sociedad que ha sido administrada por las distintas fuerzas del régimen político post-pinochetista.

Ya la rebelión popular del 18 de octubre del año pasado había mostrado una salida al malestar acumulado por las injusticias sociales arrastradas por años. “No era depresión, era el capitalismo”, se leía en las calles.

En ese sentido, la organización popular durante la crisis, solidaridad que surge desde abajo, a través de ollas populares, o de la confección y entrega de los elementos de protección personal, nos muestra un camino, el de la organización independiente de las y los trabajadores y sectores populares.