Roberto Sáenz

Voy a hablar ahora de la obra teórica de Marx propiamente dicha. Parece sobrehumana. El trabajo teórico que concentró es inmenso. Ocurre que cuanto más se estudia y más se sistematiza a otros pensadores, más profundidad tiene la propia obra: “(…) ¿qué Marx surge de la nueva edición histórico-crítica? Decididamente una Marx diferente del que, durante mucho tiempo, nos presentaron muchos seguidores y adversarios. Por paradójico que pueda parecer, Marx es un autor mal conocido. La sistematización de su obra crítica operada por los epígonos, el empobrecimiento teórico que acompañó su divulgación, la manipulación y censura de sus escritos y su utilización instrumental en función de las necesidades políticas, lo convirtieron en víctima de una profunda y reiterada incomprensión. El redescubrimiento de su obra muestra la diferencia que existe entre Marx y el ‘marxismo’, entre la riqueza de un horizonte problemático y polimorfo, aún por explorar, y la doctrina que alteró la concepción originaria hasta convertirse en la negación manifiesta del punto de partida” (Musto, “Vuelve Marx, el autor mal conocido”).

De ahí todas sus obras publicadas en vida, las póstumas, los 200 o más cuadernos de apuntes de Marx, amén de las 2500 cartas intercambiadas con Engels, 1500 enviadas por ellos a militantes e intelectuales de casi 20 países sumadas a las casi 10.000 cartas enviadas a ellos por terceros y otras 6000 de las cuales se tiene evidencia pero no se han encontrado, “un tesoro precioso en el que se encuentran ideas que, a veces, no podrían desarrollarse completamente en sus escritos” (Musto).

Tengamos en cuenta, además, que escribió toda su obra a mano, eventualmente con alguna ayuda de su esposa para ordenar sus papeles. Una obra escrita enorme, aunque en “borrador”, y de una inusitada profundidad.

Todo el mundo sabe que El capital es su obra más ambiciosa; una crítica “totalizadora” de las relaciones de explotación y opresión capitalista, de sus bases materiales y sus formas fetichizadas; una obra que, incluso, pensaba abarcar una crítica del Estado y el mercado mundial, cuestión que no llegó a completar [1].

Sobre la estructura de El capital ya hemos escrito algo pero podemos volver aquí someramente. Marx emplea en su obra una “estrategia metodológica” que tiene que ver con partir de lo que, aparentemente, es más “concreto”, que es la mercancía, la forma mercantil de los valores de uso, para desarrollar a partir de ahí toda su obra; aparentemente es lo más concreto porque, en realidad, hay que ir por detrás de ella para entender todo el sistema de relaciones que la conforman, de la cual es su subproducto. La mercancía, a primera vista lo más “concreto”, es en realidad lo más abstracto, y hay que ir por el mecanismo de la abstracción, a las determinaciones de la misma y que es lo que permite llegar al “concreto del pensamiento” que si bien es distinto del concreto real, que es la cosa misma, permite apropiarse de la totalidad de relaciones que hacen que el sistema capitalista de economía se exprese bajo la forma de mercancías, es decir, de bienes para el cambio.

La lógica metodológica aquí es la esbozada por Marx en la Introducción a la crítica de la economía política, donde explica que el pensamiento parte de lo que es empíricamente “concreto” pero que en realidad no explica nada por sí mismo, porque sin entender sus determinaciones es una “pura abstracción”, y que elevándose a las determinaciones que determinan esa manifestación concreta por el camino del análisis, se llega finalmente al concreto del pensamiento –que para Hegel, equivocadamente, era el concreto real–, que es el conjunto de relaciones que determinan el fenómeno, que permiten explicar realmente el concreto real –una discusión que está muy recorrida en el marxismo pero que educa en el sentido de cómo funciona el pensamiento para comprender la realidad–[2].

Las mercancías encierran dos órdenes de relaciones: los valores de uso, que son su sustrato material, su carácter útil –tienen que satisfacer una necesidad social real para ser mercancías–, pero simultáneamente son valores, es decir, expresión de trabajo humano acumulado, una “gelatina” de puro trabajo humano cristalizado en ellas como afirma Marx, y para su medición es indistinto el carácter concreto del trabajo aplicado en cada caso.

Cada mercancía tiene un cuanto de valor incorporado que se expresa en el mercado, en el intercambio, como valor de cambio, y a un nivel más concreto, como precio de la mercancía tal.

La “estrategia metodológica” de Marx es que a partir de la mercancía, y a partir del dinero, que es la mercancía que sirve para el intercambio general, desciende a las profundidades de la producción, que es lo que no se ve a simple vista –la economía burguesa parte del mercado. El lugar de trabajo donde el capitalista, que ha adquirido la fuerza de trabajo y las materias primas y que es dueño de los medios de producción, comanda el proceso de producción, que se divide –dicho someramente– en dos partes. Una parte, el salario, va para reproducir la fuerza de trabajo; otra parte, el trabajo excedente, es apropiado gratuitamente por el capitalista y es la base material de la explotación.

Este es uno de los grandes descubrimientos de Marx en relación a los economistas clásicos –Smith y Ricardo, que también reconocían la base laboral del valor–: sólo la fuerza de trabajo es mercancía bajo el capitalismo, no el trabajo rendido como tal. El capitalista paga por el valor de la fuerza de trabajo, y el resto del valor de las mercancías, aportado también por el trabajo, se lo apropia gratuitamente, como si fuera una fuerza natural que no tiene dueño ni paga renta. De ahí que Marx llamara al trabajo humano “trabajo vivo”, en el sentido de que es el trabajo el que pone el valor, el que junto con la naturaleza es la base material de la riqueza: la naturaleza y el trabajo humano.

A partir de aquí Marx despliega todas las categorías de El capital: el valor de la fuerza de trabajo y el plusvalor, que es el trabajo no pagado; la plusvalía absoluta, que es el mero estrujamiento de los nervios y los músculos del trabajador, y la plusvalía relativa, que tiene que ver con la fuerza productiva incrementada por la industrialización, el aprovechamiento industrial cada vez más sofisticado de las fuerzas naturales, que tiene como primer efecto reducir el valor de la fuerza de trabajo porque tiende a reducir el valor de los medios para reproducirla, y así sucesivamente.

El análisis del plusvalor relativo lleva a todo el estudio del maquinismo y los medios de producción, que se van haciendo cada vez más sofisticados conforme el sistema capitalista se desarrolla. El capitalista tiene la presión de desarrollarlos, porque el aumento de la fuerza productiva del trabajo reduce el valor individual de cada mercancía y mejora su posición en la competencia.

A partir de aquí, entonces, se va armando toda la estructura material-lógico-conceptual de El capital, que en el tomo II pasa de la producción a la circulación, momento de la reproducción de la fuerza de trabajo y de los medios de producción y materias primas, para volver al punto de inicio de la producción; y en el tomo III aborda la producción y reproducción en su conjunto, dando lugar a la teoría de la crisis del capitalismo como producto de la creciente composición orgánica del capital, la creciente sustitución del trabajo humano, del trabajo vivo, por el capital, y por lo tanto la tendencia a la crisis, porque paradójicamente el sistema necesita desarrollar la productividad del trabajo para abaratar cada mercancía pero al mismo tiempo, al quitar tendencialmente la base de valor de la producción, la proporción en cada mercancía del trabajo explotado, pierde su razón de ser que es acumular valor sobre valor, súper explotar cada vez más a los trabajadores.

No nos interesa desarrollar aquí toda la lógica que preside esta obra monumental y además no podríamos hacerlo en este corto ensayo (un sólido resumen de esta “mecánica” podemos encontrarlo en Karl Marx. Breve esbozo biográfico, con una exposición del marxismo, Lenin, 1914, además de tantos otros textos, claro está [3]).

De cualquier manera me interesa destacar un par de cuestiones (también destacadas por muchos autores). Primero, lo tributario que es Marx de la metodología de Hegel en El capital, sobre todo en el primer capítulo de esta obra.

El capital tiene una “arquitectura” (o “arquitectónica”) muy parecida a la Ciencia de la Lógica [4]. Si en definitiva Hegel presenta en esta obra una estructura monumental sobre la forma de presentarse de la realidad en general –más allá de que sus determinaciones reales estén invertidas–, Marx lo que hace es presentar la estructura de un objeto más concreto: la estructura del capital, es decir, la lógica que preside la producción capitalista.

Más material y terrenal en el objeto de su abordaje, su metodología es muy parecida. Por lo demás, el capítulo primero, como hemos señalado, despliega una lógica similar al capítulo primero de la Ciencia de la Lógicadedicado a explicar la relación entre el ser y la nada que se resuelve en el devenir.

El ser y la nada como momentos del devenir, así como en Marx la mercancía es a la vez valor y valor de uso, donde el valor se resuelve en el valor de cambio en el intercambio.

Estos son los aspectos más generales y podemos abordar algunas cuestiones más concretas, primero en relación al concepto mismo de trabajo y luego retornar un poco a la relación entre la obra de Marx y la de Hegel.

Respecto del trabajo, fíjense cómo la primera determinación material antes de la economía –que ya es una relación social– es la ecología. La ecología asumida como condición natural de la existencia, como una relación de la humanidad con la naturaleza donde todavía no se ha creado prácticamente mediación alguna; donde los humanos se ven confrontados con la naturaleza de manera todavía “desnuda”.

Al inicio de la experiencia humana todavía no hay economía propiamente dicha; lo que determina todo es el medio ambiente. Es decir: una determinación material –previa por así decirlo– vinculada al entorno que se les imponía irreductiblemente a los primeros humanos (no existían aún fuerzas productivas, medios de producción).

En La ideología alemana Marx y Engels afirman que la relación primaria es la producción y reproducción humana; después viene “todo lo demás” (política, ideología, etcétera).

Un “demás” que no es secundario, como se aprecia en las versiones más vulgares del marxismo, y que re actúa sobre este “movimiento primario”. Sin embargo, la primera condición material de la existencia es comer, reproducirse, etcétera, cuestión que remite a la economía (y a la ecología también) [5].

El centro de la problemática de El capital –como señalamos someramente arriba– es el trabajo humano, el abordaje marxista del trabajo y su reverso, el capital. Atención que el principio activo en la creación de la riqueza es el trabajo vivo, el trabajo humano,aun si bajo el capitalismo está dominado por el capital (el trabajo en el sentido del intercambio entre el hombre y la naturaleza y las determinadas relaciones entre los humanos para la creación de la riqueza).

Hay obras que sostienen el ángulo de un “abordaje político” de El capital destacando el principio del trabajo humano e incluso criticando a Marx porque “en su obra el factor activo parece el capital”…

Sin embargo, que destaquemos que el trabajo humano es el factor activo en la creación de la riqueza, no debe llevar a este tipo de abordaje reduccionista e idealista que pierde de vista que, bajo el capitalismo, el factor dominante es el capital, que el trabajo –el trabajador y su fuerza de trabajo– se encuentra en una situación explotada y alienada.

Anoten el concepto de trabajo. Está naturalizado pero no es tan sencillo. No existía hasta tiempos relativamente recientes como actividad unificada. Los griegos no concebían el trabajo en su generalidad, sólo trabajos determinados (Vidal-Naquet) [6].

El capital es una obra cuyo centro es una reflexión sobre la relación social del trabajo asalariado. El trabajo humano como relación material, como relación metabólica esencial, que bajo el capitalismo asume la forma social de capital –trabajo social acumulado en manos del capitalista–, que es el que comanda el proceso de conjunto, pero no el que lo crea: la base de la riqueza son la naturaleza y el trabajo humano (y el trabajo humano, el trabajo vivo, es el factor activo de esta relación).

Si queremos obtener un concepto de trabajo que vaya a su definición general –no específicamente capitalista asalariada, que tiene determinaciones más concretas comenzando por la mercancía, la ley del valor, el trabajo concreto y el trabajo abstracto, el dinero como medio de cambio universal, etcétera–, podemos ir a El papel del trabajo en el pasaje del mono al hombre, un artículo sin terminar pero bellísimo de Engels escrito en 1876 (publicado recién en 1895), donde se presentan sus determinaciones “universales”. Se habla del trabajo en el origen de la humanidad como aplicación “directa” sobre la naturaleza que crea al hombre mismo [7].

En fin, no había un concepto unificado de trabajo hasta un desarrollo muy avanzado de la humanidadMarx subraya en El capital –en alguna parte del tomo I– que Aristóteles no tenía un concepto de trabajador como tal [8]. Y lo mismo confirma Vidal Naquet en relación al trabajo en general: “(…) hay que señalar que los griegos no conocieron el concepto unificado de trabajo como una gran función humana que ocupa toda una serie de aspectos y de manifestaciones diferentes. Donde nosotros reconocemos una única y gran función productiva de valores sociales a través de múltiples formas de actividad humana, a saber, el trabajo, los griegos veían tan solo una pluralidad de ocupaciones diversas (…) sin que se estableciera un único vínculo entre todas ellas (…) el trabajo no alcanzó nunca entre los griegos un valor positivo intrínseco (Economía y sociedad en la antigua Grecia, Austin y Vidal-Naquet, Paidós, España, 1986, 29).

Entre los primeros pensadores que colocan el trabajo en el centro de su reflexión, o que al menos le dan un lugar de jerarquía, está Hegel en la Fenomenología del espíritu: “Marx, en los Manuscritos parisinos, ha prestado por primera vez atención a la conexión existente entre la concepción de la fenomenología y el concepto de trabajo: ‘Lo más importante en la Fenomenología hegeliana y en su resultado final –la dialéctica de la negatividad como principio motor y generador– consiste pues en que Hegel concibe la autogeneración del hombre como un proceso, la objetivación como oposición, como alienación y como supresión de esta alienación; por lo tanto capta la esencia del trabajo y concibe al hombre objetivo, verdadero porque es real, como resultado de su propio trabajo” (Marx, Manuscritos económico-filosóficos, citado por Schmidt, ídem, 145 [9]).

El modo de producción capitalista, específicamente capitalista, tiene como motivo impulsor la creación de plusvalor, es decir, de ganancias. El valor de uso, es decir, el aspecto útil de la mercancía, es sólo soporte material de dicho valor, no un objetivo inmediato de la producción–-que es la ganancia misma, repetimos–.

No vamos a entrar en la ley del valor porque nos iríamos directamente a la economía marxista, lo que nos obligaría a todo un desarrollo específico que acá no podemos hacer. Sólo quiero subrayarles la centralidad del concepto de trabajo para el marxismo: “(…) Marx no rechaza (…) el trabajo como tal sino sus formas históricas anteriores; tiene en vista la idea, que viene ya de Hegel, de que el trabajo no significa sólo padecimientos sino también siempre una humanización del hombre. Con ello no se transforma Marx de ninguna manera en apóstol de aquella metafísica vulgar del trabajo que se proclama hoy en los países del Este con fines de dominio y que era ya cosa familiar entre los antiguos socialdemócratas, que celebraban el trabajo como redención, sin que se preguntaran ni por asomo cómo actuaba este en cada caso sobre el trabajador” (Schmidt, ídem, 16 [10]).

Marx y Engels, ambos, tienen una reflexión profunda sobre el trabajo humano y la explotación del trabajo. Sin trabajo no hay humanidad. Aunque la tendencia con el desarrollo de las fuerzas productivas es que el trabajo, tal como lo conocemos, como trabajo explotado y alienado, se haga irreconocible como trabajo tal y se transforme en otra cosa que preferimos llamar genéricamente “actividad”.

Las relaciones de la humanidad con la naturaleza, su necesidad, es eterna mientras la humanidad exista; la primera relación metabólica material. Sin embargo, si a esta relación la llamamos trabajo o actividad, es algo que permanece abierto.

Por nuestra parte, preferimos llamar “actividad” al trabajo que subsiste luego de la emancipación económica y social y de un desarrollo colosal de las fuerzas productivas, el comunismo, precisamente porque permite marcar un quiebre potencial más claro con las formas explotadas y alienadas del trabajo.

Schmidt tiene otra interpretación –este debate es clásico en el marxismo y lo retomaremos en el próximo punto de este texto–. Afirma que en los Manuscritos Marx habla de la “extinción de todo trabajo”. Pero subraya que en sus textos de madurez afirma que la reducción del tiempo de trabajo convivirá con un aumento del tiempo libre sin que se extinga del todo el trabajo (subsistencia de una determinada área del “reino de la necesidad”).

Es verdad que cualquier abordaje marxista no puede perder cierta subsistencia del reino de la necesidad en la medida que la naturaleza siempre será más grande que la humanidad y que esta necesita de la primera.

Sin embargo, que esta relación adquiera la connotación de trabajo tal cual se la considera habitualmente, nos parece reñido hasta cierto punto con el concepto de “general intellect” que Marx desarrolla en los Grundrisse y que habla de la capacidad humana de poner en acción colosales fuerzas naturales (algo sobre lo que volveremos más abajo).

Schmidt subraya que Marx criticó la idea de Fourier de que el trabajo se transformará en pura “diversión”. Insiste en que cualquier aplicación a las ciencias o las artes implica determinado esfuerzo, determinada “sistematicidad” por así decirlo, y no pura diversión, puro placer.

Pero si esto es absolutamente cierto, si no se puede confundir la diversión o el esparcimiento o el placer con una actividad productiva –o artística, o científica- encaminada a un fin, una relación material inescapable, otra cosa es que se la llame genéricamente “trabajo”.

De ahí que nos parezca más convincente la idea de que el trabajo humano –explotado y alienado– virará en actividad libre de toda coacción social (no natural, que es otra cosa, porque alguna “coacción natural” siempre subsistirá) [11].

A nuestro entender, el reino de la libertad remite sobre todo a la emancipación humana de sus relaciones de desigualdad social, aunque inevitablemente permanezcan de manera eterna necesidades crecientes de intercambio con la naturaleza y determinados límites que la misma le imponga a la humanidad, históricamente variables en función del desarrollo de las fuerzas productivas y las destructivas también –de nuevo, cierta división social de la actividad es inevitable y supondrá determinados “constreñimientos”: “La posición de Marx en la época de su madurez no tiene nada que ver con aquella exuberancia e inquebrantable positividad que observamos en los Manuscritos parisinos con referencia al problema de la sociedad futura. Se la puede definir más bien como escéptica. Los hombres no pueden emanciparse, en última instancia, de las necesidades naturales. Si bien en una sociedad más racional el reino de la necesidad, una vez dominado, puede retroceder en su papel frente a la esfera de la cultura, Marx sostiene firmemente que el ordenamiento de las relaciones humanas que él persigue no podrá sobrepasar, de ninguna manera, la diferencia entre un ámbito vital determinado por la ‘teleticidad exterior’, y un ámbito en el cual ‘el desarrollo de las fuerzas humanas (…) valga como fin en sí mismo’ ” (Schmidt, ídem, 162).

En fin, entendemos que subsistirá eternamente cierta restricción natural al desarrollo humano, cierto condicionamiento “externo” inevitable así como cierta “división del trabajo”. Pero aun así nos parece más claro como concepto “social”, virar a la idea genérica de “actividad” como para dar cuenta de lo que sustituirá al trabajo en una sociedad sin explotación.

Para finalizar esta argumentación citemos a Marx en otra cita que de tan brillante nos deja pasmados (pedimos disculpas por lo largo de la misma): “La economía efectiva –ahorro- consiste en el ahorro de tiempo de trabajo; (mínimo (y reducción al mínimo) de los costos de producción); pero este ahorro se identifica con el desarrollo de la fuerza productiva. En modo alguno, pues, abstinencia del disfrute, sino el desarrollo del power [poder], de capacidad para la producción, y, por ende, tanto de las capacidades como de los medios de disfrute. La capacidad de disfrute es una condición para este, por tanto primer medio de disfrute, y esta capacidad equivale a desarrollo de una aptitud individual, fuerza productiva. El ahorro de tiempo de trabajo corre parejas con el aumento del tiempo libre, o sea tiempo para el desarrollo pleno del individuo, desenvolvimiento que a su vez reactua como máxima fuerza productiva, sobre la fuerza productiva del trabajo. Se puede considerar a ese ahorro, desde el punto de vista del proceso inmediato de producción, como producción de capital fixe [capital fijo], este capital fixe being man himself[siendo el hombre mismo [12]]. Ni qué decir tiene, por lo demás, que el mismo tiempo de trabajo inmediato no puede permanecer en la antítesis abstracta con el tiempo libre –tal como se presenta éste desde el punto de vista de la economía burguesa-. Al contrario de lo que quiere Fourier, el trabajo no puede volverse juego, pero a aquél le cabe el gran mérito de haber señalado que el ultimate object [objetivo último] no era abolir la distribución, sino el modo de producción, incluso en su forma superior. El tiempo libre –que tanto es tiempo para el ocio como tiempo para actividades superiores- ha transformado a su poseedor, naturalmente, en otro sujeto, el cual entra entonces también, en cuanto ese otro sujeto, en el proceso inmediato de producción. Es éste a la vez disciplina –considerado con respecto al hombre que deviene- y ejercicio, ciencia experimental, ciencia que se objetiva y es materialmente creadora– con respecto al hombre ya devenido, en cuyo intelecto está presente el saber acumulado de la sociedad” (Grundrisse, 236).

El tiempo libre multiplica la fuerza produtiva del trabajador mismo al revertir como formación y universalización de este; aplicado a la producción –no hay manera de no aplicarse de una u otra forma para garantizar el metabolismo con la naturaleza- el trabajo se transforma en alguna otra cosa que preferimos llamar actividad para dar cuenta de inmenso revolucionamiento que sufre amen de que podemos apreciar con Marx su confianza materialista en las enormes capacidades del desarrollo humano y su punto de vista humanista en el sentido que todo tiene que ver con liberar, crear las condiciones materiales y políticas, para la emancipación humana.

Más allá de los Grundrisse, El capital es solamente una parte, la más sistematizada (sobre todo el tomo I), de la obra teórica de Marx (como acabamos de ver): un “edificio” apoyado en cien pisos bajo tierra de fundamentos; esa es la tremenda profundidad y “poder” que tiene. Una búsqueda tremenda, impresionante, de fundamentar la crítica del capitalismo (y de investigar las condiciones para otra vía de desarrollo).

La fundamentación de la crítica es lo que impedía una y otra vez a Marx publicar su obra y ponía nervioso a Engels: siempre aparecía una nueva obra que había que estudiar. Por ejemplo, el tomo III de El capital se vio una y otra vez postergado porque finalmente Marx llevó adelante todo un estudio de la renta del suelo, de la propiedad agraria, enriquecido por los nuevos estudios aparecidos en la materia.

Y esto es así: la realidad siempre está en movimiento, su desarrollo apunta al “infinito”, lo que requiere siempre un nuevo esfuerzo de investigación, una nueva actualización, un nuevo estudio crítico para intentar atraparla en toda su riqueza.

Marx expresa una “ambición arquitectónica”. Afirma que su obra es “un todo artístico” y que tiene que verla entera ante sí antes de llevarla a imprenta… Engels se arranca los pelos y lo quiere matar, porque por su parte Marx lo acusa de ser “muy disperso” en las temáticas que aborda y él le responde que “se deje de dar vueltas y publique ‘su economía’ ”.

Una risa el debate entre ambos aunque exprese un problema real: la investigación tiene una ley “infinita” que la rige, dada la riqueza de la realidad.

Volvamos someramente a Hegel, un pensador fundamental para entender a Marx. Se trata del más alto exponente de la filosofía clásica alemana, junto con Kant. La obra de Hegel, sobre todo La ciencia de la lógica, tiene una “arquitectura” similar a El capital, ya lo hemos dicho. Es una obra brillante que “condensa” en cierta forma las leyes de la dialéctica, las leyes del funcionamiento del todo, pero de manera “abstracta”, como momentos generales de las cosas, no en su concreción como ciencias empíricas (Hegel era idealista, invertía la verdadera determinación de las cosas): “La dialéctica no es un método si por esto se entiende una especie de ‘rejilla’ que se pone para encuadrar la realidad. Es, por el contrario, el movimiento mismo de la realidad” (Pessoa, ídem).

En un sentido similar se manifestaba Ernst Bloch en su clásica obra sobre Hegel, Sujeto-objeto. El pensamiento de Hegel, donde afirma que en el pensador alemán no se aprecia un problema epistemológico propiamente dicho. Para Hegel la dialéctica es el propio movimiento de la realidad, criticando a Kant que establecía una barrera insuperable entre lo real –noúmeno, incognoscible– y la capacidad humana de conocerlo y apropiarse de él. Bloch subraya en Hegel una idea del conocimiento vinculada a “devorarse la realidad”; al devorarla, al transformarla, conocemos –podemos conocer– las leyes que la rigen [13].

Hemos señalado ya, de manera fragmentaria, varias observaciones sobre Hegel, pero podríamos agregar que nuestra apreciación es que Marx sería incomprensible sin este gran filósofo alemán.

El propio Lenín señalará lo propio en sus Notas filosóficas a La ciencia de la lógica donde revisa hasta cierto punto sus concepciones filosóficas anteriores y saca la conclusión de que es imposible entender El capital de Marx sin haber estudiando, anteriormente, La ciencia de la lógica, y que como los marxistas de la Segunda Internacional no habian estudiado esta obra, ninguno entendía realmente a Marx…

Esto, que es archinocido, y que llevó a Lenin también luego de la revolución a insistir en la formación de “clubes de amigos de la dialéctica” para estudiar a Hegel, remite, en definitiva, a la comprensión de la importancia de la dialéctica tanto para la política revolucionaria en particular como para el marxismo en general, que hemos destacado ya más arriba.

El movimiento de lo real, la riqueza de lo real, la concena a todo “fijismo”, el apreciar el carácter “mutable” de las cosas, que todo lo que existe está condenado a perecer, no es solamente una herramienta de estudio fundamental, es un arma en manos de la política revolucionaria para no capitular ante los hechos consumados.


[1] El proyecto de Marx era dividir su obra en seis libros. Deberían haberse dedicado a: el capital, la propiedad de la tierra, el trabajo asalariado, el Estado, el comercio exterior y el mercado mundial. Formalmente, terminó solamente el tomo I de El capital, pero todo el problema de la renta de la tierra está ampliamente desarrollado en el tomo III (completado por Engels –y con muchos cuestionamientos sobre las enmiendas y correcciones que introdujo este que nosotros no podemos juzgar), el trabajo asalariado aparece también en El capital pero subordinado a este último, para apreciar la elaboración de Marx sobre el Estado hay que remitirse a otras obras, como ya señalamos, aunque Marx sí tiene una elaboración sobre el mismo aunque dispersa y respecto del comercio exterior y el mercado mundial también el tomo III da herramientas para su interpretación.

[2] En su Introducción de 1857 el ejemplo que ponía Marx era el de la población. Parafraseándolo decía que la “población” parecía un concepto muy concreto pero que, en realidad, era una abstracción si no se determinaban que clases lo componía, sino se establecía de qué país se trataba, qué generaciones la conformaban, etcétera, y que había que ir por el análisis de las determinaciones para arriba a un concepto concreto de la población, determinado.

[3] Michael Heinrich tiene textos dedicados al estudio del primer tomo de El capital amén de muchísimos autores en el mismo sentido; incluso algunos textos clásicos muy sólidos dedicados a la metodología de El capital (y también los Grundrisse cuyo estudio clásico lo encontramos en Rosdoslky: Génesis y estructura de El capital).

[4] En latín la arquitectura (architectüra) remite al arte y la técnica de proyectar, diseñar y construir edificios modificando el hábitat humano, y lo “arquitectónico” (architectonicus) remite al arte de diseñar y construir edificios.

[5] En un sentido similar –aunque el ángulo antropológico no es igual al históricamente determinado– podemos subrayar una cita de Riazanov sobre los primeros socialistas rusos: “Al leer a nuestros viejos críticos y publicistas, Orobroliubot y Chernichevsky, se advierte que su concepción del mundo se asienta sobre el principio antropológico, o sea, que el punto de partida es el hombre con sus necesidades” (Marx y Engels).

[6] Su jerarquía respecto del trabajo era que solamente el trabajo agrícola era digno; el resto era indigno de ser llevado adelante por un ciudadano –se ve que la cuestión de que únicamente la agricultura era un quehacer digno y / o productivo tiene larga tradición histórica–.

Por otra parte, con las categorías de El capital, podría decirse que concebían cada trabajo concreto pero no el trabajo abstracto, fundamental en el capitalismo.

[7] Comienzan a aparecer, lentamente, algunas herramientas elementales que forman parte de la historia de la tecnología y que acá no podemos desarrollar (las herramientas de piedra, luego de bronce y luego de hierro, etcétera).

[8] En Aristóteles los trabajadores se diferenciaban en “mugientes” y “no mugientes”, lo que los asimilaba a la idea de “herramientas parlantes”: los esclavos y las vacas serían las herramientas “mugientes”, y las herramientas por así decirlo “inorgánicas” serían las no mugientes… Aristóteles parece no tener concepto de trabajo ni de trabajador lo que no es sorprendente porque nunca cuestionó la esclavitud (un tema que, de cualquier manera, deberíamos estudiar en su especificidad).

[9] Sobre Hegel y la Fenomenología ver “El movimiento dialéctico o el movimiento mismo de la realidad”, Guillermo Pessoa, izquierdaweb: “Ciencia de la experiencia de la conciencia es el subtítulo de la obra; (…) no es extraño que este texto de 1807 (…) haya sido visto como una ‘novela de la formación’ del sujeto y de la realidad que este (estos) producen (…) Mucho más ‘materialista’ que algunos que decían serlo (…) Es un ‘canto’ a la potencialidad humana, lo que realizó y lo que es capaz de llevar a cabo (…) el hilo conductor es el hombre activo que produce conocimientos y realidades con su quehacer, que nunca es acción irreflexiva sino que es acción mediada por la reflexión”. Y luego Pessoa agrega: “Marx, y Dri lo dice muy bien, realiza un ajuste de cuentas con su propia posición filosófica (…): el nuevo materialismo es una superación del precedente como así también del idealismo. Si bien fue este último quien ‘desarrolló el lado activo del sujeto, lo hizo, claro está, ignorando la actividad humana sensorial (el idealismo sólo concibe la actividad conceptual)”.

[10] Trabajando nuevamente el libro de Alfred Schmidt, una obra de 1961, todavía se le puede sacar mucho provecho. Es verdad que su tratamiento del “concepto de la naturaleza en Marx” es abstracto en la medida que trata los conceptos desgajados de los autores que Marx estaba estudiando para forjarse una opinión sobre la misma (como le achaca correctamente Foster). También es verdad que tiene ciertos trazos “idealistas” en algunos pasajes –sobre todo en el primer capítulo de su obra, donde le cuesta concebir la naturaleza externa al hombre– y que sus críticas a Engels son “rebuscadas”. Sin embargo, logra mantener equilibrio entre la “prioridad” de la naturaleza y la acción humana modificadora. Y además tiene un abordaje anti-estalinista sutil que nos resulta actual. Una obra valiosa a pesar del tiempo transcurrido y que quizás haya que leer hoy junto con La ecología de Marx, de Bellamy Foster (que critica a Schmidt por este tratamiento abstracto de la naturaleza); estudiar una al lado de la otra.

[11] Atención que no queremos decir que su carácter libre sea independiente de cierta inevitable división social del “trabajo” o actividad incluso en una sociedad completamente emancipada.

[12] Es decir, el ser humano desarrollado como fuerza productiva en sí misma (lo que milita a favor, por lo demás, de la idea que el ser humano, la fuerza de trabajo, es la fuerza productiva fundamental y en contra de cualquier abordaje anti-humanista de las mismas).

[13] Bernstein y Kautsky, no casualmente, rechazaron la dialéctica. El primero abiertamente, el segundo en los hechos. Por lo demás, Trotsky tuvo la suerte de estudiar a Antonio Labriola siendo muy joven. Estando en prisión cayó en sus manos un texto de este importante marxista italiano “hegeliano” que iba contra la tendencia positivista de la II Internacional, lo que le otorgó una fuerte impronta dialéctica a su marxismo.