Inés Zadu

El feminismo de los años ’60 y ’70 del siglo XX se vio cruzado una vez más por los debates entre las corrientes que cuestionaban el rol asignado a la mujer, pero que no cuestionaban el status quo capitalista y las que encaraban la lucha socialista.

La teoría feminista, con sus debates y sus diferentes corrientes internas se fue nutriendo de la lucha viva de las mujeres. Con cada nuevo impulso y nueva conquista, el movimiento fue de la lucha política a la teoría. Las teóricas académicas eran a su vez activistas destacadas por los derechos de las mujeres, socialistas, anarquistas, anti guerra, sindicalistas y un largo etcétera. Las mujeres que luchaban en las calles a su vez hacían teoría, en una tradición que sólo se rompe en los años ’80.

En los años ’80 del siglo XX y con la caída del llamado socialismo real, se produce un cambio muy significativo en la relación entre la teoría feminista y el movimiento de lucha de las mujeres y por los derechos de gays y lesbianas. Como ya dijimos, el fin de la historia y de los grandes relatos, trajo consigo la crisis de los viejos movimientos, y el feminismo no fue la excepción.

Herederas del feminismo del status quo capitalista clásico, son las feministas institucionales de la actualidad. El feminismo de la igualdad había acuñado la teoría del “techo de cristal”, que no cuestiona al sistema capitalista y según la cual hay un cierto límite invisible, pero real, que les impide a las mujeres estar en igualdad con los hombres. Barriendo ese límite se irían ampliando los derechos de las mujeres en la sociedad, terminando con el patriarcado, dado que en esta postura el patriarcado es definido como la desigual distribución de poder entre hombres y mujeres. La lucha feminista estaría orientada a conquistar puestos de poder dentro del esquema capitalista. El objetivo sería que más mujeres lleguen a ser presidentas, diputadas, juezas y gerentes de grandes compañías multinacionales. Estas posiciones eran y son profundamente capitalistas y no ven ningún vínculo entre la lucha de las mujeres y la lucha de los oprimidos y explotados.

Las versiones más actuales de esta corriente proponen la radicalización de la democracia como objetivo. Amelia Valcárcel dice: “Por lo que toca a las sociedades políticas dentro del mismo marco de globalización, es evidente que las oportunidades y libertades de las mujeres aumentan allí donde las libertades generales están aseguradas y un estado previsor garantice unos mínimos adecuados. El feminismo, que es en origen un democratismo, depende para alcanzar sus objetivos del afianzamiento de las democracias. Aunque en situaciones extremas la participación activa de algunas mujeres en los conflictos civiles parezca hacer adelantar posiciones, lo cierto es que éstas sólo se consolidan en situaciones libres y estables.”[1] Vale decir, el gran objetivo del feminismo es profundizar la democracia burguesa, evitando los conflictos, evitando que las mujeres sean partícipes de la lucha de clases. Como mínimo es un consejo inútil, porque la virulencia del sistema que no escatima los golpes, como en el caso de Honduras, y cuya “estabilidad” es al menos puro cuento televisivo, hace inevitable que se den conflictos “civiles”.

Y agrega: “Del mismo modo la presencia y visibilidad de las mujeres en los organismos internacionales debe aumentarse, así como la capacidad de acción de las propias instancias internacionales de mujeres, ya sean partidarias o foros generales. Las experiencias habidas en conferencias internacionales, declaraciones y foros indican la voluntad de presencia en el complejo proceso de globalización, así como la capacidad de marcarle objetivos generales éticos, políticos y poblacionales. Por otra parte, la presencia del feminismo en las mismas instituciones internacionales asegura también la adecuación de los programas de ayuda en función del género, así como su eficacia. En un momento en que los estados nacionales no son ya el marco adecuado para resolver gran parte de los problemas porque estos se plantean a nivel mundial por encima de su capacidad de acción individual, el contribuir a la capacitación, mejora y empoderamiento de las instituciones internacionales contribuye a la causa general de la libertad femenina”.[2]

Con el retroceso general de los años ’80, el feminismo clásico se refugió en las universidades al calor de la creación de los departamentos de multiculturalismo, estudios de mujeres y estudios Queer y por el frío que reinaba en las calles. Por primera vez la teoría surge de una academia que tiene poca relación con la lucha en las calles. El feminismo clásico sufre la cooptación de las referentes del viejo movimiento feminista por parte de los Estados y los organismos internacionales de crédito, a través de ONGs europeas y norteamericanas. La Cumbre de Beijing (1995) marca un antes y un después. El tema de género o de las mujeres pasa a ser parte de la agenda del imperialismo y los Estados burgueses, que destinan millones de dólares a estudios académicos y a propiciar programas de “desarrollo” para las mujeres de los países pobres. El concepto de “empoderamiento” (empowerment, en inglés) tiñe todo el lenguaje del nuevo feminismo. Este es un concepto atroz, que se apoya en la desesperación de millones de mujeres sumidas en la miseria capitalista, y que supone que dándoles herramientas para desarrollar emprendimientos productivos insignificantes, lograrán salir de la pobreza. El imperialismo adoptó la política de “empoderar” a las mujeres pobres para apuntalar uno de los pilares fundamentales del capitalismo, que es la familia patriarcal burguesa. Ante la desocupación de masas y la precarización de la vida, las mujeres de los sectores más pobres son las que podrían cohesionar a la familia para salvarla de la hecatombe. De esta manera el supuesto empoderamiento no es otra cosa que un nuevo eslabón en la larga cadena de la opresión femenina. La cruzada cristiana para rescatar a la familia tradicional de su crisis empalma con los denodados esfuerzos de las agencias de financiamiento e ideología al servicio del capitalismo -una vez más. Y el aporte de las feministas hoy llamadas “institucionales” fue clave en este sentido. Las consecuencias políticas fueron tremendas porque desarmaron al ya raquítico movimiento de mujeres en todo el mundo, reduciéndolo a un puñado de funcionarias ocupadas en caminar los pasillos de los parlamentos, organismos de crédito y oficinas del imperialismo para conseguir subsidios y prebendas, con su cartera Louis Vuitton en un brazo y sus pasajes a congresos internacionales, monografías y libros de “empoderamiento” en el otro. Son las que festejaron cuando el fascista de Bush hijo nombró secretaria de Estado a la no menos fascista Condoleezza Rice.

Este feminismo se caracteriza también por el sectarismo respecto de los movimientos de lucha por los derechos de gays, lesbianas, travestis, etc. Muchas feministas derivaron de la teoría del par sexo /género la conclusión de que la heteronormatividad es sólo un adorno que puede ser ignorado y que más bien opaca la lucha feminista. La batalla de las lesbianas organizadas para que se incluyan sus reclamos específicos dentro de las demandas de las mujeres, sigue estando vigente. O como alguna vez escuchamos, la lucha de los gays no le compete al movimiento feminista, porque los gays son hombres y son parte del “colectivo de los varones que oprime al colectivo de las mujeres”.

 


[8] Valcárcel, 2000

[9] Valcárcel, 2000