Mike Davis
Artículo de Links International Journal of Socialist Renewal. Traducción: Florencia Alegría
COVID-19 es finalmente el monstruo a nuestra puerta. Los investigadores están trabajando noche y día para caracterizar el brote, pero se encuentran con tres enormes desafíos.
En primer lugar, la continua escasez o inaccesibilidad de los kits de prueba ha desvanecido toda esperanza de contención. A su vez, esto está impidiendo una clara estimación de parámetros claves tales como tasa de reproducción, tamaño de la población infectada y número de infecciones benignas. El resultado es un caos de números.
Sin embargo, hay data más confiable acerca del impacto del virus en ciertos grupos en unos pocos países. Da mucho miedo. Italia y Gran Bretaña, por ejemplo, están reportando un índice de mortalidad mucho más alto en quienes son mayores a los 65 años. La “gripe corona” que Trump saluda es un peligro sin precedentes para las poblaciones más ancianas, con un número potencial de muertes en millones.
En segundo lugar, como las influenzas anuales, este virus está mutando a medida que recorre poblaciones con diferentes composiciones etarias e inmunidades adquiridas. La variedad que más probablemente afecte a los estadounidenses ya es ligeramente diferente de la del brote original en Wuhan. Una mutación ulterior podría se trivial o podría alterar la distribución actual de la virulencia que asciende con la edad, mostrando un riesgo escaso de seria infección en los bebés y en los niños pequeños, mientras que los octogenarios enfrentan un peligro mortal de neumonía viral.
En tercer lugar, incluso si el virus permanece estable y poco mutado, su impacto en las cohortes menores de 65 años puede diferir radicalmente en los países pobres y entre los grupos de alta pobreza. Consideremos la experiencia mundial de la gripe española en 1918-1919, que se estima que mató entre el 1% y 2% de la humanidad. En contraste con el corona virus, era más letal para los adultos jóvenes. Esto frecuentemente ha sido explicado como un resultado de sus sistemas inmunológicos relativamente más fuertes que reaccionaron exageradamente a la infección desatando mortales “tormentas de citoquinas” contra las células pulmonares. El H1N1 original claramente encontró un nicho favorito en los campamentos del ejército y en las trincheras del campo de batalla, donde mató a decenas de miles de jóvenes soldados. El colapso de la gran ofensiva de primavera alemana de 1918, y por lo tanto el resultado de la guerra, se ha atribuido al hecho de que los Aliados, en contraste con su enemigo, podían reponer sus ejércitos enfermos con tropas estadounidenses recién llegadas.
Sin embargo, rara vez se aprecia que la totalidad del 60% de la mortalidad mundial se produjo en la India occidental, donde las exportaciones de cereales a Gran Bretaña y las brutales prácticas de requisa coincidieron con una importante sequía. La escasez de alimentos resultante llevó a millones de pobres al borde de la inanición. Fueron víctimas de una siniestra sinergia entre la malnutrición, que suprimía su respuesta inmunológica a las infecciones, y la rampante neumonía bacteriana y viral. En otra ocasión, la ocupación británica de Irán, varios años de sequía, cólera y escasez de alimentos, seguidos de un generalizado brote de malaria, fueron las condiciones de la muerte de lo que se estima una quinta parte de la población.
Esta historia – especialmente las consecuencias desconocidas de la interacciones con la malnutrición y las infecciones existentes – debería advertirnos que COVID-19 podría tomar un camino diferente y más mortal en los barrios pobres de Áfricas y el sur de Asia. El peligro para los pobres del mundo ha sido casi totalmente ignorado por los periodistas y los gobiernos occidentales. El único artículo publicado que he visto afirma que, dado que la población urbana de África Occidental es la más joven del mundo, la pandemia solo debería tener un impacto leve. A la luz de la experiencia de 1918, esta es una extrapolación tonta. Nadie saba lo que sucederá en las próximas semanas en Lagos, Nairobi, Karachi o Calcuta. La única certeza es que los países ricos y las clases ricas se centrarán en salvarse a sí mismos excluyendo la solidaridad internacional y la ayuda médica. Paredes, no vacunas: ¿podría haber un modelo más malvado para el futuro?
Dentro de un año puede que miremos hacia atrás con admiración al éxito de China en la contención de la pandemia, pero con horror al fracaso de Estados Unidos. (Estoy haciendo la heroica suposición de que la declaración de China de la rápida disminución de la transmisión es más o menos exacta). La incapacidad de nuestras instituciones para mantener cerrada la Caja de Pandora, por supuesto, no es una sorpresa. Desde el año 2000 hemos visto repetidamente fallos en la atención sanitaria de primera línea.
La temporada de gripe del 2018, por ejemplo, abrumó los hospitales de todo el país, poniendo de manifiesto la escandalosa escasez de camas de hospital tras veinte años de recortes en la capacidad hospitalaria en favor de las ganancias (la versión de esta industria de la gestión de inventario justo a tiempo). Los cierres de hospitales privados y de beneficencia y la escasez de enfermeras, también reforzados por la lógica del mercado, han devastado los servicios de salud en las comunidades más pobres y en las zonas rurales, transfiriendo la carga a los desfinanciados hospitales públicos y a las instalaciones de veteranos. Las condiciones de las salas de urgencias de esas instituciones ya son incapaces de hacer frente a las infecciones estacionales, por lo que ¿cómo harán frente a una inminente sobrecarga de casos críticos?
Estamos en las primeras etapas de un huracán Katrina médico. A pesar de los años de advertencias sobre la gripe aviar y otras pandemias, los inventarios de quipos básicos de emergencia como los respiradores no son suficientes para hacer frente a la esperada avalancha de casos críticos. Los sindicatos de enfermeras militantes en California y en otros estados se está asegurando de que todos entendamos los graves peligros creados por la inadecuada reserva de suministros de protección esenciales, como los barbijos N95. Incluso más vulnerables por ser invisibles son los cientos de miles de trabajadores de cuidados a domicilio y geriátricos con salarios bajos y exceso de trabajo.
La industria de los geriátricos y la atención asistida que alberga a 2,5 millones de ancianos estadounidenses, la mayoría de ellos con Medicare, ha sido durante mucho tiempo un escándalo nacional. Según el New York Times, la increíble cifra de 380.000 pacientes de geriátricos muere cada año debido a la negligencia de las instalaciones en los procedimientos básicos de control de infecciones. Muchos hogares – particularmente en los estados sureños – encuentran más barato pagar multas por violaciones sanitarias que contratar personal adicional y proporcionales la capacitación adecuada. Ahora, como advierte el ejemplo del estado de Seattle, docenas, tal vez cientos de geriátricos más se convertirán en focos de coronavirus y sus empleados con salario mínimo lógicamente elegirán proteger a sus propias familias quedándose en casa. En tal caso el sistema podría colapsar y no deberíamos creer que la Guardia Nacional vaya a vaciar los orinales.
El brote ha expuesto instantáneamente la cruda división de clases en la asistencia sanitaria: los que tienen buenos planes de salud y que también pueden trabajar o enseñar desde casa están cómodamente aislados siempre que sigan unas salvaguardias prudentes. Los empleados públicos y otros grupos de trabajadores sindicados con una cobertura decente tendrán que tomar decisiones difíciles entre los ingresos y la protección. Mientras tanto, millones de trabajadores de servicios con bajos salarios, empleados agrícolas, trabajadores contingentes sin cobertura, desempleados y personas sin hogar serán arrojados a los lobos. Incluso si Washington finalmente resuelve el fiasco de las pruebas y proporciona un número adecuado de kits, quienes no poseen seguro todavía tendrán que pagar a los médicos u hospitales por la administración de las pruebas. Las facturas médicas familiares se dispararán al mismo tiempo que millones de trabajadores pierden sus empleos y el seguro proporcionado por sus empleadores. ¿Podría haber un caso más fuerte y urgente a favor de Medicare for All?
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Pero la cobertura universal es solo el primer paso. Es decepcionante, por decir lo menos, que en los debates de las primarias ni Sanders ni Warren hayan resaltado la abdicación de la Gran Farmacia en la investigación y desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales. De las 18 más grandes compañías farmacéuticas, 15 han abandonado totalmente el campo. Las medicinas para el corazón, los tranquilizantes adictivos y los tratamientos para la impotencia masculina son líderes en ganancias, no las defensas contra las infecciones hospitalarias, las enfermedades emergentes y los tradicionales asesinos tropicales. Una vacuna universal para la gripe, es decir, una vacuna que se dirige a las partes inmutables de las proteínas de la superficie del virus, ha sido una posibilidad durante décadas pero nunca una prioridad rentable.
Al retroceder la revolución de los antibióticos, las viejas enfermedades reaparecerán junto con las nuevas infecciones y los hospitales se convertirán en refugios de carnicería. Incluso Trump puede hacer frente de manera oportunista a los absurdos costos de las prescripciones, pero necesitamos una visión más audaz que busque romper los monopolios de las drogas y proveer la producción pública de medicamentos vitales. (Este solía ser el caso: durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército reclutó a Jonas Salk y otros investigadores para desarrollar la primera vacuna contra la gripe). Como escribí hace quince años en mi libro El monstruo a nuestra puerta – La amenaza global de la gripe aviar:
“El acceso a los medicamentos vitales, incluyendo vacunas, antibióticos y antivirales, debería ser un derecho humano, disponible universalmente y sin costo alguno. Si los mercados no pueden ofrecer incentivos para producir estos medicamentos a bajo costo, entonces los gobiernos y las organizaciones sin fines de lucro deben asumir la responsabilidad de su fabricación y distribución. La supervivencia de los pobres debe ser considerada en todo momento una prioridad mayor que los beneficios de el Gran Farma..”
La pandemia actual amplía el discusión: la globalización capitalista parece ahora ser biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura de salud pública verdaderamente internacional. Pero tal infraestructura nunca existirá hasta que los movimientos populares rompan el poder de la Gran Farmacia y la asistencia sanitaria con fines de lucro.