Roberto Sáenz

Marx fue un pensador tan genial que incluso tiene escritos sobre matemáticas. No puedo juzgarlos porque mi nivel en matemáticas es muy bajo. Pero existen estudios sobre el tema, a propósito de las cartas intercambiadas por Marx y Engels respecto de las ciencias naturales.

Más allá de si Marx realizó aportes en matemáticas, es evidente que su nivel en la materia era mucho más alto que el promedio. Es sabido que hacía ejercicios matemáticos regularmente para desestresarse.

Por lo demás, con sólo estudiar El capital se hace ver el conocimiento en matemáticas de Marx, porque logra traducir a fórmulas y a proporciones muchos de los conceptos y relaciones económicas.

Son “todas proporciones”, dicho de manera reduccionista. Y hay que saber manejarlas para no perderse; desde ya que las proporciones tienen su lado puramente cuantitativo, matemático, y el lado cualitativo del asunto. Y de lo cualitativo, de las relaciones sustanciales, es desde donde hay que partir [1].

Vayamos ahora al problema del partido en Marx. El pensamiento de Marx en la materia estaba en “embrión” por así decirlo. La idea anterior de Marx fue un pensador tan genial que incluso tiene escritos sobre matemáticas. No puedo juzgarlos porque mi nivel en matemáticas es muy bajo. Pero existen estudios sobre el tema, a propósito de las cartas intercambiadas por Marx y Engels respecto de las ciencias naturales.

Más allá de si Marx realizó aportes en matemáticas, es evidentee partido era la organización puramente conspirativa, minoritaria; una herencia de Babeuf, Bounarroti y Blanqui [2].

Estudiando La historia de la Revolución Rusa se puede apreciar cómo Trotsky explica la combinación entre revolución, insurrección y conspiración a la hora de la toma del poder. El elemento conspirativo hace a la preparación práctica de la insurrección; hay un elemento conspirativo en toda revolución (así como todo partido revolucionario tiene un lado “conspirativo” e ilegal de su actividad).

Pero otra cosa es que el partido fuera un “partido de conspiradores”, que se entiende como un partido que no hace política, que no despliega sus banderas, donde la revolución no es un acontecimiento de masas (cosa distinta, insistimos, a que todo partido revolucionario tiene una parte de su actividad clandestina).

Esa idea de “partido conspirativo” está en el primer modelo de partido al que se vinculó Marx, la Liga de los Justos (luego llamada Liga de los Comunistas a instancias de Marx y Engels). Marx y Engels no tenían una idea conspirativa de partido. Expresaban más bien la transición hacia una idea no conspirativa precisamente porque con ellos nace la apuesta a las propias masas como protagonistas.

Si se quiere, en todo caso, Marx se pasa un poco “para el otro lado”, porque llega a un extremo en el que se hace indistinguible el partido de la clase. Es la concepción donde se queda “estancada” Rosa Luxemburgo, se le termina perdiendo de vista el partido de vanguardia.

Por otra parte ese es, precisamente, el aporte de Lenin: la idea del partido de vanguardia como distinto de la clase. Los organismos de masas, como los sindicatos o cualquier otro, son una representación más “directa” de la clase trabajadora en todos sus matices; el partido revolucionario sólo agrupa a los revolucionarios.

El partido agrupa sólo a los revolucionarios, expresa un programa determinado. Marx va de lo conspirativo a lo no conspirativo; Lenin sintetiza ambos términos: el elemento conspirativo y el no conspirativo (ambos son necesarios para la acción revolucionaria).

En realidad, Marx estuvo relacionado con cuatro tipos de partido distintos: el partido conspirativo, la Liga de los Justos; el cartismo, un movimiento político amplio de la clase obrera inglesa; la I Internacional, una suerte de frente único de tendencias políticas, y la socialdemocracia alemana, un partido socialista de masas. Engels llegaría vivir la fundación de la Segunda Internacional, una organización socialista internacional de masas, sobre todo en Europa.

El tema es que el partido leninista, el partido de vanguardia, no es ninguna de estas tres cosas: ni es una organización de masas, ni es un partido puramente conspirativo, minoritario, ni es un frente único de tendencias: es un partido de vanguardia o vanguardia de masas democráticamente centralizado (ni puramente minoritario, conspirativo, ni tampoco de masas).

Lo que se aprecia entonces, y no es casual, es un desarrollo histórico de la idea de partido, donde nosotros seguimos el “modelo” del partido leninista, de vanguardia. A este respecto los remito a la lectura de nuestro texto “Lenin en el siglo XXI”. Y también pueden leer Estrategia y partido de Daniel Bensaïd, así como el Lenin de Tony Cliff, educativo, y otras obras valiosas como Leninismo bajo Lenin de Marcel Liebman.

Marx y Engels eran unos genios; pero tampoco los genios se salen de las determinaciones históricas, de las condiciones de su tiempo, aunque las trasciendan. Cada generación tiene sus tareas.

No van a encontrar entonces, por ejemplo, el balance del estalinismo en Marx, lógico, porque dicha experiencia histórica aún no había ocurrido; un fenómeno completamente original (en vida de Marx ni siquiera había comenzado la experiencia de la burocratización del movimiento obrero que Engels sólo pudo atisbar en sus primeras manifestaciones bajo la forma de la cobardía reformista).

Marx tiene reflexiones agudas sobre la burocracia, sobre todo a propósito de La crítica de la filosofía del derecho de Hegel, de su experiencia en Alemania en los años 1840, de sus críticas como demócrata revolucionario al autoritarismo del régimen, de los criterios de disciplina conservadora que anidaban en la población alemana por tradición (“Lo más esencial para la clase obrera alemana es que no se excite con las conformidades que le dan las altas autoridades gubernamentales. Tal raza educada burocráticamente debe someterse a un curso completo de autoayuda” [3]), etcétera, enseñanzas agudas que sirven para pensar en los problemas que vinieron después, pero claro está que el balance del estalinismo o de la burocratización del movimiento obrero y la socialdemocracia, fue y es una tarea de las generaciones que sucedieron a Marx y Engels, que vivieron en plenitud estos fenómenos [4].

En realidad, el problema de la burocracia tiene varias fuentes históricas. De manera contemporánea está la reflexión de Marx sobre la burocracia en Alemania, que se continúa como problemática con la burocracia del Imperio Astro-Húngaro (hermanos Weber, Kafka); es decir, las formas de burocracia burguesas o heredadas del viejo régimen, el absolutismo [5].

Pero en todo caso, lo imprevisto fue la burocratización del movimiento obrero, aunque Marx pudiera atisbar algo de esto en la deriva de Lasalle. El problema de la burocratización del movimiento obrero es uno de los problemas teórico-estratégicos legados por el siglo XX.

Engels podía empezar a atisbarlo en la II Internacional, viviendo en carne propia la mutilación de sus textos o la preocupación de Marx de que los socialistas alemanes no le dieran importancia a la I Internacional dadas sus presiones nacionalistas (Musto).

Pero ya lo del estalinismo fueron “palabras mayores”: un acontecimiento histórico-universal, la burocratización de la mayor revolución social en la historia; un acontecimiento que dio lugar a fenómenos completamente originales y cuyo balance hasta el final les toca a nuestras generaciones actuales: “Marx conocía Prusia y la burocracia, pero el no previó la extensión del fenómeno burocrático a escala mundial que Weber, por su parte, vió” (Moshe Lewin, 85 [6]).

Las corrientes de izquierda más provincianas no han estudiado como es debido la burocratización; se han limitado a repetir de manera superficial alguna definición de Trotsky tomada fuera de contexto; su fetichismo del Estado es brutal. Y no estudiar la burocratización de la revolución las coloca de espaldas a la experiencia histórica de la clase obrera. Son un papel en blanco en materia de balance.

Ahora bien, el fenómeno de la contrarrevolución burocrática tiene un conjunto de determinaciones. Es imposible encontrarlo en Marx y Engels por lo ya señalado. Claro que existen puntos de apoyo en los clásicos de los cuales apropiarse, sobre todo referidos a su elaboración sobre el Estado.

Pero también hace falta ser capaces de renovar nuestro arsenal teórico, actualizarlo acorde a la experiencia histórica inmensa y riquísima del último siglo, única manera de que el marxismo no muera, no se fosilice [7].

Para esto hace falta un abordaje crítico de nuestro legado. La bibliografía militante trotskista habitual en los años ‘80 se basaba en Isaac Deutscher o E.H. Carr, un enorme erudito socialista con una obra histórica monumental acerca de la Revolución Rusa y quedó en gran medida desactualizada por objetivista o economicista [8].

Estos historiadores deslizan la idea reduccionista de que la transición socialista es un proceso puramente económico; sin la clase obrera en el poder, continuaría igual (sobre todo Deutscher). Para ellos el Estado obrero se burocratizó, pero continuó siendo “obrero”. Nosotros opinamos que en la transición no se derogan las leyes de la lucha de clases. Somos más trotskistas que las corrientes conservadoras, permanentistas también en ese sentido.

Si la clase obrera es desalojada del poder, se acaba el Estado obrero. No hay transición puramente económica, ni la transición al socialismo es un fenómeno esencialmente económico. Lo económico es la base material para revolucionar todas las relaciones sociales, para lograr el objetivo que es, dicho en sentido figurado, “que la última cocinera aprenda a manejar los asuntos del Estado” (Lenin), los asuntos públicos, colectivos: “Con su transformación socialista el proceso productivo debe perder, según Marx, la ‘forma de la indigencia y la contraposición’. Esta transformación tampoco es un fin en sí mismo y no desemboca, en un estadio correlativamente elevado de las fuerzas productivas, en un sistema coercitivo colectivista, sino en la real emancipación del individuo” (Schmidt, ídem, 167).

El problema con las corrientes conservadoras es que no tienen un abordaje crítico. Tienen la idea de que la transición socialista es un proceso puramente económico, así de simple. Sin la clase obrera en el poder, la transición continuaría como si tal cosa, y el Estado obrero, aun burocratizado, continúa siéndolo –es decir, continúa “obrero” sine die.

Nosotros opinamos que en la transición no se deroga la lucha de clases. Somos mucho más trotskistas y permanentistas. Si la clase obrera es desalojada del poder, se acaba el Estado obrero. No hay transición puramente económica, ni la transición al socialismo es un proceso puramente económico. Lo económico es la base material para revolucionar todas las relaciones sociales, revolucionamiento este que es la verdadera sustancia de la transición.

Por ejemplo, el movimiento de mujeres debe poder luchar para conquistar y mantener el derecho al aborto, y no lo que hizo el estalinismo, que fue restablecer la prohibición. Transición al socialismo, acompañando y dependiendo de la revolución mundial y el desarrollo de las fuerzas productivas (la economía), es cambiar la vida de la gente.

No se puede hacer la transición socialista pisándole la cabeza a la gente, aplastándola contra el piso como hizo el estalinismo. Eso no puede ser el socialismo, ni el Estado obrero tampoco. ¿Puede existir un Estado obrero donde el trabajador no se reconoce como sujeto del proceso?

Las corrientes conservadoras dicen que sí; tienen una concepción economicista y productivista del proceso, una concepción que deroga la lucha de clases dentro del Estado obrero. Pero la lucha de clases continúa, internacional y nacionalmente; es muy complejo el proceso, tiene varios componentes, pero la clave para evaluarlo es en qué medida el poder es cada vez más colectivo, se va reduciendo el tiempo de trabajo y aumentando el tiempo libre; en qué medida las relaciones sociales van revolucionándose realmente [9].

La lucha de clases continúa incluso con la clase obrera en el poder, no solamente porque la clave última es la extensión internacional de la revolución, sino porque en el seno del Estado obrero no solamente hay trabajadores sino clases y fracciones de clases diversas, con intereses distintos.

Incluso como partido en el poder hay complejidades profundas. El poder del Estado no solamente representa a la clase obrera, se trata de una sociedad compleja donde no solamente hay trabajadores. Y para mantener el ángulo crítico, estratégico, se debe estar en el poder, al frente del Estado, pero también mantenerse “autónomo” de dicho poder. Es decir, evitar que se superpongan las instancias del Estado con las del partido, un factor que fue clave en la burocratización de la Revolución Rusa (los organismos del partido se funcionaron y disolvieron en los del Estado; se inficionaron de ellos y sus presiones perdiendo su carácter político y asumiendo rasgos administrativos [10]).

Cuando uno representa el Estado obrero no representa solamente los intereses de la clase obrera sino también los de otros sectores, como podría ser el pequeño campesinado al cederles su programa pequeño burgués de reparto de las tierras cuando la toma del poder. Ocurre que el Estado obrero, la dictadura proletaria, aun hegemonizada por la clase obrera, es más que la sola clase obrera (una discusión que es compleja y hemos desarrollado en otros textos [11]).

Esto no quiere decir tener recaídas corporativistas estilo la Oposición Obrera de Kollontai y Schliapnikov, que perdía de vista que la representación de la clase en su Estado es una representación política y no meramente economicista, es una representación como clase hegemónica y no como clase explotada [12].

La idea general es que no se deroga la lucha de clases. Entonces, el carácter del Estado depende de quién lo posee realmente. No se trata del carácter de la propiedad per se, como se pensaba habitualmente, porque la propiedad estatal no habla por sí misma sobre su carácter independientemente de quién esté en control del Estado [13].

Cuando la burguesía es expropiada, la propiedad queda estatizada, sí, pero el problema es quién maneja realmente dicha propiedad, lo que lleva inmediatamente a preguntarse en manos de quién está el Estado, quién lo posee realmente. Y si la clase obrera no posee el Estado y lo posee una manga de vivos y aprovechadores, el Estado deja de ser obrero.

Es un proceso histórico, la ex URSS no dejó de ser un Estado obrero de un día para el otro. Trotsky en La revolución traicionada es brillante porque era justo el momento en que estaba dándose vuelta el proceso en la URSS para dejar de ser un Estado obrero, de ahí que se quejara con agudeza de aquellos que sólo pueden apreciar “blancos o negros”, que pierden de vista los grises (los matices).

En su caso para repudiar a los que tenían una visión idealizada del Estado obrero, en el nuestro para aquellos que se agarraron doctrinariamente de una definición necesariamente sometida a la experiencia de la vida.

Y la experiencia histórica ha indicado que, en última instancia, si la clase obrera no está en el poder, no hay Estado obrero. Esta es una de las diferencias, una central, que tenemos con las corrientes doctrinarias y conservadoras.

La experiencia histórica del siglo pasado es colosal; el siglo más revolucionario y contrarrevolucionario de la humanidad hasta nuestros días. La revolución y la contrarrevolución van de la mano, son una a la otra como la acción a la reacción. La revolución no opera sobre un cuerpo inerte, hay resistencia de los materiales, desata pasiones terribles. La revolución es un proceso hermoso y apasionante, pero desata respuestas acordes con ella.

Ya señalamos que la revolución es compleja pero la contrarrevolución lo es, en cierto modo, aún más: Auschwitz, Hiroshima y Nagasaki, la contrarrevolución estalinista, el fascismo, el nazismo, la colectivización forzosa, el Gulag; la contrarrevolución del siglo veinte ha sido de una complejidad inmensa y también hay muchísimo que aprender críticamente de ella [14].

La revolución, cuando se pone en marcha, “arrasa con todo”, pero después hay que “hamacarse”: se viene la guerra civil, los ejércitos contrarrevolucionarios, etcétera. Revolución y guerra civil son hermanos siameses, generalmente van de la mano.

Una compañera preguntó sobre el problema de la libertad en el marxismo. ¿Leyeron El hombre que amaba los perros de Leonardo Padura? Es muy agudo presentando la “filosofía” del estalinismo, de la burocracia, no casualmente es cubano, vive en Cuba y conoce al dedillo el “sistema” [15].

Presenta un intercambio donde un burócrata le transmite su filosofía al asesino de Trotsky (totalmente alienado en la realización de su tarea [16]): “para nosotros la persona no es nada, la masa es todo; el destino individual de cada uno no tiene importancia, sólo importa ‘servir a la causa” (una causa, por lo demás, medio difusa que no se sabe bien cuál es).

Es una definición rara desde el punto de vista del marxismo: “la persona no es nada, la masa anónima y silenciosa –más bien silenciada porque no puede expresarse– todo”. La masa anónima que no puede expresarse sería “todo”, y cada integrante individual de dicha “masa”, cada persona real, un peón sacrificable en el altar de la burocracia [17].

Se trata de una definición genial que expresa a cabalidad la lógica de la burocracia. Es lo opuesto a la definición de Marx, para quien la medida del desarrollo de todos pasaba por el desarrollo de cada uno, el desarrollo de cada uno como medida para el desarrollo de todos.

Para el marxismo cada trabajador, cada trabajadora, cada militante, cada compañero, cada compañera, valen. ¿Cómo podría concebirse la obra de la emancipación social si progresara aplastándole la cabeza a todo el mundo, si le importaran un comino los seres humanos?

Por supuesto que existen sacrificios, que la revolución está marcada por “leyes de hierro” en muchos momentos (ver Su moral y la nuestra de Trotsky). Pero en el caso de la revolución, se trata de sacrificios libremente asumidos, hay una acción consciente en pos de un objetivo común, colectivo.

La libertad humana, el concepto de libertad bastardeado por las corrientes vulgares, es muy importante para el marxismo. El par dialéctico igualdad y libertad es muy importante. Ni libertad a costa de la igualdad, ni igualdad a costa de la libertad.

Filosóficamente, esto remite a algo que no es idéntico pero nos sirve a título ilustrativo, que son las relaciones entre determinismo y libertad. La interpretación plejanoviana de Hegel era que la libertad no era más que la comprensión consciente de la necesidad. A nosotros nos parece este enfoque demasiado unilateral. Efectivamente, la libertad humana está condicionada por las condiciones materiales de existencia; sin embargo, dentro de dichas condiciones materiales –el grado al que ha llegado la producción social y la naturaleza misma– se abre un abanico de posibilidades que no está mecánicamente determinado: el espacio de la libertad es mucho mayor que el pensado vulgarmente por ciertos “marxistas”. Y además, ese espacio de libertad significa que la humanidad y la clase trabajadora re actúan sobre las circunstancias y las transforman de una manera mucho más rica y creativa que la que puede pensar cualquier determinismo vulgar.

Por otra parte, la idea de par dialectico remite a dos determinaciones que son distintas pero están combinadas: por ejemplo, el tratamiento que hace Hegel al inicio de La Ciencia de la Lógica acerca del ser y la nada, que aparecen como distintos pero terminan siendo iguales; la nada conduce al ser y el ser conduce a la nada. Porque el puro ser es cero determinaciones, es decir la nada, y la pura nada se reduce, en definitiva, al puro ser, resolviéndose esta dinámica en el devenir.

En fin, volviendo al par igualdad-libertad, este concepto tan “simple” no está claro porque, por ejemplo, en el caso de Hanna Arendt, la libertad se piensa a expensas de la igualdad (para ella la igualdad sólo puede ser “colectivismo” y adscripción totalitaria a un determinado estado de cosas [18]). Esa es la obra de Arendt, que es aguda pero liberal (liberal de izquierda).

Y en el caso del marxismo vulgar, la igualdad sólo se concibe a expensas de la libertad. Si la propiedad está estatizada se trata de un “Estado obrero” aunque la clase obrera esté atomizada y no tenga ni un gramo de incidencia en el manejo del sobreproducto social.

La clase obrera no es idiota. En los países del Este europeo los trabajadores afirmaban que se sentían “cosas”, objetos: se sentían –y lo estaban– sin ningún poder de decisión). “Somos supuestamente la ‘clase dominante’ y no decidimos nada”…

Yendo al caso de Epicuro, que ya tratamos, recordemos cómo pensaba él el espacio de la libertad. Era atomista. Pero en el curso del átomo el reconocía una desviación, no algo mecánico: un espacio aleatorio, físicamente posibilitado para la libertad humana: “Se comprende el entusiasmo con que el joven Marx demuestra las consecuencias extraídas de la hipótesis de la declinación, puesto que es mediante la introducción del principio de la libertad en el interior de la propia naturaleza que Epicuro posibilita la liberación de los hombres respecto de sus temores religiosos y toda forma de determinismo” (Ronaldo Vielmi Fortes, introducción a Diferencia entre la filosofía de la naturaleza de Demócrito y la de Epicuro, 23).

El de Epicuro era un pensamiento dialéctico intuitivo. Demócrito, materialista mecánico, determinista, afirmaba que todos los átomos caían derechos; no dejaba espacio para la libertad humana. Epicuro dice que no, que el átomo tiene una pequeña derivación y que cae para el costado: “La declinación garantiza la posibilidad de la individuación del átomo; lo rescata del terreno cerrado del determinismo natural introduciendo la idea del azar y, consecuentemente, también la idea de la autodeterminación del movimiento” (Vielmi Fortes, idem, 21[19] ).

Es genial, porque de esta manera encuentra un fundamento materialista para la libertad humana. Establece un espacio para la libertad que no se reduce a ser la “mera comprensión de la necesidad” sino que abre un espacio a varios desarrollos posibles. Aunque la determinación existe, se hace “valer” de una manera más rica: la historia no está pre-escrita ni “prescripta” cual un recetario farmacéutico.

La clase obrera no es idiota, no quiere solo “pan”, quiere emanciparse; es otra cosa muchísimo más amplia y general: una clase con cadenas radicales que es la abolición de todas las clases, decía el joven Marx.

El pan es una condición material de la emancipación, sin duda alguna, pero la emancipación va más allá de eso: es el espacio de la igualdad y la libertad. Y la libertad implica decidir, la democracia socialista, la planificación socialista de la economía, tomar en nuestras manos todas las tareas, abolir el Estado, decidir por nosotros mismos y que nadie decida por la clase obrera. Esta perspectiva tan sencilla la entiende solamente nuestra corriente y no muchas más, aunque parezca mentira (al menos en Latinoamérica).

La clase obrera no quiere sólo pan, quiere “el más allá en vida” como decía Paul Nizan, joven filósofo comunista francés muerto en Dunkerque en 1940 (“queremos y tendremos el más allá en vida”). O como afirmaba el Mayo francés: “somos realistas, queremos lo imposible”. O la Comuna de París, “tomaremos el cielo por asalto”.

Digo esto para que se entienda que estos son los fundamentos de Marx y Engels, su marxismo militante: la emancipación de la clase obrera y la humanidad como un todo.

La clase obrera quiere todo, quiere una vida humana, es mucho más profunda la cosa: “Los individuos universalmente desarrollados, cuyas relaciones sociales, así como sus propias vinculaciones comunitarias, están también sometidas a su propio control comunitario, no son un producto de la naturaleza sino de la historia. El grado y la universalidad del desarrollo de las capacidades, en las cuales se hace posible esta individualidad, presupone precisamente la producción sobre la base de los valores de intercambio, que no sólo produce por primera vez con su generalidad el extrañamiento del individuo respecto de sí mismo y de los demás, sino también la generalidad y universalidad de sus relaciones y posibilidades” (Marx, Grundrisse, citado por Schmidt, ídem, 175), una cita que expresa brillantemente lo que venimos afirmando.

Las corrientes vulgares y doctrinarias no entienden lo que significa la combinación de igualdad y libertad, la capacidad de desarrollar todas las potencialidades que anidan en los seres humanos de manera libre, o sea, decidida por cada uno y cada una, por supuesto que en un contexto colectivo, en una acción humana colectiva. Esta es la dialéctica histórica que pone en marcha la revolución socialista.


[1] En el primer tomo de La Ciencia de la Lógica Hegel tiene una reflexión sobre la cuantitativo y lo cualitativo donde establece con claridad la jerarquía del segundo orden de relaciones respecto del primero (lo cualitativo sobre lo cuantitativo, algo que el estalinismo hubiera hecho bien en saber). Por oposición al naturalismo de un Kant, Hegel hace valer la historia en su reflexión colocando las relaciones –sustanciales- cualitativas sobre las cuantitativas –“formales” (Ernst Bloch)

[2] En la lógica conspirativa la disputa por el poder estaba reducida a meras relaciones “técnicas”; con un pequeño grupo conspirador alcanzaba para hacerse del poder y luego las masas tendrían que venir atrás. Bounarroti fue continuador de Babeuf y sus enseñanzas, la bisagra con Blanqui, un famosísimo revolucionario francés que dominó la escena de la “extrema izquierda” de dicho país por muchas décadas en el siglo diecinueve. Sobre la relación de Marx con Blanqui y el blanquismo, ver Hal Draper.

[3] Marx citado por Marcello Musto, “Las duras críticas de Marx a los socialdemócratas alemanes”, ídem).

[4] Más allá de su mirada conservadora y apologética en muchos casos de la burocracia, ya en la época de Max Weber el tema de la “burocratización de la vida” está presente; al menos la burocracia política de Alemania y Austria así como la vinculada a la racionalización capitalista de la economía y de la vida.

[5] Ver a este respecto también Hal Draper, sobre todo el tomo I de su KMTR (Karl Marx Theory of Revolution), que es brillante: “La burocracia y el Estado”.

[6] Señalemos, por nuestra parte, que Marx no podía ver semejante desarrollo imprevisto, sobre todo en lo que tiene que ver con la burocratización de la revolución proletaria. En todo caso, sí es verdad que Weber trató el problema de la burocratización, que fue más contemporáneo con él como hemos visto, aunque lo hiciera en una clave escéptica: “Yo pienso que el estudio del gran Max Weber podría ilustrar la influencia de Marx en la formación de un pensador de la sociedad de gran envergadura. Weber nos puede aportar de novedades metodológicas, una incursión impresionante en la sociología de la religión, del Estado, del derecho y de la dominación política, incluso el también se volcó a la economía y las clases sociales, incluso si lo hizo con sus propias definiciones (…) Weber (…) descubrió la burocracia moderna y anticipó su rol (y su poder) en el seno del socialismo” (ídem, 85), una opinión de Moshe Lewin que a pesar de toda la agudeza de su pensamiento, no termina de delimitarse lo suficiente del escepticismo radical de Weber, de su “ley de hierro de la burocratización” y de su abordaje liberal de los problemas (lo que no quiere decir que no deba ser, de todos modos, estudiado).

[7] Subrayemos que nuestro marxismo militante supone una elaboración teórica contrastada con la actividad militante práctica cotidiana y la reflexión estratégica sobre la experiencia histórica de la clase obrera.

[8] Ponemos desactualizada entre comillas porque ambas obras tienen valor. Pero si Deutscher era maestro del objetivismo, Carr no logra evitar desviarse hacia el economicismo, aun si ambas obras tienen gran valor documental.

[9] Ya desde la plataforma de la Oposición de Izquierda de finales de los años ‘20 está insistía en que debía verificarse un progresivo mejoramiento real en las condiciones de vida de los trabajadores.

[10] Esta reducción de la naturaleza política de los organismos partidarios a instancias puramente administrativas fusionadas con las instituciones del Estado fue uno de los desarrollos clave del proceso de burocratización, señalado muy tempranamente por Trotsky, que en esto tuvo mayor clarividencia que Lenin en tiempo real, y remarcado muy bien por Moshe Lewin en su obra.

[11] “Ascenso y caída del gobierno bolchevique”, izquierdaweb.

[12] Es decir, no tiene que ver con oponer cada lugar de trabajo o cada sindicato al Estado obrero (más allá de que debe existir de manera intangible el derecho a formar sindicatos y hacer reclamos sindicales y de todo tipo), sino que el Estado obrero bajo el régimen de democracia obrera ejerce una representación política de la clase obrera en su totalidad.

[13] Remitimos para profundizar esta discusión a nuestro folleto A cien años de la Revolución Rusa, sobre todo el capítulo destinado a analizar los problemas de la propiedad estatizada.

[14] Es un hecho que, en general, estudiamos más las revoluciones que las contrarrevoluciones. La exigencia es aprender de las dos: las lecciones positivas de la revolución y las lecciones negativas de la contrarrevolución.

[15] Padura es un conocido escritor cubano socialdemócrata de izquierda. Tiene el valor de hacerle mayormente críticas por izquierda al régimen (en materia económica es más contradictorio). No es un teórico, pero tiene sensibilidad y criterio humanista para apreciar las cosas.

[16] Bensaïd habla agudamente del “heroísmo burocratizado”, tipo autómatas con cero conciencia crítica, de muchos de los activistas instrumentalizados por el estalinismo.

[17] Una “perla” sobre el Estado que anota Heinrich de Hegel nos viene bien aquí: “Comenzando por la idea de humanidad, quiero mostrar que no hay idea de Estado, porque el Estado es algo mecánico, tampoco hay una idea de máquina. Solamente lo que es objeto de la libertad se llama idea. ¡Por lo tanto tenemos que ir más allá del Estado! Pues todo Estado tiende a tratar a los hombres libres como engranajes mecánicos, y eso él no lo puede hacer; por lo tanto, debe acabar (…) Al mismo tiempo, quiero exponer aquí los principios para una historia de la humanidad y desnudar enteramente toda la miserable obra humana del Estado (…)” (Michael Heinrich, 190).

[18] Su obra Orígenes del totalitarismo se reduce, en definitiva, a esto: que la igualdad sólo puede dar una masa anónima y a un “totalitarismo colectivista”.

[19] Nuestra interpretación de la tesis doctoral de Marx ha seguido la de Bellamy Foster, Michael Heinrich y esta introducción de Vielmi Fortes.