La pandemia es el acontecimiento fundacional del siglo XXI. Hasta el momento, el siglo actual empalidecía respecto del siglo XX por los desarrollos extraordinarios de este último. Esto ya no es más así: el capitalismo actual está marcado –y lo seguirá estando de aquí en más- por la crisis generada por su avance destructivo, sin límites, sobre la naturaleza.  

Roberto Sáenz

 

“(…) la globalización capitalista parece ahora ser biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura de salud pública verdaderamente internacional. Pero tal infraestructura nunca existirá hasta que los movimientos populares rompan el poder de la Gran Farmacia y la asistencia sanitaria con fines de lucro”.

Mike Davis, El monstruo está finalmente en la puerta

 

1. Capitalismo y naturaleza

Este es un dato nuevo y se conecta no solamente con el calentamiento global, sino también con la actual pandemia. La explicación más de fondo del actual evento la da un biólogo en alimentos, Rob Wallace, cuando señala que el avance sin límites ni planificación alguna sobre los ecosistemas está liberando virus y/o bacterias ancestrales, encerrados durante cientos de miles sino millones de años en determinadas especies que se trasmiten a unos humanos no preparados para ellas [1].

Algo muy parecido podría ocurrir con el derretimiento, por calentamiento global, de los polos, que en sus hielos “eternos” encierran, eventualmente, virus y bacterias “inéditos” para los humanos, que por el calentamiento quedarían en exposición.

Una de las falacias más ridículas que se han escuchado en los medios de comunicación estos días es que la pandemia sería un evento “puramente natural”…

El avasallamiento de los ecosistemas por el extremo reinado de la ganancia en los agro-negocios, así como el desastre en el cual están los sistemas de salud mercantilizados, no tienen nada de natural: son un fenómeno social subproducto del capitalismo del siglo XXI.

Está clarísimo ya que una pandemia de esta magnitud subproducto de la falta de barrera inmunológica frente a este nuevo virus y cuya cura recién podría estar dispuesta para entre 12 a 18 meses, un contagio global que de momento no tiene cura y afecta sobre todo a las personas mayores, marca un antes y un después histórico en el desarrollo de los acontecimientos [2].

Se trata lamentablemente de un evento que va a marcar eventualmente la historia del siglo en curso, tal cual las dos guerras mundiales marcaron el siglo pasado, por ejemplo: “(…) el tiempo apremia: según el Imperial College, la amenaza de Covid-19 sobre la salud pública es comparable a la de la gripe española de 1918, que dejó más de 50 millones de muertos”. (La Nación, 17/03/20).

Claro que no se puede hacer futurología y esto es día a día. La experiencia de las regiones más afectadas enseña, en cierto modo, a las que vienen más atrás (¡a las que tienen la suerte de venir más atrás!), como también expresa el criterio estrictamente clasista y en muchos casos represivo que asumen las medidas de los gobiernos.

La cuarentena está bien. Pero no lo están los criterios de clase y reaccionarios con que la asumen la generalidad de los gobiernos: abandonando a la clase trabajadora y en especial al personal médico a su suerte; aprovechando para imponer Estados de excepción con la excusa de la crisis.

Pero junto al clasismo que viene desde arriba y al egoísmo de determinados sectores pudientes, se está viendo cómo desde abajo crecen las expresiones de solidaridad.

La pandemia desmoviliza por las medidas de “aislamiento social”. Genera un clima político reaccionario. Sin embargo, detrás de la pandemia vendrá –ya está viniendo- el golpe de una recesión y/o depresión económica mundial que obligará a salir a pelear.

La crisis histórica de la pandemia sumada a la depresión económica tiene hoy un efecto reaccionario. Pero mañana podría desatar revoluciones.

Las tareas del momento pasan por propagandizar e imponer un programa desde los trabajadores frente a la crisis, expresar de manera práctica la solidaridad de la militancia socialista revolucionaria –sin por esto tomarnos a la “joda” el coronavirus ni descuidar a la militancia-, al tiempo que preparamos una contraofensiva contra estos gobiernos capitalistas que han hundido la salud pública, la economía y la naturaleza en el altar del capitalismo de hoy, una contraofensiva que puede dar lugar a las primeras revoluciones hechas y derechas del nuevo siglo.

2. Un acontecimiento histórico singular

La pandemia ya es un acontecimiento histórico de enorme magnitud. No ha habido prácticamente evento en la historia mundial que atraviese de la noche a la mañana 7000 millones de almas como lo está haciendo la actual peste [3].

Claro que en el siglo pasado hubo eventos de este tipo como las dos guerras mundiales, la gran depresión de 1929 y la oleada revolucionaria mundial generada por la Revolución Rusa, entre otros casos.

Durante este siglo el primer acontecimiento a la altura de los señalados fue la crisis de 2008/9. Sin embargo, la actual crisis podría ser, si se quiere, más grave aún. No sólo por su “instantaneidad”, afectando a toda la población mundial al mismo tiempo sino, además, porque las medidas de “distanciamiento social” (en todo lo que tienen de médicamente razonables más allá de las sobreactuaciones reaccionarias) generan, simultáneamente, elementos de depresión económica mundial.

Por sus características reales y potenciales (la duración de una crisis que, en este momento, nadie puede aventurar), esta crisis ya es eventualmente más grave que la del 2008; equiparable a las crisis más graves bajo el capitalismo [4].

¿Qué características tienen las guerras, las revoluciones y contrarrevoluciones y las grandes crisis? Sacar instantáneamente a todo el mundo de sus rutinas. Y el Covid-19 ya lo ha hecho: ha sacado a toda la población mundial de sus rutinas (al menos a la parte de la población mundial de que una manera u otra ha entrado en cuarentena [5]).

Pero también es extraordinaria la razón por la cual se ha alterado radicalmente la cotidianeidad. Bajo el capitalismo estamos viviendo una era de calentamiento global; el “capitaloceno”, como lo llaman los especialistas [6].

También vivimos eventos destructivos como Hiroshima y Nagasaki (con todas sus consecuencias sobre las generaciones posteriores) o, en los Estados burocráticos, casos como el de Chernóbil y el desecamiento del Mar de Aral [7].

Pero la escala mundial de los efectos inmediatos que significa el coronavirus no tiene antecedentes en la historia. Acá se trata de entender un concepto que es fundamental. El desarrollo exponencial de las fuerzas productivas y destructivas ha incrementado la capacidad de la humanidad para actuar sobre la naturaleza [8].

Sin embargo, en la medida que esa capacidad humana está mediada por un sistema social como el capitalismo basado en la ganancia, estas potencialidades humanas están revirtiendo destructivamente sobre la naturaleza y la humanidad misma.

Y de esto se trata el coronavirus: una pandemia del capitalismo como subproducto de haber avasallado -sin límite ni planificación alguna- los ecosistemas: “El capital está encabezando la apropiación de tierras en los últimos bosques primarios y tierras agrícolas de pequeños propietarios en todo el mundo. Estas inversiones impulsan la desforestación y el desarrollo que llevan a la aparición de enfermedades. La diversidad funcional y la complejidad que representan estas enormes extensiones de tierra se están desmontando de tal manera que los patógenos que antes estaban encajonados se están extendiendo a la ganadería local y las comunidades humanas”. (Rob Wallace, “Capitalist agriculture and Covid-19: A deadly combination”, climateandcapitalism.com, 11/03/29)

La base de esta crisis tiene así una especificidad propia de este siglo; la capacidad humana de retroacción sobre la naturaleza pero que, bajo la camisa de fuerzas de lo que imponen las relaciones capitalistas de explotación, se ha transformado en una inmensa fuerza destructiva: la pandemia[9].

“El ébola, el zika, el coronavirus, la reaparición de la fiebre amarilla, una variedad de gripes aviares y la peste porcina africana son algunos de los muchos patógenos que salen de las zonas más remotas del interior hacia los bucles periurbanos (…). Se pueden originar en murciélagos frugívoros en el Congo [por poner un caso, RS] hasta llegar a matar bañistas en Miami en unas pocas semanas.

“El planeta Tierra es en gran medida el Planeta Granja en este momento, tanto en la biomasa como en la tierra utilizada. La agroindustria tiene como objetivo acaparar el mercado de alimentos. La casi totalidad del proyecto neoliberal se organiza en torno al apoyo a los intentos de las empresas con sede en los países industrializados más avanzados para quedarse con la tierra y los recursos de los países más débiles.

“Como resultado de ello, muchos de esos nuevos patógenos que antes estaban mantenidos a raya por las ecologías forestales de larga evolución se están liberando, amenazando el mundo entero”. (Rob Wallace, ídem)

De ahí que, además, la pandemia sea parte intrínseca de los problemas ecológicos globales; no algo separado o “menos grave” como erróneamente la ha ubicado Daniel Tanuro (“Ocho tesis sobre el Covid-19”, Vientosur).

El segundo elemento que transforma en histórica la situación es lo mal preparados que están los sistema de salud pública para enfrentar el contagio. La estrategia global de los gobiernos ha estado ligada a lo que se llama “contención y mitigación”, para intentar evitar que la curva se dispare abruptamente para arriba colapsando los sistemas sanitarios; ocurre que eso es –amén de la falta de vacuna- lo que dispara los casos de muertes ante la incapacidad de contención de los enfermos.

Están apareciendo estudios que indican la universal reducción del número de camas, personal médico y enfermeras, terapias intensivas e insumos de todo tipo que ha sufrido el sistema de salud en las últimas décadas.

Esto ha ido en simultáneo con el incremento de la salud privada; la universal mercantilización tanto de la atención de salud como de la investigación y el desarrollo [10].

Así las cosas, lo que se ha vivido –¡y lo que se vive!- es una estratificación clasista del sistema de salud donde algunos pocos acceden a una asistencia de primera clase, por así decirlo, otros pueden al menos estar cubiertos por las obras sociales, pero a un porcentaje creciente sólo les queda recurrir al hospital público, cuando éste existe.

Un ejemplo dramático de esto son los Estados Unidos, donde no existe cobertura universal de salud y algo en torno al 30% de la población no tiene a dónde acudir: “La temporada de gripe del 2018, por ejemplo, abrumó los hospitales de todo el país, poniendo de manifiesto la escandalosa escasez de camas de hospital tras veinte años de recortes en la capacidad hospitalaria en favor de las ganancias (la versión de esta industria de la gestión de inventario just in time). Los cierres de hospitales privados y de beneficencia y la escasez de enfermeras, también reforzados por la lógica del mercado, han devastado los servicios de salud en las comunidades más pobres y en las zonas rurales, transfiriendo la carga a los desfinanciados hospitales públicos y a las instalaciones de veteranos. Las condiciones de las salas de urgencias de esas instituciones ya son incapaces de hacer frente a las infecciones estacionales, por lo que ¿cómo harán frente a una inminente sobrecarga de casos críticos?”. (Mike Davis, El monstruo está finalmente en la puerta)

Es verdad que en países como Italia y Francia la cobertura de salud es universal. Pero aparentemente en Italia la pandemia le explotó en la cara al gobierno no solamente porque no se anticipó a tomar las medidas del caso, sino además porque el presupuesto para la salud ha venido restringiéndose de manera brutal en las últimas décadas.

Es decir: el capitalismo globalizado neoliberal no solamente está destruyendo el ecosistema generando, entre otras cosas, la actual pandemia sino que, además, ha destruido internacionalmente los sistemas de salud para atender la población: “(…) la epidemia se da en un contexto de sub-financiación crónica del SNS (Sistema Nacional de Salud), que ha llevado a una reducción del 50% en las camas de hospital de 1997 a 2015 (pasando de 575 camas por cada 100 mil habitantes a las actuales 275) y disminuyendo 46.000 empleados hospitalarios entre 2009 y 2017. Por tanto, al comienzo de la emergencia, Italia tenía 5090 plazas de cuidados intensivos (UCI), de las cuales, al menos normalmente, el 80% ya se utiliza en casos ordinarios. De entrada, está claro que el escenario de colapso es más que real”. (Italia: de la emergencia sanitaria a la crisis social, Marta Autore y Salvatore Corizzo)

Como digresión señalemos que el antecedente a la actual pandemia es la anterior pandemia universal de la gripe llamada “española” (se la llamó así porque España fue el único país que presentó números realistas sobre la misma).

Se dice que esta pandemia mató más personas que las que fallecieron durante la Primera Guerra Mundial: entre 15 y 40 millones de personas sino más en todo el mundo (se habla hasta 100 millones). La gripe española, otra enfermedad de la frontera humano/natural, se habría trasladado de los pájaros a los cerdos y de los cerdos a los humanos; los soldados en el frente que se alimentaban de estos últimos (y que fueron el principal núcleo humano de trasmisión de la epidemia).

Desde ya que ha habido otras epidemias en las últimas décadas, pero ninguna potencialmente tan grave como el coronavirus y la gripe española. La española, quizás, nos plantee el interrogante de porqué señalamos al Covid-19 como un evento inédito en la humanidad.

Es verdad que desde las pestes de la Edad Media hasta la gripe española ha habido epidemias y pandemias en toda la historia. Y es verdad, también, que la “gripe española” mató una proporción altísima de la humanidad (como podría hacerlo hoy el coronavirus).

Sin embargo, pasó quizás más “desapercibida” porque la humanidad ya venía sufriendo el flagelo de la Primera Guerra Mundial, o porque la vida humana en general, cien años atrás, “valía” menos de lo que vale hoy, o porque la capacidad de reacción de las fuerzas destructivas sobre la naturaleza es hoy cualitativamente mayor que cien años atrás[11].

Lo que nos parece decisivo, en todo caso, es esa capacidad de retroacción del sistema sobre la naturaleza, que es un factor específico de las fuerzas productivas del capitalismo actual, sumado al hecho que la globalización, la multiplicación de los intercambios, las cadenas de montajes universales, el flujo poblacional mundial, el nivel alcanzado por el turismo, etcétera, configuran un multiplicador específico del mundo actual (que desborda la falta de planificación macro del sistema[12]).

3. Los multiplicadores económicos de la crisis

Sobre llovido mojado está desatándose una nueva recesión y/o depresión económica mundial que venía anunciándose pero necesitaba un disparador. El disparador llegó y vaya que no es una simple “pistola de cebita”… sino una “bomba atómica” mundial, la pandemia.

La lógica del distanciamiento social y la parálisis subsiguiente en las actividades es inevitable que produzcan una onda depresión económica. Comenzando por China, principal demandante mundial de medios de producción y partes, el impacto sobre el mundo ya había comenzado a ser inmenso.

China ahora aparece como “recuperándose” de la pandemia (algo que no tiene una explicación clara por el momento), pero atención, que la pandemia puede golpear hasta dos o tres veces: “ ‘la mayor conclusión es que China ha demostrado que el curso del brote puede ser alterado. Normalmente un brote de esta naturaleza tendría un crecimiento exponencial, alcanzaría un pico alto y luego disminuiría naturalmente una vez que todas las personas susceptibles hayan sido infectadas o desarrollen la enfermedad. Esto no ha sucedido en China de varias maneras’, dijo el representante de la Organización Mundial de la Salud en el país, el Dr. Gauden Galea.

“La forma del curso de los eventos [la curva epidémica del número de casos a lo largo del tiempo] parece muy poco natural. Es una epidemia que ha sido cortada mientras crecía y se detuvo en seco. Esto es muy claro a partir de los datos que tenemos, así como de las observaciones que podemos ver en la sociedad en general’, agregó”. (La Nación, 17/03/20)

Aunque del reportaje no surge ninguna explicación racional de cómo ocurrió semejante milagro, en todo caso no desmiente que la pandemia pueda volver a golpear en el gigante oriental.

Por lo demás, la recuperación productiva de China ya le ha quitado hasta 2 o 3 puntos del producto con lo que crecería al menor ritmo desde que comenzaron las reformas procapitalistas de Deng Xiaoping en los años 80.

Hay ramas enteras de la producción mundial que directamente se están hundiendo. La aviación espera pérdidas por 100 o 200 mil millones de dólares. Algunos países ya están anunciando la eventual estatización de las aerolíneas de bandera eventualmente para reprivatizarlas a sus mismos dueños cuando pase la crisis (la deuda quedará en manos del Estado)[13].

El propio Trump anunció un rescate monumental para la Boeing (que ya venía golpeada por dos accidentes recientes) por 50.000 millones de dólares. Todo el turismo mundial va de cabeza a la bancarrota y la crisis de las empresas de cruceros es solamente la punta del iceberg.

También están afectadas las petroleras y por razones obvias. Más allá de la guerra comercial entre Arabia Saudita y Rusia por los precios del petróleo, su caída obedece a razones más estructurales: la baja del consumo mundial por la reducción de la producción manufacturera y el transporte.

Demás está decir que negocios como al fracking, que necesitan determinados precios para ser rentables, quedan fuera de la competencia (salvo que como ocurre en los Estados Unidos, se los sostenga con subsidios por razones estratégicas).

El turismo, la industria de las aerolíneas y la construcción aeronáutica, el petróleo, las industrias en sus más variadas ramas, todo esto va a la depresión por el hundimiento de la producción y el consumo (salvo en materia alimenticia y de productos de primera necesidad). Incluso ya está verificándose sobreproducción por sobrantes de stock.

De ahí que los gobiernos imperialistas hayan salido a poner en práctica asistencias económicas millonarias. Estados Unidos ya ha puesto a la orden del día nuevamente como en el 2009, el QE (cuantitative easing), que significa asistencia monetaria inmediata a los bancos por entre 1 y 1.5 billones de dólares (tener en cuenta que el PBI anual de EEUU es alrededor de 16 billones de dólares).

Esto por parte de la Reserva Federal que, por lo demás, redujo las tasas de interés a nada: a 0-0.25% (tal cual había hecho en el 2008). Sin embargo, también se sumaría una cifra por 1 billón de dólares por parte del gobierno federal, Trump, que habla de “ponerle en el bolsillo” inmediatamente 1000 dólares por trabajador mediante un cheque del Estado…

Se verá si esto es así. Y se verá también si los gobiernos suman medidas de capitalismo de Estado y/o “Estado benefactor”, cosa que no ocurrió en el 2008. Quizás lo primero sea más factible que lo segundo, que significaría horadar la avanzada “línea” a la cual llegó el capitalismo -en las últimas décadas- en materia de explotación del trabajo.

Medidas como re-direccionar industrias a la producción de insumos médicos significarían elementos de capitalismo de Estado (algo que en la crisis anterior solamente había practicado China). Pero podríamos verlas en países imperialistas que tienen la experiencia histórica de las guerras mundiales -¡y esta pandemia es una “guerra mundial”!-, aunque seguramente no en países dependientes como la Argentina (donde las medidas adelantadas por Alberto Fernández siguen el avaro recetario social-liberal).

Sin embargo, una cuestión está clara: si los mercados están sufriendo derrumbes históricos incluso mayores que en el 2008 y muy próximos a la Gran Depresión de 1929, no es por ninguna irracionalidad: traducen -con la histeria que los caracteriza- la catástrofe que está produciéndose en la economía real (o incluso la “anticipan”, en cierta forma, al ver las proyecciones “pos-apocalípticas” que indican que las cuarentenas deberían extenderse por algo en torno a los 12 a 18 meses)…

Desde ya que los mercados venían sobrevaluados por el parasitismo característico del capitalismo del siglo veintiuno. La duplicación o triplicación de la economía real en capital ficticio que de tan sofisticada, es casi imposible seguirla y/o entender sus instrumentos.

Pero el fenómeno básico es sencillo: en algún punto esa duplicación o más del capital real se ve obligada a ajustar cuentas con la riqueza real y de ahí deviene el derrumbe. La pérdida de capitalización de empresas y mercados deviene de una crisis en la economía real disparada por la pandemia generada, en sus raíces, por la debilidad inversora de la recuperación en la última década.

Debilidad inversora que proviene de la paradoja que aun teniendo todo a su favor en materia de relaciones de fuerzas y explotación, el capitalismo no haya logrado recuperar su tasa de ganancia a niveles previos de la última crisis.

En cualquier caso, la multiplicación de la pandemia y la recesión mundial hacen, también, al carácter inédito de esta crisis; a lo que señalamos al comienzo de “bienvenidos al capitalismo del siglo XXI” en el sentido de un evento singular que marcará un antes y un después en el calendario histórico de este sistema explotador y que si ahora apunta a expresarse de manera reaccionaria, a mediano plazo podría desatar una respuesta revolucionaria desde abajo.

4. Entre la reacción y la revolución, entre el individualismo y la solidaridad  

En lo inmediato, la pandemia y la crisis imponen una suerte de giro reaccionario en los asuntos. Dependiendo de país a país, las respuestas varían en este terreno. Pero un símil podría ser el inicio de la Primera o la Segunda Guerra Mundial (dicho exageradamente) que en lo inmediato coloca las relaciones de fuerzas un paso atrás a como se estaba.

La propia lógica del “distanciamiento social” (por razones médicas pero también ideológicas) atrofia la acción colectiva y le deja las manos libres a los gobiernos y los Estados para hacer y deshacer a su antojo.

Ahí tenemos el aprovechamiento que está haciendo Piñera en Chile para declarar el “Estado de catástrofe” contra la rebelión popular en curso, casos extremos como Honduras que decretan una nuevo golpe de Estado al “suspender las libertades individuales”, Macron en Francia que declaró el “Estado de guerra” (repitió 8 veces en 5 minutos que el país estaba “en guerra”; algo nada casual luego de un año de sublevación de los chalecos amarillos y contra la reforma jubilatoria), etcétera.

En la Argentina, sin ser igual, a Alberto Fernández lo primero que se le ocurrió fue salir a exigir que “se levantara la marcha del 24 de marzo” y se verá qué medidas hay por delante.

En cualquier caso, caben aquí dos reflexiones. Una que si es verdad que la pandemia tiene un efecto desorganizador de la acción colectiva, también es cierto que se están propagando cada vez más ejemplos donde los trabajadores y trabajadoras encuentran la manera de ser solidarios y manifestarse colectivamente.

Se trata de los trabajadores parando las plantas y exigiendo suspensión de las operaciones por 15 días para que se las desinfecte, en contra de ser la carne de cañón de la crisis. Lo mismo el caso de enfermeras y médicos que se reúnen solidariamente en los hospitales para ver cómo hacer frente a la crisis dramática del sistema de salud y que reciben el homenaje de la población vía cacerolazos: “El mundo obrero ha vuelto a hablar con una sola voz. Es la incredulidad y la rabia de los que piden ser tratados como todos los demás trabajadores. Una rabia obrera, por la decisión del gobierno de no detener la producción en las fábricas que se ha materializado el jueves cuando se abrieron las puertas: huelgas espontáneas, asambleas, el cese temporal de la producción”. (Raúl Zibechi, Italia: Coronavirus y la infinita solidaridad entre los de abajo)

Y agrega: “No son huelgas por el salario sino por la dignidad, porque los obreros de la industria quieren ser tratados como los demás trabajadores. Demandan parar la producción para ‘higienizar, asegurar y reorganizar los lugares de trabajo’ como exigieron los sindicatos metalúrgicos”. (Zibechi, ídem)

Los cacerolazos comienzan a ser una forma de acción colectiva en varias ciudades de Italia, España, Francia, Brasil, etcétera; cacerolazos, repetimos, con un contenido solidario: “ ‘Abrimos las ventanas, salimos al balcón y hacemos ruido’, dice la convocatoria que espera convertirse en ‘un concierto gratuito gigante’”. (Zibechi, ídem)

La crisis desata dos reacciones básicas. Por un lado, es leído por todo un sector de clases medias altas como un llamado al individualismo; “me quedo en mi casa muy pancho trabajando desde la computadora”… Pero por otra parte apunta a soldar relaciones de solidaridad entre los de abajo que podrían ser históricas.

Ocurre lo siguiente: si en un primer momento el retroceso de la acción colectiva tiene efectos reaccionarios, en una segunda instancia –en un plazo que no podemos adelantar- podría tener una reversión revolucionaria.

Al igual que en las guerras cuando se rompe con la rutina de esta manera, cuando la mayoría de la población es arrojada a circunstancias extremas, suele no volverse al status quo anterior.

La crisis, las guerras y las revoluciones, las pandemias y las depresiones económicas rompen de tal manera la normalidad de la vida cotidiana que puede tener consecuencias revolucionarias.

De ahí que los gobiernos anden, en cierto modo, con pies de plomo. Una pandemia manejada con displicencia, que dé lugar a más fallecimientos que los proporcionales, podría hacer estallar el orden por los aires.

Un manejo idiota y negacionista es por ejemplo el que ha mostrado Bolsonaro hasta el momento. Trump y Boris Johnson anduvieron en las mismas pero da la impresión que ya giraron. Italia tampoco pareció preparada para la crisis y las consecuencias tienen el dramatismo que todos estamos viendo: está rompiendo records de casi 400 fallecimientos por día.

Y, sin embargo, las cosas tienen dos caras: los reflejos reaccionarios-individualistas conviven en proporciones variables con los solidarios-revolucionarios. Y, de conjunto, en un plazo imposible de prever, el vaciamiento de las calles y el parate de las rebeliones que estaban ocurriendo en el mundo, podría revertirse en profundas rebeliones populares y/o crisis revolucionarias.

5. ¿Qué hacer?

La gran pregunta de una de las obras cumbres de Lenin se pone sobre la mesa: qué hacer, qué proponer desde la izquierda revolucionaria.

Respecto del programa, el mismo se va escribiendo en la experiencia de la crisis: exigir suspensión por 15 días en todos los lugares de trabajo para desinfección. Suspensiones al 100% con prohibición de despidos y efectivización de todos los trabajadores/as precarios o por contrato. Duplicar de inmediato el sueldo del personal de salud y pasar a un sistema universal. Reconversión industrial inmediata para pasar a la producción de todo lo que se necesite para enfrentar la pandemia (desde equipos pesados hasta respiraderos artificiales y alcohol en gel). Rechazar la militarización y los Estados de excepción y llamar a la formación de comités de higiene y salubridad de trabajadores, estudiantes y vecinos en todos los lugares de trabajo, barrios populares y centros de estudio. Imponer el no pago inmediato de las deudas externas, la expropiación bajo control obrero de toda empresa que vaya a la quiebra, los impuestos progresivos a los grandes capitales, etcétera.

Desde ya que en cada país y en cada lugar de trabajo hace falta una refracción particular de este programa, programa que, por lo demás, no se construye desde arriba o desde afuera de la experiencia sino codo a codo con los trabajadores y trabajadoras: “Los obreros del metal de la fábrica Briton Cormano cerca de Milán, declararon a la Radio Popolare que trabajar en esas condiciones es muy duro. ‘En febrero pedimos guantes, máscaras y antisépticos y no hicieron nada, por eso fuimos a la huelga’. Agregan: ‘Es muy duro trabajar así. Nos miramos como si fuésemos extraños’” (Zimbechi, ídem[14]).

En materia de orientación hay que tomar muy en serio la pandemia pero, simultáneamente, no asustarse. La pandemia es gravísima y va contagiar a una proporción variable pero masiva de la población mundial. De momento afecta sobre todo a la población de mayor edad pero podría mutar; habrá que verlo.

Tomarla para la “joda” sería una irresponsabilidad completa; impresionarse y asustarse sería cederle todo el terreno a la reacción y al individualismo, perdiendo de vista que los grandes medios se empeñan en meter miedo y ocultar la solidaridad que crece entre los de abajo.

En cada caso nacional concreto hay que ir viendo día a día, hora a hora, su evolución y ajustando la orientación.

La militancia de nuestra corriente tiene que estar, responsablemente, al pie del cañón en las actividades de solidaridad en los hospitales, en las manifestaciones de descontento como los cacerolazos, apoyando a los trabajadores/as que exigen la suspensión de actividades por desinfección, etcétera y contra la militarización y las medidas reaccionarias.

Nuestras organizaciones deben mantenerse organizadas, reuniéndose pero manteniendo las normas mínimas de higiene y seguridad. Debemos alentar el cuidado de los que nos cuidan y también cuidarnos nosotros mismos porque la lucha que se viene es larga.

Y también ser creativos: hay que sostener la actividad pública sin exponer gratuitamente a la militancia; hay que andar de a grupos pequeños; hay que ir ajustando la orientación según los desarrollos en cada caso; hay que hacer muchas redes sociales y sentar posición públicamente por su intermedio (muchísima gente está pendiente de ellas más que nunca y por razones obvias).

Pero tampoco hay que enfermarse frente a los telefonitos: hay que aprovechar para leer y estudiar marxismo en serio.

En definitiva, mantenerse organizados hoy para aguantar junto a los trabajadores, las mujeres y la juventud, el golpe de la crisis y la pandemia y prepararse para salir abiertamente a la pelea cuando venga el “rebote del péndulo” de la lucha de clases; un rebote que puede ser revolucionario como extraordinarios son los acontecimientos que estamos viviendo[15].

 

 

[1] Más abajo volveremos sobre el problema de la anarquía económica capitalista y su falta de toda planificación a nivel macroeconómico.

[2] Por “barrera inmunológica” nos referimos a la falta de anticuerpos frente a un virus para el cual no se tenía antecedentes y que en este caso contagia con mayor facilidad a las personas mayores de 50 años o que acarrean enfermedades previas (al menos hasta ahora se comporta así): “El creciente monocultivo genético de animales domésticos elimina cualquier cortafuegos inmunológico disponible para frenar la transmisión. Los grandes tamaños y densidades de población facilitan mayores tasas de transmisión. Estas condiciones de hacinamiento deprimen la respuesta inmunológica” (Rob Wallace, ídem), lo que nos reenvía también a problemas de planificación urbana bajo el capitalismo que aquí no podemos tocar.

Agreguemos de paso que los virus son difíciles de combatir porque, a diferencia de las bacterias, no son organismos vivos sino cadenas de ADN que se introducen en nuestras células produciendo estropicios sobre todo en lo que ya tienen su sistema inmune dedicado a otra cosa –las personas mayores o las de cualquier edad que acarrean otras enfermedades- (agradecemos esta información a una compañera bióloga de nuestra organización).

[3] El reaccionario escritor Vargas Llosa hace una reflexión aguda sobre las pestes: “La peste ha sido a lo largo de la historia una de las peores pesadillas de la humanidad. Sobre todo en la Edad Media. Era lo que desesperaba y enloquecía a nuestros viejos ancestros. Encerrados detrás de las recias murallas que habían erigido para sus ciudades, defendidos por fosos llenos de aguas envenenadas y puentes levadizos, no temían tanto a esos enemigos tangibles contra los que podían defenderse de igual a igual (…). Pero la peste no era humana, era obra de los demonios, un castigo de Dios que caía sobre la masa ciudadana y golpeaba por igual a pecadores e inocentes, contra la que no había nada que hacer, salvo rezar y arrepentirse de los pecados cometidos. La muerte estaba allí, todopoderosa, y después de ella las llamas eternas del infierno. La irracionalidad estallaba por doquier y había ciudades que trataban de aplacar la plaga infernal ofreciéndole sacrificios humanos, de brujas, brujos, incrédulos, pecadores sin arrepentir, insumisos y rebeldes (…)” (La Nación, 16/03/20). Lo que es agudo en todo caso en la reflexión de Vargas Llosa es que la pandemia Covid-19 también ha sido identificada como un “enemigo invisible”, “no humano”, por así decirlo.

[4] Las guerras mundiales del siglo pasado podrían dar un parámetro pero todavía es aventurado llegar tan lejos.

[5] El Covid-19 es un “resfriado” cualitativamente más fuerte que lo común y de difícil cura en las personas mayores.

[6] Una nueva era geológica que reemplaza el holoceno imperante en los últimos 10.000 años y que tiene que ver con la alteración humana capitalista del clima.

[7] Atención que el accidente de Chernóbil con la disfuncionalidad del sistema burocrático que demostró, con su irracionalidad, fue quizás “la primera piedra en caer del Muro de Berlín” (Gorbachov).

[8] Günther Anders desarrolla el concepto agudo –aunque unilateral- de que la humanidad misma ha quedado “desfasada” por los objetos por ella producida (La obsolescencia del hombre).

[9] En Dialéctica de la naturaleza ya nos alertaba Engels sobre esto: “No debemos (…) lisonjearnos demasiado por nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Ésta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos. Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros (…) todo esto nos recuerda a cada paso que el hombre no domina, ni mucho menos, la naturaleza a la manera como un conquistador domina un pueblo extranjero, es decir, como alguien que es ajeno a la naturaleza, sino que formamos parte de ella como nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, que nos hallamos en medio de ella y que todo nuestro dominio sobre la naturaleza y la ventaja que en ellos llevamos a las demás criaturas consiste en la posibilidad de llegar a conocer sus leyes y de saber aplicarlas acertadamente” (Engels, “Dialéctica de la naturaleza”, citado por John Bellamy Foster, El retorno de Engels)

 

[10] Poner la investigación y el desarrollo en materia de salud en manos privadas ha tendido a cuestionar el criterio de objetividad científica en beneficio de la ganancia económica en un sector primordial para la vida humana.

[11] La pandemia actual es una verdadera peste que podría hacerle honor a los horrores de la Edad Media. Un informe que quizás sea algo exagerado del Imperial College de Londres publicado ayer por El País señala que “(…) el 9.3% de los octogenarios infectados fallecería, frente al 5.1% de los septuagenarios, el 2.2% de los sexagenarios y el 0.6% de los quincuagenarios. Los casos sintomáticos que requerirían hospitalización oscilan entre el 10% de las personas entre 50 y 59 años y el 27% de los mayores de 80 años. De estos hospitalizados, el 70% de los octogenarios, el 43% de los septuagenarios, el 27% de los sexagenarios y el 12% de los quincuagenarios tendrían que ingresar en la terapia intensiva. Son porcentajes que pondrían a prueba la capacidad de los sistemas sanitarios”. (La Nación, 18/03/29)

[12] Ver a este respecto la reflexión de Michel Husson “De la economía del socialismo a la planificación ecológica”

[13] Marcelo Yunes, “Del ‘cisne negro’ a una posible recesión global”)

[14] La discriminación clasista de la cuarentena italiana es un caso clásico: “Italia cierra… las fábricas no (…) las fábricas y las grandes cadenas de producción permanecen completamente abiertas y a régimen normal, sin reducciones de producción planificadas, sin convincentes directivas específicas de las empresas para proteger la salud de los trabajadores y trabajadoras, que trabajan en fábricas con miles de empleados todos los días (…)”. (Marta Autore, Salvatore Corizzo, ídem)

[15] “Lo primero es la solidaridad de clase (…), porque en ese ser solidario hay varias generaciones que en la vida cotidiana –quizás- no se relacionan, jóvenes y ancianos, por ejemplo. Pero también hay migrantes, mujeres, negros, personas de sexualidad diversa, extranjeros y la enorme diversidad del mundo del trabajo. Es la única esperanza que tenemos en este momento de locura de la humanidad”. (Zibechi, ídem)